CALLE A CALLE MVD (*)
El gran arquitecto
11.11.2024
MONTEVIDEO (Uypress/Daniel Feldman) – No es el GADU, Gran Arquitecto Del Universo, el dios al que, simbólicamente, algunas órdenes iniciáticas suelen referirse como primera causa del universo. No. Pero sí podemos considerarlo como nuestro pequeño gran arquitecto.
Profeta
ni mártir
quiso Antonio ser.
Y un poco de todo lo fue sin querer.
Son versos de la canción En Coilliure, de Joan Manuel Serrat, dedicada a Antonio Machado.
Capaz que Domingo Petrarca tampoco quiso serlo, así como no se le daba por la poesía ni la filosofía, aunque tal vez, "un poco de todo lo fue sin querer".
Uno escucha el apellido y automáticamente se remonta al siglo XIV y piensa en Francisco Petrarca, considerado el padre del humanismo, inventor del soneto, creador de la corriente literaria que después se denominara como "petrarquismo". Su obra principal, el "Cancionero", fue escrita en toscano vulgar, y se publicó originalmente con el nombre "Rime in vita e Rime in morte de Madonna Laura", inmortalizando a la dama a la manera de Dante con Beatriz en su Vita Nuova y en la Divina Comedia.
Pero hay un dato poco difundido de Francisco Petrarca, totalmente alejado de la literatura y las humanidades: se lo cataloga como el primer alpinista. ¿Cómo así? Dicen que el 26 de abril de 1336, junto a tres amigos (uno era su hermano) escaló el monte Ventoso, en los Alpes, de 1909 metros de altitud. De esto quedó constancia gracias a la carta que escribió a su amigo Francesco Dionigi.
Cuando le preguntaron el porqué de su ascenso, respondió "Porque la montaña estaba ahí". Como por esas épocas no se escalaba un monte a menos que hubiera un motivo, se considera que ahí nació el alpinismo.
Pero basta de digresión; dejemos a este Petrarca conocido urbi et orbi y concentrémonos en nuestro (por adopción) Petrarca: Domingo.
Más allá de muy plausibles orígenes italianos por su apellido, se estima que Domingo Petrarca nació en Vizcaya, allá por el año 1690.
El 3 de marzo de 1716 era nombrado teniente reformado, e iba agregado al Regimiento de Infantería de Santiago con el empleo de ayudante de Ingenieros, entregándosele 100 pesos de ayuda de costa para el viaje a Buenos Aires. Llegaba a la plaza en compañía del gobernador recién electo, el mariscal de campo don Bruno Mauricio de Zabala, según nos informa la Real Academia de Historia de España.
Como recordamos, Zabala había sido encargado en varias ocasiones por el rey Felipe V de la fortificación de Montevideo y de Maldonado, cosa a la que le daba largas.
En octubre de 1718 el rey prevenía a Zabala que, habiendo roto España con Inglaterra, podría esta intentar apoderarse de Montevideo para interrumpir el comercio entre España y Buenos Aires. Por tal motivo, se le ordenaba fortificar Montevideo, para lo cual debían pasar a dicha plaza los dos ingenieros de Buenos Aires, los cuales, tras el reconocimiento del lugar, resolverían la manera de ponerlo en condiciones de defensa.
Los afectados por el despacho real eran José Bermúdez y Domingo Petrarca, a esta altura ya capitán e ingeniero ordinario. Para cumplir con lo dispuesto por Felipe V, el gobernador Zabala en compañía de Petrarca se dirigió a nuestras costas, a fin de estudiar y elegir sobre el terreno los lugares más apropiados para las nuevas fundaciones.
En 1719, en su función de cartógrafo, Domingo Petrarca realizó el primer levamiento topográfico de la ensenada de Montevideo, donde se indican los manantiales de agua dulce y el terreno propicio para edificar y poblar. Así fue como se eligió el territorio hoy conocido como barrio "Ciudad Vieja" para establecer el primer núcleo poblacional.
A fines de 1723 Zabala recibe la noticia de que los portugueses habían desembarcado en la bahía de Montevideo e iniciaban la construcción de un reducto en tierra con varias piezas de artillería. Es así que organiza una expedición por mar y tierra para desalojarlos, y logrado su propósito pide a Petrarca que realice las delimitaciones para fortificar y poblar estas tierras, como forma de mantenerlas tras el desalojo de los portugueses.
Casi olvidado por la historia de nuestra ciudad, Petrarca, además de diseñar la ciudad, donde se alojarían las nuevas familias y una batería al noroeste de la península, para controlar la entrada de navíos a la ensenada (futuro fuerte San José), también se ocupó de una construcción que, en el año 1724 se denominó "El fuerte", ubicada donde hoy día se encuentra la plaza Zabala, que fungiera de casa de gobierno hasta su demolición en 1880.
Como urbanista y arquitecto, planificó la ciudad de Montevideo de acuerdo con las disposiciones en las Leyes de Indias, en forma de damero, formado por espacios cuadrangulares, cuyos lados medían una cuadra (85,90 metros por aquel entonces) y estaban circunscriptos por calles de doce varas de ancho (10,00 metros). La orientación de la cuadrícula respondía al asoleamiento estudiado por Petrarca, de manera que cada acera recibiese sombra, aún al mediodía.
Decíamos más arriba que la ciudad tiene olvidado a su gran arquitecto, recluido a una calleja casi aplastada por Ejido, ubicada a un tiro de cañón de la Ciudadela. Los vecinos de Domingo Petrarca no tienen más remedio que un día sí y otro también, otear los altos muros del camposanto, ese que mandó construir en 1835 en su presidencia Manuel Oribe. El Cementerio Central estaba originalmente -por razones sanitarias- por fuera de la ciudad, y fue diagramado por el arquitecto italiano Carlos Zucchi, el mismo de la plaza Independencia y del teatro Solís.
Convengamos que suena poético referirse a la esquina de Petrarca y La Cumparsita. Emprendo el ascenso de la cuesta desde esta última, punto de inicio de nuestra rúa de hoy, y me topo con la exigencia de "respeto" en la pared del Central, que no logro resolver si está dirigida hacía mí ante los ocupantes sin vencimiento del predio en cuestión, o si responde a un código de alguna tribu urbana desconocido para los de mi generación.
¡Vaya uno a saber! De todas maneras, lo mantengo -el respeto-, por los de adentro y los de afuera.
Transito hasta el final, en su confluencia con Gonzalo Ramírez, y en todo el intervalo no me cruzo con nadie, y solo percibo a la distancia a dos transeúntes que se me adelantaron en la escalada. No veo abrirse ni una sola de las puertas de las viviendas de la ajada calle y, casi en un desvarío, me los imagino habiendo realizado un pacto por el que todos, sin excepción, son fieles custodios del tesoro.
¿Cuál? Ese que dicen pertenecía al general Garibaldi. Cuentan que el italiano tenía una considerable fortuna destinada a mantener a su ejército, y que la escondió en la tumba de su pequeña hija Rosa. Tal vez sea una -otra más- leyenda urbana, pero décadas atrás, en tres ocasiones, las hermanas Masillotti anduvieron detrás de un tesoro, que nunca fue hallado.
Dicen también que el camposanto contó, en algún momento, con una puerta lateral. ¿Daría a la calle hoy denominada Domingo Petrarca?
Vaya uno a saber. Son unas cuantas las nuevas interrogantes que me acompañan después de recorrer sus pocos cientos de metros.
Ajeno a todo esto, Petrarca murió en Buenos Aires, en la extrema pobreza, en agosto de 1736.
(*) CALLE A CALLE MVD pretende acercarnos al por qué de los nombres de las vías públicas de la ciudad... y tal vez a otros desvaríos
Daniel Feldman | Periodista