Jesús Menéndez y los hermanos Santamaría protestan en Encrucijada
Jorge Ángel Pérez (desde Cuba)
20.11.2024
Jesús Menéndez y los hermanos Santamaría protestan en Encrucijada
Yo nací en un pueblo que, como todos los pueblos, necesitó de un nombre. Y ese pueblo mío se levantó en un cruce de caminos, y de tal confluencia salió su apelativo. Encrucijada lo llamaron sus fundadores, y me parece bueno, y hasta me parece lindo. Y luego iría creciendo un poco el pueblo, aunque nunca mucho, pero siempre un poco, pero nunca mucho, siempre haciendo honor a esos caminos varios y también a sus encuentros, a los cruzamientos de caminos, a la encrucijada.
Encrucijada vivió, como tantos otros pueblos de la Isla, del comercio y sobre todo de la fabricación de azúcar hasta que, por arte de magia y de la enorme desidia comunista, y sus torpezas, se esfumó su industria azucarera. Y no podría decir ahora y con certezas de qué vivió Encrucijada en lo adelante. ¿Acaso de la caridad? Mi pueblo empezó a vivir de su nueva historia, es decir, de sus muertos, alguno de ellos "políticamente ilustres".
Encrucijada vio cómo se esfumaban sus bondades tras el triunfo de los comunistas, y comenzó a vivir de esos a los que llamaron: "nuestros héroes". En mi pueblo nació Jesús Menéndez y también Abel Santamaría y su hermana Haydée, esa Haydée que un buen día, y tras los sucesos de la Embajada de Perú y las enormes escapadas a través del puerto de El Mariel, acercó una pistola a su sien y dejó escapar un disparo que la dejó muerta para siempre.
Y luego el terruño encontró sus más exaltados predicamentos en las tantísimas escapadas al Norte, saliendo al mar desde la playa Nazabal. Encrucijada dejó de pensar en sus héroes muertos, ya no tenía tiempo para vivir de recuerdos. Encrucijada olvidó un poco al Jesús Menéndez que fue baleado en Manzanillo. Encrucijada dejó de interesarse, incluso, en los legados de Abel Santamaría y también relegó en algo, hartos de tanto rojo, a la Haydée que fuera presidenta de Casa de las Américas hasta que se pegó aquel tiro que fue, sin dudas, la más grande muestra de inconformidad y rebeldía de alguien que antes formara parte del Ejército Rebelde y de todas las estructuras del poder.
Y todos esos recuerdos no me llegan de la nada. Si estuve provocando mi memoria fue porque Encrucijada salió a las calles, y desde la distancia me llené de euforia. Aquel pueblo de héroes a los que el comunismo les otorgara inmensas e infinitas loas, salió a las calles para juntarse frente a ese edificio al que no pocos habitantes de mi pueblo llaman aún "El Ayuntamiento", y los comunistas "Poder Popular".
Los encrucijadenses protestaron, se volvieron contestatarios por un rato y exigieron que las autoridades se pronunciaran, que resolvieran ese triste asunto que es la oscuridad que lo invade todo y nos deja sin aliento. Los encrucijadenses protestaron porque se fermentaban en las neveras sus comidas, porque se podría sin remedio la comida de los hijos que venía desde el Norte, la comida de esos niños que al día siguiente irían a la escuela a chillar que serían como el Che, a pesar de los estragados estómagos.
Los encrucijadenses salieron a protestar, exigieron atenciones, y yo pensé, y hasta me puse a fabular. Yo imaginé que allí estaban Abel y también Haydée, protestando. Imaginé allí a Jesús Menéndez levantando su voz por todos. Cada uno de ellos del lado de quienes hacían exigencias al poder municipal, que es lo mismo que ese poder comunista que tiene estupendas sedes en La Habana.
Yo soñé con Abel, con Haydée, con Jesús Menéndez, todos en abrazo apretado con el pueblo. Yo imaginé el miedo del poder local, que es también culpable de todas esas desgracias que nos colman y nos hacen rechazarlos. Yo sentí que todos esos que fueron cayendo se juntaban finalmente con el pueblo ante el asombro de las autoridades comunistas. Y hasta miré un asomo de luz, muy parecida a esa que pidieron mis coterráneos en Encrucijada.
Publicado en Cubanet, el 12 de noviembre de 2024
Jorge Ángel Pérez nació en Cuba (1963), donde vive, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas.
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