Cuentos para el fin de semana
Cuentos para el fin de semana
16.04.2015
Todos los lectores podrán hacer llegar sus cuentos hasta los días jueves a: cuentos.uypress@gmail.com
Los cuentos de este viernes son:
Más obstinado que el río, de Miguel Ábalos
La plaza de deportes allá por 1946, de Sonia Cuello
Carnavales, allá por 1944 ..., de Francisco Acevedo
---
Más obstinado que el río
De Miguel Ábalos
Un día, la única fábrica que había en el pueblo amaneció cerrada. Sus dueños se habían marchado dejando a la gente sin trabajo, y lo que es peor, ni siquiera les habían pagado los pocos pesos que les debían.
Ramón y Juana quedaron desocupados. Tuvieron que dejar la casa que alquilaban, para irse a vivir con sus dos hijos a orillas del río, en esa tierra de todos y de nadie donde habitan los más pobres, esos que la política engendra con sus injusticias.
Ramón había nacido muy cerca de ese lugar, lo conocía bien. Desde gurí solía ir con sus amigos a bañarse. Buscó la parte más alta para escapar a las crecientes y construyó su choza con troncos cortados de un monte cercano y chapas viejas.
Al comienzo del otoño vinieron las lluvias. Después de una semana el río empezó a crecer. Ese mismo río generoso, que muchas veces les regalaba bagres y tarariras, se había enfurecido y amenazaba con expulsar a la gente de su orilla. A medida que avanzaban las horas, lentamente, iba cercando uno a uno todos los ranchos. Hombres, mujeres y gurises trataban de escapar llevando las pocas cosas que podían.
Ramón sacó a Juana y a sus hijos y volvió al rancho, él no pensaba abandonarlo. Por momentos la lluvia cesaba, pero un cielo gris plomizo indicaba que la situación iba a seguir igual. En el silencio de noche, los ladridos de perros lejanos quebraban el murmullo de las ranas.
Noche larga, interminable. Las aguas bordeando la choza, sin apurarse a entrar. Una enorme y brillante luna llena, asomando entre las densas nubes, iluminaba las sucias y turbias aguas. Ramón miraba a través de la ventana cómo la corriente arrastraba todo a su paso: tablas, chapas, latas, junto a los pobres y miserables sueños y esperanzas de los mansos moradores.
Ya de mañana los helicópteros sobrevolaban evaluando la situación. Una lancha con los infaltables enviados especiales de la prensa, se desplazaba para cubrir lo que allí acontecía. Al ver a Ramón, el único que aún no había abandonado su casa, se le acercaron para entrevistarlo.
La morbosidad del periodismo no tiene límite en el mundo. Algunos son tan insensibles como una piedra. Y otros son simplemente tan torpes que jamás aplicarán el sentido común... el menos común de los sentidos. Aunque serán éstos, sin embargo, los que recibirán el galardón por "la mejor nota periodística", ganado a costa de aquella resignada gente que ingenuamente ha relatado ante sus cámaras -desnudando su dolor, su soledad y su angustia- la muerte de familiares o amigos presenciada con impotencia.
Al ver a Ramón frente a la única miserable choza que quedaba en pie, la lancha se detuvo. Uno de los ocupantes -micrófono en mano- le preguntó:
-¿Por qué construyó su casa acá? ¿No sabe que el río crece cada vez que llueve y arrastra todo a su paso?
Ramón, un hombre de pueblo, simple, humilde, tal vez un poco ignorante, pero nunca burro y mucho menos estúpido; al oír la pregunta hizo una mueca que mucho se parecía a una sonrisa irónica, y contestó:
-Le voy a explicar, señor, aunque no sé si me va a entender. Yo tengo una linda casa en Montevideo, está en el barrio de Carrasco, con cinco habitaciones, un parque y piscina. Pero a mi Juana le gusta mucho vivir a orillas de este río, en esta choza que está aquí -señalando su casa- esa es la razón.
Fue la única pregunta que le hicieron, marchándose de inmediato.
Al llegar la noche, Ramón tuvo que dejar su choza. Había comenzado a llover nuevamente y tenía la seguridad que se iba a inundar irremediablemente. No fue mucho lo que pudo sacar. Envolvió en una frazada lo que le pareció más útil, se lo alzó a la espalda y con el agua por la cintura comenzó a caminar lentamente mientras la luna se asomaba para despedirse.
Cuando llegó a tierra firme, miró por última vez al río, que aumentando su caudal seguía arrastrando todo en su loca carrera. En ese momento, Ramón alcanzó a ver su casa, pasándole muy cerca... la última en sucumbir. Sintió deseos de gritar su rabia, su impotencia hacia tanta adversidad.
Respiró profundo y profirió un grito que resonó en la corriente de aguas turbias y se perdió en el silencio de la noche: ¡Esta vez me corriste, río de mierda!, ¡Pero con eso no me vas a amedrentar!, ¡Volveré y levantaré mi casa en el mismo lugar en que estaba! No me importa cuántas veces que se te ocurra crecer... ¡terminarás volviendo a tu cauce!
¿Con quién más iba a pelear? ¿A quién más podía reprocharle? ¿A los responsables de que exista la injusticia...? De saber dónde están, tal vez... Pero ahí, el único que "daba la cara" era el río.
---
La plaza de deportes allá por 1946
De Sonia Cuello
En la Plaza de Deportes de Florida, allá por 1946 grupos de niños se disputaban los diferentes juegos. A la entrada dos carteles: Sector Varones y Sector mujeres.
Había verdaderos acróbatas en las argollas , que colgaban de sendas cadenas para que tomados de cada mano, el deportista se colgara e hiciera los más variados ejercicios.
La paloma, era un juego con un gran tubo metálico central, del que pendían escalerillas también metálicas, donde los niños se colgaban y hacían girar al unísono.
"Volaban" dando vueltas y vueltas.
Se debía tener cuidado, pues si alguien se descolgaba podía provocar un golpe con la escalerilla a algún ocasional compañero de juegos, que iba delante suyo.
También estaban colmados de chicos los "sube y baja" , los "pasamanos" y las hamacas.
Una gran cuidadora Doña Andrea, era la autoridad que mantenía a raya a todos.
Si observaba que algún niño venía a la salida de la escuela, de inmediato le enviaba a su casa a pedir permiso, tomar la leche y dejar túnica y útiles escolares.
Durante muchos años desempeñó su cargo con responsabilidad y cariño, aunque era muy firme, no se dejaba engañar con alguno que escondía túnica y útiles, pues nos conocía a todos.
Hoy la plaza ha perdido vigencia, los chicos son mas sedentarios y a la hora de elegir, seguro, prefieren la computadora y no la Plaza.
---
Carnavales, allá por 1944 ...
De Francisco Acevedo
Esperábamos las fiestas de carnaval con mucha expectativa, en toda la Ciudad se respiraba ese aire especial de aventura y alegría: por qué?
Las murgas ensayando un tiempo previo al inicio del carnaval. Los jóvenes preparando sus disfraces de "mascaritos" para incorporarse a los diferentes grupos que de tardecita , recorrían las calles, cantando, bailando y tocando algún instrumento
.Se recorrían los distintos barrios.A la noche la fiesta continuaba ya sea vestida con las mejores galas o disfrutando el disfraz.El corso se hacía en la calle "REAL" toda adoquinada, la hoy llamada calle Independencia en mi Ciudad Florida.
Se jugaba con papel picado de diferentes colores al que llamábamos papelitos.
Los vendedores las vendían en bolsas de papel y era tanto el juego con papelitos, que se amontonaba en vereda y calle que dificultaba el caminar, especialmente de los niños.
La gente iba y venía por la calle Real, tirando papelitos a unos y otros y esperando encontrar al chico o chica que le gustaba para tirarle papelitos, si pasaba lejos, una serpentina.
Personas mayores llevaban sus sillas a los tablados, habían varios en la ciudad, donde frecuentaban, músicos, cómicos, murgas y los infaltables mascaritos.
Lo más importante era el corso, un gran número de carros, carretas y algún vehículo adornados con palmas flores, serpentinas y llenas de gente muy alegre que buscaba mostrar lo mejor de cada uno, para alegrar y amenizar tan linda fiesta.
Por años, en el carro principal iba "EL MARQUEZ DE LAS CABRIOLAS" un hombre muy humilde que se transformaba en el Marquéz durante esas fiestas. Vestido con ropas reales y una gran corona, saludaba con aire de rey todo el tiempo.
En otros carros acordeones, guitarras, jóvenes y no tan jóvenes nos alegraban con sus juegos y ocurrencias. También se veían charrets , eran carros especiales para paseo que usaba la gente del campo.
Era tanta la cantidad de papelitos y serpentina, que se atoraban las ruedas de los carros y carretas, se detenían para limpiar y proseguir.
Finalmente ya habiendo retornado a los hogares se escuchaban serenatas.
Músicos que iban de barrio en barrio cantando distintas melodías que les encargaban para agradar a alguien o simplemente por amistad daban una serenata a una familia amiga.
Algo que recuerdo también, eran los bailes que se formaban en plena calle, espontáneamente, cerca de los tablados donde participaba el público en general.
Por último los grupos de personas disfrazadas que concurrían a bailes, a eso de las diez de la noche, se iban agrupando por amistad y salían quince o veinte todas juntas para ir a bailar hasta el final del baile a las cuatro o cinco de la mañana.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias