Cuentos para el fin de semana
Cuentos para el fin de semana
20.03.2015
Todos los lectores podrán hacer llegar sus cuentos hasta los días jueves a: cuentos.uypress@gmail.com
Los cuentos de este viernes son: El gato, de Félix Duarte I want to break free, de Mas Mena Domingo de tormenta, de Ilda Villar --- El gato De Félix Duarte El país era "…ese puntito que en el mapa casi no se ve…" de la canción. Con sus pocos más de tres millones de almas. Bostezaba luego de una oscura noche que había durado más de una década. En la apacible mañana de un soleado domingo, suena el timbre. Mate en mano abrimos. Unos amigos de vida y andares. Uno de los del día a día. El otro, que recién vuelve de muchos años de exilio. "Palito" y el "Rengo Viera", de nombres y apellidos ocultos por el cariño del apodo. Periodistas ellos. Uno muy bueno, el otro un maestro. Eran del diario clausurado por la Dictadura… que renacería como semanario. Nos invitaban a ser parte del equipo de la Redacción, que estaría a cargo de "Palito". En La Dirección "El Rengo" secundado por el "Chancho Raúl" pues, nos integramos. El Semanario saldría los viernes y en esa tarde el equipo se reuniría a evaluar el número ya en la calle, a definir el próximo y distribuir la tarea, que cada uno entregaría el miércoles siguiente. . Por aquellos días, espacios políticos como el Fénix "renacidos", habían decidido levantar durante una semana, el tema de los desaparecidos, promoviendo actos barriales, una concentración céntrica al final y buscar espacios en prensa y radios amigos. En la reunión inicial, se resolvió como nuestro aporte, dedicar la edición a entrevistar a familiares de los desaparecidos. "Vos que sos del gremio podes encargarte de la compañera de Lorenzo…" se nos dice…y ponemos manos a la tarea. Conseguido teléfono, nos hablamos. Explicada la razón de urgencia, quedamos para ese domingo a la mañana. El domicilio era a media cuadra del Viaducto de Paso Molino. Poco más allá del monumento a la Diligencia, ya empezaba la calle. Quietud de barrio en enero. Parque con sensación de rocío. Tocamos. Sale la esposa de Lorenzo. Digamos que se llamaba Ana. Saludos y otros etc. y dice: "estaba haciendo café, ven y luego empezamos".la acompaño, empieza a enhebrarse la charla En un rincón de la cocina había un "changuito" de feria a medio llenar con diarios arrugados. Mientras Ana ordena una bandeja con las tazas, me acerco al rincón aquel y ocurre uno de los momentos más horribles que he vivido. Y que no olvidé. Aquellos diarios y el "changuito" se sacuden. Estalla el alarido o grito o lo que sea, que me hace dar un salto. Me invade una situación extraña. Ana deja la bandeja. Me sujeta los brazos con fuerza y me dice…"tranquilo… vamos y te explico que es eso" . Ante el café humeante, Ana empieza…"Cuando Lorenzo fue requerido, paso a la clandestinidad. Llamaba cada día, apenas para oír el "hola". Ambos sabíamos que el otro estaba libre. Era habitual instalar ‘ratoneras’ aquí. Jeep que llegaba en la alta noche. Tres o cuatro, con equipos de escucha, se ubicaban aquí, donde estamos ahora. Mama, yo y la nena al cuarto. No se abrían ventanas y no se salía de allí. Solo al baño o cocina, con un soldado al lado. En la casa había un gato joven y juguetón. Veía alguien sentado y le saltaba a la falda. A los tres días los soldados no estaban. Se habían ido…" Explica Ana que salen del cuarto. Lo primero fue buscar el gato. Nada. Mucha suciedad en el living, pero esta vez con abundancia de manchas de sangre y el rastro hacia un fondo con piso de tierra y pedregullo. Temen lo peor con el gato. No está allí. De pronto perciben algo de un montoncito de tierra en un costado. El gato en su agonía se había ido cubriendo de tierra y sangre. Es seguro que saltó a la falda de un soldado. Este lo apuñaló y en esa posición se dirigió al fondo y lo lanzo a la tierra. Las manchas, las formas, el rumbo de la sangre lo indicaban. Sin necesidad de Sherlock Holmes. El gato se salvo. Su cerebro no. Está en la noche de una locura por el dolor, dijo el Veterinario. Quedo en el "Changuito" y sus diarios. De noche Ana lo sacaba un rato al fondo. Solo con ella, el pobre gatito no explotaba con su espantoso alarido. --- I want to break free De Mas Mena Aguantubrifri, aguantubritru, he, he, he. Sin gritar mucho pero a voz viva, repetía canturreando la canción que minutos antes había visto y escuchado en la pantalla de un enorme equipo electrónico sin entender el significado por serle un idioma desconocido, pero la musicalidad, la fuerza de aquella voz capturada en su cerebro y la postura desafiante del cantante, le inducía alegría, euforia