Cuentos para el fin de semana
Cuentos para el fin de semana
08.05.2015
Todos los lectores podrán hacer llegar sus cuentos hasta los días jueves a: cuentos.uypress@gmail.com
Los cuentos de este viernes son:
Piriápolis: en aguas tranquilas, de Juan Esteban Silveira
El hombre azul, de Elizabeth Óliver de Ábalos
El goleador, de Carlos Pérez
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Piriápolis: en aguas tranquilas
De Juan Esteban Silveira
Aquel 8 de marzo Juan se sintió identificado con los tragos amargos derivados
de una sociedad con un discurso de igualdad de derechos y una arrebatiña por los espacios de poder, que nos hacen parecer a las palomas que se pelean entre sí por un lugar más alto, olvidándose de para que querrían estar ahí.
Estaba participando en actividades deportivas abiertas, sin el ánimo de ganarle a nadie, sino superarse físicamente, disfrutar de espacios abiertos que la vida urbana nos retacea. En este caso la natación a cielo abierto, organizada por la federación de atletismo, con carácter abierto, solo se le exige, poner el óbolo, y tener el carnet de salud al día. Para alguien que escuchó los goles del 50 desde la panza de su madre, después de 40 años de peonar, es descubrir un nuevo mundo. Lejos estaba Juan de ser aquellas personas que solo piensan algo así como que yo pagué y listo, hay un colectivo que va a competir y sobre todo a disfrutar de nadar en aguas abiertas, hay gente que colabora solidariamente o no, con sus kayaks, con las lanchas que aseguran evitar los riesgos de accidentes, pero el problema aparece cuando los qué compiten son amateurs con algún año a cuestas y Juan piensa que si se los convoca, de deben contemplar, su ritmo y tiempos de competición si no interfieren de algún modo en el resultado.
La memoria de Juan es buena cuando de recordar cosas se trata, pero de organizar un viaje es otro cantar, debía llevar el short, agua, algo para el viaje desde Montevideo, paf pensaba "Me olvidé de esto, no me acuerdo de aquello", estar entrenado, se larga hasta Piriápolis, y cuando revisa su equipaje, se olvidó de los lentes y los tapa oídos de natación, debía buscar un cajero retirar unos mangos, comprar un sábado en Piriápolis lentes de nadar, pero primero es lo primero, debía registrarse para la competencia, había cola, debía presentar el recibo de pago y el carnet de salud y te entregaban el chip para registrar el tiempo , le preguntó a la funcionaria que estaba escribiendo a drapeen los números donde podía conseguir los lentes y le dijo que había un Supermercado conocido, cerca del coche encontró a una sucursal del Republica, con cajeros automáticos, el Super estaba mas cerca de lo que pensó, pero le dijeron que como estaba finalizando la temporada habían retirado, casualmente encontró unos lentes de niño así que le dio adelante, consiguió tapa oídos, le marcaron los números jugó con el 77 en la espalda, se embadurnó con bloqueador solar para que no lo retara el dermatólogo, trató de adaptar los lentes y se metió en carrera no sin antes darse unos toques con el inhalador para el asma, el día era precioso, las aguas estaban tranquilas, el recorrido era un cuadrilátero formado por 4 boyas, los nadadores salieron en picada, Juan salió manso y carreta, pero las cosas no empezaron a rodar como esperaba, un kayak le seguía de cerca, a Juan le pareció qué el tipo era un alcaucil, no había nadado 10 minutos, cuando reportó al juez de la competencia que esto que aquello, Juan iba agarrándole el ritmo para llegar a la segunda boya, alternaba crol con espalda para respirar, claro cuando nadaba de espaldas perdía un poco el rumbo, que luego con crol rectificaba, así que llegó un lanchero diciéndole que debía retornar a la playa, le dijeron que se iba a topar con los que nadaban 5 mil metros, pero faltaba mucho para que eso ocurriera, así que salió sin mucha gloria, parece que debería nadar de arranque 200 metros al mango así que se prepara para las nuevas contingencias, y si participa en alguna competencia que la lechuza no se le pare en el palo.
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El hombre azul
De Elizabeth Óliver de Ábalos
Noelia no había logrado conservar consigo a sus seres más queridos. Huérfana desde pequeña, afrontó la vida con el apoyo de su amiga Claudia, luchando juntas para abrirse camino. Pero Claudia se fue apagando en su enfermedad, lentamente, hasta dejarla sola.
Buscó el amor en Julián... y encontró el fracaso. Después de él, ya no volvió a existir como mujer... él la destruyó. Lo amó tanto que apagó su propia luz para dejarlo destacarse... En cambio él... jugó con ese amor hasta la humillación.
Cuando logró asumir la realidad, sin anuncio ni despedida, vestida con el uniforme gris y la blusa de seda blanca, a la hora de ir al trabajo salió de la casa, para no regresar más.
Sola en otra ciudad, con otra gente, en otro empleo... pretendió empezar de nuevo. ¡Qué difícil se le hacía el relacionamiento con las demás personas! Los miedos alojados en ella la sometían, impidiéndole aceptar cualquier esbozo de amistad incipiente, o alejándola de alguna sugestiva mirada masculina.
Con el recuerdo de los afectos perdidos persiguiéndola constantemente -e incapaz de afrontar una lucha contra sí misma- cuando la soledad se le desbordaba en angustia, lloraba largo rato en la oscuridad, mirando la inmensidad del cielo en una callada súplica.
Una noche, el sobresalto al percibir una silueta en la terraza contuvo sus lágrimas. Paralizada, vio un hombre entrando despacio, serenamente, en una actitud que de a poco la fue distendiendo... un hombre azul.
Los ojos de Noelia preguntaron... y él respondió:
-No temas, tú me llamaste.
-¿Yo...?
-Sí. Deseabas con todas tus fuerzas librarte de tu angustia, de tu soledad... por eso vine.
-Entiendo... estoy imaginándote...
El hombre azul sólo se encogió de hombros y sonrió, con un gesto compasivo.
-Como quieras -dijo-, estoy aquí para ayudarte y eso haré. Voy a orientarte para que puedas resolver tus problemas. Sólo es cuestión de disciplina, pero tendrás que colaborar.
Noelia se dejó llevar por la sensación placentera que la había invadido y habló con él naturalmente, dispuesta a disfrutar de su "visión" mientras durara.
-¿De dónde viene un hombre como tú, que aparece en un séptimo piso como por encanto?
-De un lugar distinto, donde no hay sufrimiento ni dolor, donde elegimos nuestro destino deseando lo que queremos.
-¡Ah!, "querer es poder"... ¿es ese tu mensaje?
-Es una realidad... sólo tengo que enseñarte -le extendió las manos- empecemos, no tengo demasiado tiempo. Ya lo lograste sin darte cuenta... ahora lo harás voluntariamente. ¿Te gustaría sentirte optimista, alegre, con ganas de divertirte?
-¡Vaya si me gustaría...!
-Muy bien. Con los ojos cerrados y las yemas de los dedos sobre tus sienes, vas a pensar nada más que en eso, repitiéndolo mentalmente con toda la fuerza que tengas... ¡vamos!, ¡no pienses en nada más!
Noelia obedeció, entusiasmada. Se concentró de tal forma que aquel pensamiento inducido con toda la fuerza de su ser iluminó la expresión de su rostro, transformando su gesto triste en una sonrisa amplia y decidida.
-¿Ves? -dijo el hombre azul- así es como se hace. Ahora disfrutemos el cambio, ¡vamos a salir... a donde haya música... a bailar!
-Me encantaría, pero... ¡la gente se asustaría de ti!
-Eso tiene arreglo, soy azul porque así es como me gusta, puedo cambiar y ser como ustedes en cualquier momento.
Bailaron casi toda la noche. Noelia estaba contenta, feliz. No podía recordar cuándo se había sentido así la última vez. Practicaba cada vez con más empeño, sus progresos eran notorios y el hombre azul la alentaba.
-Cuando regrese -le dijo- los míos tendrán que aceptar que trabajar con ustedes y tener éxito es posible... dicen que cualquier otra especie es más racional... voy a demostrarles que no es cierto.
Un tiempo después, el hombre azul decidió que había llegado el momento de la prueba final.
-¿Qué es lo más importante para ti en este momento, lo que quieras por sobre todas las cosas?
-Encontrar un compañero -respondió Noelia- alguien que merezca que lo ame.
-Bien, entonces... ¡a trabajar! Vas a desearlo toda la noche si es necesario, hasta que estés convencida de lograrlo.
A los pocos días, al volver del trabajo, Noelia se dejó caer en el sofá irradiando felicidad. Suspiró y le dijo:
-Él me ama, hombre azul... hoy me lo dijo en la oficina. César... ¡es tan buen mozo!, estuvo esperando hasta ver en mis ojos las ganas de vivir... ¿te das cuenta? Me hubiera gustado tanto poder decirle quién era el responsable de mi cambio... Estoy enamorada... ¡casi no puedo creerlo...! Ahora voy a concentrarme. Desearé que César me ame siempre, que estemos juntos toda la vida...
-No. Se puede desear cualquier cosa, siempre que lograrla dependa de uno mismo... no del otro.
-Entonces... ¿cómo sabré que me dice la verdad?
-No lo sabrás. El tiempo lo dirá. Lo que puedo asegurarte es que -aunque así fuera- no sufrirás... Es eso justamente lo que vas a desear ahora con todas tus fuerzas: que nunca sufrirás por él. Y como ya estás en condiciones de hacerlo sola... volveré a casa.
-No te vayas todavía, quiero que lo veas. Mañana voy a traerte una fotografía de todos los empleados... estamos casi juntos en el centro del grupo... por favor...
-Está bien. Mañana. Pero no podré quedarme ni un día más.
Al otro día, el hombre azul la esperaba para despedirse.
-A ver la foto del responsable de tu felicidad... ¿me la vas a mostrar?
Noelia buscó en su cartera... pero no la encontró.
-La habré dejado olvidada en el cajón... ¿será posible?
-No importa, imagino qué buen mozo es... Adiós, Noelia... ya tengo que irme.
-¿Cómo puedo ser tan tonta? ¡¡Me quiero morir!!
-¡¡¡Nooo...!!! ¡No... desees... ... ...!
El hombre azul alcanzó a sostenerla cuando se desplomaba, sólo eso pudo hacer. Con el cuerpo inerte de Noelia en sus brazos entró al dormitorio y la dejó sobre la cama. Se quedó un momento mirándola, cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas no sufrir por ella. Salió del cuarto y se dirigió hacia el balcón abierto.
-Tenían razón, es imposible ayudar a los humanos -pensó- y desapareció en la inmensidad de la noche.
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El goleador
De Carlos Pérez
En el boliche de Elgarte, uno de los más concurridos del pueblo de Puntas de Corrales, la conversación entre los parroquianos, en este atardecer de sábado de febrero, es confusa, contradictoria y cargada de solemnidad y de banalidades a partes iguales.
Elbio Suárez (apodado el Viejo, por los años que aparenta tener y por el respeto que inspira) trata de convencer, con autoridad y erudición, de que es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no a la inversa, como afirman varios tozudos contertulios. Una afirmación desatinada, temeraria y absurda para algunos; veraz, coherente y razonable para otros. Y, como sucede siempre entre gente tan discutidora, la polémica estalla; todos tratan de opinar y exponen sus ideas con más pasión que argumentos.
El vasco Elgarte, con el rostro pleno de sonrisas, atiende solícito los pedidos de cachaza brasileña y cerveza uruguaya multiplicados al instante. Las ventas mejoran en la medida que los ánimos se aceleran.
-¡Qué disparates dices, hombre! -grita uno de los hermanos Sosa, haciendo resaltar su voz entre voces discordes- Todos vemos al sol saliendo por allí -señala hacia los horizontes ya sombríos del levante- y ocultándose por allá -hace una expresiva contorsión para describir el supuesto recorrido del sol en el espacio, indicando el extremo opuesto.
