Cinismo: el otro yo de la política
Fernando Gil Díaz
29.08.2023
Hablar como si no fueran parte del problema; hablar como si nunca hubieran afirmado lo contrario a lo que dicen; hablar reclamando soluciones a los problemas que ahora no son capaces de resolver; es una conducta que predomina en el elenco político del gobierno. Desde el Presidente de la República -que prometió terminar con la suba de impuestos y de los combustibles- pasando por los candidateables de turno que repiten el mismo libreto, hay un denominador común que los distingue y es un altísimo nivel de cinismo.
Se olvidan que hay registros de sus pretéritos pasos (y dichos) que los dejan en incómoda posición frente a un electorado que empieza a reaccionar contra la mentira consumada. No se puede escupir para arriba porque en algún momento te caerá encima...
De mal en peor
En agosto de 2011 el actual Secretario de la Presidencia posteaba en la red del otrora pajarito azul -hoy devenido en recostada cruz- pidiendo responsabilidades por "los muertos inocentes por la delincuencia". Había transcurrido un año y poco de la gestión Bonomi y ya arreciaban los ataques mediáticos pidiendo la cabeza del Ministro.
Por aquellos tiempos los delitos mantenían la tendencia de las últimas décadas, sin embargo los guarismos estadísticos cerrarían el año 2011 con 199 homicidios consumados frente a los 205 que se produjeron en 2010, lo que implicó una baja, en términos estrictos.
Tomando aquellos datos de los homicidios en 2011 bastaría para comprender que aquel juicio (demagógico y apresurado) del entonces diputado Álvaro Delgado, quedaría corto ante los resultados que viene recogiendo la gestión de su correligionario Heber con la friolera de 256 homicidios acumulados en los primeros 8 meses de este año 2023. Un número significativamente superior a aquellos 199 que lo impulsaron al grito fácil de aquel tuit.
Si aquello no estuvo bien entonces decir que ahora estamos peor no sería correcto tampoco, pues caeríamos en la misma crítica fácil e inconducente que nada aporta. Porque la gestión de seguridad no puede medirse en números, por una simple y sencilla razón: ¿quién puede establecer cuál es ese número mágico que implicaría una gestión exitosa? ¿Cuál sería esa bendecida cifra? Nadie puede darla porque en seguridad, los números representan víctimas de una acción violenta; y para una víctima, las estadísticas siempre son el 100% porque el daño que sufren solo ellas lo pueden dimensionar con absoluta legitimidad. Mucho menos decir que uno o varios homicidios menos es bueno, porque estamos hablando de muertos y cualquier cifra es negativa, siempre. Porque siempre estará primero la vida.
Entonces, ¿cómo hay que evaluar? Midiendo sí, pero con honestidad intelectual siempre, esa que faltó antes cuando quienes hoy gobiernan usaron los datos para denostar una gestión sin importar el papel de las víctimas a las que decían contemplar con sus críticas.
Aquel grito, tan fácil como irresponsable, no contribuyó nunca a encontrar soluciones sino que se redujo a la crítica directa y sin contemplaciones. Pura demagogia electoral que buscó minar la gestión más difícil desde el arranque mismo sin dar espacio ni lugar a otras alternativas posibles ni -mucho menos- sumarse para buscar soluciones colectivas. Cómo olvidar el acuerdo multipartidario rápidamente abandonado pero fielmente cumplido por Bonomi (el mismo que aún se puede consultar su cumplimiento en el sitio web del Ministerio del Interior). Ver tabla
Para evaluar la gestión en seguridad no podemos caer en la simpleza de los números porque estos representan (en el mejor de los casos) uno de los síntomas a tener en cuenta, pero no son ni pueden ser los únicos elementos a considerar. Mucho menos en cuestiones de homicidios donde es muy difícil de prever sin atender las razones que precipitan a un individuo a terminar con la vida de una persona como única alternativa para resolver un conflicto. Es decir que así como Bonomi no podía evitarlos, tampoco Heber. La diferencia está en que a Bonomi le reclamaban como si pudiera y a Heber lo justifican (o se justifica con los mismos argumentos que le criticaban a Bonomi) o no le dicen nada, porque hay un silencio de radio que abruma...
Pero así como podemos entender que la crítica fácil no es la vía, no podemos olvidar la irresponsabilidad política que implicó haber sido tan crueles y tan básicos para hacer de la seguridad un botín electoral que nunca puso el foco en la solución del problema. Nunca quisieron ser parte de la solución y se dedicaron a contemplar de afuera el problema y dimensionarlo cuanto fuera posible para llevar agua a su molino electoral, sin reparar que aquel boomerang les podría volver algún día de forma más virulenta. Algo que empieza a notarse claramente.
Es, precisamente, esa cuota de cinismo lo que criticamos, esa que hoy se presenta agravada por una suerte de amnesia que ostentan quienes no resisten el archivo.
No era tan fácil
Prestos para salir a criticar entonces no muestran la misma velocidad hoy cuando son los responsables de gobernar. No se hacen cargo y se nota.
La realidad les pasó por encima sin que den señal alguna de reconocerlo y -lo que es aún peor y agrava la situación- siguen repitiendo como un karma las consignas sin contenido que los han llevado a esta situación de empeoramiento que se vive en muchos barrios de todo el país.
Porque ya no se trata solamente de un tema metropolitano sino que la violencia ha permeado todos los espacios sin distinción de clase social o zona del territorio nacional. Asistimos, tristemente, a un deterioro institucional que se traduce en pérdida de valores con una escalada de violencia que atraviesa a toda la sociedad.
Hace falta un enorme baño de realidad que nos permita reconocernos falibles y necesariamente indefensos en soledad, apelando a ese instinto de conservación que llevó al hombre a convertirse en un ser gregario por naturaleza. Es hora que se abandone todo acto de soberbia y se concluya que no hay soluciones fáciles ni individuales, que no se trata de un tema ideológico por más que siempre pesen las corrientes ideológicas a la hora de intentar encontrar una salida. Por eso urge encontrar consensos sobre algunos temas de singular importancia estratégica para el país.
La ley de financiación de los partidos políticos debería ser una clara señal de TODO el sistema político nacional para cerrar espacios al lavado de dinero del narcotráfico que ya ha permeado a la casta política de la región. No hay tiempo para perder y sí hay mucho tiempo para ganar evitando que este rincón del sur americano se consolide como la ruta de salida de los alijos que han empezado a transitarnos de forma creciente. Estamos a tiempo todavía, pero las señales que da el gobierno no son alentadoras ni lo contundentes que deberían ser.
La hidrovía Paraná- Paraguay y el interés demostrado del gobierno por sumarse como puerta de salida al mar; las connotaciones que esa ruta tiene con el narcotráfico regional y el affaire Marset que lo contamina; el propio caso Marset que tiene en vilo a nuestro gobierno con la entrega de un pasaporte que ofició como salvoconducto para la fuga del Rey del Sur; la escandalosa entrega del puerto a una multinacional belga por 12 períodos de gobierno con la entrega de soberanía que implica la misma (combinado con Uruguay dentro de la ruta de la droga y el puerto de Montevideo como salida); son algunas de las interrogantes que nos plantea un oscuro panorama al que hay que atender y despejar sin demoras.
Precisamos menos cinismo y más honestidad intelectual. Como dijo el Presidente en alguna oportunidad, "guarda la tosca que no vale mentir". Es hora que lo aplique para devolverle crédito a la política uruguaya.
No vale hacerse el distraído porque cuando se quiera reaccionar será demasiado tarde.
el hombre repasaba archivos,
el perro miraba desconfiado...
Fernando Gil Díaz