El gran tablero mundial en 2025. Primera parte.
Jorge Jouroff
09.12.2024
El triunfo de Donald Trump en las elecciones de noviembre en Estados Unidos provocó un pequeño terremoto, no sólo en su país, sino en el gran juego mundial. No sabemos hasta donde piensa llegar, pero por lo pronto su elección ya provocó que el presidente saliente Biden y el grupo poder que lo respalda, en los pocos días que le restan del mandato, iniciara un juego muy peligroso para la estabilidad y la paz mundial.
Como le agradaba decir a Kissinger, Estados Unidos es un país global con intereses también globales. Quiere decir que los hechos que se suceden en la propia esfera pueden a su vez afectar el resto del mundo, teniendo en cuenta que Norteamérica mantiene un sinfín de pactos y acuerdos no sólo militares, sino sobre todo políticos y económicos. Y por lo mismo, hechos que suceden en otras partes del globo pueden afectar o ser usados en la política doméstica de Estados Unidos. Desde el fin de la segunda guerra mundial, y como potencia victoriosa junto con la URSS y Gran Bretaña, comenzó a echar las bases que le permitieron devenir en una potencia global, posición que hoy día está cuestionada. Los grandes pilares fueron el plan Marshall de reconstrucción de Europa, que no sólo la reconstruiría sino además colocaría a Estados Unidos en posición de influenciar y regir la política europea, y su complemento militar, la Organización del tratado del Atlántico Norte (OTAN), que le posibilitaría utilizar las fuerzas armadas europeas en beneficio de su política, en particular, pero no solamente, la contención de la Unión Soviética. En cuanto a Oriente, la rendición de Japón permitió toda una serie de pactos políticos y militares para la "reconstrucción" y además, junto con otros países de Asia, comenzar a regir también la política en esa parte del globo, en particular la contención de China, sobre todo luego del triunfo de la revolución. En ambos casos, esa política fue complementada por la expansión de los servicios de inteligencia, en particular, pero no solamente, por la CIA. Y luego, por supuesto, toda la panoplia de instituciones destinadas a la gobernanza mundial.
La estrategia
Esta estrategia, destinada a sustentar la hegemonía a nivel global, tenía como enemigo a la URSS y el pacto de Varsovia, y estaba creada y perfeccionada para esta hipótesis. La caída de la Unión Soviética produjo un reacomodo en esa estrategia pero no la modificó: Estados Unidos seguía unido a Europa como gran asociado y la OTAN era su expresión militar. Tan así que, en lugar de disolverla, se comenzaron a buscar misiones "extra OTAN", incluso fuera del continente europeo. Y como consecuencia, Europa se transformó en dependiente del potencial militar de Estados Unidos. El primer gobierno de Trump alteró esta relación: su consigna, "America first" colocaba en primer plano el problema de adaptarse a la nueva revolución productiva y luego el pasaje a la economía digital. Consideraba, además, que Estados Unidos no tenía por qué hacerse cargo de la defensa de Europa y que ella misma debía instrumentar su defensa. Pero sobre todo, fijó una nueva estrategia: el nuevo rival no era Rusia, sino China, quien a estas alturas se proyectaba como el gran competidor a escala global.
Esta vez, el peligro no acechaba del lado militar, sino del económico: China estaba compitiendo en el mismo terreno capitalista en que Estados Unidos acostumbraba jugar, y amenazaba con ganar. Conviene aventar las visiones conspirativas: es el propio desarrollo capitalista quien creó las condiciones para la mundialización, que no es otra cosa que la expansión de este modo de producción que comenzó hacia el siglo XIV y XV, pero que ahora lo hacía a escala planetaria. La apuesta de Trump y su grupo de apoyo es la misma que el capitalismo empleó siempre: dar un nuevo salto hacia una reproducción ampliada del capital a una escala mayor aún, sin tomar muy en cuenta los costos sociales y preparándose para una confrontación con su verdadero adversario. Ya en las postrimerías del siglo pasado Brezinsky, habiendo percibido el potencial del desarrollo chino, había advertido sobre la necesidad de "eliminar al bebé en la cuna", en alusión a provocar una guerra con China que en ese momento estimaba podían ganar. En definitiva, y para exponerlo en términos marxistas, eliminar todos los costes posibles para volcarlos a la acumulación de capital y así recuperar la supremacía económica y consolidar la militar. En la historia, desarrollo capitalista, comercio y guerra van de la mano. El problema era que esa estrategia implica todo un paquete: los recortes a los programas sociales, los programas de salud, la política arancelaria, las migraciones, y un largo etcétera bien conocido que corre el riesgo de alterar los equilibrios del sistema democrático norteamericano tal como lo conocemos. También implicaba recortar la ayuda militar a Europa y obligarla a pagar su propia defensa, en vez de depender de Estados Unidos. Y también, en el juego global, ese movimiento dejaba al descubierto que Europa ya no era el aliado de antaño puesto que ya no se consideraba a Rusia (la ex-URSS) como el enemigo principal, que ahora pasaba a ser China. Es esta apreciación de la situación, y la conciencia que no podían enfrentar dos enemigos a la vez, lo que llevó a Trump a esta estrategia, que nunca prosperó del todo, debido al coste que tiene y las resistencias que despierta.
El viraje
El triunfo del Partido Demócrata encabezado por Biden se apresuró a intentar volver a la situación anterior, recomponiendo en primer lugar, el vínculo con Europa relanzando la OTAN. De nuevo las amenazas eran percibidas como antes y la política exterior se centró tanto en China como en Rusia, llegando a provocar el conflicto con Ucrania apoyando a Zalensky e invitándola a participar de la OTAN, a sabiendas que se provocaría una guerra. El propio Kissinger, temeroso de las consecuencias, se había opuesto a esa medida, aconsejando "no molestar al oso ruso". En efecto, la invitación a Ucrania encontró en Zelensky, el antiguo socio del hijo de Biden y ex cómico devenido presidente, al personaje adecuado. Y el comienzo de las hostilidades dio lugar para, un año después, reformular la OTAN, abrir la posibilidad para el uso de armas atómicas, ampliarla con socios europeos y socios extra OTAN y aliados en otras partes del globo, como Japón, y transformarla en un instrumento de la política global de Estados Unidos, devenido ahora en representante global de Occidente. De esa forma, identificó la supremacía de Estados Unidos con los valores de occidente y a ojos vistas se está preparando para una confrontación de magnitud incalculable. Tan así que en la prensa europea ya se habla abiertamente de la posibilidad de una tercera guerra mundial.
En este panorama, el visto bueno de Biden de autorizar a Ucrania a utilizar misiles de rango medio contra Rusia, y atacar territorio ruso, es abrir más aún la posibilidad de una guerra. Este tipo de armas necesitan de personal de norteamericano y europeo para su utilización, y de la información de los satélites de occidente, lo que significa también involucrar a Europa abiertamente en la posibilidad de la represalia. Tal parece que Biden y su grupo demócrata desean condicionar al nuevo gobierno en el camino de la guerra, que no todos los Estados Unidos quieren, puesto que una de las promesas de Trump era terminar con la guerra en unos días. Si Trump cumple y suspende o limita la ayuda a Ucrania, se abren ciertas posibilidades de evitar el conflicto y la política de Biden fracasaría, y peor, Estados Unidos quedaría a ojos de Europa como un aliado muy poco confiable, cosa que ya conocieron con el primer gobierno de Trump. Bien entendido, los intereses globales de Estados Unidos son defendidos tanto por Trump como por Biden, pero para ello tienen diferentes estrategias, y por tanto diferentes políticas de alianzas que no siempre son compatibles. Un equilibrio difícil que puede afectar a todo el mundo.
En la segunda nota intentaremos describir como estos vaivenes de la política afectan a Europa, a Rusia y a China.
Jorge Jouroff