El apretujamiento en el centro
Carlos Santiago
29.10.2014
A pocas horas de conocerse la definición electoral los uruguayos y luego de los adelantos dados por las empresas encuestadoras producto de los ''boca de urna'', debemos enorgullecernos de la dura pero civilizada pelea en esta campaña electoral.
Lo vamos a analizar con mucho cuidado
[La venta de marihuana en las farmacias].
Y si en algún momento vemos que no funciona,
no dudaremos un instante en hacer
las correcciones que sean necesarias
Tabaré Vázquez.
Nuestra opinión preliminar quizás sobre y pierda importancia, por la hora en qué escribimos estas líneas, especialmente porque no podemos todavía expedirnos ni analizar, con visión de futuro, los resultados. Pero más allá de esa carencia debemos decir que la sociedad uruguaya ha madurado a niveles incomparables, demostrando qué la cultura cívica más allá de algunas acusaciones ¿fundadas o infundadas?, que han intentado oscurecer aspectos de un proceso que culminó en otra elección ejemplar, donde primó la tranquilidad, y el único hecho negativo a señalar en nuestra opinión - fue el tradicional y engorroso método de elección, en primera instancia seguro, pero arcaico en su mecánica y sistema de desarrollo. En un país, como el Uruguay, altamente computarizado, con tecnologías de trasmisión rápidas y modernas, todavía las urnas de votación deben ser llevadas a mano al local de la Corte Electoral, en donde se realiza en escrutinio final confirmando allí la decisión de los uruguayos expresada a través de cientos de listas en una elección altamente reñida..
Quizás en Brasil, el país vecino, en donde la segunda vuelta coincide en fecha con esta elección presidencial y parlamentaria uruguaya, el resultado de la votación se conozca antes que aquí, donde votarán alrededor de 2 millones 500 mil personas. Decimos esto porque en el país del norte deberán sufragar más de 160 millones de ciudadanos. Esa vetustez uruguaya, sin duda, no solo se debe a la falta endémica de inversiones estatales en la Corte Electoral, lo que se suma a los anquilosados sistemas electorales en qué se mantienen las viejas ''balotas'' (hoy credenciales), que los veteranos guardamos como reliquias que poco tienen que ver con la identidad, sino más bien con el orgullo personal de tener allí el sello que indica que hemos cumplido durante largo tiempo con la obligación ciudadana de participar en infinidad de comicios y plebiscitos.
Todo ello sumado al cómputo del acto electoral ''a mano'', en extensas planillas que los presidentes de mesa tratan de realizar con prolijidad, aunque esta tenga los impedimentos de formaciones culturales, de prácticas casi oficinescas y una cultura general que en el país tiene baches de distinta índole.
De allí surge también la inexplicable dualidad ''preshistórica'' de la credencial cívica, que debiera como ocurre en la República Argentina, por ejemplo ser un documento único, el que tendría validez electoral a los 18 años, como establece la Ley, y antes y después serviría como elemento probatorio de la identidad (actual cédula). Documento que se debería entregar automáticamente en una fecha homogénea de los nuevos habitantes del país, por nacimiento o radicación, facilitando a todos los trámites en que se necesite probar la identidad. La credencial cívica es claramente una rémora, producto de viejos criterios de la Corte Electoral que, en la elección (interna) anterior no supo implementar una elemental trasmisión de datos electorales a través de computadoras proporcionadas por el Plan Ceibal. Una demostración de ineficacia, anacronismo técnico y falta de recursos materiales y humanos.
Sin embargo, más allá del lamentable y perimido proceso electoral los uruguayos estamos plenamente orgullosos del tono civilizado de un debate político electoral y aunque no lo decimos abiertamente el perfil bajo es proverbial en América Latina sentimos que estamos por encima de fenómenos como el peronismo o el chavismo. La política uruguaya, dominada por tres grandes partidos con una formación claramente de izquierdas, el Frente Amplio (FA), y otras dos que van del centro a la derecha: el Partido Nacional (o Blanco) y el Partido Colorado. Pero esta lectura aparentemente sencilla esconde muchos matices ya que la interna de cada formación es compleja y, ni siquiera el actual partido de gobierno (FA), está en condiciones de mostrar una homogeneidad ideológica, ya que en ese conglomerado subsisten desde los sectores marxistas y vinculados a los conceptos de la izquierda gramsiana, hasta sectores liberales favorables a las políticas del mercado.
El Frente Amplio (FA) es la coalición de partidos que gobierna Uruguay desde hace 10 años. Fue creado en 1971 con la participación de socialistas, comunistas y demócrata cristianos. Estuvo prohibido durante la dictadura militar (1973-1984) y sus dirigentes fueron perseguidos. En el 2004 alcanzó su primera victoria electoral y emprendió una serie de importantes reformas sociales. El Frente Amplio tiene en su seno no menos de nueve formaciones de distinto signo que se unen para las campañas electorales, pero mantienen pugnas internas muy fuertes sobre las orientaciones ideológicas y el reparto de las cuotas de poder. El primer presidente de izquierdas de la historia de Uruguay, Tabaré Vázquez (2005-2010), militó en el Partido Socialista, pero lo abandonó cuando decidió vetar la ley del aborto votada por el FA en el parlamento en el 2008. Actualmente es una especie (aunque los socialistas lo tratan de atraer de nuevo, de electrón libre dentro de la coalición, lo cual no le impidió ser designado nuevamente candidato por abrumadora mayoría.
Es que el FA vivió durante estos diez años el envejecimiento de una dirigencia que no se renovó (hay que tener en cuenta que el actual presidente José Mujica se vanagloria de estar llegando a los 80 años), lo que tampoco le impide ser cabeza de lista, para el Senado de la República, por el Movimiento de Participación Popular (MPP), grupo que fue fundado e impulsado por los militantes afines del MLN, la organización guerrillera que se enfrentó con armas en las manos al gobierno de Jorge Pacheco Areco, un colorado duro pero que tuvo el mérito de haber sido elegido en elecciones libres.
Pero continuando una muy buena tradición uruguaya, entre los métodos electorales arcaicos pero seguros, generaciones políticas y de políticos, en que se mantienen todavía tradiciones que adhieren firmemente ideologías y divisas que en el pasado tuvieron encontronazos sangrientos pero hoy se han convertido en un haz de unidad competitiva para intentar desalojar al FA del gobierno, una coalición gobernante integrada por ex guerrilleros Tupamaros, marxistas, trotskistas, anarquistas, radicales, cristianos, liberales y según algunos integrantes del propio conglomerado-, también neo liberales.
Un extraño pero verdadero crisol de ideologías, sorprendente pero que muestra la importancia que tienen los liderazgos. Hasta el momento en que escribimos estas líneas, horas antes a que se comience a votar, el único incidente notorio y desafortunado ha sido un enfrentamiento, muy menor, a puñetazos entre algunos militantes que se enfrentaron por colocación de propaganda electoral. Lo que está ocurriendo en Uruguay es una dura pero civilizada pelea que debe enorgullecernos a todos los participes de esta realidad y especialmente a los integrantes de todos los partidos. No sabemos de qué forma medir esta realidad por más que los politólogos, pontífices a la medida de la realidad de las últimas horas, sigan elucubrando en un lenguaje que el ciudadano medio por intrincado y carente de sustancia desprecia.
Sin embargo las encuestas, mayormente coincidentes, siguen mostrando una paridad que podría determinar que cuando el lector de Bitácora acceda a estas líneas, la realidad muestre un cambio sustancial en la composición del poder en Uruguay, por la posibilidad de qué el FA perdiese la mayoría absoluta parlamentaria, lo que determinaría un cambio sustancial en las costumbres de funcionamiento del poder en nuestro país. Pero esta suposición tiene que ser confirmada por el resultado de las urnas, cómputos que obviamente serán conocidos como resultado de las encuestas de ''boca de urna'', método estadístico que es el habitualmente utilizado en Uruguay para conocer el resultado comicial ya que los cómputos que realiza con morosidad la Corte Electoral determinan inaceptables horas para afianzar los datos y dar a conocer los resultados electorales.
Una elección con perfiles distintos, modificaciones sorprendentes que muestran un avance ideológico de la sociedad uruguaya que se apretuja ideológicamente en el espacio de centro, sin que se descarten también, en todo conglomerado de partidos políticos, posiciones que van desde cierta izquierda meliflua hasta expresiones duras de derecha..
El Partido Nacional, fue fundando en 1836, casi desde el nacimiento de la República. Sus raíces están en el campo, pero actualmente su electorado progresa en Montevideo, donde sectores de la clase media buscan alternativas al Frente Amplio. Algunos de ellos pueden llegar a asumir propuestas de izquierda y al mismo tiempo de la derecha más conservadora, por eso es una formación resbaladiza y difícil de combatir por sus adversarios. Han tenido cuatro presidentes constitucionales y varios líderes carismáticos como Wilson Ferreira, quien se opuso a la dictadura militar. Su candidato es Luis Lacalle Pou, hijo y bisnieto de presidentes, a quien le gusta definirse como un pragmático.
Sin duda, el partido más singular y difícil de catalogar del espectro político uruguayo es el Partido Colorado, fundado en 1836. Fue el partido dominante de Uruguay hasta que la arrolladora victoria del Frente Amplio en el 2004 lo dejó en su mínimo histórico: un 10%. Ha tenido más de 30 presidentes constitucionales. Su gran figura histórica es José Battle y Ordóñez (1856-1929), el fundador del Estado uruguayo moderno laico, y social. Este ideario cercano al socialismo convive con sectores de la derecha más dura y católica de Uruguay. El actual candidato, Pedro Bordaberry, es hijo del dictador Juan María Bordaberry (1973-1976). Hoy en día se trata de un partido conservador, aunque destacados políticos de la formación se han declarado favorables a la despenalización del aborto o el matrimonio homosexual, mostrando que cualquier definición tajante o definitiva del Partido Colorado puede ser un error.
Todo un panorama intrincado del qué es difícil determinar el resultado de la elección. Pero una situación que se verifica en una realidad progresista, de relativo mejoramiento económico y de conquistas sociales que han modernizado una sociedad, por lo demás, de costumbres claramente conservadoras. Las piedras de toque de esa realidad, en que se sientan las mayores discrepancias del electorado, son la enseñanza, que por diversas razones teñidas muchas veces de un corporativismo sindical altamente negativo y una distorsión en el gobierno de los distintos niveles, en qué una pretendida autonomía fue retaceando la posible acción directriz del Ministerio de Cultura que, a esta altura, tiene una actuación anodina, casi inexistente en rubro, factor que está en la base según más de un autorizado perito de una distorsión agobiante que ha hecho retroceder el nivel del aprendizaje en el Uruguay.
El otro punto conflictivo es el crecimiento de la inseguridad que, en el Uruguay, que no ha llegado al nivel de confrontación inicua y sangrienta de alguno de sus vecinos, especialmente la Argentina. Sin embargo el crecimiento del delito es un tema que preocupa a los uruguayos y que podría haber incidido en la decisión de buena parte de los sufragantes.
Carlos Santiago
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias