CALLE A CALLE MVD (*)
Donde manda capitán…
10.03.2025
MONTEVIDEO (Uypress) – Ya en notas anteriores me refería a calles que solo se nos presentan como un apellido, no sabemos si para hacer un homenaje a todos y todas, o para aguzar la imaginación de los habitantes de la ciudad.
Hablamos en su momento de Cooper, la calle de Carrasco que desapercibidamente recuerda al afamado escritor estadounidense John Fenymore, y también nos hicimos eco de Gutiérrez, esa corta rúa de Villa Muñoz que nos hace estudiar para saber que no era ni más ni menos que Francisco Gutiérrez, ese ciudadano que promediando el siglo XIX donó al Estado unos terrenos donde más tarde se erigiría el Palacio Legislativo.
Hoy nos convoca Bermúdez.
Un patronímico, dicho de un nombre propio de una persona, deriva del de su padre o de otro antecesor masculino, usándose originalmente para indicar la filiación o pertenencia a un linaje, tal como pueden ser González, de Gonzalo; Mijailóvich, de Mijail, MacDonald, de Donald (cualquiera de ellos, incluido el pato).
Pues bien, Bermúdez es patronímico procedente de Bermudo, y las referencias más antiguas se remontan a Suero Bermúdez, o Vermúdez, allá por fines del siglo XI y principios del XII, noble asturiano, hermano de Gutierre Bermúdez (y volvemos entonces a nuestro relato anterior).
La calle Bermúdez la descubrí hace ya tiempo, subiendo por Ejido desde la rambla, una cuadra antes de llegar a la avenida Gonzalo Ramírez.
Corta y austera, como su nombre, se dirige por no más de cien metros hacia el este, sin salida, confluyendo en una bonita casa de dos plantas que permite ver, a lo lejos, el cielo en casi todo su esplendor.
Justo Germán Bermúdez -así se llamaba quien da nombre a nuestra calle de hoy- vivió apenas 29 años, lo que no le impidió, por su bravura, ingresar al nomenclátor de nuestra capital.
Son muy pocos los datos que nos permiten bucear en su corta vida, y la mayoría proviene de fuentes argentinas, que básicamente se detienen en dos semanas.
Nació en la villa de Maldonado, en la por entonces Banda Oriental, el 28 de mayo de 1783.
Dicen que poseía una importante "casa de abasto" en el Cordón, y estaba casado con Dominga Rosas, con la que tuvo tres hijas, de las que solo se conserva el nombre de la menor: Fortunata.
Cuando estalla el movimiento emancipador en nuestras tierras, hace ya más de doscientos años, en 1811, Justo Germán junto a Juan Antonio Pérez se aboca a la formación de un escuadrón de vecinos que se denominaría "Voluntarios de Infantería del Cordón y la Aguada", que llegaría a contar con doscientos integrantes.
Tal era el compromiso de Bermúdez con sus ideales, que para dar cuenta de los gastos del escuadrón recién fundado vendió en cinco mil pesos su establecimiento.
Nombrado capitán de la 2ª. Compañía, a las órdenes de Artigas, participó en la Batalla de Las Piedras y en el sitio de Montevideo contra el virrey Elío.
Detenido por los portugueses en una misión encomendada por José Rondeau, logra fugar, y en ocasión de estar su esposa presta a dar a luz, decide separarse del ejército para acompañarla, pasando a la entonces capilla de Mercedes, "suponiendo allí algún mejor acogimiento para el parto de su esposa, que aguardaba por momentos; pero como este no llegase y por otra parte se sintiesen varios estragos de gentes insubordinadas y se temiese a más las partidas portuguesas, determinó venirse al momento fletando un bote por sesenta pesos fuertes para él, su esposa y cuatro soldados que le seguían; llegando al fin a esta después de un penoso y peligroso viaje, donde no habiendo estado jamás ni teniendo más conocimientos que los de una agraciable hospitalidad, se ve enteramente escaso de dinero y sin recurso alguno, por falta de conocimientos, reducido a mendigar el más leve servicio", según nos da cuenta el propio Rondeau en un informe al gobierno fechado en noviembre de 1811.
Bermúdez ansiaba incorporarse al ejército porteño, y en abril de 1812 lo consigue, incorporándose como teniente al Regimiento de Granaderos a Caballo. Meses después sería ascendido a capitán.
Cuando el sol asomó en el horizonte en la mañana del 3 de febrero de 1813, encaramado en lo alto del campanario del convento de San Carlos Borromeo, a orillas del Paraná, el teniente coronel José de San Martín, a la sazón de solo 35 años, divisó las velas de las once embarcaciones realistas que asolaban a las poblaciones locales.
Tenía órdenes de rechazar a los invasores. La batalla estaba por empezar.
La historia lo recuerda como el combate de San Lorenzo, el único -según dicen- en que el libertador San Martín participó en suelo argentino.
Febo asoma, ya sus rayos
iluminan el histórico convento.
Tras los muros, sordos ruidos,
oír se dejan de corceles y de acero.
Son las huestes que prepara
San Martín para luchar en San Lorenzo.
Y el clarín estridente sonó
a la voz del gran jefe, a la carga! ordenó.
Con esos versos comienza la venerada Marcha de San Lorenzo, cuya versión interpretada por Abel Pintos recomiendo encarecidamente no escuchar... aunque como dice el refrán, "sobre gustos no hay nada escrito".
Cargas van, disparos vienen, no vale la pena detenerse en la pornografía del combate, más allá de relatos de heroicidades y, ¿cómo no?, también de cobardías.
En ese histórico enfrentamiento nacería el mito de Juan Bautista Cabral, soldado argentino de origen afroindígena, que la historia perpetuaría como el "Sargento Cabral".
Cabral moriría al finalizar la batalla, luego de socorrer heroicamente a San Martín, cuyo caballo había caído en el combate.
Sin embargo, la iconografía patriótica argentina no se detendría solo en él.
Si bien años después San Martín, ya general, definió a Bermúdez como "bravo oficial, pero novicio en la carrera", debido a un error cometido al abrir demasiado un flanco en el combate de referencia, no menos cierto es que tuvo una labor destacada en el desenlace con derrota para los españoles.
Justo Germán fue herido en una rodilla, lo que lo dejó fuera de combate. A pesar de ser atendido por el eminente Cosme Argerich, sufrió la amputación de la pierna, que posteriormente se infectó, y tras varias hemorragias, falleció.
Pero, todo tiene su punto de vista. Hay quienes afirman que se arrancó el torniquete para que la hemorragia lo matara, como forma de salvar su honor antes de recibir una reprimenda de San Martín por haber ejecutado con unos segundos de retraso una orden.
Debo confesar que nunca entendí mucho la lógica militar. Tampoco hice mucho para entenderla. Parafraseando a un chiste de moda hace tiempo, la lógica militar debe ser a la lógica como la música militar a la música.
Recuerdo que una vez, deambulando por las instalaciones del Hospital Central de las Fuerzas Armadas, vulgarmente conocido como Hospital Militar, en la puerta de un servicio me topé con un cartel que indicaba algo así como que, ante una situación de emergencia, se debía respetar las siguientes prioridades de atención: primero, oficiales generales, luego coroneles, etc., y los pobres cabos, que podían venir con algún ojo y brazo en la mano, debían esperar frente a un eventual rasguño de sus jefes.
Eso me llevó a meditar profundamente y darle muchas vueltas a por qué el capitán Justo Germán Bermúdez tiene en su honor una pequeña calle casi a punto de caer del mapa, y don Ramón Anador, que era cabo y de quien la historia el único dato que nos da es que también murió -como Bermúdez- en el combate de San Lorenzo, es perpetuado en una importante avenida que une el parque Batlle con el Buceo.
Muy posiblemente, algo se me haya escapado.
(*) CALLE A CALLE MVD pretende acercarnos al por qué de los nombres de las vías públicas de la ciudad... y tal vez a otros desvaríos
Daniel Feldman | Periodista