Jaime Secco

01.09.2024

Cancelémonos mutuamente

 

En todo este tema, asoma lo que en Estados Unidos llaman "la cultura de la cancelación". Hay que eliminar  de la escena pública al que opina algo distinto.  

Confieso que en el origen de esto estuvo el movimiento de lo políticamente correcto, que comenzó por no herir a sectores enteros de la población, pero fue despertando susceptibilidades cada vez más sutiles y luego, caprichosas. Hizo despedir catedráticos universitarios que no estaban de acuerdo con los sustantivos que se habían vuelto obligatorios para nombrar ciertas cosas.

Buchanan puso el nombre "guerras culturales" en la Convención Republicana de 1992, fundamentado en una investigación que había encontrado que los diferentes temas en el debate público no se distribuyen al azar, sino que quienes, por ejemplo se oponen a gravar a los ricos, también se oponen al aborto, etc., formando muy más o menos dos grandes bandos.

Parte de las nuevas ultraderechas consiguieron adherentes masivamente entre quienes estaban podridos de la policía del lenguaje, que comenzaron a llamar "marxismo cultural", el ardid de los marxistas para no hablar más de comunismo luego de la caída de los muros.

Pero las ultraderechas aprendieron, sofisticaron y brutalizaron el juego. En redes como 4Chan se especializaron en hacer bulliying a personas publicando nombre, dirección y teléfono. Cuando una gurisa se terminó suicidando por el acoso, los ataques a ella se multiplicaron y entreveraron con los festejos.

Hoy, siguen echando profesores y decanos -como Claudine Gay, primera decana de Harvard, el año pasado-. Por ejemplo, por no estar cien por ciento con cada cosa que hace Netanyahu. Y no sólo en Estados Unidos. A Yanis Varufakis le prohibieron el año pasado entrar en Alemania y participar en eventos web que tengan sede en ese país, por haber opinado sobre Palestina. Y en Uruguay, también.

La cancelación es, como se ve, algo generalizado en el mundo y un componente fundamental de las grietas. Y las redes sociales, que son el Ello desatado, la liberación de los peores impulsos, son su medio ideal.

En el Frente Amplio, al menos formalmente, prima la unidad. No porque en la práctica no haya habido terribles peleas internas desde febrero del 71, pero sí es cierto que parece haberse aprendido. Diría que, desde la elección pasada, con el grupo de los senadores en apoyo a la presidencia de Miranda, se entendió que si no se trabajaba bien nos dividíamos.

Pero, salvando la sagrada palabra unidad, el impulso a la cancelación nos rodea y aparece. No necesariamente en los niveles orgánicos más altos.

Las reacciones a una opinión de técnicos sobre un proyecto de reforma constitucional, despertaron demonios que parecían domados.

 

Jaime Secco
2024-09-01T15:28:00

Jaime Secco

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias