Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras

Jorge Ángel Pérez (desde Cuba)

07.09.2022

Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras

 

Mi infancia estuvo llena de Blanca Rosa Gil, la mayoría de las veces cantado "Sombras". "Sombras nada más/ entre tu vida y mi vida". Muy bien que recuerdo aquella placa negra y grande, de acetato, aquella placa a la que llamaban Long Play. Recuerdo esa placa llena de surcos por los que discurría en círculos la aguja, para que yo escuchara la voz divina de esa mujer que entonaba: "Cuando tú te hayas ido/me envolverán las sombras/ Cuando tú te hayas ido/ con mi dolor a solas/ evocaré este idilio/ de las azules horas...". Esa es una de las canciones que más escuché durante mi infancia. Mi padre adoraba esa voz, y comenzaba sus domingos con Blanca Rosa.

Aún puedo recordar aquel viejo mueble de madera levantado sobre cuatro patas, que fue el tocadiscos de mi infancia más temprana. Y he vuelto a recordar muchas veces a la familia reunida los domingos escuchando música, y muchas veces la voz de Blanca Rosa. Todavía no iba a la escuela y ya sabía de memoria esa canción. Recuerdo, y sin esfuerzo alguno, la cara de Blanca Rosa, el lunar negro en la mejilla. Pasaron los años y todavía recuerdo la canción, aunque ya no la escuche, al menos no como en aquellos domingos familiares.

Y en los últimos meses he vuelto con frecuencia a Blanca Rosa, aunque ya no pueda recurrir al viejo mueble de cuatro patas, pero lo más sobrecogedor es que la canción ya no tiene el mismo sentido que antes tuvo. Antes me hablaba de amor y desamor, de abandono, pero ahora son otras las sensaciones. Ya no resaltan, mientras la placa gira debajo de la aguja, los amores contrariados, aunque permanezcan las angustias, el desasosiego. Desde hace un tiempo atiendo a sombras más reales, más fastidiosas.

Las angustias ya no tienen que ver con la pérdida de un gran amor. El miedo, mi miedo, está relacionado ahora con la oscuridad y las sombras, con las tinieblas, que se han adueñado de esta isla, y de un extremo al otro. Y tanta es la oscuridad, tantos los apagones, que hasta creo que hemos vuelto, irremediablemente, al oscuro medioevo, solo que sin la gracia de ese oscuro medioevo. Hemos vuelto a la Edad Media, esa que para algunos fue una noche, "una noche, sí, pero esplendente", que así dijo alguien de quien ahora no recuerdo el nombre. Y mucho más esplendente será la noche del medioevo si es que la comparamos con nuestras noches de ahora mismo.

Nuestras noches son pesadas, son horribles, pero sobre todo oscuras. Vivimos en una noche gótica sin la magnificencia del arte gótico, sin enormes y fastuosos candelabros, esos que traen la luz a la noche más oscura. Y pareciera que vivimos en una nocturnidad muchísimo más oscura que aquellas del medioevo. En las nuestras no hay ni una gótica gotita de luz, ni una velita, ni un resquicio de luz. Vivimos en una noche en la que no hay antorchas. Vivimos una noche tenebrosa, más cerrada que las del medioevo. Sin dudas aquellas noches fueron más esplendentes que las nuestras de ahora mismo.

Y es que hemos vuelto al medioevo, pero no a un medioevo de arcos, de bóvedas y vitrales. En nuestro medioevo tampoco hay grandes festines donde caen al suelo las copas de plata que suenan al chocar contra el suelo, y se dispersa el vino por el piso..., como si fuera un mar de licores, mientras yo vivo en las noches más oscuras y oscurantistas del universo. Yo miro oscuridad y sombras, nada más, y supongo oscuridades medioevales que no son nada si se comparan con nuestra noche perpetua.

Y ya me supongo tomando agua de los ríos, atrapando el agua con las manos, y hasta me imagino limpiando mi cuerpo en una corriente de agua putrefacta y fétida. Supongo desde ya a los cubanos rompiendo la tierra, procurando hacer agujeros a esa tierra para que salte el agua. Me imagino procurando humedades en los ríos. Imagino a las más grandes ciudades de la isla repletas de pozos, de brocales a los que nos asomaremos para tirar una piedrita y reconocer, con nostalgia, el sonido de la piedra cuando choca con el agua.

Veo, vaticino, un futuro de brocales y de angustias, en el que tomaremos el agua de los ríos. Y desde ya supongo el cubo atado a la soga que dejamos caer y alzamos luego, con la esperanza de que no esté contaminada, que al menos no apeste, que consiga saciar la sed, lavar un poco el cuerpo, y hasta el alma. Me supongo comprobando continuamente el llenado de la tinaja y asomado al brocal de algún pozo, inquiriendo, suplicando, porque nuestras súplicas no serán al cielo, serán a las profundidades del suelo, como en el más oscuro medioevo.

El futuro que nos espera no es de gloria, como vaticinaron hace tiempo los comunistas. El futuro es de sombras, de sombras nada más, y lavaremos frotando la ropa entre dos piedras, como dijeron hace unos días unos cubanos con cierto humor, pero con más dolor. Lavaremos frotando la ropa con agua y entre dos piedras, hasta que el gobierno, el que raciona, nos expropie una de esas piedras, porque dos piedras podrían ser vistas como "acaparamiento", "acumulación de capital".

Y ojalá que no dejemos que también nos sustraigan la memoria, esa que hemos estado acumulando durante los últimos sesenta años. Si ellos consiguieran que las sombras nos envuelvan más y más, no será con la cadencia y limpieza de la voz de Blanca Rosa Gil. Ellos nos envolverán en las tinieblas, y ni siquiera tendremos el buen tino de reconocer que realmente estamos atravesando las tristes sombras de la muerte.

Y cada segundo de vida nos aporta otra evidencia de cuan pronto entraremos a las tinieblas, como esa que nos advierte que ya los estudiantes del curso por encuentro, y educación a distancia, no tendrán que aprobar, en el primer año de la carrera, las asignaturas de Matemática, de Español y de Historia para entrar a la universidad. Lo que sin dudas es otra evidencia de esa oscuridad que se nos viene encima.

Yo, para volver al tono, después de esa digresión de exámenes de ingreso, vuelvo a San Agustín, quien creía que la memoria era el vientre del alma, así que para estar a tono con el medioevo pensemos en él, y no olvidemos, y cavilemos sobre lo que aseguró aquel Santo Tomás, quien dijo que la memoria es el tesoro y el lugar de la conservación de las especies. No olvidemos al medioevo, porque no estoy seguro de que seamos capaces de adaptarnos a una noche que ya no será del medioevo, porque será de más pa' atrás. Las sombras que nos envolverán no serán las piadosas sombras a las que cantara Blanca Rosa Gil. Las sombras que se nos vienen encima, para envolvernos, son las del infierno. Y no le demos la espalda a Cuba. No permitamos que se haga realidad aquel viejo chiste que decía, como si esa fuera la única opción: "El último que se vaya que cierre las puertas y apague las luces..."

Publicado en Cubanet, el 6 de setiembre de 2022

Jorge Ángel Pérez nació en Cuba (1963), donde vive, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas.

Foto: Un apagón en Cuba / Heriberto Machado Galiana / El Toque

 

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2022-09-07T08:15:00

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