-¿Me explico, amigo Suárez?
El ruido ambiental, el acaloramiento y los efectos del alcohol van anulando los escasos intentos de reflexión. Y que es un burro quien desestima los descubrimientos de la ciencia; y que es un ignorante quien desatiende la evidencia de los hechos, y que patatín y que patatán. Y así. Quienes están más cerca acuden, atraídos por esa discusión que aparenta evolucionar hacia una trifulca, y donde ya hay amenazas de hacer pesar razones más contundentes. Como ya no hay arbitraje posible, pues el maestro de la localidad viajó a la capital, alguien, en procura de evitar un desenlace desagradable, propone una fórmula para resolver el diferendo sin violencia:
-¿Jugamos un partido de fútbol y quien lo gane tiene la razón? ¿Topan?
-Topamos.
Para un observador imparcial, desconocedor de la mentalidad de este pueblo, el método podría parecer como traído de los pelos, pero aquellos hombres aceptan de inmediato la propuesta. Quien la hizo conoce los motivos circunstanciales, evocadores de antiguas rivalidades. La población fronteriza es muy futbolera y por esa vía se canalizan con facilidad estas disputas. Los asistentes se afilian según las simpatías personales; los grupos se organizan, fijan fecha, eligen terreno para la contienda y acuerdan: el partido se jugará en quince días en el campo de la orilla del río. Es la cancha del Club River Plate, la mejor en mantenimiento e instalaciones para asegurar la comodidad de los espectadores. Transcurridos los primeros días, una vez publicitado el evento, ya se prevé una concurrencia multitudinaria, dada la expectativa generada. El Viejo Suárez se encargará de organizar al equipo denominado "De la Verdad Científica" (denominación que, en beneficio de la sencillez, será abreviado como Ciencias Fútbol Club), Aunque no juega (por la edad), Suárez es hombre inspirador de confianza para dirigir a un equipo con pretensiones de ganar. Tiene en su carpeta de méritos el importante antecedente de haber sido ayudante de campo del entrenador del seleccionado local. Suárez sabe escuchar a quienes conocen del tema y es un observador escrupuloso. Lee revistas especializadas para estar al dia con las tácticas de moda.
Los hermanos Sosa, Ladico y Arlindo, hombres jóvenes y fuertes, buenos jugadores, son designados como responsables de formar el cuadro de la Verdad Evidente. (Este, en adelante, será abreviado como "Deportivo Verdad").
-Hay un problema -advierte un hombre pequeño, de edad indefinida, de rostro alargado, dientes salientes y piel de color del cobre burilado.
-¿Y cuál sería el tal problema, Conejo? -pregunta, cejijunto, Yuca Tigre (un ladero profesional de hacendados, hombre fornido, de enormes espaldas, brazos largos, manos como garras y pelo desgreñado), con acento bronco y poco amistoso, muy habitual en él.
-¿En cuál de los equipos jugará el Toro Turbo? -pregunta el Conejo, con sonrisa desdentada, entre burlona y curiosa.
Un silencio peregrino, con el olor dulce de la marcela y el cedrón, venido desde la inmensidad de las serranías fronterizas ya cubiertas de noche, ingresa al recinto y se instala por unos instantes.
-Es problema, sí - afirma alguien.
-¡Es un grave problema! -reafirma otro.
-¿Sorteamos?
-Sorteamos sí.
-¡Alto ahí, compañero! - estalla el vozarrón de uno de los hermanos Sosa- el Toro Turbo es mucha ventaja, vo. ¿Damos empate por triunfo al equipo que juegue sin él?
-Es razonable. Aceptamos -corean voces monocordes y aguardentosas.
Treinta pares de ojos vidriosos sostienen el vuelo de una moneda de diez centésimos que dibuja una elipse en el aire brumoso del boliche y cae, con la cara del prócer hacia arriba, sentenciando el resultado:
-El Toro Turbo juega con los hermanos Sosa, en el equipo de la Verdad.
Un coro de imprecaciones denuncia el descontento de quienes tendrán al temible goleador como rival: ¡Madrequeteparió, cheee!
Los partidarios del Deportivo Verdad, satisfechos, se regodean con la victoria anticipada. Con el Toro juegan a ganador seguro y restan importancia a la concesión del empate como triunfo. Este es el apodo de un joven llamado Arcelino Rivair Corrales, un trabajador incansable, de fuerza y habilidad inigualable y diestro jugador de fútbol con justa fama regional. Los adjetivos son escasos para abarcar las opiniones laudatorias que tienen de él.
-Es un fenómeno en su puesto.
-Es lo mejor que se ha visto en muchos lugares.
-Es desequilibrante en el medio y alrededores.
-Es una saeta.
-Es un tractor.
-Es un goleador nato.
Arcelino participa con asiduidad en los torneos locales y, en ocasiones, lo requieren desde algún lugar cercano para integrar equipos o selecciones afiliadas a las Ligas de Fútbol de la región. Quienes le han visto en los terrenos de juego admiran su potencia, su velocidad y su resolución goleadora; es endiablado en los desplazamientos y recio en los balones divididos. Difícil de controlar, por los defensores rivales, es su puntapié de derecha efectuado desde afuera del área grande. Sin tomar excesiva distancia, le imprime mucha fuerza y correcta dirección al balón, asegurándole un destino infalible de arco.
-Sucede que, al alcanzar una gran velocidad, la pelota queda más pequeña y es más difícil de atrapar por el cuidapalos -explica, con voz pausada, el Viejo Suárez.
-¿De dónde sacó esa explicación, Viejo?
-Es la Teoría de la Relatividad de un tal Newton.
-¿Entrenador de algún equipo brasileño?
-No. Era un agricultor inglés. Cosechaba manzanas.
-Queloparió.
Eran muy comentadas -y temidas- las corridas del Toro Turbo desde el centro del terreno de juego, cuando avanzaba con pelota dominada, superando en la carrera a sus marcadores. El pánico de los cuidavallas ante esas embestidas inspiró ese apodo con doble referencia: Toro Turbo.
Solano Pérez, el peluquero, propuso el nombre de Toro, por su connotación de fuerza y decisión. Julio Fuentes, camionero y conocedor de mecánica automotriz, se inclinó por el apodo de Turbo, por su sentido de velocidad, de potencia y por el encuadre a los conceptos del fútbol moderno.
-No. Le ponemos Toro.
-Mejor le llamamos Turbo.
-Toro.
-Turbo.
-Toro.
-Turbo.
Y quedó asi, Toro Turbo, porque a la gente le satisfizo la sonoridad producida por la conjunción de ambos vocablos. En varias oportunidades Arcelino fue tentado de jugar en instituciones de renombre de Uruguay y de Brasil, pero su incorporación nunca se hizo, por esto o por aquello. Cuentan que, en un partido por el campeonato de liga local, fue observado por el conocido entrenador de un poderoso team de la capital del país.
Dicen que "El Pulpa" Etchamendi (de él hablamos), comentó a su asistente:
-¡Qué jugador, che! Ocúpate de que acepte la firma de un contrato para el Club Nacional de Fútbol.
El Toro respondió que no. "No quiero complicaciones", dicen que dijo.
Cuentan que el laureado DT, al enterarse de la respuesta, comentó:
-Déjalo, vo. Al fin y al cabo, con ese nombre ¿quién puede pretender llegar a jugar en el fútbol profesional?
(Cuando alguien intentó contrarrestar ese argumento citando el ejemplo de un futbolista, quien, con el extraño nombre de Espárrago, llegó a ser famoso en el mundo, Ramón Etchamendi ya se desentendía del asunto y hablaba de otros temas con los amigos).
Acordadas las condiciones del juego, todos se aprontan para el gran partido. El equipo de la Ciencia busca compensar su más débil formación con delanteros de oficio, mediocampistas de buen armado y defensas de recia marcación y salida rápida al contraataque. Merced a eficaces gestiones consiguen a un delantero muy joven, de origen brasileño, un genial malabarista del balón, ambidextro, rápido e inteligente para jugar, quien visita a parientes que viven en las cercanías de Puntas de Corrales, del lado de Brasil. Este jovencito, según se comenta, alterna en las divisiones menores del Club Santos de San Pablo y, en breve, será ascendido a las divisiones de privilegio. Le apodan Pelé.
Sin embargo, el Viejo Suárez, siempre cuidadoso de los hombres que tiene a su cargo, lo mantendrá en la plantilla de suplentes pues, según dijo, no quiere arriesgar el físico de un muchacho tan prometedor como éste. Utilizará sus servicios sólo en caso extremo, pues, hombre de gran visión, vaticina un gran futuro al negrito.
-No me falla el ojo clínico -afirma- este menino será un grande del mundo en poco tiempo.
Y otra gestión, tan eficaz como aquella, logra que acepte jugar en el arco del Ciencias otro joven brasileño, de buen físico y vocación de golero, codiciado por equipos de Porto Alegre y San Pablo, quien anda por estos lugares en una recorrida turística por varios países de Sudamérica. A este muchacho se le conoce por el apodo de Manga y es oriundo de Pernambuco, Brasil. Manga casi desiste de participar en el juego cuando se entera del nombre del centro-delantero rival.
-¿O Toro Turbo? ¡Vou embora! Tenho saudades do meu Pernambuco- declaró.
Pero después de mucho pensar y cuando le hicieron saber el motivo del partido, aceptó. "Porque sou homem de Ciencia"- afirmó solemne y salió a practicar con los demás.
El dia fijado llega y la asistencia al escenario se corresponde con la expectativa generada por la controversia. Cartelones y pancartas, dispuestos en cuatro tribunas atiborradas de fanáticos de ambos equipos, revelan el fervor con que el pueblo tomó la discusión: "Viva la Ciencia", "La Tierra es la que gira", "Viva la verdad" "Gira el Sol, Girasol", "Arriba Toro Turbo, Ídolo", "Arriba Supermanga", "Queremos como titular al negrito del Santos" y otras consignas, atrapan la atención de la gente.
La contienda comienza con mucho vigor y poca técnica (según los entendidos) y es parejo en su desarrollo. Los actores del espectáculo se brindan por entero, alentados por los cánticos victoriosos de las barras bravas. Con juego muy caballeresco, pero recio, con garra y pasión, no se dan ni se piden tregua. El equipo de la Ciencia, con un original sistema de relevos de hombres en la custodia del Toro Turbo, impide, hasta los últimos minutos, que el temible delantero acierte alguno de sus disparos cargados de peligro. Manga tiene un desempeño excelente en la portería; detiene balones difíciles y provoca exclamaciones de admiración de todos los aficionados. Las tribunas vibran con el fragor de la contienda.
Faltando pocos segundos para el final, los hombres del Ciencias se consideran seguros triunfadores, pues el empate significa el triunfo, y esperan ansiosos el último silbato del árbitro. Suárez está eufórico, sabiéndose ganador y liberado de su responsabilidad de haber hecho ingresar al joven delantero del Santos, a quien mantuvo entre los suplentes. (En algún momento del partido, cuando las cosas no iban bien para el equipo, la presión de los aficionados se hizo sentir).
Pero una acción ocurrida en los últimos segundos -ya en los descuentos- ahoga las gargantas y suspende el latido de los corazones: En un descuido inexcusable de los defensores del Ciencias, el Toro Turbo, con celeridad, se lanza hacia un balón enviado por el volante izquierdo justo al espacio vacío situado entre él y el arco contrario. El goleador, impulsado por una fuerza insólita, arremete, con la velocidad de un torpedo Exocet, hacia la portería custodiada por Manga. Quienes intentan marcarlo van quedando estáticos como menhires neolíticos. La vertiginosidad de su carrera hacia la valla del cuadro rival es tanta que se escucha el zumbido provocado por su cuerpo atlético, al hendir el aire de la tarde. La fijeza de su mirada es el síntoma de su resolución inquebrantable de llegar al gol. Tiene el arco rival entre ceja y ceja.
(Aunque la corrida duró escasos segundos, Suárez el Viejo juraría que pudo advertir como el cuerpo del Toro Turbo se hacía más pequeño, debido a la gran velocidad a que estaba sometido. Pero después, en sus declaraciones a los medios de prensa, guardó un prudente silencio sobre el punto.)
Una filmación en cámara lenta de ese instante, fugaz e irrepetible, mostraría a la gente en las tribunas con el rostro tenso por la atención, los ojos desorbitados, la mirada hipnótica y la boca abierta por el asombro.
Manga -quien más que verlo venir lo intuye- sale al descampado, despavorido e indefenso, en procura de frenar la letal acometida. Es inútil el esfuerzo. El delantero, con el balón dominado, lo impulsa con suavidad de magia por la izquierda para explotar el flanco débil de Manga, lo recoge luego por el callejón derecho y se aproxima al arco adversario, libre de marcas.
Pero en ese instante preciso, algo extraño ocurre. Al llegar a la línea del gol, sin nadie que le pueda impedir la conquista, el Toro Turbo se detiene, pone el pie sobre la pelota, mira a compañeros y a rivales con gesto de quien pide disculpas por lo que hará y, ante el asombro de todos, tira la pelota afuera, por sobre los muros del escenario deportivo, muy lejos.
Un grito de asombro plural se despeña desde las tribunas hasta el centro del terreno de juego. El goleador, haciendo caso omiso a estas reacciones, saluda al árbitro y se encamina al vestuario con paso parsimonioso y decidido. El público, enmudecido, lo sigue con la mirada empañada por el estupor. Luego, cuando uno de sus compañeros le pide explicaciones, dirá: "Recordé el motivo de este partido cuando estaba por hacer el gol. Disculpen, pero nadie preguntó mi opinión sobre el punto en discusión, para saber qué pienso y en cuál de los cuadros quería alistarme. Hubiera jugado en el equipo de la Ciencia, pues estoy de acuerdo con sus ideas".
Alguien comentó:
-Demoró más tiempo en dar explicaciones que lo que duró esa formidable corrida hacia el arco rival.
Es la primera vez -se dice- que el Toro Turbo, pudiendo hacer un gol no lo hace.
La explicación satisfizo a todos, aunque los del Deportivo Verdad se quedaron con el sabor amargo de una derrota, acaecida cuando ya el partido llegaba a su fin.
Aquel muchacho sencillo, de pueblo pequeño, tenía una austera dignidad y la gente lo comprendió. Era consciente y justo y demostró estar dispuesto a sacrificar la fama y el nombre en beneficio de una causa.
En Punta de Corrales, desde entonces y gracias a esa actitud bravía, la gente resolvió que la Tierra gira en torno al Sol. En cuanto al destino del goleador de Puntas de Corrales, dicen que vendrá una Comisión especial, dirigida por el actual entrenador del combinado nacional, un profesor de apellido Borrás, con el único objetivo de convencerlo de integrarse a las prácticas del seleccionado de su país. El conocido técnico tiene confianza en sus posibilidades de persuadir al Toro Turbo de aceptar tan patriótica responsabilidad. En conversaciones con allegados, el profesor comentó: Con este jugador este país estará en inmejorables condiciones de salir nuevamente campeón del mundo. Sin él será difícil -por no decir imposible- no ya de estar primeros en la contienda ecuménica, sino de figurar en los primeros puestos de la ronda de clasificación en el área sudamericana.
-Con eso le digo todo- terminó diciendo el veterano entrenador.
Quienes conocen al buen delantero fronterizo vaticinan: El viaje de esa Comisión será inútil; Uruguay desperdiciará otra oportunidad de volver a los lugares de privilegio del fútbol del mundo.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias