Cuentos para el fin de semana
Cuentos para el fin de semana
20.02.2015
Todos los lectores podrán hacer llegar sus cuentos hasta los días jueves a: cuentos.uypress@gmail.com
Los cuentos de este viernes son:
El viaje, de Félix Duarte
Navidad del 62, de Carlos Alem
La promesa de Reinaldo, de Alberico Lecchini
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El viaje
De Félix Duarte
En la antigua estancia del profundo norte rural cercano a Brasil, su padre guardaba en un galpón la más valiosa posesión. Un "Chevrolet" que si traemos a la memoria aquella serial "Los intocables" y los coches de Eliot Ness en el Chicago de los años 30, con su "ley seca" y al malo Al Capone, este coche de su padre era uno venido de generaciones muy anteriores. El punto es que unas dos veces al año aquella antigüedad se retiraba de los tacos, que mantenían ruedas levantadas del piso. Se "planeaba" un viaje, lo cual era infaltable tema para los dos meses anteriores, al previsto próximo acontecimiento.
El tal "viaje" se trataba de cruzar a Brasil y volver por Artigas y eran dos o tres días. Lo que quedo incrustado en su memoria (y es asunto de este texto) es el cruce del Rio Cuareim. Tenía memorizada la palabra "Cuarai" y ahora, pasado mucho más de medio siglo, mapa mediante, recrea el itinerario. De Bella Unión cruzaban a Quarai en Brasil y seguían a Artigas y por ahí volviendo a Uruguay. Hoy entre Cuarai y Bella Unión hay un puente de 700 metros. En aquel tiempo no y se lee en Wikipedia que..."En épocas pasadas el traslado a la otra orilla se hacía en una balsa con capacidad para un carruaje con caballos."
Y ahí está el punto: Lo que él nunca pudo olvidar fue el cruce del Cuareim. Al llegar estaban varias personas con sus caballos. Su padre se dirigió a uno de ellos. Conversaron. El hombre hizo señas a otro. Ambos se dirigieron a la parte trasera del "Chevrolet", asegurando sendos lazos al paragolpe. Su padre puso el auto en marcha. Los hombres en sus caballos tensaban el lazo que controlaba la bajada lenta, por un terreno inclinado muy barroso, hasta que se detuvo en la balsa. Una persona allí desato ambos nudos de los lazos que fueron recogidos por los dos hombres. Y la balsa dió inicio al cruce.
Al llegar a la orilla brasileña, ya esperaban otros dos a caballos que arrojaron los lazos a la balsa. La misma persona los anudo al paragolpe delantero. El terreno era también barroso. A una seña desde la balsa, los lazos se tensaron. Retrocedieron los caballos. Ayudaban al coche a subir la cuesta fangosa. Andando el tiempo, en algún momento él llegó a saber que en aquel "viaje" pude conocer a los "cuarteadores". Profesión de esas que fueron necesarias en alguna etapa de la historia. Después los puentes se ocuparían de unir las orillas y disimular fronteras de pueblos y países con idiomas diferentes.
Al menos los cuarteadores quedaron en amarillentas páginas, cerca de las diligencias a las que tantas veces ayudaron... o recordados en el tango "Los cuarteadores de Barracas" de Discepolo. La cosa es que la vida, cuando se vuelve porfiada y se entretiene en continuar la ineludible brevedad de la existencia de algún mono desnudo, tal como nos citaba el notable Desmond Morris, las historias o más bien los recuerdos como estos, contados a muchachos jóvenes de hoy, tal vez se logre una pose de actuado interés... pero sin descuidar un instante el vital e infaltable celular de pantalla táctil...
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Navidad del 62
De Carlos Alem
Montevideo 23 de diciembre de 1962.
Lindo día había amanecido,cielo azul sin nubes y muy radiante, en aquella época no tenía reloj Made in Japan, pero tampoco hacia falta, tenía 12 años y el día se media por el cansancio no por las horas. Yo creo que si lo hiciéramos por las horas tendría fácilmente 30, no menos.
Por el espacio entre abierto de la ventana, entraba un hilo de luz, arriba y a los costados, el crujido de las chapas de zinc, decía que el sol entraba a calentar.Así era nuestro rancho, chapa de zinc por fuera, madera machimbrada por dentro.
