Paraguay no es Jordania
José Antonio Vera Arenas, desde Asunción
14.06.2023
Este mediterráneo país del sur de América, siempre ha estado en el interés de Estados Unidos por claras razones económicas, ideológicas y, en particular geopolíticas, designado desde mediados del pasado siglo plaza activa en la cruzada regional anticomunista y cofundador de la genocida “Operación Cóndor”. En las dos últimas décadas, esa atención imperial ha ido tomando cuerpo sin pudor alguno.
El Paraguay de hoy es un teatro montado por el Pentágono como enclave regional que cumple una misión similar a la que las potencias occidentales pretenden que haga Jordania en Medio Oriente, como centros de espionaje y disparadores de y hacia la media docena de países fronterizos, aunque en esos cálculos pareciera que los estrategas imperiales ignoran las diferencias culturales y políticas que hay entre Medio Oriente y Suramérica.
Esta "Isla rodeada de tierra", según Roa Bastos, en sus 210 años de República sólo lo fue en el primer medio siglo, después ha sido protectorado y hoy es una semi-colonia de Estados Unidos, algo disimulada, que la mantiene y se mantiene, sin desarrollo social, sin industrializar sus materias primas y con notable atraso en los servicios sociales, en particular la educación y salud.
En ese paquete, las diferencias entre Paraguay y el reino jordano son notorias, y las similitudes que se pueden encontrar tienen que ver con la política interior represiva y algo en la geográfica, pues ambos países están rodeados de poderosos vecinos que mucho importa en la codicia geopolítica.
Jordania, rodeada por Arabia Saudita, Irak, Siria e Israel, no es mediterránea, pues orillea con el Jordán y puntea con el Mar Rojo, que la separa de Egipto, pero desde el fin de la segunda guerra mundial y la creación del Estado de Israel, siempre ha sido una carta muy deseada por las potencias occidentales para convertirla en un influyente ariete medio-oriental a su favor, en la disputa con la Unión Soviética por la influencia en esos territorios.
Algo parecido ocurre por estos lares con Paraguay, epicentro entre Argentina y Brasil, cuyo dominio Estados Unidos necesita conservar frente a la irrupción de China y Rusia, decisión táctica que la diplomacia imperial exhibe en Asunción misma, donde ha levantado un gigantesco bunker de varios pisos subterráneos y otros tantos para arriba.
Esa sede diplomática, en los últimos meses viene recibiendo varias delegaciones militares de alto nivel del Comando Sur, del segundo jefe de la CIA y a funcionarios fiscales expertos en auditorías, todos arribando en grandes aviones, cuya dimensión provoca sospechas de que no sólo transportan personas.
Por eso, Paraguay no es Jordania, como comentan algunos estrategas, porque mientras esa monarquía se conformó mediante negociados desde Londres a Washington, éste país, que fue república ejemplar desde 1823 hasta 1864, comenzó a ser arrasada en la "guerra de la triple infamia", (Galeano), ordenada por Inglaterra y operada a satisfacción por los regímenes de Argentina, Brasil y Uruguay. Seis décadas después, se vio envuelta en la Guerra del Chaco, un enfrentamiento fratricida con Bolivia, entre 1932 al 35.
El conflicto dejó, en la aridez de ese territorio, el tendal de varios miles de campesinos e indígenas muertos y lisiados, empujados a disputarse el territorio chaqueño de potencial riqueza petrolera que la Esso y la Shell, sin poner ningún muerto, atizaron el fuego de cada lado de la ensangrentada frontera, con el viejo cuento de que el descubrimiento y su explotación, produciría enormes beneficios para ambos países.
Diez años después, de entre los despojos, surgió una corriente nacionalista en un sector del ejército, que encabezó el Coronel Rafael Franco, quien se constituyó Presidente de la República y, en menos de un año aplicó varias medidas sociales muy avanzadas, tales la reforma agraria, las ocho horas laborales y un salario fijo para los peones de estancias. Un golpe de estado, por el Partido Colorado, lo derrocó y forzó su exilio en Uruguay.
A partir de esa osadía política, Washington comprendió que debía ajustar los controles en la región y convirtió a Paraguay en una provincia militarizada, y escogió de presidente temporal al general Higinio Morínigo, quien precedió la asunción, en 1954, del General Alfredo Stroessner, tras ser convocado a Estados Unidos por el Presidente Eisenhower, y desplazado en 1989 por el gobierno de Jimmy Cartes, cuando Estados Unidos buscaba desprenderse, en la región, de algunos mandatarios criminales y ladrones.
SURGE HORACIO CARTES Y SE PRODUCE EL GOLPE
Desde entonces, Paraguay asume con orgullo el galardón de territorio sometido, sin siquiera librarse, durante el leve paréntesis de cuatro años (2008/12) del gobierno del exObispo Fernando Lugo, al frente de una coalición popular que fue derrotada el 22 de junio del 2012, por un golpe parlamentario al que se prestó el Partido Liberal, que ocupaba la Vicepresidencia.
Numerosos indicios indican que esa traición fue conducida y financiada, sin pantallas, por el poderoso empresario Horacio Cartes, quien ya se venía posesionando del Partido Colorado, en base a fuertes inversiones de dinero que le permitieron alquilar al vetusto y muy corrupto aparato dirigente, comprar parlamentarios, gobernadores, intendentes, e imponer fiscales y jueces a su servicio, reforzando el poder de la narcopolítica.
Once años se cumplen de esa felonía liberal, precedida una semana antes por una asonada en los campamentos campesinos de Curuguatí, 300 kms al este de Asunción, donde fueron masacrados once labriegos y seis policías, en un montaje criminal que fue el pretexto planificado para acusar a Lugo de mal desempeño de funciones, ideado por agencias extranjeras del espionaje, y transnacionales del agronegocio y del extractivismo, con el sustento interno de las fracciones coloradas y liberales más retrógradas y corrompidas.
Ocho décadas van del sometimiento visible de Paraguay a la política de Estados Unidos, que lo ha ido utilizando como una de sus bases operativas en Suramérica, un enclave barato, dócil, predispuesto a obedecer los dictados imperiales, como mantener estrechas relaciones con Taiwán e Israel.
Esa dominación, que salvo cortos y excepcionales períodos de resistencia popular, se ha alimentado de la adulonería social, trepó andamios y, en plena campaña electoral, que terminó el pasado 30 de abril, descalificó a varios encumbrados personajes colorados, provocando un tembladeral entre los más "sensibles patriotas", que acusaron a su querido imperio de intromisión en los asuntos internos de Paraguay, desconodiendo su "soberanía".
Meses atrás, y provocando sorpresa general, el Embajador Marc Ostfield, convocó a la prensa para anunciar que el Departamento de Estado declaró que Cartes, el Vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, y otros altos personajes del poder, son "suficientemente corruptos" y les aplicó dos sanciones: 1) fueron despojados de las visas para entrar ellos y sus familiares a Estados Unidos y, 2) sus activos depositados en empresas y bancos de ese país, fueron congelados, amenazando a quienes comerciaran con ellos.
Una tercera medida, que está en suspenso y genera muchas interrogantes entre analistas y empresarios, por las consecuencias políticas que podría acarrear, es la extradición a Estados Unidos para ser juzgados por sus crímenes de narcotráfico, contrabando y vínculos con el terrorismo islámico que, no lo dice el diplomático, pero la realidad es que esas organizaciones criminales han sido formadas por el propio espionaje norteamericano.
En la coyuntura política actual paraguaya, hay una general sospecha y lógica expectativa respecto a los planes de la Casa Blanca porque, a diferencia de todo lo previsible, sus acusaciones a los máximos jerarcas colorados ha terminado por fortalecerlos, al punto que el partido arrasó en las elecciones con la más amplia victoria en los últimos 30 años, sin preocuparse por las masivas denuncias de fraude informático.
Cartes, presidente del partido, que al final de la campaña había desaparecido de los mítines, enchastrado por la acusación yanqui, hoy de nuevo se pasea como el hombre más fuerte del Estado. La creencia general es que continúa siendo el gran patrón del electo Jefe del Ejecutivo, su pupilo Santiago Peña, quien asumirá el 15 de agosto, pero ya está designando ministros entre los más allegados a su jefe, sin importar el descrédito moral que arrastran.
Durante la primera mitad de mayo, miles de los indignados frente a lo que califican de estafa electoral, desbordaron día y noche el centro de Asunción frente a la sede del Tribunal Electoral, reclamando auditoría de las urnas electrónicas y la abertura y control del cuarto sobre, que contenía la totalidad de los votos, y cuyo paradero se desconoce hasta ahora.
La represión policial fue dura, ordenada por el gobierno colorado que preside el confeso estronista Mario Abdo Benítez. Más de 200 manifestantes fueron presos, varios torturados, y aún permanece en la cárcel de máxima seguridad Paraguayo Cubas (Payo), el líder de las protestas y candidato presidencial, el tercero más votado, con más de 700 mil papeletas, más de la mitad de las consignadas a Peña, y unas 100 mil menos que el segundo, el presidente del Partido Liberal, Efraín Alegre, quien encabezó con autoritarismo a un conglomerado de emblemas partidarios y gremiales, y aparece como el mayor derrotado, defenestrado por sus propios correligionarios.
José Antonio Vera Arenas
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias