Un domingo de “votaciones”

Daniel Vidart

24.09.2020

Allá por los años cuarenta yo vivía en un pueblo rural. Los yuyos se empeñaban en entrar en las casas. Alrededor del caserío descascarado, recorrido por calles polvorientas, se amontonaban las chacras. En ellas, dedicadas a la agricultura extensiva, se plantaba trigo, maíz, paja de escoba.

La gente sabía poco del mundo y la vida era monótona, gris, como la neblina que por las madrugadas se espesaba en los ejidos. Las fiestas no abundaban; recuerdo la del Día de los Muertos y la de San Isidro Labrador.

Pero el gran día era el de las "votaciones". Los caudillos blancos y colorados organizaban sus respectivos campamentos en las afueras del pueblo o en los descampados de las manzanas donde pastaban algunas vacas o caballos de tiro. En uno de ellos, recuerdo, se levantaba un inmenso chiquero, cercado con palo a pique. Frente al baldío, en la esquina, languidecía un boliche y al lado de éste, como cosa inusual, habían abierto una sastrería.

Llegado el día de las elecciones los blancos ocupaban uno de estos campitos y los colorados hacían lo mismo con otro, no muy vecino, por las dudas. Los caudillos corrían con los gastos. Asado, vino a discreción, pasteles y fritangas. Todo gratis. En esos descampados se instalaban también los fulleros: se jugaba al monte criollo, al golfo y al siete y medio; se tiraba la taba, como siempre "cargada" y un montevideano que otro embaucaba a la gente  con los dados. A medida que corría la caña subía el monto de las apuestas y más de una vez hubo que separar a dos borrachos que armaban camorra. 

El dentre a estos garitos al aire libre y chupipanda corrida, todo tolerado por la policía, no era gratuito. Es decir, plata no costaba pero en la estrada al campamento, que así se les decía, estaba el caudillo pidiendo  las barlotas antiguo nombre -deformado- de las credenciales cívicas. Canario que entraba, canario que debía entregar sus papeles, los cuales eran puestos a buen recaudo. Después del mediodía la gente ya estaba pasada de alcohol, asoleada, sudorosa y en la mayoría de los casos, con los bolsillos pelados. A eso de las tres venia el caudillo con una tropilla de incondicionales que le respondían a cara de perro. Llamaba a la gente por su nombre, repartía las credenciales con las respectivas listas, bien dobladas, en las cuales él figuraba, ya de relleno en las nominas de los candidatos a diputado, ya como titular para el Concejo local.  

A tropezones, entre vivas a los colores partidarios, salían los votantes rumbo al "cuarto secreto". Los acompañaban los "hombres de confianza" del caudillejo hasta la entrada de las mesas de votación, no fueran a perderse en el dédalo de calles de aquel pueblito de mala muerte. Una vez entregado el voto la gente ya no regresaba al campamento, salvo si había dejado allí los caballos, atados a los palenques o sueltos nomás, que el potrero daba para todo. Algunos, los más adinerados, subían en sus charretes. Nadie, por ese tiempo, andaba en bicicleta. Los apeados cambiaban los  incómodos  botines por las alpargatas que se habían sacado al llegar al poblado y rumbaban a sus ranchos, con el paso inseguro, la barriga llena y el corazón a veces no tan contento, pues muchos de ellos habían sido desplumados jugando a la taba, a los naipes o al tahúr de los tres espejitos.   

Yo vivía a media cuadra de uno de los campamentos "partidarios". Recuerdo que en una de esas arreadas de votantes, los chanchos, no sé por qué, armaron un descomunal concierto de gruñidos.  Imaginé -ya por ese entonces andaba leyendo El Quijote- que esos infelices eran parte de la piara que, escapada del chiquero, se atropellaba en la carrera por llegar a la pitanza. A lo mejor no andaba tan desacertado, pero a la inversa: Alonso Quijano el Bueno había confundido con perlas los granos de maíz, que desgranaba una campesina, su imaginaria Dulcinea del Toboso. Al cabo, el maíz es una insólita golosina, para los cerdos, acostumbrados a comer desperdicios.

 

(*) Daniel Vidart falleció el 14 de mayo de 2019.

Daniel Vidart
2020-09-24T16:30:00

Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta.

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