Javier Milei y la batalla cultural de los paleo libertarios

Carlos Pérez Pereira

13.12.2024

El libertario presidente de Argentina, llama a sus seguidores a una cruzada santa contra el socialismo, la izquierda, el comunismo, el zurdaje, términos que maneja con discrecionalidad (y mucho odio), para lo que denomina "la batalla cultural". Esa batalla ya comenzó hace tiempo, y la corriente solo le favorece en una parte del recorrido.

Muchos teorizadores de la derecha, ya puestos en modo reyerta, aducen que fue Agustín Laje, politólogo argentino, con su texto de 2022 titulado La batalla cultural, quien acuñó el término, o por lo menos le dio vida. Por tal motivo lo erigen en el máximo gurú de la lucha contra las concepciones de izquierda en el campo de la cultura, del arte y de las ideas. Laje, autodefinido como "paleo libertario" (una interesante confesión de parte), enarbola la bandera de lucha bajo la consigna "menos Estado y más libertad". Es el barco insignia de la nueva derecha, principalmente, y de todos los que siguen o emulan a Javier Milei, su principal y prestigioso secuaz. Lo de "nueva derecha" es una manera de decir, porque a poco de entender su lenguaje, nos encontramos con un digno ejemplo de lo que significa aquella frase de "vino viejo en odre nuevo".

En realidad, el concepto de "batalla cultural", arranca de mucho antes, de la pluma del revolucionario marxista italiano Antonio Gramsci, autor de lo que se publicó como "Cuadernos de la cárcel" donde, sin abandonar el marxismo ortodoxo, creó el concepto de "hegemonía cultural", e introdujo la idea del papel relevante que deben cumplir los intelectuales en los cambios sociales. Los exegetas del italiano sostienen que Gramsci desarrolló conceptos generados por Marx, y de alguna manera proyectados por Lenin (sobre todo en alguno de sus libros conceptuales como "Materialismo y empiriocriticismo"), en la lucha ideológica. Resumidamente: la burguesía domina en lo económico y en lo político, pero su más fuerte dominio es en el plano superestructural, o cultural, de las ideas, de las cosmovisiones, de las formas de vida. La clase obrera y los trabajadores no pueden evadirse de su propio estado de sumisión para transformarse de clase en sí, en clase para sí. Ahí, dice Gramsci, entran a jugar un papel gravitante los intelectuales, quienes deben dar la batalla de la contracultura para contrarrestar a la cultura (o ideología) burguesa hegemónica. Es en ese terreno que los poderosos imponen sus ideas y dominan a las clases subordinadas, con sus medios de comunicación y con la educación que imponen en los colegios públicos o privados, en el arte y en todas las expresiones culturales. No hay resquicio en el escenario social, donde la manera de ver la vida de las clases dominantes (el individualismo, la insolidaridad, la competencia entre seres humanos, el egoísmo, el desprecio por los perdedores o por los desposeídos, la soberbia por sentirse superiores, el clasismo, el elitismo, etc.) predomina y direcciona la vida de los seres que viven en sociedad, sometiéndolos a sus propósitos.

Para Gramsci hay que dar, tanto como la lucha económica (a través de los sindicatos y gremios), la lucha política (ganar el gobierno y atrapar las redes de dirección de una comunidad), como la lucha ideológica, o "batalla cultural", contra las concepciones y visiones del mundo de la burguesía dominante que hegemoniza toda la cultura, inficionando con sus ideas a los trabajadores y demás clases sociales sometidas a su poder. Es el poder de la superestructura, incidiendo en la infraestructura, según términos marxistas.

Los poderosos de ahora, con portavoces como Laje, soldados como Milei y conocidos teóricos que han ganado audiencia en foros y organismos internacionales, de abierta y confesa ideología de derecha, siembran la confusión en la izquierda, cantando falsas loas a Antonio Gramsci, el revolucionario marxista que fue detenido cuando padecía de una grave enfermedad. No hubo consideración del fascismo y el enorme intelectual marxista murió en cautiverio, luego de diez largos y torturados años. Allí, como pudo, Antonio Gramsci escribió sus Cuadernos de la cárcel, donde expuso esas ideas que hoy recordamos y que la derecha manipula a su antojo utilitario y oportunista.  

Milei va más allá, y todo lo que contradiga sus ideas de que el estado es un delincuente, de que el mercado libre todo lo soluciona y de que la libertad individual es el motor que mueve al mundo a la creatividad y el crecimiento, para traer la felicidad, es "cultura comunista", o "zurda". Mecánicamente, transmite que todo lo que es comunismo, o zurdo, es terrorista, es diabólico y erosiona el mundo de las ideas judaico-cristianas de la familia, de la dignidad, de la moralidad, etc.

En conjunción con el socialismo/comunismo/marxismo/terrorismo, ideas revolucionarias sobre la mujer, los niños, el sexo, el patriarcado, etc., son formas de pensar conexas, infiltradas en la cultura, para la destrucción de los principios civilizatorios judeo-cristianos del mundo occidental. O sea: exactamente el reflejo especular de las ideas socialistas, y una aceptación explícita de las concepciones marxistas. 

Del liberalismo paleolítico (por algo Lage se autodefine como "paleo libertario", un neologismo a medida) al pensamiento mesiánico, reforzado con citas del Viejo Testamento y filósofos neonazis y fascistas, hay un paso, que Milei no ha vacilado en dar.

Su radicalismo anti estatista y anti casta no es más que fuego de artificio, que solo satisface a despechados por el vapuleo de quienes utilizaron al Estado para satisfacer sus objetivos clasistas. El Estado servirá a sus cometidos, por más que trate de convencer de lo contrario. Su mágico camino al "anarco-capitalismo" es una utopía rayana en el desquicio, por lo extemporánea e irrealizable. Siempre operaron así estos especímenes de libertarios. Sus propósitos descabellados no son nuevos, y son tan seductores como peligrosos, por las derivas violentistas que suelen imprimir a las huestes que los siguen, alentadas por consignas mágicas, llenas de misticismos tan antiguos como los libros en los que nutre su fiebre falsamente renovadora. En cuanto el estigmatizado Estado los beneficie, lo usarán como corresponde, en favor de sus intereses. Su "anarco-capitalismo", suponiendo que avance, nunca podrá llegar a la anarquía y se quedará con el capitalismo, con su "Estado gendarme y juez". Es decir: el mercado libre de reglas que impidan las ganancias y el bloqueo de abusos acumulativo de riquezas; un gendarme cebado que reprima a quienes delinquen contra la santísima propiedad privada. O contra quienes intenten cambiar el rumbo civilizatorio que ha sumergido a la Humanidad en el abismo de la desigualdad, la pobreza, la miseria en masa y el permanente desequilibrio de la competencia por mercados, por el que pende la espada de Damocles de las guerras parciales o totales. Esa es la fuente en la que abreva su personalismo mesiánico y paleo-libertario, sostenido al grito desmelenado de "viva la libertad, carajo".

La "madre de las batallas" lleva, en su esencia, la propia clave de su derrota, habida cuenta que profundiza la injusticia, deshumaniza al ser humano y ahonda la brecha y el desequilibrio entre los pocos que acumulan mucho y los muchos que padecen su poder. Porque la "batalla cultural" no es la de un boxeador con su sombra, ni la de un león agitando su melena en auditorios cautivos de una selva imaginaria, sino una batalla en la vida real.

 

Carlos Pérez Pereira

Columnistas
2024-12-13T09:19:00

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