Voy a escribir unas líneas tan tristes y caóticas como Cuba
Jorge Ángel Pérez
29.04.2020
Voy a escribir unas líneas tan tristes y caóticas como Cuba
Nunca precisé de un ambiente idílico para escribir. Escribí en cualquier circunstancia y en los espacios más insospechados. Escribí con hambre y en medio de un apagón, alumbrándome con la luz de una "chismosa". Escribí en un solar habanero y molestado por múltiples sonidos: una bronca, una rumba, un bembé..., pero ahora no consigo escribir.
Mi barrio está en silencio, mis acosadores no están en sus casas, fueron a hacer sus cuarentenas a una playa cienfueguera, eso dicen, ... y yo no consigo concentrarme.
La "primavera" cubana apareció casi con la fuerza de un gran verano, y hasta olvidé entonar, como otras veces, una canción de Leo Masliah, el uruguayo. Esta vez no canturreé: "Si fuera la primavera algunos poetas dirían: ¡ha llegado la primavera!", usando la cadencia de los habitantes del Río de la plata. Esta vez todo está trastocado y solo atino a escribir algún post muy breve, una minúscula "llamada de atención" para hacer notar que me tira alguna pulla en las redes un "ciberclaria", o que una poetisa conocida que vive su exilio europeo da like a ese "ciberclaria". Sin dudas el mundo está perdido..., y yo con él.
No puedo escribir y atiendo a cada parte médico para enterarme de los nuevos casos, para enterarme de cuántos se recuperaron y cuántos murieron ya. Y también me entero por los noticiarios de las cuarentenas, de los barrios no tan lejanos que ya están en aislamiento. Y visito las redes y compruebo el ánimo ajeno, y las congojas. Me insulto con las evidencias que hacen notar, y con las amenazas a los periodistas independientes, y me insulta también el silencio de la prensa oficial.
Me irrita todo aquel que discurre haciendo daño; los ladrones y revendedores, los borrachos indolentes, las "ciberclarias", los jefes de las "ciberclarias".
Me mortifican quienes no ponen el dedo en la llaga, los que no procuran explicar las causas que llevaron al contagio de esos ancianos en un asilo en Santa Clara, esa localidad a la que llaman "la ciudad del Ché".
Me duele esa Cuba que está enferma desde mucho antes de que llegara el bicho chino, me duele esa Isla que está enferma desde que llegara el Ché a Santa Clara, y a La Habana luego.
Me mortifican los aplausos, esos que, dicen, están dedicados a los médicos, pero en realidad están dedicados al gobierno, a ese gobierno que se "canta a sí mismo", ese que cita a periodistas y opositores en días de cuarentena.
Y pienso en todos los que usan el dedo acusador para señalar al gobierno de Cuba, y también, desgraciadamente, en los que se quedan callados, porque antes revendieron y se emborracharon, e incumplieron el aislamiento, quizá buscando la muerte, quizá buscando la cárcel, quizá buscando, buscando...
Si me cuesta trabajo escribir, si ando retraído, es porque pienso en el que no puede robar, en el que no tiene "asignaciones especiales". Si me aflijo es porque pienso en la prostituta o el pinguero que no pueden venir a la Habana a buscar el dinero que los "yumas" traen, y también en el anciano retirado al que no le alcanza la pensión para comer y tiene que hacer "malabares" para conseguir, no plato un exótico, no un plato colosal, sino un simple plato, un bocadito breve que llevarse a la boca antes de dormir, para repetir lo mismo al día siguiente.
Me cuesta trabajo escribir porque acabo de enterarme de que en Fomento, allá por donde el Ché tuvo su comandancia, se armó una bronca tal, en una cola para comprar pollo, que a una señora le rompieron un brazo, una pierna. Y eso duele; a la señora, al país todo...
Me cuesta trabajo escribir porque no veo más que manchas y manchas, y nasobucos, y ojos angustiados, y cuerpos cansados de esperar en Cuba una bonanza que cada vez se aleja más, que no se vislumbra, que ni siquiera se puede intuir, sospechar.
Camino con mi perro un rato en la mañana y veo a todos haciendo, como zombis, sus caminos, preguntándose cuál será el final. Escucho aplausos y algunas cucharas que hacen sonar a una caldera, y luego a Omara Portuondo preguntando, entonando, "¿Quién dijo que todo está perdido?", y yo levanto la mano, como si le dijera: "Yo, Omara, yo creo que todo está perdido".
Veo a unos cantantes españoles en la televisión que aseguran que van a resistir, que resistirán, y los cubanos cantan con esos españoles, como si el canto les fuera a arreglar la vida, la salud deteriorada, la confianza extraviada para siempre.
Veo desde el balcón la pesadumbre, el desamparo, y pienso en el Cólera, en la Peste, en el Dengue, en el Caracol Gigante Africano, en el Sika y el Chicungunya, en el bicho que nos ataca hoy. Y entro a las redes otra vez y leo lo que piensan los amigos, y creo que converso con ellos de verdad sabiendo que es mentira.
Pienso en el anciano que no puede hacer la cola, pienso y pienso en medio de tanto encierro.
Pienso en esa vecina que hala sus pelos porque no sabe cómo conservará lo poquito que consigue, lo poquito que tiene, y hasta me entristece que ella no pueda, como tantos otros, acaparar un poquito. Ella está peor que todos. Resulta que esa mujer no tiene refrigerador, una nevera, y se hizo dos ella misma: dos cajas de "poliespuma" que llena de hielo que antes compra a los vecinos, y que mete en esa caja para guardar luego lo que consiguió, pero que nunca es carne, porque es cara y teme mucho a que no llegue al día siguiente en buen estado, por culpa de su refrigerador de poliespuma, por culpa del gobierno.
Me entristece que eso suceda, y que yo no pueda resolver las angustias de esa mujer, aunque escriba, aunque denuncie. ¡Es horrible! Y peor resulta que un amigo me advierta que capturó una imagen en la página de Facebook de otra ciberclaria, que se llama como yo, Jorge Ángel, aunque su primer apellido sea Hernández. Este hombre amenaza desde su página sin el menor recato. Y este hombre, bien público, amenaza sin pudor, advierte que "contra la revolución ningún derecho", y él sabrá por qué lo dice.
Son feos estos días de enfermedad y hambruna, y por eso escribí, aunque no tuviera ganas, aunque no tuviera fuerzas, porque es muy triste constatar los muertos y los infectados con la COVID-19, porque es terrible que alguien no pueda hacer compras en Cuba y guardarlas luego, "sencillamente" porque no tiene un refrigerador, después de que transcurrieran sesenta años del cacareado triunfo de una "revolución" proletaria hecha por "humildes" y para "humildes", porque es triste tener que cocinar el "pollo a la carrera", como suele decir ella cuando lo cocina, como si fuera a comer un plato exquisito y no un "plato urgente", "pa' que no se pudra", como ya le sucedió.
Por eso escribo, aun sin ganas de escribir..., aunque mi discurso resulte caótico, como el país.
Jorge Ángel Pérez
(Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias