Cuba: una línea de polvo, un sepulcro para los vivos

Jorge Ángel Pérez (desde Cuba)

19.04.2023

Cuba: una línea de polvo, un sepulcro para los vivos

 

"Todo en esta vida se acaba, excepto esa línea de polvo que queda entre la escoba y el recogedor". Eso leí en el muro de un amigo y, al menos al principio, me pareció chistoso, tanto que estuve a punto de la carcajada, pero luego me aplastaría esa certeza y recordé, no sin cierta socarronería, al Kant que se interesaba en la "permanencia". Y en la permanencia del polvo me puse a pensar mientras manejaba luego la escoba con la mano derecha, intentando inmovilizar, y con la izquierda, el recogedor.

Y en cada intento para hacer entrar el polvo al recogedor, quedaban restos, muchos, fuera de él, justo delante de él..., y otra vez el intento, y otra vez la línea de polvo que persistía. Y es que el polvo puede ser muy constante, y hasta impertinente, sobre todo en Cuba. El polvo que nos acosa es persistente, mucho más que "el insomnio" piñeriano. Nuestro polvo aparece en todas partes, incluso en el viento. 

El polvo cubano, el de los últimos 60 años, es de una persistencia abrumadora, tanto que parece inagotable, tanto que los cubanos exhibimos cierta apariencia de polvo, de un polvo batido por el viento. Y es que el polvo en esta Isla está en todas partes, y gana la apariencia del arraigo, de un polvoriento arraigo. Acá el polvo se niega a entrar al recogedor. Quizá sea nuestro polvo el más activo de entre todos los polvos que en el mundo han sido, el más churroso de los polvos.  

El polvo de Cuba se esparce como ningún otro y lo empolva todo para convertirse en una enorme nube de polvo, y después en lodo, en un lodo que nos traga, que pretende convertirnos en polvo, en lodo, y quizá en cenizas, en unas volátiles cenizas, algo más volátiles que el polvo. Cuba es hoy ese montoncito de polvo que espera su entrada al recogedor, pero cada vez se hace más difícil esa entrada al recogedor, porque es mucho el polvo que lo envuelve todo con su reticencia, con tanta permanencia. 

El polvo en Cuba es también un signo de muerte. Polvo se hicieron, en Matanzas, aquellos cuatro tanques que guardaban 145.000 metros cúbicos de petróleo, y en polvo se convirtieron también aquellos hombres que el gobierno ya parece olvidar a conveniencia. Y polvo olvidado son también los muertos del hotel Saratoga, y polvo las 2.000 hectáreas de bosques que se perdieron en Holguín. Polvo, cenizas, son los dos hombres fallecidos en la chimenea de la Central Termoeléctrica Antonio Guiteras hace solo unos días. 

Y polvo mojado, y es probable que ni polvo, podrían ser los tantísimos cuerpos que yacen en el fondo del mar, esos que nunca consiguieron vencer la distancia entre Cuba y la Florida, pero sobre todo porque no pudieron reconciliarse con el polvo, con la polvareda, que es Cuba. ¿Y será ese tantísimo polvo la expiación de nuestras culpas, mejor, de nuestras docilidades? 

Cuba es polvo; es el polvo de la politiquería, de ese politicismo que de tanto crecer destruye los campos y sus sembrados. Polvo son las almas que alguna vez cuidaron esos campos y sembrados, pero no polvo enamorado. Y es que nuestro polvo va más allá de esa línea que se junta delante del recogedor, esa que no quiere entrar al recogedor.

Nuestro polvo es el politicismo, es el comunismo, es su política, es esa calamidad que deja el polvo que acompaña al poder comunista, ese que acompaña a la muerte y a la desolación, y al polvo; y polvo, y polvo, y polvo, pero no polvo enamorado. Y al parecer esta triste Isla hecha polvo ha comenzado a negarse a entrar al recogedor, a quedarse fuera de esos colectores de basura que son, también, una muestra del desastre.

Y hasta podría ser que nosotros seamos el polvo, que seamos una muestra del desastre, la prueba de que Cuba ya no quiere vivir en la basura y de que podríamos convertirnos en una avalancha negada a entrar al recogedor. Para los jefes comunistas no somos nada más que basura, pero una basura que comienza a negarse a entrar al recogedor y luego al colector. Somos una masa cada vez más grande que se niega a vivir al margen y en colectores de basura. 

Ahora, al parecer, estamos más dispuestos, más preparados, para manejar la escoba y el recogedor. Ahora somos los que no se dejan barrer de un escobazo, los que ya no entramos dócilmente al recogedor para hacer luego el viaje al tanque de la basura, a ese colector al que Cuba se parece cada vez más, sobre todo su gobierno. Cuba es, tristemente, ese colector que algunas veces vive en las esquinas de nuestras ciudades y al que le falta un costado, al que le arrancaron la tapa, una rueda, dos, todas las ruedas.

La Cuba de los comunistas es un colector averiado al que ya no le resulta fácil esconder la basura y el polvo. Cuba es esa basura que se desparrama cuando rebasa los límites que propuso el colector. Ya desaparecen los trucos para esconder la basura que sobrepasa esos límites del colector. Ya no hay maneras de esconder la basura que desborda al recogedor y luego al colector, incluso al camión de la basura, incluso al basurero, a los tantísimos manipuladores de la basura en los basureros, a esos que allí sobreviven, y a los que, irónicamente, llamamos buzos.

Y Cuba es también el que se sale de la basura, el que la abandona haciendo más visibles a los inconformes que prefieren estar bien lejos del recogedor. Cuba es ese recogedor de polvo que manejan el Partido y el Gobierno, ese recogedor cada vez menos efectivo. Cuba fue un recogedor de polvo con algo de efectividad, donde el miedo y la abulia escondían al polvo, hasta que el polvo se negara a entrar sin reparos. El polvo es el exceso de exigencias políticas, la ausencia de libertades. Y eso sucede con frecuencia en los colectores de basura.

Publicado en Cubanet, el 17 de abril de 2023

Jorge Ángel Pérez nació en Cuba (1963), donde vive, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas. 

Foto: La Habana bajo una nube de polvo / Agencia Cubana de Noticias (ACN)


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2023-04-19T06:42:00

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