La calidad es revolucionaria. Esteban Valenti
14.04.2025
¿Importa la calidad o es un lujo, un exceso innecesario, desperdiciar fuerzas y creatividad cuando lo fundamental es satisfacer a todos o a la mayoría? Hay una idea esculpida en roca de que la calidad depende exclusivamente de la competencia, es decir que el mercado lleva obligatoriamente el concepto de la calidad.
Es falso, la calidad compleja y articulada de la vida de la gente, de la mayoría de los habitantes de un país, tiene obligatoriamente una base cultural, ideal y voluntaria, no se impone exclusivamente por la disputa de segmentos del mercado y de la ganancia.
Es un concepto que ha evolucionado con las diversas sociedades y épocas y alcanzó niveles muy importantes en su relación con la vida de los seres humanos.
El concepto de calidad es multifacético y ha evolucionado a lo largo del tiempo. En términos generales, se refiere al grado en que los productos, servicios o procesos cumple con los requisitos y expectativas de sus destinatarios, pero la calidad también corresponde al aprovechamiento adecuado de los derechos humanos, a la relación con el ambiente y naturalmente a conceptos estéticos de cada época. Nunca ha sido ni será un estado estático, evoluciona en forma permanente y también influyen de manera determinante los avances tecnológicos.
La relación entre política y calidad es muy compleja y se manifiesta en diversos ámbitos, desde la gestión pública hasta la elaboración legislativa y normativa y sobre todo a los resultados logrados en una gestión de gobierno.
Los gobiernos establecen las políticas públicas que definen la calidad o su fracaso en áreas como la salud, la educación, el medio ambiente y la seguridad. Cuando el ejercicio de un gobierno es simplemente la suma cada día más opresiva de la burocracia, del conformismo y no tiene objetivos exigentes, cuadros preparados y una línea política programática adecuada a las necesidades de su tiempo y de su gente, es la seguridad de un fracaso o a lo sumo de una mediocre navegación.
El socialismo real, fracasó en áreas fundamentales de la calidad en la mayoría de los países, sobre todo en la calidad de su democracia, del compromiso de sus ciudadanos en la producción, la construcción, la gestión incluso la cultura, fueron una parte fundamental de la implosión del sistema, o del fracaso actual en algunos países que se dicen de izquierda en América Latina. La calidad a lo sumo es para los turistas.
Otra es la realidad de China y Viet Nam, proclamadas socialistas, que han logrado en 40 años las mayores transformaciones sociales, el mayor porcentaje y número de personas que han salido de la pobreza y si hay algo que distingue al gigante asiático es precisamente la calidad, en todas las ramas y su constante progreso. Desde las monumentales construcciones, obras civiles, equipos militares, tecnología de todo tipo, Inteligencia artificial, la lista es infinita. El "Made in China" cambió radicalmente, si no hubiera variado el propio concepto de calidad en la mayoría de China, esa revolución ni hubiera sido posible. No es una orden impartida desde lo alto es un gigantesco cambio cultural. La calidad es eso en primer lugar, cultura, sensibilidades humanas.
No hay ni hubo un concepto universal de calidad, pero lo que si es inexorable que el avance constante y firme de una sociedad, con calidad de vida, con altos niveles de satisfacción material, educativa, en salud, en cultura, en su autoestima y su espíritu de empresa, su creatividad y la importancia de sus proyectos tienen que ver entre otros componentes con la calidad.
El Uruguay como estado de bienestar de principios del siglo XX tenía un alto estándar de calidad en todas sus realizaciones. Son visibles en la literatura, las fotos, la prensa, la arquitectura, el deporte, la escultura, los hospitales. Fue un estado de bienestar de calidad, de alta calidad.
Nuestro proyecto actual de cambio, de crecimiento justo y libre, debe necesariamente incorporar la calidad como un elemento fundamental. Nuestro tamaño, nuestro pasado, la nueva realidad exige calidad en todos los aspectos y esa es una irresponsabilidad intransferible del gobierno, de su estructura y de la sociedad civil uruguaya, de los empresarios y de la mayoría de la sociedad.
Lo nuestro no es la cantidad, en absoluto, es la calidad en la producción, en la formación a todos los niveles, en nuestras relaciones internacionales, en nuestra calidad institucional y política. Lo que alcanzamos hasta ahora, no es suficiente, debemos dar un salto y eso implica imaginación, creatividad, y un círculo virtuoso de calidad en nuestros cuadros, políticos, empresariales y profesionales.
En algún momento hablamos en un gobierno del FA de un país de primera y no lo logramos, pero la definición era justa la correcta relación entre crecimiento y distribución de la riqueza son los primeros pasos para poner las bases de uno nuevo salto general para nuestro país.
En un mundo al borde de tantas cosas terribles, bélicas, humanas, comerciales no podemos responderle replegándonos, al contrario hay que apelar al espíritu más revolucionario, de cambios más profundos, de resultados de calidad en todos los terrenos. No llegamos para administrar un poco mejor, sino para sacar adelante el Uruguay de su decadencia de cinco años de un nuevo gobierno de la derecha tradicional.
No se trata de discutir sobre indicadores, sobre matices, sobre prioridades, sino que cada uno asuma la nueva situación en toda su plenitud. La gente no nos dio el poder para retocar las cosas. Eso es particularmente agudo, grave en Montevideo, sin la tracción de una gran transformación gubernamental y colectiva (tenemos más del 50% de pueblo frenteamplista y muchos miles de orientales honestos que se pueden sumar a la aventura magnifica de construir una nueva realidad a fondo.
Los uruguayos tenemos antecedentes pero ahora tenemos que tener la calidad de imprescindible para estos nuevos tiempos.
La calidad en el sentido mas profundo de la palabra, no en su superficialidad comercial o competitiva, sino en el nivel que alcancen Las realizaciones, económicas, sociales, culturales, científicas, de los servicios públicos, de los indicadores sociales y laborales y naturalmente de la relación entre nuestras vidas y nuestra producción con la naturaleza y en especial de la calidad cultura, educativa, ciudadana de nuestra gente, nunca será un problema comercial, es un tema esencialmente ideológico, el resumen de la cultura de un pueblo.
En todos los tiempos avanzaron, se destacaron los pueblos que supieron construir con calidad, los grandes momentos de cambio de nuestro mundo, siempre estuvieron asociados a ese concepto, desde el Renacimiento a las vanguardias culturales más diversas. En la mediocridad y el conformismo, no hay más que decadencia.
La calidad no solo se mide en nuestras carnes de exportación o nuestro arroz y productos lácteos y en nuestros productos y servicios tecnológicos, sino sobre todo en la capacidad de nuestros obreros, profesionales, médicos, educadores, programadores, pero en particular políticos. Si la izquierda, no incluye entre sus rasgos característicos la calidad como parte de la batalla material y cultural con el pasado conservador, perderá la batalla. No es teoría, algunos pueden creer que los chinos lo han hecho solo y principalmente para competir y por eso sobresalen todos los días un poco más, y es una pobre y mediocre visión. La calidad es parte esencial de su nuevo desarrollo.
El socialismo real se hundió renunciando todos los días a la calidad, inclusive a nivel militar y la mediocridad se lo llevó puesto.
Esteban Valenti.
Trabajador del vidrio, cooperativista, militante político, periodista, escritor, director de Bitácora (www.bitacora.com.uy) y Uypress (www.uypress.net), columnista en el portal de información Meer (www.meer.com/es) y de Other News (www.other-news.info/noticias).