y ganas de vivir, permitiéndole una salida de aquel mundo tan oscuro y angustiante, que hasta apenas unos momentos atrás lo había tenido prisionero. Pasó por delante de un grupo de muchachos que en la puerta de un liceo aguardaban el turno de ser llamados para rendir examen. Los gritos, cuentos y festejos típicos pretendiendo disimular los nervios por la prueba en que se jugaban el año, posiblemente fue lo que al percatarse del desconocido que sin al menor sentido de la vergüenza o al menos del ridículo, atravesaba la calle ignorando los códigos propios de la gente de la misma edad. Nacho, un rubio bajito pero quien parecía llevar la iniciativa en esas bromas constantes, no se privó de pretender ganar más crédito ante sus pares. - Bo gilún, quién te crees Freddie Mercury? Capaz que sos igual de puto. ¿No?. Las risas desaforadas de los tres muchachos que juntos acaparaban la atención del grupo, hicieron que el resto de los presentes interrumpieran sus comentarios momentáneos y aguardasen la broma siguiente. El cantante desconocido no supo que era él mismo el centro de atención y a quien iba dirigida la pregunta insultante, hasta que vio que un muchacho más bajito que él, le interrumpía el paso y la melodía que brotaba de su cabeza. - No te hagás el artista que nadie te va a aplaudir. Esta manifestación la acompañó poniendo la palma de la mano sobre el pecho del extraño, obligándolo a detenerse. No entendía que era lo que quería ese muchachito, por qué lo detenía, y más que nada no entendía de qué se reía. Pero le bastó mirar alrededor y ver que los otros también se reían, para que una señal de alarma y peligro se le presentara borrando abruptamente de su cabeza y vista la melodía y el personaje que estaba representando. La luminosidad y el mundo que por breves momentos y hasta ese instante lo había cobijado, se le transformó en un espacio estrecho, de colores contrastados, donde el miedo parecía brotar de cada objeto. No esperó, sabía que no podía esperar, ante la menor señal de peligro había aprendido que no podía huir, porque siempre el miedo lo perseguiría, tenía que afrontarlo inmediatamente y por ello reaccionó como su naturaleza se lo indicaba. La alegría se transformó en furia, la sonrisa de sus ojos dejó lugar a que las órbitas desencajadas empequeñecieran el iris, el cuello se engrosara acumulando sangre y la cara en un rojo intenso acompañara, al mismo tiempo que profería un grito desgarrante, un golpe de su cabeza contra la cara del muchacho. Fue demasiado rápido para que los otros entendieran qué era lo que había pasado, de modo que el Colorado, cuando vio que las piernas de Nacho se doblaban y el cuerpo se desplomaba como una bolsa de papas contra el piso, dio un paso hacia su amigo procurando asirlo antes de que llegara al suelo, pero se interpuso en el espacio vital del extraño, quien tomó como una amenaza aquella súbita cercanía, y con la misma fiereza que había dado el cabezazo, arrojó su puño y codo contra la cara del otro, que desprevenido y sin esperarlo, al sentir un dolor intenso como si una aguja le hubiera entrado por el oído izquierdo, dejó de percibir el cuerpo de su amigo y perdió la consciencia. Como si hubiera estallado una granada, todos los que estaban en esa esquina aguardando para entrar en el liceo, se dispersaron alejándose de aquel extraño que en menos de tres segundos había derribado a los dos cabecillas que siempre llevaban la iniciativa en cómo joder la vida de los demás. Era verdad que los tres resultaban una molestia constante por sus pesadas bromas, pero al ver como las manchas de sangre que salían de ambas caras se extendía tiñendo la vereda, provocó a que varias de las muchachas que allí se encontraban, liberasen de sus gargantas los gritos de espanto. El ruido agudo que inundó la calle y que impedía que la alegría y euforia del "aguantubrifri" retornase a la mente del enajenado, aumentaba la sensación de encontrarse perdido entre gente que quería hacerle daño, por lo que salió corriendo detrás del grupo mayor que huyendo entraba al instituto. Desde allí un adscripto que tenía la lista en sus manos y encargado de ir llamando por apellido y nombre a cada uno de los que habían marchado a examen, se alarmó de que entraran corriendo y gritando sin que hubiese dado la orden para ello, de modo que cuando levantó la mano derecha tratando de parar aquel malón, ayudándose con el grito de "Eyy!" quedó solo frente a un muchacho que no recordaba de ninguna clase, y que parecía salido de un nosocomio. Pero no tuvo tiempo de decir nada más, apenas abrió la boca para preguntar quién era, la mano del desconocido se le introducía adentro, partiéndole tres dientes y la prótesis dental que aún no había terminado de pagar. Fue lo que tuvo tiempo de pensar antes que un dolor intensísimo le hiciera perder el equilibrio, caerse y golpearse la cabeza contra el primer escalón del pasillo. Por supuesto que la lista que mantenía ordenadas bajo su brazo izquierdo acompañó su caída, y las hojas tapizaron el piso del corredor, que servía de cámara de resonancia de los gritos que cada vez parecían aumentar de intensidad. Quiso el destino, o quizás la falta de otro argumento del escritor, que desde el salón multiuso, donde ensayaban varios alumnos la fiesta de fin de curso, el profesor de música, desencantado de cómo salía la representación, se subiera al pequeño escenario con el micrófono en sus manos, y le explicara al coro cómo debía ser la pronunciación correcta de la canción. -¡I Want to break free, I want to break free! Muchachos mantengan fuertemente bien en alto la última nota, no se desanimen. El extraño, sintiendo que todo volvía a aclarase, a ser luminoso, con la melodía nuevamente en su mente y con el mismo aire y alegría con el que había comenzado su viaje detenido en la esquina del liceo, salió del mismo y siguió su camino hacia donde le llevase la melodía de su día. --- Domingo de tormenta De Ilda Villar Durante toda la noche la tormenta fue intensa. El Servicio Meteorológico prevé que el mal tiempo continuará hasta la noche. Por ese motivo se ha suspendido el partido en el estadio y nadie ha madrugado hoy. No es necesario almorzar temprano. Casi al mediodía, Alba y Mauro inician su domingo. Es tan tarde que ni siquiera piensan en desayunar. Pronto tendrán que hacer el pedido al bar. Sin embargo, esperar que Leo se despierte para llamar al delivery, significaría almorzar a las cuatro de la tarde. - ¿Y si pedimos lo nuestro y cuando Leo se levante se ocupa de lo suyo? - No, Mauro, acordate que el domingo pasado el chico del delivery se puso de mal humor porque tuvo que venir cuatro veces al edificio. Incluso, me dijo si no podíamos ponernos de acuerdo los vecinos para pedir todo junto ya que en el fin de semana hay tanto trabajo. - Tenés razón. Prendé el televisor, con el ruido quizás se despierte. Es la hora del informativo. - (Ya se les va a ocurrir que vaya el Pocho. Yo me hago el dormido.) El animal sabe que con mucha frecuencia recurren a su desinteresada colaboración, porque cuentan con ese cariño que él les regala sin retacear. - ¿Y si mandáramos al Pocho? - (Lo sabía) - No, pobrecito. Anoche con la tormenta pasó muy nervioso y está dormidito. Andá y despertá vos a tu hijo. - (Alba es una amiga) - No me animo. Sabés que Leo se enoja. Pedimos para nosotros. El malhumor del empleado no me preocupa. La vida transcurre hoy en la casa, con total sencillez, casi con pereza. Se trata solo de dejar pasar el tiempo. Ningún acontecimiento podrá apartar a estos personajes de la rutina. - (Qué pena que llueve, porque cuando el día está lindo, mientras reciben el pedido y pagan, me dejan correr un poco por la vereda y yo voy hasta lo de los Morales a ver a Princesa. Es una perrita divina.) - La semana pasada pedimos pollo al espiedo. Vamos a cambiar. - Tenés razón. - (El chico del delivery me cae bien. Siempre me hace mimos porque dice que soy igualito a un perro que tuvo él cuando era niño. Siempre cuenta alguna anécdota del animal y se pone triste. Dice que murió en un accidente por un descuido que tuvo él.) - Alba, ¿resolviste qué vas a comer? - Estoy pensando. - (Al pobre Pocho nadie le pregunta qué quiere comer. Sólo le toca lo que sobra.) - Estoy pensando en pastas. - (Cuando hablan de pastas, vienen tallarines o ñoquis. No me interesan.) - Me gustaría un chivito. ¿No querés compartir? - (Antes se cocinaba más en esta casa. Ahora, un llamadito telefónico y está todo listo. Ya no se siente aquel olorcito tan rico que salía del horno o de las cacerolas. Ahora sólo se respira detergente, insecticida o desodorante de ambiente.) - No, tantos fritos, no quiero. - (No me convence. No hay posibilidades de que sobren huesos. Cuando mucho, me toca un pedacito de panceta frita y después complementan mi almuerzo con eso que llaman alimentación balanceada y a mí ya me cansó.) - Ya sé. Para mí tallarines a la Caruso. - (Ojalá Mauro pida asado porque tengo total garantía de que los huesos no los quiere nadie. Son tan tontos que se los pierden. Van todos a mi plato.) - De acuerdo. Para mí también. - (Mala suerte. La satisfacción de este domingo, será que pare la lluvia y yo pueda pasar un ratito con Princesa.)
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias