La Inteligencia Artificial y el teléfono “inteligente”. François Graña
08.04.2025
Desde los inicios del milenio, legiones de investigadores contratados en todo el planeta por el mundo empresarial dieron un impulso formidable al desarrollo de la llamada “inteligencia artificial” (AI).
Su propósito es el establecimiento de una relación personalizada con cada uno de nosotros. La AI pone a nuestra disposición orientaciones clarividentes con creciente poder de elocución. Alimentada por billones de datos en crecimiento incesante que componen estadísticas con márgenes de error virtualmente nulos, puede responder con gran eficiencia a cualquier requerimiento en cualquier aspecto de la realidad humana individual, garantizando una administración óptima de nuestra vida cotidiana.
Con el uso de la AI desaparecen los desacuerdos, negociaciones, dudas y malos entendidos que hacen a la vida humana en sociedad. La conflictividad propia de las relaciones entre personas ya no tiene lugar, puesto que la AI nos propone sin errores ni ambigüedades cómo actuar y qué elegir. Ya no se trata de incitarnos al consumo, sino de sugerirnos acciones perfectamente ajustadas a nuestro perfil. La AI "conoce" nuestras aspiraciones, "sabe" qué es lo mejor para nosotros y nos organiza su correcta realización aun antes de que seamos completamente conscientes de lo que queremos. Esto equivale al ocaso del deseo, que ha sido desplazado por la anticipación al mismo. Tiene lugar una "esferización de la vida" (Sadin): la existencia mediada por la IA discurre al interior de una burbuja constituida por lazos exclusivamente dirigidos a cada persona. La sociabilidad humana hecha de intercambios, exploraciones y descubrimientos inesperados, es suplantada por una sola "verdad" infalible que borra toda duda e imperfección. Dado que ya no necesitamos pensar cómo comportarnos ni qué elegir, decae la voluntad de actuar y de incidir sobre el mundo circundante: un acompañante infalible y permanente nos dice exactamente qué y cómo hacerlo.
Una existencia humana completamente gestionada por la AI discurriría sin fricciones, sin conflictos, sin deseos. La relación entre fines y medios adecuados para alcanzarlos, libre de interferencias, próxima de la perfección, habrá perdido su esencia humana.
El teléfono "inteligente"
Esa rutilante maravilla tecnológica ya tiene más de quince años de existencia. La eficacia y rapidez de sus múltiples prestaciones ejerce sobre todos nosotros una seducción irresistible. El mundo todo se nos presenta al alcance de un simple clic. Acompañante inseparable de la abrumadora mayoría de ciudadanos, el celu ha contribuido a acrecentar el individualismo rampante que ya era dueño indiscutido del espíritu de los tiempos. Las personas hablan en público y en voz alta dirigiéndose a un interlocutor invisible, sin pudor alguno y en absoluta indiferencia de los demás, que parecen no existir. Lo que antes pertenecía por completo a la esfera de lo privado desborda hacia la esfera pública, que ha eclosionado en una miríada de individuos autosuficientes. El saludo educado, el contacto visual, los gestos de reconocimiento del otro, las más elementales reglas de respeto de los demás, tienden a desaparecer; ya no necesito de nadie y lo proclamo con todo mi ser. Entretanto, mientras someto a mi voluntad soberana cualquier porción de realidad manejable con una "app" -una pizza, un taxi, una cita a ciegas- los grandes poderes deciden los destinos de la humanidad toda con agresividad impune e ilimitada. Pero la pantallita mágica, ese oasis virtual del que me siento dueño y señor, adormece por un momento la angustiante sensación de impotencia, miedo, desánimo e indiferencia supurados por el mundo real. El teléfono "inteligente" nos imbeciliza.
François Graña es Doctor en Ciencias Sociales
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias