En diálogo con Francisco Jarauta: “El gran debate es sobre cuáles son las identidades, actuales y del futuro”
Daniel Feldman
08.04.2020
En diálogo con Francisco Jarauta: “El gran debate es sobre cuáles son las identidades, actuales y del futuro”
Nacido en Zaragoza en 1941, especialista en la obra de Pablo Picasso, catedrático de filosofía en la Universidad de Murcia, Francisco Jarauta ha realizado estudios de historia, historia del arte y filosofía. Es doctor en historia del arte en Roma, y obtuvo un doctorado en filosofía en Berlín. Actualmente se desempeña en la universidad Humboldt en Alemania. Sus trabajos están orientados especialmente a la historia de las ideas, filosofía de la cultura, estética y teoría del arte. Durante ocho años fue vicepresidente del museo Reina Sofía.
El año pasado estuvo en nuestro país en el marco de la exposición "Picasso en Uruguay", que se llevó a cabo entre el 29 de marzo y el 30 de junio.
Picasso y su obra Las señoritas de Aviñón fueron el pretexto para una conversación que discurrió por el arte y sus vinculaciones con la política, la globalización, y los desafíos para el futuro.
En estos tiempos de cosas y situaciones tan efímeras, y al decir de Bauman donde todo lo sólido se desvanece en el aire, ¿cuál es la vigencia de un artista, como Picasso en esta oportunidad, cuyas obras tienen un siglo haber sido creadas?
Sin tener que esperar más tiempo, podemos decir que Picasso ya es un clásico. Hablando en estos términos, es concederle un privilegio que normalmente se da cuando pasan los siglos. El siglo XX está marcado por una revalorización de las formas del arte. La primera etapa del siglo fue recorrida de forma heroica por las llamadas vanguardias; se silenciaron cuando finaliza la Segunda Guerra Mundial. Son las fechas en que mueren Klee y Kandinsky. Por estas fechas celebramos el centenario de la Bauhaus. En la década de 1950 nacen con gran fervor nuevas formas del arte, que desde el expresionismo abstracto americano a la cultura pop, que tiene que ver con la gran revolución cultural californiana y que después se asienta fundamentalmente en Inglaterra, van dando paso a la búsqueda de su forma artística por parte de una nueva cultura. Es absurdo lo que se afirmó en algún momento sobre la muerte del arte. Habrá arte mientras haya experiencia humana, en tanto haya necesidad de representar esa experiencia. En ese momento, una figura tan proteica como Pablo Picasso aparece como el que ha recorrido con más generosidad el siglo, una vez que él mismo nunca ha sido fiel a sí mismo. Permanentemente, a veces con intervalos imprevistos, abandonaba su propio estilo y comenzaba otro y otro.
Ha sido un rupturista.
Total. Es por eso que el cuadro que elegí y al que he dedicado tanto tiempo de estudio es "Las señoritas de Aviñón". Imaginen que allá por 1906 pasa unas vacaciones en el Pirineo catalán, regresa y en el Salón de Otoño ve unas obras de Matisse que producen malestar. Eran demasiado felices. Entonces se encierra en un mundo silencioso, extraño para un Picasso que era demasiado extrovertido. Ese período va desde el otoño de 1906 hasta junio del año siguiente. Hoy disponemos de siete cuadernos donde aparecen todos los estudios previos y bocetos para Las señoritas de Aviñón. Entre junio y julio de 1907 pinta el cuadro.
Que luego estuvo varios años sin mostrarlo.
Hasta 1916. Lo más extraño e inexplicable es que durante prácticamente nueve años se habla del cuadro, pero lo deposita en la casa de un amigo. Hay quien lo ve, y entre esos privilegiados está Breton, que se convierte en el primer entusiasta. Así como Daniel-Henriy Kahnweiler, que durante cierto tiempo fuera el marchand de Picasso dijo que ese cuadro era el origen del cubismo, Breton fue a más y afirmó que Las señoritas de Aviñón era el fundador del arte moderno.
Usted hizo referencia a Matisse. Hubo un contrapunto fuerte en su momento entre Picasso y Matisse. ¿Puede ser que uno fuera la expresión del color y otro de la forma?
Usted lo ha dicho perfectamente. Si fuéramos a conceptos rigurosos, serían estos: Matisse es color; Picasso es forma. Cuando le molesta, tira el color por el balcón, y en aquellos primeros cuadros góticos, cubistas, comienza a reducir la paleta a los tonos fundamentales. Entre los dos pintores hubo siempre una relación de mutua y gran admiración. En su residencia, cerca de Niza, compra para su comedor una maravillosa mesa florentina, toscana, se sienta en la cabecera y enfrente hay un maravilloso bodegón de Matisse. Nunca nadie podría haberle hecho un homenaje tan generoso.
Son esas cosas que hacen al arte, al debate en la cultura, a algo que hoy tal vez no estemos tan acostumbrados, y no solo en la pintura.
Todo ha cambiado tanto... hay una hipertrofia de la institución artística. A partir de los años setenta se multiplicaron los museos, subió el circuito galerístico, los precios tuvieron un crecimiento llegando a un momento en que eran insostenibles. Hoy todo es diferente, el arte juega a otras variantes. Hoy sería imposible abordar un análisis de los problemas del mundo contemporáneo sin pasar por el arte, como registro precisamente de esa problemática.
Aun coincidiendo que lo que usted plantea, da la sensación de que existe una separación entre el arte y la política.
Rotunda.
No me refiero a la política partidaria.
La política se ha convertido en administración, en management. Es ajena a lo que habría podido ser siempre la tensión utópica, con la que se tendría que enfrentar el mundo. Desde Aristóteles, era la política el arte de los posibles. Todo eso ha desaparecido. Hoy estamos ante una crisis de lo político, en sus términos más estrictos, y sobrenadan sobre esta especie de mar abierto oportunismos, marcados sobre todo por el pragmatismo y el liberalismo que han impuesto a la gestión política. La política termina siendo pura fontanería, y pido perdón por el abuso de la expresión, pero lo he escuchado tantas veces. ¿Qué hace el pragmatismo? Legitima las decisiones políticas after facts. Los hechos van bien, va bene, no discutamos más. El arte, en cambio, todavía se mantiene en esa tensión crítico - utópica; quiere hablar de las contradicciones del mundo contemporáneo, de la experiencia humana, de las numerosas formas de violencia. El arte ha asumido esa responsabilidad, pero efectivamente si en algún momento sus elementos, que eran utópicos, contagiaron también a la política, hoy esa relación ha tocado fondo, no existe.
De alguna manera Picasso supuso una ruptura en el lenguaje en su época. Hoy ¿es necesaria otra ruptura?
Las hay permanentemente. El mundo del arte contemporáneo es fuertemente experimental. Piensen en lo siguiente. Picasso comienza a imaginar Las señoritas de Aviñón justo cuando muere Cézanne. Picasso decía que este era el responsable de todo. Cuando le hacían alguna pregunta decía "esa pregunta hágansela a Cézanne"... que ya había fallecido. En las últimas pinturas de Cézanne prácticamente iba desapareciendo la relación entre hombre y naturaleza; el "guardián" se pinta con los mismos colores que la montaña... todo es naturaleza. La abstracción ha comenzado. Pero la abstracción, en su base, es la renuncia al naturalismo del siglo XIX. Sacrifica algo muy importante, que era la apariencia, el valor de la apariencia. La realidad es otra cosa. Es también importantísimo ver que en el mismo 1906 se edita la primera Memoire de la relatividad de Einstein.
A veces, cuando se producen, esas rupturas sacuden diversos campos.
Exactamente. Atraviesan las artes, las ciencias, podría decirse que pronto habrá anuncios de conflictos inesperados: la Gran Guerra, Octubre, la crisis de Weimar... fueron años tremendamente agitados. El arte vivió esa agitación.
Este mundo globalizado de hoy, donde se han roto fronteras, que nos da enormes ventajas pero también mundializa los problemas, ¿beneficia o no al arte?
De alguna forma el arte responde a los efectos de la globalización. Los sistemas de comunicación hacen que todo esté cerca, las sensibilidades se aproximan. A lo mejor hay un espacio protegido, que es el espacio local. Hay un Torres García, por decirlo así, que podía vivir en París, que era amiguísimo de Picasso, y sin embargo iba con su sistema de signos. Un artista admirable, que reconocía que él, dentro de esa primera globalización de la cultura francesa de 1900 a 1930, seguía siendo un pintor del Sur, un artista del Sur. Configuraba un universo de signos que tenía ese mestizaje de orígenes. Pero también había geometrías en sus ciudades. Hoy, la tendencia sería a la homologación de las artes y un sistema específico de resistencia de lo local.
¿Cómo es esa tensión entre lo global y lo local? ¿Existen las identidades locales?
Este es el gran debate, sobre cuáles son las identidades. No solo las actuales, sino también las del futuro. Indiscutiblemente estamos abiertos a un mundo de nuevos nomadismos; de nuevos mestizajes, nuevas identidades. Si se quiere, incluso, de identidades provisionales, que mañana aterrizarán en una forma. Cuanto más aceptamos los presupuestos de la globalización o la mundialización, más nos acercamos a los estándares globales. Pero después las formas de vida, los style life, permanecen de acuerdo a las condiciones de que tú vives en Montevideo, yo lo hago en una pequeña ciudad europea; reconocemos esto pero ya no hay una estigmatización de lo local. Este tiene toda la dignidad, pero vive reconocido en el espejo de ese universalismo nuevo, que en el fondo es una herencia que hasta el mismo Kant planteó: el futuro es un cosmopolitismo activo, que la política ha abandonado. Nos encontramos con un mundo lleno de problemas, de conflictos, de nuevas confrontaciones, pero carecemos de aquellas instituciones capaces de gestionar esa complejidad. Hay un déficit político inmenso. Las Naciones Unidas, dijera un amigo, estaría bueno que se convirtieran en una agencia del bien común. No sirven. Necesitamos instituciones que por lo menos garanticen la gobernanza del planeta.
Volvamos a Las Señoritas de Avignon, que fueron el pretexto para esta charla. Más arriba decías que Breton afirmaba que era el fundador del arte moderno. ¿Es así, se lo puede considerar como el primer cuadro del arte moderno?
Sí. Sin duda alguna.
¿Por qué?
No solo el primero, sino el fundador de una nueva era. Picasso no solo renuncia a aquello que Cézanne -para él tan maestro como ningún otro- planteaba, que era la renuncia al naturalismo. Él quiere hacer un cuadro importante. Nunca había trabajado con ese gran formato, 2,40 metros x 2,44 metros. Muy grande. Las figuras llegan a la parte superior y tocan rasante el cuadro. Hay tres bocetos. Uno en el Museo Picasso, otro en Basilea; se decide por el tercero, que está en Filadelfia. Es una especie de cortinón que está relacionado con un prostíbulo de la calle Aviñón en Barcelona, que él frecuentaba con sus amigos. Es como si fuese todo un espectáculo. La esquematización de todas las figuras, la reducción de los cuerpos, que dejan de tener morfología; planos, la geometría sustituyendo a la forma; esos ojos, esas máscaras.
Tenía una importante colección de máscaras africanas.
Él las coleccionaba, sí. ¡Hace tantas pruebas! Al final, los dos extremos tendrán sus dos máscaras; las dos centrales parecerán mujeres españolas. En el centro, una mujer que nos da el torso. Picasso introduce una ruptura, suspende esa complacencia naturalística de los grandes pintores del impresionismo. Hay un vacío tras la muerte de Cézanne y Van Gogh, y comienza a ver que sobre ese espacio aparece ese juego de geometrías que anuncia el futuro. Hay un antes y un después.
¡Qué interesante lo que señalas! Tal vez por la trivialización que hoy abunda, muchos pueden imaginar que un pintor agarra un lienzo en blanco y larga tres pinceladas y ya está. Tú marcas que hay trabajo de investigación, inversión, dolor...
Él pasó por un momento de impasse. No sabe qué camino tomar. Y hay un momento de sorpresa total. Siempre guardó en su escritorio, bajo llave, y dentro de él en un cajoncito también bajo llave, todas las postales en cartulina que tenían que ver con las obras de Ingres. De pronto saca el gran Baño Turco [obra que representa a un grupo de mujeres desnudas en un harén], que le llevó a Ingres más de 40 años para pintarlo, en Roma. Picasso queda hipnotizado con ese cuadro. Aparecen las figuras, las mujeres del serrallo. Lo inspira, con elementos que después aparecen transformados, en un primer plano, con luz cenital, sin fondo, con grandes manchones azules y blancos, reconstruyendo ese esquematismo de las figuras que anuncian el espectáculo del arte moderno. ¡Voilà! Es por aquí. Después de eso Picasso queda exhausto. Hay un autorretrato que pinta inmediatamente después de terminado Las señoritas de Aviñón que es lo más dramático que puedas imaginar. Pero está hecho. Él intuye que ha nacido el cubismo y agitadamente empieza a explorar ese camino. Se impone una nueva estética y un nuevo concepto del arte. Nació el arte moderno.
(*) Esta entrevista se emitió originalmente en el programa LA PUERTA por FM Ciudadela 88.7
Daniel Feldman | Periodista