Argentina: ¿vale la pena?
Florencio Luzardo
19.02.2015
Ayer pudimos presenciar por televisión una gigantesca concentración popular que cubría toda la Avenida de Mayo de la capital argentina, las cifras son variables, pero todas hablan de cientos de miles de personas. Llovía torrencialmente.
Manifestaciones similares se produjeron en Mar del Plata (la más grande de toda su historia porque coincidió con las vacaciones), Rosario, Córdoba, Santa Fe, Río Gallegos, La Plata, Mendoza, Villa Gesell, Catamarca, Misiones (Posadas, Oberá, Eldorado y Puerto Iguazú), Salta, La Rioja, Tucumán, Bahía Blanca, Entre Ríos y en la provincia de La Pampa (en las ciudades de Santa Rosa y General Pico) para recordar al fiscal Alberto Nisman.
En muchas ciudades del exterior del país, incluyendo Montevideo y Punta del Este residentes argentinos o veraneantes se concentraron por el mismo motivo.
Ya se han producido en anteriores oportunidades grandes manifestaciones populares de similares características en el 2012 y 2013 siempre para protestar contra el actual gobierno. Porque ese fue un motivo central de la marcha del 18F. No fue una manifestación solo de recuerdo sino de protesta, de repudio por la muerte del fiscal Albermo Nisman, pero con un motivo innegable, protestar, reclamar justicia ante el actual gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
La manifestación en este caso había sido convocada, insólitamente por un grupo de fiscales. En Argentina casi nada puede parecer insólito en estos tiempos.
Hasta aquí es casi una nota descriptiva, comencemos por algunas preguntas derivadas. ¿Vale la pena? Y la pregunta puede tener todas las interpretaciones.
¿No habrá que resignarse a que en Argentina todo y el contrario de todo es la normalidad? ¿Vale la pena movilizarse si las anteriores protestas gigantescas no lograron modificar ninguno de los aspectos centrales ni colaterales de la política del actual gobierno? Incluso se puede decir que se agravaron.
¿Vale la pena manifestar, mojarse, ocupar plazas y avenidas o realidad es simplemente una manera universal de desahogarse sin mayores consecuencias?
Los argentinos son tenaces y combativos. Hay que reconocerlo. No se amilanan ante la constancia y hasta la tozudez de las autoridades, ni ante una lluvia torrencial, ni a los rumores sobre peligrosas amenazas contra la principal concentración en Buenos Aires, ni al fuego cruzado de las declaraciones desde las filas oficialistas. Una gran masa de ciudadanos de un amplio espectro político, social, cultural se autoconvocaron y desbordaron las avenidas y las previsiones.
Solo por ese simple motivo ya valió la pena. Es la expresión de gente sufrida y perseverante que se juega por sus opiniones. No reclamaban plata, depósitos bancarios en el corralito, aumentos salariales, baja de impuestos en la ciudad o el campo, manifestaban en memoria de un fiscal que en el día después de su sospechosa muerte debía presentar un informe producto de su investigación, de interceptaciones telefónicas y donde acusaba a la Presidenta de la Nación, a su ministro de Relaciones Exteriores y otros personajes del entorno, de graves crímenes relacionados con el encubrimiento del atentado que hace 21 años se produjo en la AMIA y en el que murieron 85 personas.
Nadie tiene derecho a dar por concluido el proceso y condenados a los imputados pero, el fiscal que por un mecanismo aleatorio y sin intervención política alguna retomó la causa, Gerardo Pollicita, decidió mantener las mismas acusaciones hacia las mismas personas y agregó una fuerte argumentación al escrito del fiscal Nisman.
Para no empachar a los lectores evitamos detallar, enumerar mínimamente los episodios que se han producido desde la muerte de Nisman, a nivel político o judicial. Son un laberinto "espontáneo". Ni siquiera al más entreverado novelista se le ocurrirían tantas vueltas tortuosas.
Salvado el primer obstáculo: el valor intemporal y universal de las manifestaciones ciudadanas, que en el caso de los argentinos es una prueba superada ampliamente, con firmeza, con serenidad, desafiando al poder y al tiempo, pasemos a lo concreto ¿sirven en concreto para algo las manifestaciones?
El gobierno ya eligió lo fundamental en su estrategia perpetua, el enemigo principal y los accesorios y como siempre decidió fugarse hacia adelante. Hace 12 años que gobierna la familia Kirchner y los servicios de inteligencia (Si o SIDE) se han mantenido incambiados, pues ahora descubrieron que son sus grandes enemigos y allá marchó una ley a la medida hacia el sensible parlamento. Pero como ese nuevo enemigo no alcanza, le sumaron de inmediato a jueces y fiscales y como siempre a la prensa y a la oposición "destituyente".
Contra esa estrategia, esa política, esa concepción de la vida republicana no hay obstáculo posible, incluye una cerrada alineación de fuerzas: la Presidenta de la Nación, actuando y hablando por cadenas de radio y TV, los voceros gubernamentales, los legisladores regimentados, los intelectuales alineados prolijamente, los medios de prensa oficiales o para oficiales. Si en lugar de cientos de miles hubieran manifestado millones de argentinos la respuesta oficial sería exactamente la misma, posiblemente más dura y empecinada.
¿Y entonces para qué sirve manifestar? Sirve, es fundamental para que la Argentina ante sí misma, ante el mundo no se hunda en el pantano del desastre institucional, ante la imagen del fango que todo lo devora. Argentina es un país con reservas morales, culturales, políticas e institucionales para reaccionar, para reclamar y para construir algo diferente. No es cierto que es un país perdido e insalvable.
Sirve, como mensaje hacia la propia sociedad y hacia los políticos: no hay tarea más importante, más urgente, más necesaria que rescatar la república, que comenzar la reconstrucción de relaciones entre el poder y la sociedad de acuerdo a una democracia, de acuerdo a un país con destino y proyecto propio y no atado al carro de un sector fanático del poder y su ejercicio.
La pregunta más grave luego de esta nueva y diferente manifestación es otra: ¿serán capaces los políticos argentinos de escuchar este reclamo tan hondo y tan grave que surge desde el fondo del alma de sus ciudadanos? La respuesta ni siquiera me animo a esbozarla.