Así comenzaba un nuevo día para mi y mi hermano.En la cocina la abuela Martiniana, sentada en un taburete no muy bajo y de cuatro pata, estrenaba su segunda calderita 'e lata, media cebadura, ya saben para ahorrar yerba.
El Primus con llama baja esperaba la cazuela para hervir la leche para nuestro desayuno "a pelo", leche con cocoa, comprada de a 100 gramos envueltos en papel de estrasa con un rulo en cada punta.
Luego a salir a la calle que, en aquellos años era de tierra, el hormigón tardó muchos años en llegar a Versalles, y eso que estábamos abajo de las chimeneas de la fábrica de Cementos Portland.
Las mujeres conversando, hacían penitencia remontando la calle Ganaderos (hoy Islas Canarias) camino de la feria vecinal de la calle Mazangano.Allí cargarían sus bolsas "chismosas", con manjares para festejar la próxima Navidad. Había que medir muy bien la compra y escudriñar más, .-"porque los Tanos sinvergüenzas, aprovechan estos días para cargar los precios".
Las pobres Marías de mi barrio nada sabían de la oferta y la demanda, pensando siempre en encontrar una "Subsistencias" en cada puesto, sin hacer colas.Mientras ellas compraban, nosotros los niños adolecentes, porque en aquellos años éramos eso, con 13 o 14 años, martirizábamos a una pobre pelota de trapo. Claro la pobre pagaba el pato de la cocoa,que nos cargaba las
pilas, anda que si desayunáramos como lo hacen ahora nuestros hijos o nietos, se iba a enterar la pobre pelota.
A las once más o menos empezaban a salir los gurises chicos con sus Judas, a pedir un "Un vintén p'al Juda", que poco sentido del Marketing tenían los gurises de entonces.
Pedían cuando las Marías del barrio, venían de la feria con menos dinero que Tarzan con taparrabos.
Ya llegando el mediodía se empezaba a percibir el aroma de los pucheros, guisos y tucos, que madres e hijos comerían sin la presencia del padre, este comía o bien el el taller o en la obra.
Era esa hora, en torno a las 12 y media en que reaparecía el Negro Sésamo, antes a las 6 o 7 lo había hecho por primera vez con el mate, ahora tocaba vino.
Mientras se tomaba la vida, armaba cigarrillos con tabaco Puerto Rico, con hojillas Job.
El Negro era una especie de locomotora un vino un soplido de humo, su mirada siempre perdida una postura que hacía que uno pensara que el Negro Pedro estaba siempre meditando
.Yo siempre dije que su mirada distante era para no ver como bajaba el nivel de la botella, lo cuál le obligaba a trasladarse al boliche de Schafino, a buscar aquello que solo El, era capaz de vender por vino.
.-Que tal Pedro como van los preparativos para la noche del 24.
.-Y como van a ir, como todos los días, cenando a la luz del farol, (hacia una ponchada de años que UTE le había cortado la luz), comiendo la segunda vuelta del guiso del mediodía.
.-P'a nosotros pobres negros, venidos de Cerro Largo, porque el patrón ya nos confundía con el ganado, ni vacas ni terneros cobraban sueldo, así que con nosotros hacia lo mismo. Si los bichos no tenían Navidad, p'a que íbamos a festejar nosotros.
.-Te voy a comprar el vino si después me cuentas tu historia.
.-Don Schafino vengo de parte del Negro Pedro p'a que me dé un litro de vino del que toma Él.
.-Tan en pedo está que te manda a vos.
.-No Don Schafino, le he cambiado el viaje porque me cuente su historia.
.-Vos estás abombao o que guri, de que te puede hablar el Negro, de pedos y hacer gurises, me parece que vos no estás muy cuerdo.
La próxima hora la pase sentado en el suelo, mientras que Pedro me contaba historias que nunca me había imaginado.lo que sigue es un extracto de lo que aquella tarde me contó.
El Negro Pedro, nació en Cerro Largo en el año 1886, no sabía ni día ni mes, el lugar fue la estancia de los Mendizabal, vascos que poblaron en primer lugar la capital de Cerro Largo, o sea Melo.
Allá por el 1810, fueron premiados con una suerte de tierras de 7800 hectáreas muy cercanas al Río Yaguaron. Entre la peonada compuesta de indios guaraníes estaban los abuelos esclavos de Pedro.
La abuela pertenecía a la tribu de los Mandingas, como la gran mayoría de los negros esclavos llegados al Río de la Plata. Su abuelo en cambio era de la tribu Mojimba.
Ambos arribaron al Río de la Plata en el año (aprox.) de 1798, a bordo de un galeón inglés llamado Virgin White.
Fueron los sobrevivientes junto a otros 110 hombres y mujeres que en número de 400, embarcaron en Cabo Verde.
En un principio y cumpliendo la cuarentena obligatoria dictada por Isidoro de María, fueron alojados en un corralón de la zona de La Teja.Cumplido el tiempo de cuarentena, los abuelos fueron comprado junto a otros 50 negros, por Lucas Obes, quién pagó por ellos una cantidad promedio de 200 pesos fuertes.
María de los Santos, nombre con el que fue "cristianizada" tenia 13 años, el abuelo paso a dejar su nombre musulmán, por el de Francisco Javier, tenia 14 años. En octubre de 1799, pasaron a pertenecer a la familia Orellana Salinas, de origen extremeño y con hacienda en lo que hoy en día sería La Paz, nunca se sabrá el porqué los emparejaron.
En junio de 1805, la familia abandona la finca ante las continuas incursiones de indios y bandoleros, se establecen en una pequeña chacra de la zona del Paso del Molino. Ese mismo año y en una partida de cartas, Antonio Orellana pierde, para saldar la cuenta de juego entrega a la pareja de negros a Ignacio Mendizabal.
Este se los lleva para Melo, ya son pareja "fija" mientras el patrón no determinara lo contrario.La abuela tiene 4 abortos producto del tremendo trabajo en la estancia, así que con 44 años tiene un hijo,al que llamarían Pedro Jesús.No se sabe como ni porqué le agregan el "apellido" de Sésamo, cuando al cabo de dos años lo fueron anotar a Melo.
La vida de Pedro no fue mejor que la de sus padres, de niño trabajando en la estancia, de mayor "prestado" como soldado del cacique de turno.Así termino de ayudante de artillero en la guerra de la Triple Alianza, habiendo sido herido dos veces.Volvió al Uruguay en una época de tensiones políticas diarias, trabajó en mil oficios, herrero,mozo de almacén,no era esclavo pero si dependiente
total por su edad ya bastante avanzada para la época.
Con 56 años conoce a una morena y se "acollaran" ella apenas tenía 19 años. Al poco tiempo nace nuestro Pedro Sésamo, así sin más, nació libre, pero marginado de la sociedad uruguaya del siglo XIX,-XX para la cuál era un negro más.
Pedro creció entre los fracasos del padre y su adición al alcohol.Un día su madre María Isabel, decide dejar la casa de los Mendieta, en Melo y buscar otras alternativas en Montevideo. Su padre queda a merced del alcohol y su edad.
En un principio viven en un rancho de Maroñas, donde su madre le lavaba la ropa a los cuidadores de caballos, y realizaba trabajo de limpieza.Siendo muy niño, trabajó en la ampliación de las instalaciones de Maroñas y conoció personalmente al arquitecto Capurro. De ahí en adelante la vida no fue tan diferente a la que era en 1962, nunca hubo una Navidad en su vida.Cuando terminó su narración, contento de que alguien pudiera interesarce por su vida, hasta el extremo de no haber terminado el contenido de la botella.
Hasta aquí muy sintetizada la vida del Negro Pedro,pero no el final de este relato.
Conté a mis amigos la historia y imprevistamente todos pensamos en lo mismo; que el Negro tuviera si Navidad.Con mil trapos y viruta de la carpintería de José Krupp, hicimos un juda.
Un vecino nos escribió en un cartón con letra de imprenta, que pusimos entre las piernas del juda.El sitio elegido fue la entrada del boliche de Don Simón Silva, allí teníamos posibles vintenes.
El letrero decía; UN VINTÉN PARA LA NAVIDAD DEL NEGRO PEDRO.Parece mentira pero en menos de 24 horas logramos juntar un dineral, para lo que era un judas.
En el mismo boliche compramos Pan Dulce, Dulce de leche, membrillo, Coca Colas, harina, azúcar, verduras, ¡¡charque¡¡..... .y dos botellas de vino de marca. Con una bolsa de arpillera nos plantamos en la puerta del Rancho del Negro, casi hay que llamar a un médico, le dio como un "patatús" no hablaba, se quedó duro con las manos sobre la cabeza.
Salieron del rancho como "tropecientos" negritos de todos los tamaños.Por último la negra María, que le sacaba dos cuartas a Pedro, fiera la María, más aún; preocupante.
La Navidad del año 1962, llegó por primera vez al Rancho del Negro Pedro Sésamo, se la habían traído unos cuantos gurises del barrio. Me gustaría, no, mejor todavía, ¡¡quiero¡¡ que toda la alegría e ilusión de aquel sencillo hombre, esté presente en cada hogar de quienes forman mi entorno de amistades a las que aprecio y quiero.
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La promesa de Reinaldo
De Alberico Lecchini
No podía haber quedado más conforme después de observar el final de su paciente obra. El tornillo con forma de gancho en la extremidad estaba perfectamente ubicado en el centro del techo del armario, y era suficientemente grande y fuerte. Todas las medidas habían sido calculadas al detalle.
Ahora sólo faltaba poner el plan en marcha y cumplir con la promesa. Por eso Reinaldo se dirigió a su taller mecánico y empezó a ordenar los utensilios que necesitaba para llevar a cabo su plan. Nadie iba a detenerlo. Aunque él en todo caso no contaba con oposición alguna porque tenía bien vigilado el lugar y conocía las rutinas. No, nadie se le iba a interponer en el camino. Puso todo lo que necesitaba en un bolso y lo acomodó en el sidecar de su motocicleta BMW. Se calzó los guantes y una gorra de lana porque la noche estaba fría. Empujó la moto hasta la calle y continuó así unos cuantos metros más. No quería despertar a su familia y preocuparla. A Reinaldo le gustaban los secretos, y prefería siempre mantener a su familia al margen de los planes que continuamente elaboraba. Gracias a ello tenían todo lo que poseían. Nada de deudas ni créditos. Trabajo, tesón y ahorro era su consigna. Respiró el aire frío de la madrugada y se sintió tranquilo. Se sentó y con una fuerte patada puso en marcha el motor de la vieja BMW que cuidaba como a una niña mimosa. Con el motor ronroneando suavemente con la luz apagada se alejó calle arriba.
Reinaldo tampoco quería que algún vecino indiscreto del barrio lo viera partir a esas horas de la noche. Su plan no debía de contar con testigos, como tantas otras cosas en su vida.
El muro era alto y liso. Desde el otro lado de la calle y entre los árboles podía distinguir el alto y negro portón de hierro forjado. En la oscuridad de la noche apenas podía identificar los objetos con la nitidez que hubiera deseado. De todas formas podía ver con suficiente claridad el portón iluminado por una débil foco de luz rodeado por los insectos que encandilados se estrellaban contra la superficie de vidrio, haciendo aún más débil su amarillento resplandor.
Reinaldo recogió el bolso y con paso firme cruzó la calle y llegó hasta el portón que no se abrió a pesar de su vano intento de probar si realmente estaba cerrado con llave.
Cuando lo hubo comprobado sin suerte, lanzó entonces el bolso sobre el enrejado que cayó en la gramilla con un ruido sordo.
Reinaldo se quedó quieto, aguardando alguna reacción. Como no la hubo se trepó por el enrejado y en pocos segundos había traspasado el primer obstáculo. Ahora estaba dentro del recinto, y una vez más aguardó agazapado un corto momento, para saber si alguien podía haber descubierto su presencia.
Sabía que un sereno vigilaba el lugar, pero contaba con que dormiría a pata suelta. Así se lo había confesado el sereno mismo, entre cerveza y cerveza hacía pocos días en un bar cercano, cuando Reinaldo controlaba las rutinas del personal. El tipo era un idiota y jamás se enteraría de nada, pensó. Reinaldo sintió que algunos pájaros -tal vez palomas- se revolvieron inquietas entre las ramas de los árboles. Pero pronto volvió a reinar el silencio. Entonces Reinaldo emprendió el camino hacia el lugar donde se encontraba lo que él buscaba.
Sus pasos hacían un leve ruido sobre la grava.
Por fin se detuvo frente al sitio que conocía de memoria. Acarició la pared con sus dos manos y por sus fosas nasales penetró el olor dulzón y nauseabundo que impregnaba el aire que le rodeaba. Sonrió y se agachó para recoger los instrumentos de su bolso. Un pesado martillo y un largo punzón bastaban para ir debilitando la resistencia que ofrecía una delgada capa de hormigón que ajustaba la pesada placa que ocultaba lo que venía a buscar.
Para atenuar los golpes puso un trozo de trapo viejo sobre el punzón, y comenzó a romper con golpes medidos y acompasados el listón de hormigón. De vez en cuando se detenía para escuchar si el sereno había despertado. Nada indicaba esto, así que continuó con su labor, sistemáticamente como lo hacía en el taller. Cuando calculó que podía desprender la placa con la fuerza de sus brazos, puso el martillo y el punzón en el bolso. Sacó al mismo tiempo los guantes del bolsillo y fue probando sus fuerzas sacudiendo levemente la placa para no causar ningún ruido que llamara la atención.
Sus músculos estaban tensos y comenzó a transpirar a pesar del frío de la madrugada.
La placa cedió y tuvo que usar todas sus fuerzas para que no cayera estrepitosamente al suelo o sobre sus pies. La recostó contra la pared y dió un paso atrás. Una vez más controló si el sereno no se había despertado y miró hacia el negro agujero que guardaba su amado objeto. Retiró el cofre de madera con cuidado y conteniendo la respiración lo abrió.
Luego con delicadeza fue reuniendo las partes y las introdujo en una bolsa de arpillera.
Estaba amaneciendo cuando llegó a la casa con el motor de la motocicleta apagado.
En el sidecar había acomodado la bolsa que se parecía a una bolsa de papas recién comprada en el mercado de abasto. Con cuidado la alzó y la llevó al taller.
Encendió las luces e inmediatamente se puso a trabajar sobre la larga mesa de metal. No podía perder tiempo. Debía unir como un rompecabezas las partes sueltas y asegurarse que nada faltaba. Ella jamás se lo podría perdonar si cometía algún error a pesar que no lo vería. Y sus hijas se lo reprocharían toda la vida, sabía lo exigentes que eran. Lo habían heredado de él, sin ninguna duda. Perforó y atornilló todo lo que era necesario; cepilló, limpió y lustró con sustancias apropiadas para la ocasión y por fin, una vez finalizada la obra, se dio un respiro para beber un vaso de agua.
El frío líquido bajó por su garganta seca y sintió por un momento que las fuerzas lo abandonaban. Se sentó para no caer y cerró los ojos unos segundos. Una fuerte luz fue creciendo en aquella gruta imaginaria, y lo invadió reconfortándolo. Abrió los ojos y miró su obra. Nadie podría reprocharle nada.Era la promesa que había hecho y estaba lista.
Y era la promesa que había hecho jurar a sus hijas cuando a él le llegara el turno.
Por eso ahora que colgaba en el gancho del pesado armario no pudo menos que sentirse orgulloso. Lo había logrado sin ayuda de nadie, como tantas otras cosas en su vida.
Su madre estaría infinitamente agradecida.
Despertó a sus hijas y a su esposa. Las apuró para que se vistieran y las llevó hasta la habitación donde estaba el pesado armario.
Las puertas con grandes espejos reflejaron las figuras de toda la familia. Abrazados y emocionados no podían simular el nerviosismo que los dominaba. Con cierto gesto teatral Reinaldo abrió las puertas del mueble de par en par, y les dijo a las chicas que guardaban un cerrado silencio:
- Saluden a su abuela, carajo!
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