Y salimos a matar gente. ¿Por qué delinquen nuestros jóvenes?
Alberto Rodríguez Genta
03.06.2016
Ante los recientes hechos ocurridos en el barrio Marconi, me vienen a la mente algunas experiencias vividas y compartidas durante mis dieciocho años en Venezuela. Y vaya que el tema de la inseguridad personal era y es, más que preocupante en un país que ya andaba en más de 15.000 homicidios anuales y en aumento.
Y el detonante de estos recuerdos fue el hecho de que los dos protagonistas involucrados en el hecho delictivo que desató la furia juvenil del Marconi, eran dos muchachos de 17 y 15 años. En el año 2007 se publicó un estudio coordinado por el salesiano, psicólogo y profesor de la Universidad del Zulia, Alejandro Moreno, en el cual se intenta responder a una desgarrante realidad nacional: ¿Cómo es el delincuente violento, asesino, popular, venezolano? ¿Cuáles son las fuerzas internas que motivan y dirigen a este tipo de personas hacia ese tipo de conductas?
El trabajo, basado en el testimonio de 15 homicidas - dentro de los cuales resaltan las experiencias de chicos de 15 años -se publicó bajo un título escalofriante: "Y salimos a matar gente". En el relato de uno de esos chicos de quince años de edad, se aclara que en su primera entrada al INAM ya lo culpaban de haber cometido seis homicidios. "Aquí se caen muchos mitos -aclaran los autores - Y uno es que la pobreza no tiene nada que ver con la delincuencia. Es decir, tiene que ver en cuanto a que son pobres, pero no es por pobres por lo que delinquen. ¿Por qué lo hacen? Delinquen porque quieren sobresalir, quieren adquirir lo que ellos llaman respeto. Y respeto es imposición, miedo". Para ello, y según sus testimonios, salen a matar gente.
Nos asombramos todas las noches cuando los medios de comunicación nos dan el parte diario de las bajas acaecidas en esta batalla por la vida, en la cual para morir, no hay distinción política, económica, ni social. Y vemos también los esfuerzos de nuestros policías desmantelando bandas de maleantes, abortando secuestros, cerrando bocas de distribución de drogas, rescatando plagiados, cayéndose a tiros y muriendo ellos también en esta batalla sin cuartel y sin sentido. El tema, mucho más allá de ser un combate policial, se convierte en una guerra social. Y esta guerra social no la ganaremos solo con las armas, sino con las ideas. Necesitamos más y mejores ideas; no sólo más y mejores policías.
Nosotros no podemos salir a " matar gente"; ¡tenemos que hacer algo para "salvar gente!"
Y yo escribí un artículo, entonces, con estos conceptos: "Esos chicos delinquen porque no tienen formación para otra cosa! En realidad, no tienen formación para nada. Y un ser humano sin formación, termina siendo una deformación. Matan, porque al igual que los suicidas terroristas han encontrado una razón para morir, pero no una razón para vivir. Le pierden el respeto a la muerte propia, en la misma medida que irrespetan la vida ajena. ¡No tienen una razón para vivir! Ni conciben que otros las tengan, si ellos no las tienen. Nunca sintieron el verdadero amor de una familia ni el calor de un hogar. No saben lo que es amar, porque nunca fueron amados. No saben lo que es respetar porque nunca fueron respetados. No tienen valores, porque nunca fueron valorados. Y eso es lo que exigen, a su modo. Y para ello se reencuentran en una comunidad con antivalores compartidos. Para luchar contra el mundo; para imponerse. Para matar o morir.
Muchos son hijos de una madre ultrajada, luego castigada, y mas tarde abandonada. Como también lo serán ellos. No le importan a nadie, y ellos lo saben. Nadie los quiere, y ellos lo saben. ¿Por qué habrían de importarles entonces los demás? Por eso terminan siendo los hijos de nadie, y los verdugos de todos. La delincuencia se ha vuelto una enfermedad similar al dengue; por más que fumiguemos el mosquito patas blancas con operativos policiales en los espacios públicos de la convivencia, si no llegamos a los lugares en donde se reproducen las larvas, y si no atacamos las causas del dónde, cómo y porqué se originan esas vidas que producen nuestras muertes, jamás nos libraremos completamente de la plaga aunque matemos unos cuantos zancudos.
De igual manera que fumigamos a los zancudos, nosotros fumigamos el delito con operativos policiales semanales en los barrios y las urbanizaciones a través de las policías municipales, el CICPC y la Guardia Nacional. Con incursiones de nuestros policías en los barrios en operativos de búsqueda de maleantes reconocidos e identificados, y con operativos estratégicos, una vez que el mal ya está hecho. Y matamos algunos delincuentes y mueren algunos de nuestros mejores policías, y mañana levantaremos el operativo y seguirán muriendo nuestros vecinos, nuestros niños, nuestros comerciantes, nuestras comunidades..
Y yo me pregunto: Si el Mahatma Gandhi fue capaz de derrotar al poderoso ejército inglés sin disparar una sola bala, no podremos nosotros ser capaces de desmontar la violencia en nuestro Municipio (¡con mucha menor población!..) aplicando el entendimiento, la tolerancia y la inclusión? Si Gandhi hubiera tan solo tocado un arma, ello habría dado la oportunidad de que los ingleses le aplicaran la violencia de su sofisticado armamento; pero Gandhi los enfrentó con armas que ellos ni esperaban, ni sabían manejar: la oración, el ayuno, la paciencia. La violencia, en el mundo, sólo produce más violencia; es hora de atrevernos a cambiar los paradigmas y hacer algo distinto para cambiar nuestra sociedad.
Sin duda que el accionar de la policía uruguaya, en los incidentes del Marconi, y en la represión hacia los bárbaros que cometieron salvajadas incluso contra servidores que benefician a sus familias y a ellos mismos, fue más que profesional. Años atrás, aquí mismo en Uruguay, o en países como Venezuela, esto hubiera terminado en una masacre! Pero tengamos en cuenta que en lugar de enfrentar la violencia con más violencia, es necesario desmontarla con acciones que sorprendan porque se salen del paradigma tradicional que ellos conocen y esperan, al igual que hizo Gandhi. Desarmarlos con acciones dirigidas a beneficiarlos a ellos y a su entorno familiar, madres, hermanos, hijos, familia... y vecinos!
El hecho de poner a la disposición de la comunidad una unidad de transporte gratuito para paliar las dificultades de los vecinos que necesitan trasladarse, desde y hacia su barrio, algunos ancianos, otros enfermos, otros trabajadores, otros funcionarios, fue una magnífica muestra de solidaridad y compromiso por parte del Ministerio del Interior, con los vecinos. Es un mensaje a los violentos que pretenden feudalizar la comunidad, demostrando a todos los integrantes, que el bien siempre estará por encima del mal.
También lo fue la rápida decisión de vecinos y autoridades para que prontamente siguieran funcionando las escuelas, y aún el módulo de servicios médicos. Y como también lo fue, en 2011, la inédita y muy oportuna campaña publicitaria implementada por la Unidad de Comunicación del Ministerio del Interior, y llamada "Por la no estigmatización de los barrios".
Lo que pase de aquí en más, en el Marconi, será preocupación y ocupación de los vecinos que allí habitan. Ellos tendrán que decidir en qué tipo de barrio quieren vivir...Y más allá de las múltiples opciones y atenciones que les ofrezca la autoridad, tendrán que hacerse cargo de afirmar sus principios y sus valores.
Nota: En un próximo artículo, voy a relatarles la increíble experiencia venezolana de cómo el asalto a mano armada a un vigilante de una hacienda, una madrugada, fue el comienzo de la historia que le cambiaría la cara a una población entera. Una población de 43.000 habitantes, prisionera del miedo producido por no más de 500 delincuentes.
Alberto Rodríguez Genta
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias