Una historia de mentirosos que creyeron en su propio cuento

Carlos Pérez Pereira

05.12.2024

No pretendemos "hacerles la autocrítica a otros", pero sí podemos analizar políticamente los motivos de las pérdidas de apoyo del gobierno saliente, por parte de miles de votantes que en 2019 le dieron la oportunidad de gobernarnos por cinco años. "Los cinco mejores años de tu vida".

Si bien la derrota recién comienza a ser asumida, los conatos de análisis de los perdedores, dan pie para entender hacia dónde orientarán sus preparativos para las elecciones departamentales y municipales de mayo/25. Y cómo se pertrechan desde ya para el 2029, habida cuenta de que esta gente siempre está en campaña electoral. De estar a las primeras declaraciones de conspicuos coaligados, surge de inmediato una causa determinante de la derrota: la dificultad que tuvo el gobierno para contrarrestar el "relato" de la izquierda, sostenido -según ellos- con mentiras y falsificación de datos, con los cuáles el zurdaje logró convencer al pueblo votante de que éste había sido un mal gobierno, y había que sacarlo. Vaya capacidad de esa izquierda. Habría que ver cuáles fueron esas mentiras y que falsificación de datos corrieron por cuenta de la oposición, pero ese no es el tema de este artículo.  

Esta afirmación nos deja perplejos. Contiene un primer elemento, proveniente de la esencia misma de las concepciones elitistas: el menosprecio por la capacidad de la gente para discernir entre un buen y un regular o mal gobierno. Porque ese "relato" de las bondades del gobierno multicolor fue sostenido y alimentado a diario, durante este lapso, por todos los gobernantes, más sus afines y laderos, en todos los medios de difusión de la capital y del interior del país y en el pantano de las redes. Día tras día, escuchamos de los voceros oficialistas y oficiosos, el batifondo laudatorio mediático, iniciado el mismo día que asumieron, 1 de marzo del 2020, para contrarrestar las falsías de los fapit, en contraposición a las cataratas de bondades del nuevo gobierno. En cuanto desataron sus manos entraron a cortar cinta tras cinta (a veces dos por la misma obra), hasta gastar las tijeras. Al punto que luego del 24/11 no hubo cortes.

No con los mismos términos, ni con la misma inteligencia y/o facilidad de comunicación, esto se hizo por el mismísimo primer mandatario, siguiendo por el medio y hacia abajo en toda la nutrida tropa de voceros oficialistas. Como una fotocopia, espetaban lo mismo, o parecido, contra los gobiernos anteriores. La consigna era "en cada opinión, sea la que sea, disparen al Frente", sin piedad. Todo lo arreglado, mejorado, innovado, nunca era continuidad de lo hecho anteriormente, sino una novedad en tiempo récord y con bajo costo. Era como una obsesión exorcizante, en tono refundacional; nos quisieron convencer de que, en todos los ámbitos, hicieron lo que el FA nunca pudo, o no quiso. Aunque la Ruta 30 ya estuviera en sus finales, se inauguraba como nuevita, de ahora, fresquita. La conclusión de un puchito era motivo de faustas celebraciones, con bombos y platillos. Fue sorprendente la facilidad y el caradurismo, con que, en algunos ministerios, se hacían gárgaras con licor ajeno.

Y el maltrato. Durante estos largos cinco años no hubo un día que no escucháramos los insultos, reproches y diatribas contra los gobiernos y gobernantes del FAPIT. Con algunas voces que rebasaban el nivel de aceptabilidad en una sociedad democrática. Hubo insultos, atribución de atrocidades, disfrazadas de ironías para quien las capte, ataques personales (a Fernando Pereira, por ejemplo, le dijeron de todo, menos que era lindo), ninguneos y desaires a granel y a mansalva. Cuanto más altisonantes las voces de odio, mejor. Cuando no la maledicencia y el enchastre en las redes de la inmundicia, donde los trolls y seres de pocos escrúpulos siembran sus miserias mentales disfrazadas de opinión política. Como si el mundo terminara ahí, y la impunidad y el aprovechamiento del poder de uso circunstancial, les permitiera prorrogar ad infinitum la liberación de sus fieras y sus brotes de irracionalidad. Aún no han terminado los procesos judiciales en los que se vieron envueltos personajes de la saliente administración, embebidos en las mieles del poder, seguros de que habían regresado para siempre y que tenían blindada la impunidad. Esperaremos por tales procesos y sus resultados. Hasta ahora, cautamente, el gobierno entrante de Yamandú y Carolina, no han previsto ni amenazado con ninguna Auditoría, por lo que sabemos.  No sé si la mención a esta posibilidad puede dejar a más de uno atragantado con canapés en alguna fiesta de despedida, entre copas de champagne pagadas con el dinero ajeno y vaporosas promesas de regresar lo antes posible.

Comenzada la anterior transición, luego de que Tabaré Vázquez ordenara a los responsables de todas las dependencias estatales confeccionar las carpetas para el traspaso, las mismas fueron recibidas, pero olímpicamente ignoradas. Ni las gracias dieron, mientras amenazaban a grito pelado, que el gobierno entrante anegaría a las dependencias de la Administración Pública con sendas Auditorías, para desentrañar "la nefasta realidad" de los gobiernos de la izquierda. Un desprecio total a los vencidos, una factura con trasfondo de despecho y rechazo a quien piensa diferente, o un esfuerzo póstumo (o primario) para justificar su propio sañudo relato: los gobiernos del FA fueron corruptos, ladrones, estafadores, aplicaron sin reservas el nepotismo, el amiguismo, etc. Se probarán todos los delitos, pequeños, medianos o grandes, de peculados, enriquecimientos ilícitos, connivencias con privados, abuso de funciones, regalías, acuerdos secretos, etc. Ya saltarán todos esos desaguisados en las auditorías, que comenzarán a trabajar inmediatamente a la asunción del gobierno impoluto, reivindicador y sano de los coaligados vencedores. ¿Dónde están? Aquello de que todos son inocentes mientras no se pruebe su culpa, si te he visto, no me acuerdo.

Nunca mejor aplicada aquella máxima famosa: cree el ladrón...etc. Y las auditorías no aparecieron y las que hubo no llegaron a nada. La montaña, ruidosa, escandalosa, parió un ratoncito minero.

Otra circunstancia que incidió en la derrota, manejada como decisiva incluso en las instancias anteriores a las elecciones de octubre/noviembre, fue la crisis (pandemia y sequía principalmente), que debió soportar el gobierno coaligado.

Hay un primer error en esa apreciación. La pandemia no la padeció el gobierno, la padeció todo el pueblo uruguayo y todo el planeta Tierra. El gobierno tuvo que administrar esas crisis y, digámoslo desde ya, no lo hizo mal, sobre todo en el tema de la epidemia de Coronavirus. Y tuvo el reconocimiento, hasta donde se merecía, de todo el espectro político nacional, menos de los negativistas adscriptos a las tesis conspirativas. Contó para ello con una oposición muy responsable de lo que hacía y del momento que vivíamos. Incluso las críticas por algunas decisiones que no se compartían se hicieron con respeto y sin alzar la voz.

Los dirigentes frenteamplistas, sin ningún tipo de suficiencia, porque no estaban gobernando, y porque había que apuntalar al gobierno ante el ataque de un mal tan terrible, siempre dijeron que la lucha contra ese enemigo implacable, se hacía en buenas condiciones, porque el país tenía fortalezas apropiadas para la resistencia. No era un país "desfondado", tenía fondos propios y el crédito de organismos internacionales abierto, y había una infraestructura de educación (plan Ceibal) y de Salud (Sistema Nacional Integrado de Salud) con capacidad para enfrentar los problemas. Eso lo dijo (en su honesto y delicado léxico) quien fuera el mejor ministro de Economía de los últimos cuarenta años: Danilo Astori. Nunca lo reconocieron, sino todo lo contrario. Declararon haber encontrado un país destrozado. Gran mentira, injusta y provocativa. En su relato, este era el peor legado del gobierno saliente y todo había que refundar o crear. Un despropósito total. Un menosprecio burdo que, por más que se expresara entre insultos y bardeadas de personajes nefastos metidos a políticos, nunca lograron prender en un pueblo que ya había probado otra alternativa diferente. La oposición frenteamplista, con una terminología respetuosa, sostuvo que la carga más dura de la crisis fue depositada a lomos de los trabajadores, mientras que los "malla oro" (que no dejaron de embolsar ganancias) apenas colaboraban en coletas de buena voluntad, que luego anunciaban, con ridículos autoelogios, en los medios de comunicación. Todas esas circunstancias fueron explicitadas y voceadas por los coaligados para que el pueblo admitiera su relato. Y el relato pegó, emitido por quien manejaba los hilos de la situación con gran solvencia. Entonces tuvimos a un presidente con una muy buena consideración en la población, sobretodo por su capacidad de contar historias.  

Pero no fue suficiente, porque detrás de esa persona había muchas otras cosas que no convencieron a gran parte de la gente. Y porque también hay un dicho que dice que la mentira tiene patas cortas. He ahí la cuestión. Se puede engañar a unos pocos durante un tiempo y a unos cuantos durante algo más de tiempo. Pero no se puede engañar a todo el mundo durante todo el tiempo.

Es que el pueblo uruguayo no es tan manipulable, como creen algunos. Por más que inviertan millones en los medios y en la creación de candidatos de opereta, de papel y tinta borrosa, para lograr sus objetivos. En lo que muchas veces la propia izquierda, precipitadamente, se enreda y cree. Porque son "relatos" fuertes y muy sugestivos.

Tan sugestivos que ellos se creyeron el propio cuento. Y quizás ese haya sido y sigue siendo, el más grave y duro de sus problemas, del que aún no supieron cómo diablos salir y al que seguramente no mencionarán en estos años, en los que disfrutarán del descanso activo en el llano.

Se preparan para las departamentales y municipales, y no hay, en el horizonte cercano, circunstancias que permitan pensar que las estrategias cambiarán. No lo creo. Difícilmente un "relato" que proviene de su propia esencia, de los mismos segmentos y estamentos a los que representan, vayan a reformar el discurso elitista y clasista que asiste (asistió durante casi dos siglos) a la representación de los poderosos, que hicieron este país (llenos de vacas y vacíos de gente) un espacio para ellos, no para todos uruguayos. En el discurso de los gobiernos entrantes en 2020 y del 2025, se puede encontrar las diferencias.  

No basta con decir que se es solidario y buscar la pública felicidad. Hay que hacerlo. Y ahí es donde los hechos (tercos) entran en contradicción con los relatos autocomplacientes. Ellos creyeron en su propia mentira, pero la mayoría del pueblo no les siguió la corriente.  

 

Carlos Pérez Pereira

 

 

 

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2024-12-05T10:23:00

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