Dime como actúas y te diré para quien gobiernas
Carlos Pérez Pereira
19.12.2024
El relato que se reprodujo en las redes, de un militante frenteamplista (Héctor Musto), sobre la presencia del electo presidente Yamandú Orsi en la fiesta de la escuela de sus hijos, en la localidad costera de Salinas, desató comentarios y conjeturas de cómo será la conducta pública del nuevo presidente de Uruguay. Esto se hace, comparando con la del presidente saliente.
Son válidas las apreciaciones de Musto acerca de la enjundia de la democracia uruguaya, que asombra al mundo con estas cosas, en tanto que en otros países los gobernantes viajan blindados, sometidos al distanciamiento de sus seguidores y de su pueblo. Pero no es de esto que queremos hablar.
Vistas las primeras cartas, Orsi parece disponer de un estilo de gobernar con visible diferencia de su antecesor en el cargo, el doctor Luis Lacalle Pou, a quien aún tendremos por dos meses más.
A la inversa de lo que nos hemos acostumbrado con Luis Lacalle Pou, Yamandú Orsi parece querer imprimir la mesura mediática, como impronta de su gestión. Entre la forma de manejarse de Lacalle Pou (alguien definió con cierta ironía, que parecería que estábamos gobernados por una agencia de publicidad) y los primeros pininos de Yamandú Orsi, hay un mar de distancia. Por ahora éste se mueve sin esperar a que haya cámaras y reflectores en las cercanías, cosa que no sucede al paso arrollador de nuestro actual presidente, al que los reporteros no pierden pisadas. Se generó un hábito, o un reflejo condicionado, en medios noticieros, de que Luis Lacalle Pou, cuando aparece, trae novedades. Y si no hay novedades, igual hay que aprovechar el momento, porque el hombre se explaya con una habilidad poco frecuente. Es un buen comunicador; es como un imán, una atracción ineludible, que arranca con el ritual de las selfis que el propio mandatario acciona con personas que se le acercan, celular en mano. Todo un espectáculo reiterado hasta la saciedad ante las cámaras de los noticieros centrales, durante todos los años de gestión. Y seguramente de lo que falta de ella, porque tal hábito es difícil de abandonar. Luis Lacalle Pou no escatima amabilidad y buenos modales con los periodistas y asistentes a sus comparecencias públicas.
Nadie asegura que Yamandú mantendrá su conducta en sus cinco años de gobierno. Esperemos que sí. No por pretender la superación (no figurará entre los hechos a consignar como positivos) de la gestión precedente, sino porque, sinceramente, ya estábamos repletos (por no decir "hartos") de tanta aparición mediática del señor Lacalle Pou, como para aguantar cinco años de más de lo mismo, aunque el protagonista sea otro. Ello dicho con todo respeto a la investidura presidencial y con la comprensión de que, a veces, las luces y las cámaras son una atracción irresistible para cualquier cristiano que padezca de incontinencia en sus pretensiones de estar siempre en escena.
En Salinas podría haber ocurrido otra cosa. Los medios podrían haber averiguado que Orsi concurriría a la fiesta de sus hijos en la escuela del pueblo, para que su presencia estuviera envuelta en nubes de fotógrafos y periodistas. No solo porque la noticia por sí sola, vende, sino porque ocurría horas antes de la conferencia donde confirmaría su gabinete, asunto muy importante para todos los uruguayos. Hubiera bastado una llamada telefónica del Pacha, para que la noticia se propagara como reguero de pólvora. Pero no ocurrió.
Y vale la pena detenerse en un breve análisis de lo que puede significar esta diferencia de procederes mediáticos, entre el presidente saliente y el que el día primero de marzo agarrará el hierro candente.
Yamandú no fue formado para eso, y no puede y no está en su manera de ser (cualquiera lo advierte), la preocupación diaria por aparecer ante los medios a explicar los actos de su gobierno. O se su vida, si ese día no hizo nada importante. Aunque -confesemos- no estaría mal un poquitín de exposición mediática (no al nivel de la saturación, por favor). Porque el nuevo gobierno tendrá mucha cosa para explicar, sobre todo cuando vengan las verdes, o sea: cuando los recursos no alcancen para cumplir con los proyectos, y el pueblo votante comience a sentir sabor a poco en la mesa del banquete. El pueblo tendrá que saber que hay cosas que no se pueden hacer, y para eso tiene que estar involucrado. Y debe estar informado.
Es que tampoco queremos ser tan duros con el presidente saliente: la epidemia sanitaria obligó a la presencia casi diaria de los gobernantes, para explicarnos (con el apoyo de los científicos) sobre esa situación inédita para los uruguayos y para el mundo. Era necesario mantenernos informados: moría gente, se enfermaba gente, y todos los días se presentaba un panorama incierto, con las medidas profilácticas y las vacunas. Lacalle Pou y los gobernantes (con el asesoramiento del GACH) mantuvieron a la población informada y se hicieron cargo de una situación inédita. Eso hay que decirlo y siempre lo hemos reconocido. Claro que hubo motivos para la crítica de parte de la oposición (más que nada en el tema de la negociación por las vacunas y el tiempo de llegada), pero nunca esa crítica llegó al extremo de impedir que el gobierno cumpliera su cometido. Eso también hay que decirlo, pese a que muchos oficialistas dijeron lo contrario, a cuenta de una campaña electoral, que en definitiva no tuvo el efecto esperado por ellos.
La presencia presidencial diaria, permanente, sistemática, abusiva, en aplicación del conocido método de la "saturación", se prolongó, más allá de la pandemia, durante toda la gestión (¿Habrán leído a Jürgen Habermas en su "Teoría de la Acción Comunicativa?) Ya sus derivas y consecuencias habían cesado, pero el batifondo, con otros temas, continuaron a ritmo de conferencias de prensa semanales, inauguraciones, presencias en acontecimientos públicos, pequeños, medianos o grandes. La Agencia de Publicidad le tomó el gustito a la presencia de los camarógrafos y se mantuvo en acción permanente. Hasta logró que la imagen de la primera figura del gobierno estuviera mediáticamente protegida de los desaguisados que corrían por andariveles más bajos, sin contaminarla. El presidente estaba en el piso 11 de la Torre Ejecutiva, protegido, metido en un mundo en el que no le llegaban ni los rumores, mientras en los otros pisos, sobre todo en el 4to, ocurrían cosas. A veces, por cortesía, pasaba a saludar. Pese a esos cimbronazos, provocados por temblores de terremoto, la conducta se mantuvo sin alteraciones y, obviamente, la imagen también.
A través de la conducta de los gobernantes, se puede descifrar, en buena medida, cuáles son los espacios sociales en los que la democracia uruguaya juega sus resortes de representatividad. Y no solamente por los hobbies, más o menos extravagantes que se practican hoy en día, sino por las exteriorizaciones de alegría de quienes reciben sus visitas y, de algún modo, de los espacios ciudadanos (a veces geográficos), en los que los personajes se mueven como pez en el agua. Como pez en su propia agua, precisemos, parafraseando el dicho popular, para entender el simbolismo de una tabla de surf arrojada en las aguas esteñas, o de un aparato de pesca tirado en las playas de la Costa de Oro.
También hay que extraer como corolario que, en ese juego de exposición de quién se muestra como a quien representa, cuál de las muestras es más expresiva de las necesidades colectivas, más universales, y quién se puede auto definir como representativo de quienes llevan la delantera en el pelotón vistiendo la malla oro "a los que hay que cuidar". Estos siempre serán, quizás no tanto en los números que reflejan los apoyos electorales, sino en los intereses que realmente defienden, una visible minoría, pero una poderosa fuerza en cuanto a poderes y privilegios que detentan.
O sea que, el comportamiento, los dichos, la conducta y hasta la manera de expresarse de los gobernantes, refleja la diferencia entre lo que es un gobierno que intentará gobernar para las mayorías y otro que, aunque trate de disimularlo, ha dejado la huella visible de haber gobernado para una minoría de poderosos.
Pruebas al canto: Los principales caballitos de batalla del gobierno saliente, fueron el déficit fiscal y la seguridad. Resultados: pese a haber tenido un huracán de cola que menguó largamente los efectos de la pandemia y de la sequía, y pese a que depositó la carga de la crisis en el lomo de los trabajadores (éstos perdieron durante tres años miles de millones de dólares de su poder adquisitivo) ni el déficit fiscal ni la seguridad se solucionaron. Pasando raya final, los poderosos, protegidos, vendieron bien y ganaron bastante. Y el famoso déficit fiscal hoy es más alto que el recibido en 2019. Y hay más pobreza general y más intensidad de pobreza infantil. En cuanto a la seguridad, las pruebas están a la vista: los índices de homicidios que denuncian el crecimiento de la penetración del narcotráfico en el país, hasta ubicar al Uruguay en el mismo status que el resto de Latino América. Convengamos que ambos temas le sirvieron a los multicolores para sacar al FA del gobierno, pero, paradójicamente, fueron elementos gravitantes en su salida. Y todo por esmerarse en culpar a la izquierda de dos problemas que deben ser asumidos como un problema de todos, no atribuible a sectores o a un gobierno.
Obviamente que el gobierno multicolor no entró a gobernar para que el narcotráfico creciera en el país, mucho más de lo que ya estaba, que era bastante. Entró -y así lo expresó- para "terminar con el recreo". Pero no terminó con ningún recreo y hoy estamos peor que nunca. Y eso no se puede ocultar a la gente, con conferencias de prensa simpáticas y declaraciones ante auditorios proclives.
Debería dar que pensar que, teniendo el presidente saliente tan alto grado de popularidad y de atención mediática, la gente optó por no darle otra oportunidad a su gobierno, y votó por otra alternativa que está en los antípodas, lejos de las luces escénicas. Es que los uruguayos saben distinguir entre la capacidad de expresión mediática y la representación de intereses reales de quienes nos gobiernan.
Carlos Pérez Pereira
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias