Jaime Secco
14.06.2024
¿Desde cuándo la convivencia es un problema policial?
Montevideo era verde en mi infancia
absolutamente verde y con tranvías
Mario Benedetti
En un acto político hablaron de convivencia y me distraje. ¿Convivencia es una especie de eufemismo para hablar de seguridad pública, de baja del número delitos? ¿Una estrategia privilegiada para lograrla?
La única repartición del Estado que se ocupa de convivencia está en el Ministerio del Interior. No el de cultura, por ejemplo. Convengamos, por lo menos, en que el hecho de que no vivamos matándonos entre nosotros en estado de naturaleza es un escalón muy bajo de lo que puede comprender una palabra tan hermosa como "convivencia": vivir juntos.
Supongo que debe haber más estudios de sociólogos y antropólogos que los pocos que puedo haber leído sobre el tema. Voy a hablar más bien desde recuerdos y sólo sobre Montevideo.
El primer recuerdo es del arquitecto Nelson Inda, que era director de Planificación de la Intendencia y creador, con su equipo, del Plan de Ordenamiento Territorial que fue, por ejemplo, el puntapié inicial de la enorme cantidad de edificios que se vienen construyendo sobre avenidas, en lugar de en Pocitos. "¿Querés saber dónde vivía la gente antes de una gran fractura en los años 70?", me dijo. Mirá dónde están los cuadros de básquetbol. Las Bóvedas, Atenas. Sayago, Aguada, Cordón, Trouville, Verdirrojo..."
Es imposible no tener una visión idealizada del Montevideo "absolutamente verde". Seguramente se es una caricatura. Pero a algunos procesos recuerdo haberlos visto desarrollar y algunas realidades quedan en algunos bolsones.
Si hablamos de seguridad. Es cierto, había policías caminando dentro de los barrios, cuya herramienta esencial era el silbato, que se oía cuando pedían ayuda a otros efectivos que anduvieran a pocas cuadras. Pero Montevideo era seguro porque madres y abuelas sacaban su silla a la vereda, para cuidar niños, tomar mate y conversar. Convivir. Eso ha ido desapareciendo, a los niños ya no se les permite jugar en la calle, ya no se conocen las vecinas y las veredas han quedado sin ojos. Quedan, dijimos bolsones en algunos barrios y complejos.
Y los varones convivían en los bares, donde "paraban" un rato luego de trabajar, y allí no tomaban precisamente mate. No me culpen a mi si había una división por géneros tan marcada. Conversaban un poco de todo; también de básquetbol y de ir en barra al fútbol. Quizá eso comenzó a irse cuando se popularizó de la televisión. O luego, las pantallas grandes, y con las cuarentenas. No sé, pero ya no hay bares casi en cada esquina dentro de los barrios, y pocos en las avenidas.
También, todos juntos, mujeres, varones y niños, festejaban el Carnaval, cuando éste era una fiesta, no una temporada de teatro popular. Concursos de disfraces, actuaciones amateurs y las murgas y números que se pudiera contratar, subían a un tablado erigido cada pocas cuadras, levantado con mucho trabajo colectivo. El barrio convivía. Concursaba la escenografía del tablado, se conseguían tanques y tablas, y se reunía dinero, se tiraban serpentinas. La despedida de Los Patos Cabreros de 1953 habla de cosas ya incomprensibles: "La comisión ha dicho que la bronca ha tirado porque muchos vecinos no ponen para el tablado. Cuando colecta hicieron y fueron a golpear dijeron que perdonen, nosotros nunca vamos, y están todos acá." No se pagaba entrada, estaba en la calle.
En la colecta colaboraban quienes habitaban en grandes caserones, algunos que supieron estar rodeados de una quinta, y que había más o menos en todos los barrios antes que la ciudad se fracturara. Con la ley Soneira y el abrupto aumento de los alquileres -absurdamente congelados-, se vio a los sectores medios altos poblar la costa y a los medio bajos, poblar cantegriles en la zona norte. Los tablados pasaron hace muchas décadas a ser emprendimientos comerciales y hoy el nombre ni le resulta adecuado a los pocos escenarios que se montan.
Podría hablarse de los sindicatos y las enormes concentraciones industriales de textiles y curtiembres en Maroñas y otros en Paso Molino y Nuevo París. El sociólogo francés François Dubet, en La época de las pasiones tristes, describe sociedades sin proyecciones de futuro, anegadas en pequeñas quejas, entre otras cosas porque en una misma mesa de trabajo se encuentra gente que tiene contratos y remuneraciones dispares, lo que debilita la idea de interés colectivo.
En fin. "Se ha perdido aquello." Sería inútil pensar en revivirlo. Hoy, para decirlo de alguna manera, tenemos otra forma de ser humanos. La base material de la vida no deja espacio para tener una convivencia digna de ese nombre, en el que resuena el filósofo Fitche: El hombre es hombre entre los hombres.
Queda la esperanza de que no nos baleen a través de las ventanas. ¿Eso es un ideal de convivencia?
Jaime Secco
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias