El fracaso de Maracaná de 1950

Carlos A. Gadea

17.10.2021

En la primera mitad del siglo XX, Uruguay se caracterizó por ser un país de creciente desarrollo económico y social, con instituciones políticas consolidadas y derechos civiles en expansión.

Las reformas políticas del período batllista (1900-1930) habían conseguido diseñar un modelo moderno de sociedad, un país que tuvo una educación laica y gratuita antes que Inglaterra, voto femenino antes que Francia, jornada de trabajo de 8 horas antes que los Estados Unidos y Ley de Divorcio 70 años antes que en España. Uruguay había separado la Iglesia del Estado ya a comienzos del siglo XX, y sus ciudadanos miraban al Río de la Plata, con la llegada de cada barco al puerto de Montevideo, como quien mira llegar la ciencia, la cultura y la moda que el mundo producía.

Aquella hazaña nacional de aquel pequeño país de incierto destino, incrustado en medio al gigante Brasil "imperial" y la Argentina heredera del espíritu colonial español, conseguía mirarse al espejo en las conquistas futbolísticas, que se confundían con las arquitectónicas y de la ingeniería. Para ser la sede de la primera Copa del Mundo, el país construyó en un año el estadio Centenario, inaugurado en julio de 1930. Años antes ya había construido el gigante Palacio Legislativo, monumental obra neoclásica de mármol italiano, iniciado en 1908 y terminado en 1925. El Palacio Salvo, que supo ser por algunos años el edificio más alto de América con sus 27 pisos y 95 metros de altura, también fue obra de aquellos tiempos, inaugurándose en 1928. Es destacable el dispendio de dinero y la cantidad de trabajadores para las dimensiones del presupuesto de la época, la circulación de capital y la proporción de la población del país, de no más de 1.900.000 habitantes en 1930.

Pero las conquistas futbolísticas fueron las que dejaron marcas en el propio ADN nacional; funcionando como instrumento de construcción de identidad cuando poco material existía para "sentirse" distinto de lo que la historia decía: que su independencia como país habría sido una fantasía, un mero invento inglés, y que los "orientales" no pasarían de simples argentinos herejes y echados a su propia suerte. Más allá de eso, el futbol vino, justamente, para cumplir una función social que se presentó hasta irónica, ya que la primera Copa del Mundo en Montevideo, en 1930, pondría frente a frente en la final a la selección de Uruguay con la selección de Argentina en un conflictivo partido con saldo de 4 a 2 para los uruguayos.

Pero antes de 1930 ya se habían registrado las conquistas futbolísticas en las Olimpiadas de 1924 y de 1928, lo que el episodio del año 1930 se presentó, para muchos, como algo casi esperado. La tragedia de la segunda guerra mundial y la crisis económica en Europa traerían el evidente impase para las competiciones deportivas. Los campeonatos de 1934 y de 1938 conquistados por Italia serían los últimos disputados, hasta que llegamos al año 1950, al momento del Campeonato Mundial de Futbol en Brasil, el país que había vivido las reformas políticas y sociales del llamado "Estado Novo" de Getulio Vargas. Brasil era un país que se modernizaba a pasos rápidos por aquellos años, y se internacionalizaba culturalmente con figuras como Carmen Miranda. Las playas de Río de Janeiro comenzaban a frecuentarse por turistas cada vez más ávidos por su carnaval. En Brasil, el fútbol quería renacer después de los tiempos de la guerra.

Hasta el año 1950, Uruguay había conquistado 8 campeonatos de América y una copa mundial, la de 1930, además de las 2 Olimpíadas (1924 y 1928). Brasil llegaba a disputar la Copa del Mundo en 1950 con un humilde historial de 3 conquistas de la Copa América, en los años 1919, 1922 y en el año 1949, un año antes, justamente, a la disputa del Mundial. En 1949 Brasil había ganado la Copa América disputando la final con Paraguay, goleándolo 7 a 0. A Uruguay le había ganado 5 a 1, el día 30 de abril. Por lo visto, para 1950, la selección brasileña se presentaba doblemente favorita: por ser sede del campeonato y, fundamentalmente, por su innegable superioridad ante las otras selecciones, por lo menos de América.

Pero el Campeonato Mundial de 1950 en Brasil nos presenta algunas paradojas, que ligan futbol y sociedad, historia y presente. En su libro "Futbol a sol y sombra", Eduardo Galeano cuenta con detalles como la "hazaña del 50", el "maracanazo", sería un ejemplo de las "sombras" que las significativas conquistas deportivas traen cuando el esfuerzo colectivo procura superar adversidades internas y externas, cuando lo imprevisible sucede. El triunfo es un trago amargo, y vencidos y vencedores no se distinguen en el trazo de una línea que los separa artificialmente, cuando el futbol sale de escena y entra al campo la empatía social, la desigualdad compartida, la negritud cómplice del golero brasileño Barbosa y el capitán celeste Obdulio Varela. Esto puede ser cierto. Pero el "maracanazo" no se agotó en la descripción complaciente e integrativa de Galeano. En 1950 se produjo, en los hechos, el principal triunfo futbolístico de la selección de Uruguay en la historia, "ganando de atrás" (iba perdiendo 1 a 0) y con un estadio de Maracaná con cerca de 200.000 asistentes, el mayor número registrado. También, en los hechos, en 1950 se había producido la mayor derrota futbolística en la historia brasileña, de alusión permanente por la prensa deportiva local, sin tapujos ni remordimientos. Brasil se había preparado para el triunfo, los diarios la noche anterior ya tenían los titulares preparados, relojes serían regalados a los jugadores, tal cual Galeano relató en su libro. Todo esto, en los hechos. Pero los hechos, por más porfiados que sean, ocultan un lado.

Brasil cambiaría para siempre, por cábala, su camiseta blanca por la amarilla actual. Uruguay seguiría con su celeste. Uruguay no ganaría más un Campeonato del Mundo. Llegaría a cuarto lugar en 1954, 1970 y, recientemente, en 2010. Y por ahí se quedaría. Brasil ganaría 5 campeonatos mundiales: en 1958, 1962, 1970, 1994 y 2002. Ocuparía el segundo lugar en 1998. Saldría tercero en los mundiales de 1938 y 1978, y cuarto en los mundiales de 1974 y 2014. A partir del año 1950, Brasil iniciaría un ciclo de promisorios triunfos futbolísticos, a la par de su avanzado proceso de modernización y urbanización. Además de los títulos mundialistas, conquistaría 6 campeonatos de América.

Uruguay, por su parte, cerraría su victorioso ciclo de conquistas futbolísticas, principalmente en lo que refiere a su participación en competencias mundiales. Después de 1950, sus 7 títulos en la Copa América son sus principales laureles. El país dejaría atrás, paulatinamente, aquello de haber sido la "Suiza de América". Las nuevas generaciones ni saben bien de que se trató o se trata esa referencia semánticamente lejana. Jaime Roos no se vale de metáforas cuando sentencia "uruguayos, uruguayos, dónde fueron a parar..."; ciertamente, ninguno en la narrativa del "maracanazo". Es que al ver el partido de la selección de Uruguay con la de Brasil el pasado jueves 14 de octubre por las eliminatorias para el Mundial de 2022 en Manaos, con el resultado de 4 a 1, resurge la sospecha de que en 1950 lo que se festejó como un triunfo fue, en realidad, un fracaso. Confirmación que no únicamente se fundamenta en este partido de manera aislada; no. Es de la suma de situaciones, pormenores y de observar la historia reciente del futbol uruguayo. No se trata de una evaluación futbolística e individual de cada jugador; quien puede negar la calidad de Cavani o Suarez, de Muslera o Torrera. Es un conjunto de factores que llevan a pensar en la tesis del fracaso generado, e iniciado, en el "maracanazo" de 1950.

El triunfo futbolístico de aquel año no sería nada si no fuese acompañado de una fatal narrativa posteriormente creada que lo sustentase tal cual ápice en la jornada constitutiva de la identidad futbolística de la camiseta celeste, la herencia a que se remite reverencialmente. Es esa narrativa la que no "encaja" más. El país no es más el de aquellos años de glorias deportivas acompañadas de avances políticos y sociales, prestigio cultural y educativo. La diferencia está en que aquel Uruguay pensaba en el futuro, el actual está muy atado a la memoria y la nostalgia. Como que aquel Uruguay se pensaba creciendo, y este apenas administrando lo poco que le quedó. Son maneras de estar y ver el mundo, son maneras de pensar y ver el fútbol, de jugarlo, de dirigirlo, de querer ganar un partido.

En 1950, Uruguay triunfó para ser finalmente derrotado. Brasil perdió para terminar venciendo. Para uno, un ciclo se cierra con el triunfo, para otro, un ciclo se inicia con la derrota, un ciclo de victorias; por aquello de "perder para ganar". 1950 es el año del comienzo de un ciclo poco alentador política y futbolísticamente para Uruguay, si lo comparamos con los 50 años iniciales del siglo. Claro, existe un vaivén en todo esto, oscilaciones propias de los ciclos históricos. Con el fútbol, en particular, no parece haber dudas de que con el "maracanazo", paradójicamente, se inicia un ciclo de decadencia y desencuentro. El asunto es que cuando se habla de "desencuentro" en todo esto de la identidad futbolística la referencia de "encuentro" es 1950, y aquí reside el principal problema. Y es talvez por esta misma razón que se fundamenta la permanencia de W. Tabárez como técnico de la selección. Más allá de lo personal y hasta de la propia capacidad técnica, el problema con el técnico ya es otro. Él es una figura estrechamente asociada a la memoria del fútbol del país, al propio "maracanazo", a cierta "uruguayeidad" que, inclusive, aún no se ha planteado la necesaria hipótesis del paradójico fracaso que se inició en 1950 en Maracaná.

Olvidar 1950. Lo que quedó, en realidad, es un sello conmemorativo del mundial de los Correos de Brasil.  

 

Carlos A. Gadea.

Profesor universitario uruguayo que reside en Brasil

Doctor en Sociología

 

Columnistas
2021-10-17T20:01:00

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias