La fábrica del terror
Florencio Luzardo
21.07.2014
Una diputada israelí pide ‘matar a las madres de los terroristas palestinos’ vivos y muertos.
Decir la verdad es costoso y a veces doloroso. Ayelet Shaked, diputada israelí, escribió en su cuenta de Facebook que las madres de los "terroristas" palestinos deberían ser asesinadas porque dan a luz a "pequeñas serpientes".
"Tienen que morir y sus casas deben ser demolidas. Ellos son nuestros enemigos y nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Esto también se aplica a las madres de los terroristas fallecidos", escribió la diputada del partido ultranacionalista Hogar Judío.
Sin confesarlo esa parece ser la estrategia del gobierno israelí. Es la única manera de entender su política en las últimas décadas. En cada nueva operación militar en Gaza, en Cisjordania, en el norte de Siria en cualquier lugar del mundo matan a un alto número de palestinos y de árabes tildados de terroristas y al poco tiempo los "terroristas" se multiplicaron por mil. ¿Esas circunstancias ¿no deberían generar algunas preguntas en el alto mando político y militar, en la academia y en la inteligencia israelí?
¿No serán ellos la principal fábrica de terroristas del planeta, asistidos generosamente por los Estados Unidos?
De los Estados Unidos que tienen una visión muy pragmática de la historia, o mejor dicho de la crónica, y que un día ayudan a Ben Laden y al otro lo transforman en el enemigo número uno, que miden demasiadas cosas con la seca vara del petróleo y los negocios, no se les puede pedir mucho. Pero a Israel y a los judíos.
Un país y un pueblo, una sociedad que tiene acumulada tanta historia, tanta inteligencia, tantas tragedias y lecciones, ¿no deberían pensar algo más allá del día después, del alcance de un cohete casi casero, de un muro perimetral? ¿No deberían proyectar los mapas de la región y del mundo con una mirada un poco más profunda e histórica que los que utilizan para hacer propaganda contra el mundo árabe o musulmán?
Sus líderes y sus gobiernos han derivado hacia reacciones automáticas y previsibles, lo peor que hay sobre el planeta para luchar contra el terrorismo y contra la intolerancia.
¿Qué esperan que surja de las miles de familias que han visto en estos días matar a sus niños, a sus madres y abuelas, herir a miles y destruir barrios enteros de una de las zonas más densamente pobladas del mundo: Gaza? Van a surgir aguerridos terroristas, dispuestos a inmolarse por el odio hacia los asesinos de sus familias, de su pueblo. Y en ese círculo infernal e incontenible, al final el que va a perder es Israel. Es solo cuestión de tiempo.
¿Cuánto soportará la superioridad bélica, tecnológica, científica, económica, del Lobby en Washington y en algunas capitales europeas, más el complejo de culpa alemán, frente al proceso demográfico y tecnológico actual?
Cuando a un círculo se lo acaricia mucho, se pone vicioso. Y este círculo de la guerra perpetua se ha puesto vicioso al extremo.
Un país con el nivel de sutileza y de complejidad política e intelectual de Israel no puede creer que la principal utilidad de sus fortalezas es el uso de las armas y combatir la batalla de la opinión pública mundial, que pierde regularmente. Debe concentrarse en buscar otros caminos.
Los Estados Unidos nos han dado recientemente y asistidos por Nicolás Sarkosy y otros "líderes" europeos, magníficas lecciones de cómo intensificar la masiva producción de conflictos y de terroristas. Libia, Siria, Irak, Afganistán, Pakistán, Arabia Saudita, Sudán y muchos otros. Se pudieran Irán también se hubiera sumado a la lista.
Toda la compleja arquitectura diplomática construida por algunos visionarios de Israel se está derrumbando a ojos vista. Turquía, Egipto, Jordania.
No habrá llegado el momento de formularse preguntas muy incómodas, como por ejemplo ¿qué debería hacer Tel Aviv para abrir espirales de diálogo más poderosas que sus tanques y sus misiles? Se perfectamente que esto es fácil de escribir y muy complejo de implementar. Pero el camino actual es siempre marcha atrás, hacia lo peor.
La terrible odisea del pueblo judío en la segunda guerra mundial, el horror del holocausto no puede repetirse y es comprensible que sus dirigentes tengan esa pesada cruz sobre sus hombros y determine sus reflejos condicionados ante cualquier agresión. Las guerras pasadas y perdidas en otros mundos y territorios, no se pueden pelear ahora.
Lo que se puede ganar o perder ahora, en este tiempo de grandes fanatismos e intolerancias es adelantarse a los tiempos, prevenir los senderos que llevan al desastre.
Por un momento los dirigentes israelíes deberían contemplar las imágenes de los niños palestinos asesinados por sus bombas y sus soldados y ponerse en el lugar de los palestinos. Para ellos no es un problema de cifras, de estadísticas, es también una masacre. Una masacre que genera un odio infinito, como el que legítimamente le provocó a los judíos el holocausto. La Shoà no tiene remedio.
Y el único remedio conocido en el planeta contra los cercos del terror, son la inteligencia, la capacidad de buscar caminos diferentes, aliados diferentes, miradas diferentes y una pizca de humanidad. Lo previsible, está fracasando.
A menos que lo que propone la diputada Ayelet Shaked, sea incluso insuficiente y lo que quiera hacer el gobierno israelí sea matar a todos los palestinos, y luego a todos los árabes y un poco después a todos los musulmanes.
Soy un admirador laico de la historia del pueblo judío, al que nunca consideré el "elegido" ni para la gloria, ni menos para el horror, por eso me siento en la obligación de hacerme estas preguntas incomodas. Estoy seguro que no figuran en absoluto en el reducido menú de los actuales gobernantes de Israel.
El judaísmo nunca fue grande por sus soldados, sino por sus pensadores. En este mundo de gran pobreza intelectual, los israelíes no deberían olvidarlo. Ni los judíos del resto del mundo.
Florencio Luzardo
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias