Batlle

Daniel Vidart

06.06.2023
Batlle

Siento que es todo un desafío referirme aquí y ahora a la figura y la obra de José Batlle y Ordóñez a casi 157 años de su nacimiento.

En efecto se trata de condensar y valorar en una breve reseña el impacto de sus ideas y sus acciones en la creación de nuestro ser nacional contemporáneo, una entidad cuya entelequia determinante va mucho más allá de la modernización efectiva del país, como ha sucedido a partir del primer tercio del siglo XX, o del hombre que creó su época, como dice Vanger, o del político por excelencia cuyo pensamiento y cuya obra hacen posible la comprensión del Uruguay en que hoy nos toca vivir , como afirmaba Carlos Rama, un tenaz anarquista.


Antes de comenzar no viene de más un recuerdo personal Yo nací en el año 1920 en Paysandú. hecho que me hace contemporáneo- pese al foso cronológico que nos separaba- a los últimos nueve años de la vida de Batlle. Mi padre, que fue dos veces representante nacional del batllismo por ese departamento, solía llevarme, de niño, a las Convenciones y Asambleas que se celebraban en el Teatro Royal. Allí conocí a Don Pepe. Me parece verlo sentado en el estrado, erguido e imponente su torso de gigantón, con sus manos, abiertas como estrellas, apoyadas en las rodillas poderosas, alborotado el cabello canoso que mesaba de cuando en cuando, calma y precisa su voz. De todo él emanaba como un aura de autoridad, una especie de halo tutelar que imponían un tácito respeto, una admiración generada por lo imponente de su figura, por lo breve y tajante de sus conceptos, por la didáctica precisión de su juicios. Y cuando regresábamos con mi padre, el diputado batllista Loreto Daniel Vidart, a un hogar donde la personalidad, las ideas privadas, las acciones públicas y la evocación de los hechos y dichos de aquel guía de conductas y forjador de opiniones eran la infaltable rutina de los largos almuerzos y las conversadas cenas, yo me sentía como una especie de minúsculo hijo espiritual del Maestro que, con su sola presencia, había cautivado mi atención y despertado mi respeto. Más tarde, de muchacho, nutrido por lecturas humanísticas, libertario por instinto y convicción es decir anarquista -como lo fuera mi padre antes de ser batllista y no colorado- yo lo veía como al Atlas rioplatense que había cargado sobre sus hombros un país entero para recrearlo desde una valerosa raíz oriental que por esa época enriquecía la cepa criolla del pueblo trabajador uruguayo con el legado carnal y cultural de un torrente de inmigrantes.


Y, a propósito, deseo recordar alguno de sus pensamientos acerca del trabajo para esclarecer ciertas oscuridades, cuando no tinieblas, imperantes en nuestros días Decía Batlle: " Yo propongo que el trabajo sea exonerado de impuestos". " Yo creo que siendo tan beneficiosos los resultados del trabajo, no deben cercenarse las satisfacciones a quienes producen ". "El impuesto a la renta , que parece no pesar más que sobre los que están en las mayores alturas en la dirección de las empresas, desciende hasta los más necesitados y los reduce a la miseria" .No son estas afirmaciones retazos arqueológicos de un clausurado contexto social sino advertencias que gravitan en el escenario contemporáneo con el perenne sentido de la justicia conmutativa y distributiva que guiaba los fuertes pasos de aquel grande hombre, quien ahora, a la distancia, se me antoja como una suerte de Prometeo político y moral, no obstante sus humanos e inevitables defectos.


Por eso no resulta ocioso repetir un manido estribillo que, por arte multiplicatoria, propagaba a los cuatro vientos de la patria una consigna que era también el santo y seña del credo batllista: " Justicia para todos. Justicia para nosotros y para nuestros adversarios. Justicia para nuestros hijos y los hijos de nuestros adversarios" Expliquemos esto. Batlle no definía como enemigo a quien no compartía sus ideas: sólo reconocía adversarios políticos. Y al pueblo, desde el punto de vista social y cultural, lo remitía al concepto de ciudadanía, con todos los derechos y deberes que tal condición entraña.


Por mi formación intelectual y mi trayectoria de investigador de la cultura uruguaya me precio de conocer las líneas maestras de la historia nacional. Pero cuando repaso la copiosa bibliografía donde constan los logros materiales, institucionales, económicos, sociales, culturales y políticos de Batlle y el batllismo, del conductor y el equipo de hombres jóvenes, ilustrados y valientes, que lo acompañaron en su colosal, casi increíble empresa, no puedo menos que estremecerme, que sentir una especie de vértigo ante la apretada sucesión temporal, y por ende cuantitativa, de la obra tangible e intangible del batllismo primerizo, el verdadero, el incrustado en nuestra historia como una revolución civil - y civilizadora- de las instituciones y el pensamiento. Tras ella se desencadenó una superior impronta cualitativa, esa sí intemporal, que hizo viable a una nación tocada por el soplo de un Espíritu que , como en el Génesis bíblico, aleteaba sobre las aguas del rio de la Plata.. Ese soplo no era otra cosa que la potencia creadora de aquel demiurgo que desde la meditación filosófica emprendida por un espiritualista temprano, aleccionado por Prudencio Vázquez y Vega, pasó a la acción. Y en este caso conviene recordar que el Batlle juvenil soñaba, antes de bajar de los cielos a la tierra, con los posibles mundos habitados del espacio sideral. Cuando mozo le hubiera gustado ser astrónomo, y a los 72 años pensó adquirir un telescopio, compra que se frustró, para recrearse con la contemplación del universo estrellado.


Pero lo humano, con sus miserias y grandezas, prontamente lo atrajo con fuerza irresistible. Domingo Arena, su amigo y colaborador, proveniente del campo anarquista, como tantos otros de sus partidarios - ese fue tambien, como dije antes, el caso de mi padre - así lo cuenta. "Lo que movió a Batlle a lanzarse a la política fue la indignación profunda que le produjo el predominio de la injusticia, de la crueldad, de la rapiña. Le pareció que era un deber elemental colaborar en la destrucción de aquellas situaciones ominosas. Hubiera muerto de vergüenza si se hubiera quedado inactivo e indiferente".


Y bien. Como resulta imposible resumir aquí y ahora el cúmulo de los proyectos y realizaciones que Batlle entregó a su pueblo y al acerbo institucional de una América latina aquejada por la pobreza, lastimada por la explotación de los mas débiles y ensangrentada por la prepotencia de los dictadores, remito a los lectores a un texto (Manual de historia del Uruguay, varias ediciones) que dedicara Benjamín Nahum a la época batllista, claro y accesible a la vez. Entre las páginas 14 y 130, al inicio del segundo tomo, se ofrece un inventario del alucinante cúmulo de infraestructuras materiales, mesoestructuras sociopolíticas y superestructuras culturales surgidas entre los años 1905 y 1929. De hacerlo, los jóvenes de hoy en día, y creo que tambien los que ya no lo son, quedarán sorprendidos y quizá también emocionados ante aquel ímpetu constructivo tanto en el orden material como en el espiritual que dio alas y vuelo al ideario del primer batllismo que yo, sobreviviente de una Edad de Oro, aún proclamo como la base de mi visión humanista y socialista del mundo y de la vida.


Por ello, porque el desarrollo temporal del drama humano tiene corsi y recorsi, decadencias y renacimientos, no debe descartarse que tras la historia fáctica, o sea la praxohistoria, sobrevenga la arquitectura ideal de una metahistoria que algún día construiremos los uruguayos sobre los cimientos de un edificio político cuyos restos no son los testimonios marchitos del pasado sino las simientes de un cercano futuro, ya que el pensamiento de Artigas y el de Batlle han de ser los horcones que sostengan ese techo ideológico.


Batlle, hombre de su tiempo, y a la vez fuera del tiempo que corre como el río de Heráclito, creía en la libertad y en el libre albedrío que distinguen a nuestra especie de los otros integrantes de la escala zoológica. Rechazaba, además, el excluyente determinismo económico dado que, planeando sobre "el interés" - estas son sus palabras - "la idea, la verdad, tambien apasionan al hombre". Creía en la democrática prevalencia de las mayorías políticas : el partido triunfante en los comicios debe gobernar con sus hombres , sin entreverar el mazo del poder, Del mismo modo que Nietzsche, quien en su momento dijera " Oh voluntad de mi alma, a la que llamo destino! " , Batlle, en el primer editorial del diario El Día, por él fundado en el año del 1886 después de la fracasada aventura revolucionaria emprendida contra el tirano Santos, había escrito: "Siempre hay un camino abierto para los hombres de buena y fuerte voluntad".


Muchos suponen que su lucha contra los dogmas religiosos, en especial el católico, por entonces dominante en el pais, lo había alejado de lo sagrado, y era por lo tanto, si no un ateo, un agnóstico cabal. No obstante, en una clase dictada por Eduardo Acevedo en 1944, éste afirmó lo siguiente, ante un asombrado auditorio: " Siendo Batlle y Ordóñez presidente del Consejo Nacional de Administración, tuve que ir yo a Piedras Blancas para consultarle un punto de la Carta Orgánica del Banco de la República. Terminada la conversación le referí a Batlle, con quien yo cultivaba una vieja y afectuosa vinculación, que, en esos días, había roto muchos papeles estudiantiles, entre los que figuraba una libreta con estos títulos : Argumentos para probar la existencia de Dios, Argumentos para probar la inmortalidad del alma, Argumentos contra la divinidad de Jesús. Yo conservo - le dije - las mismas ideas que entonces. ¿Y Vd.? agregué. Si - me contestó - algo por el estilo".


Traigo esto a cuento no como anécdota menor. El viejo deísta que, sin manifestarlo públicamente, creía en la existencia y grandeza de un orden superior que regía el universo, aunque en El Día dios se escribía con minúscula, levantó con la argamasa de lo numinoso, dignificando así la profanidad de la vida cotidiana, las paredes de la casa de la libertad y a partir de ella, proyectándose al campo abierto de la política, fue el incansable predicador de las excelencias de la democracia directa, en lo colectivo, y de la majestad voluntarista del libre albedrío, en el fuero personal de la criatura humana.


Todos los antecedentes aquí apenas esbozados lo indujeron a ponderar la necesidad del sufragio universal: "En las democracias, -escribió-, los desheredados son los más fuertes porque son los más". Y sin lograr imponerlo, bregó por el establecimiento del plebiscito, por la consulta a la voluntad del pueblo, colocando así, a la sombra del anarquismo que por entonces privaba en la clase obrera rioplatense, las excelencias de la soberanía popular.


En efecto, la capacidad creadora y transformadora del pueblo como representante verdadero del poder político muerde aún más fuerte que el Leviatán del Estado. La sociedad civil es la verdadera soberana, aunque tantas veces en la historia universal de la infamia -que decía Borges- le hayan hurtado la principalía de su papel.


Este pueblo, para ejercer su poder, sostenía Batlle, debe ilustrarse, debe ser educado y enseñado para actuar de modo eficaz en la cosa pública. De tal modo sembró escuelas diurnas y nocturnas, multiplicó el número de liceos, especialmente en el interior del pais, capacitó a la mujer y al obrero, y, luego, como culminación del estadio pedagógico, procuró encauzar estos contingentes así entrenados en las filas progresistas de su partido - una casaca colorada que siempre le quedó chica al cuerpo del batllismo- para que las aspiraciones y necesidades populares no fueran trampeadas por las minorías oportunistas y los grupos oligárquicos.


Este partido funcionó, gracias a su empuje de organizador y dinamizador, con conciencia y estructura democráticas. Por ascensión capilar se inició la marcha desde las raíces, a partir del Club Seccional, aquella famosa escuela ciudadana" cuya ausencia reclama hoy, antes que las alabanzas de la memoria, los instrumentos estructurales y funcionales que revivan su antigua eficacia, y cuya esencia debe ser resignificada por los Comités de Base del Frente Amplio, al que, sin partidismos, adhiero con fervor, espíritu crítico, y esperanza. Desde aquí, desde este semillero de reclamos e iniciativas populares, de capacitación y fogueo, se sube por un escalón selectivo hacia el Comité Departamental, y , tras los umbrales de este órgano catalizador, se abren las puertas del Comité Ejecutivo Nacional para, finalmente, coronar el delicado y osmótico sistema con la Convención del Partido, la gran caja de resonancia de lo múltiple que tiende hacia la unidad y de la unidad que respeta el color local, la tendencia y el matiz de lo múltiple.


¿Fue Batlle el fundador de un inicial populismo, el alfarero de una mesocracia satisfecha de su vulgaridad y sanchopancismo, el auriga de un Estado Benefactor arrastrado por los caballos negro y blanco del mito platónico, el fabricante de una burocracia etnocéntrica, con mente de almacenero minorista, el padrino pelado de una nación sin sueños de grandeza y sí rebosante de doradas y satisfechas medianías, como opinan los detractores y los críticos del batllismo? ¿O fue el arquitecto de La Suiza de América, del Laboratorio del Mundo, de la Utopía que se trasmuta en Paraíso de los Locos, como apunta Real de Azúa en El impulso y su freno? En otros párrafos, este mismo autor esboza unos conceptos que definen por lo alto y sin entusiasmo, pero con buena puntería, lo que, reflejada por el espejo de la historia, muestra la obra de Batlle y el batllismo: " Calando más hondo, hay probablemente una serie de rasgos, difusos pero efectivos, que hacia esos tiempos reclamarán el término de progresista para un régimen que se asiente en zona céntrica o periférica del mundo. Son, por ejemplo, el reemplazo de las estructuras militares por las civiles; de las agrario - campesinas por las urbanas e industriales. O la sustitución de vínculos desde lo comunitario y estamental a lo individual y contractual. O de las pautas desde lo espontáneo e intuitivo a lo racional y deliberado. O la de los valores desde lo religioso y tradicional a lo científico y moderno".


En posteriores páginas, refrenando un entusiasmo que se esconde en las entrelíneas - Real de Azúa no era batllista -, traza el siguiente retrato de aquel líder que, como un mago, sacó de una raída y arcaica galera las sorpresas gratificantes de una nación vigorosa, de un Estado providente, de un inédito mediodía ciudadano, y todo ello potenciado por las recompensas de una cultura física triunfante y una cultura espiritual creadora. Luego de referirse en apretada síntesis a los logros de aquellos treinta años deslumbrantes, pese a las oscuridades, que nunca fueron ocasos, impuestas por las malandanzas de las instituciones y la veleidad de los hombres, nuestro autor expresa : "Por todo eso [lo generado por el pensamiento y la acción del batllismo] resulta insoslayable el hombre que estaba al frente de esa obra. Un hombre con calidades de político diestrísimo pero también, a la vez, con eficaz y auténtica aureola de apóstol, misional y mesiánico. Un hombre capaz de unir sin hipocresía una viva suscitación de la espontaneidad popular - estaba sin duda dotado de una honda fe en el hombre común - y el peso de una personalidad que por su misma irradiación caudillesca importaba, tal vez a pesar suyo, una coherente, autoritaria jefatura política. Y como a desgana, sofocando un movimiento interno de admiración y ternura, nuestro autor agrega este acorde orquestal que brota de profundis [...] aún a la distancia, suena algo así como una fresca melodía creadora. "


Ahora, como anticlimax, deseo citar dos juicios que figuran en el Cuestionario Proust contestado hace unos años por medio centenar de compatriotas más o menos ilustres. A la pregunta ¿Qué reforma admiras más ? solamente dos interrogados contestaron de modo semejante. Uno fui yo. Dije, lisa y llanamente, "La de José Batlle y Ordóñez". Pero fue mas explícito, y diría que mas incisivo aún, un intelectual contestatario, escritor de gran prestigio en el país y en el exterior, hoy recordado y llorado como un uruguayo ilustrado e ilustre. Este respondió:" La que impulsó en Uruguay don José Batlle y Ordóñez, en educación y en desarrollo político y social". Esta respuesta, señores, fue la de Mario Benedetti.


Advierto, para terminar, que sin la obra y la ideología de Batlle, donde la política mas de una vez quiso ir de la mano de la moral, pese a la famosa Raison d´Etat, no hubiera sido concebible este país, que mas de una vez estuvo huérfano de aquella generación de obreros del espíritu que tambien fueron estadistas en el mas alto sentido del término.


Hubo un estilo batllista de savoir faire, de sobriedad administrativa, de conocimiento y manejo de la cosa pública, del arte de gobernar, de destreza en el relacionamiento interno y externo, de democracia infusa que emparejaba por lo alto pese a las escasas tentativas de emparejar por lo bajo , de asunción popular de una conducta colectiva maleada por la dignidad y la mesura, de modestia que no era signo de desamparo sino de sereno dominio de las situaciones, es decir, en definitiva, que en el batllismo inicial hubo hay un tono, un sistema coherente de valores políticos y sociales que atraviesa toda la historia del Uruguay contemporáneo, sea cual fuere el partido que está en el poder, cuyas acciones y pasiones apuntan al blanco de una identidad nacional definida por los aciertos y aún los humanos errores del batllismo, esa palanca política de la historia forjada por la titánica personalidad de quien fuera la más importante figura del país independiente.


Vuelvo a mi niñez, a mi juventud. Y vuelvo a sentir el grito que venía desde los barrios pobres, desde el rescoldo irracional de los mareados y la afectividad controlada de los lúcidos, desde los que tenían hambre y sed de justicia, desde los que sentían la alegría de vivir en el seno de un pueblo pequeño y a su modo poderoso, bien alimentado de cuerpo y alma, sobrio en sus ademanes y recatado en sus encuentros con el Otro. Ese grito está vivo, ha vencido la muerte de una época y el infortunio de sobrevinientes años oscuros. Yo lo repito y grito tambien a todo pecho, a todo corazón: ¡Viva Batlle!

 

(Texto enviado por Alicia Castilla)

Daniel Vidart
2023-06-06T06:25:00

Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta.

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