¿La guerra mundial se está demorando demasiado?

Jaime Secco

23.02.2023

¿La guerra mundial se está demorando demasiado?

 

Las potencias europeas han librado una "guerra mundial" cada 50 años, más o menos, entre 1600 y 1950. Así lo afirma el divulgador e historiador canadiense Gwynne Dyer en su breve Historia de la guerra, de 2021.

Si es así, la pregunta obvia es, ¿se rompió el patrón desde 1945, o solo estamos un poco atrasados? Pero un cuestionamiento más interesante debe dirigirse a la utilidad de estas presuntas regularidades descubiertas en la historia.

Precisa Dyer: "Hablamos de 'guerra mundial' cuando todas las grandes potencias se unen en dos grandes alianzas rivales y cuando la contienda acaba afectando prácticamente a todos. Al final, se hace una lista con las disputas pendientes entre las potencias y se resuelven en un acuerdo de paz." 

Alerta: "Normalmente contamos solo las dos grandes guerras del siglo XX como «guerras mundiales», pero en realidad eran lo mismo de siempre con mejores tecnologías bélicas. Desde un punto de vista político, una «guerra mundial» es aquella en la que están involucradas las grandes potencias de la época. Entre 1600 y 1950, todas las potencias importantes -es decir, las capaces de trasladar una fuerza considerable a cierta distancia de sus fronteras- eran europeas, y como tenían imperios dispersos por el mundo entero, las guerras de aquel entonces tenían lugar por todo el planeta."

"Según este criterio -enumera-, en la historia moderna se han producido seis guerras mundiales: la Guerra de los Treinta Años, de 1618 a 1648; la Guerra de Sucesión Española, de 1702 a 1714; la Guerra de los Siete Años, de 1756 a 1763; las Guerras Napoleónicas y Revolucionarias, de 1791 a 1815; y las dos que llevan efectivamente el nombre de Guerra Mundial, la de 1914 a 1918 y la de 1939 a 1945."

Pudo haber ido más atrás e incorporado a las guerras italianas que sucedieron a la invasión de Francia en 1494, que involucraron a Inglaterra, Castilla, Aragón, el Sacro Imperio Germánico, el Vaticano, casi toda Italia y el Imperio Otomano. Pero duraron más de medio siglo casi ininterrumpidamente. Desde de ella, entre 1559 a 1618, sí hubo más o menos medio siglo.

En cada caso -opina Dyer-, el resultado dejó la impresión de que las cosas habían concluido. Pero, porque casi nadie vivía más de uno de estos conflictos, no se notaba que esos status quo eran pasajeros. 

La pregunta que se está haciendo el lector, claro, es ¿por qué existió ese patrón cíclico.

La explicación que da es que "cada guerra mundial reorganiza la baraja, y luego el tratado de paz fija los cambios fronterizos y define el rango de las potencias en el nuevo orden jerárquico internacional. Los acuerdos de paz reflejan las verdaderas relaciones de poder a escala mundial en la época en que se firman. Aplicarlos es fácil, pues los vencedores acaban de ganar la guerra. Pero, a medida que pasan las décadas, la riqueza y la población de ciertas potencias crecen deprisa mientras las de otras bajan. Al cabo de medio siglo, las auténticas relaciones de poder en el mundo difieren mucho de las estipuladas en el último acuerdo de paz. Es entonces cuando una nación emergente, frustrada por su lugar asignado en el concierto internacional, o algún país que teme estar perdiendo demasiado terreno, rompen la baraja." 

Sigue sin explicar lo del puntual medio siglo. Aventura que "la cifra de los cincuenta años no tiene magia alguna; solo es el tiempo que necesitan las diferentes potencias para romper las relaciones reflejadas en el último acuerdo de paz." Con eso, por supuesto, no aclara demasiado. ¿Por qué necesitan exactamente ese plazo?

Para atar cabos sueltos, Dyer hace precisiones sobre tres presuntas "anomalías": la larga paz del siglo XIX, el corto plazo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial y el fin de la Guerra Fría.

Observa que la larga paz del siglo XIX es engañosa, ya que entre 1854 y 1870 cada gran potencia combatió contra una o varias de las demás: Guerra entre Reino Unido, Francia y Turquía contra Rusia, Francia e Italia contra Austria, Alemania contra Austria, Guerra Franco-Alemana. Pero como, salvo la de Crimea, todas terminaron en una victoria decisiva en menos de seis meses, no dieron tiempo a que las demás ingresaran, intentando balancear el tablero. Sin embargo, sostiene que esta serie de guerras pequeñas originaron cambios en la distribución de poder tan significativos como los provocados por las guerras mundiales.

La Segunda Guerra Mundial llegó sólo veinte años después de la Primera, "aunque acaso se deba al hecho de que... desembocó en un tratado de paz especialmente draconiano." El Tratado de Versalles de 1919, "con sus extremas exigencias, fue una inadmisible tergiversación de las verdaderas relaciones de poder en el mundo. Alemania había perdido la guerra, pero no iba a tener menos poder que Francia durante los siguientes cincuenta años."

En cuanto a la Guerra Fría, cayó "más o menos en la fecha debida, a finales de la década de 1980, pero fue sustituida pacíficamente".

Entonces -se pregunta- ¿por qué no ha sucedido una la Tercera Guerra Mundial? Que es la pregunta de nuestro título. Primero, podemos decir, porque no han pasado 50 años desde 1990, sino 30. Pero el problema de fondo no es ese.

Necesitamos conocer el mundo para habitarlo. Por eso encontrar regularidades nos produce una especial fascinación. Sobre todo en materias esencialmente caóticas, en el sentido de que modificaciones infinitesimales en un factor pueden trastornar todo el resultado. Como la historia, por ejemplo.

Viene a la mente el monumental Estudio de la historia de Arnold Toynbee, con su centralidad en las civilizaciones como unidades, que tienen causas y desarrollos comparables. O el notable El largo siglo XX, de Giovanni Arrighi, que analiza los ciclos de la historia del capitalismo. Luego de Florencia, Génova, Países Bajos, Inglaterra y Estados Unidos repiten un ciclo que comienza con un modelo de negocio rentable, cuyas ganancias se reinvierten hasta que el rendimiento cae, se produce una acumulación financiera que se prestó a otro país que terminó tomando la primacía. Obras dispares que, suman a la riqueza de sus datos e interpretaciones la belleza del hallazgo de diamantes regulares y luminosos en el centro de piedras toscas.

Pero, desgraciadamente, hay que desconfiar que esas regularidades respondan a leyes subyacentes a todos los episodios. 

Es notable por la cantidad de datos, por la forma en que basa en el estudio en el tipo de empresa en que se basó cada etapa y la lucidez con que analiza cada proceso. Una historia en que la Revolución Francesa no se menciona -salvo una batallita naval entre Holanda e Inglaterra- y que demuestra que el análisis de Rudolf Hilferding, en el que Lenin basó sus tesis sobre el imperialismo, analizaban el modelo de desarrollo alemán que resultó derrotado, no el estadounidense, que sustituyó a Inglaterra como potencia dominante. Sin embargo, uno lee con desconfianza esas evoluciones tan regulares.

El libro de divulgación de Dyer tiene la virtud de ser breve, hacer un repaso general y tratar hechos recientes. Desgraciadamente, tiene varias deficiencias que no viene al caso mencionar, aunque puede interesar que sus pronósticos no incluían en absoluto la posibilidad de una guerra en Europa, que comenzaría pocos meses después.

La teoría de las guerras mundiales cada medio siglo ocupa media página. ¿Debemos descartarla? Creo que no. Esas regularidades, aún si objetables, son una oportunidad de mirar las cosas de manera distinta. De nuevo, ¿se está atrasando una guerra mundial, o hay que esperar una en los próximos veinte años? La respuesta no la encontraremos en el esquema de los 50 años, pero la pregunta es inquietante.

Puede relacionarse con la Trampa de Tucídides, de la que habló Graham Allison en un artículo de 2017 y ahora está en todos los análisis: "En 12 de los 16 casos anteriores en los que una potencia emergente se ha enfrentado a una potencia dominante, el resultado ha sido el derramamiento de sangre." Allison no postula ninguna regularidad, pero casi.

O, si las nuevas guerras mundiales se producen por un cambio en las correlaciones de poder entre las potencias, ¿qué nos conviene hacer? La sucesión de guerras de los siglos XVIII a XX no siempre fue iniciada por una potencia derrotada; podía ser una emergente que estaba buscando espacio. La alineación de las demás solía estar motivada por evitar que algún ganador terminara con demasiado poder. Uruguay no debe involucrarse en Ucrania, claro, pero, pese a que Rusia fue el agresor material, ¿queremos que sea desintegrada por la OTAN y China quede aislada?

Jaime Secco
2023-02-23T06:47:00

Jaime Secco

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias