Si me hubieran enseñado los gestos
Lilián Hirigoyen
23.07.2019
Si me hubieran enseñado los gestos
Rosario Castellanos Figueroa nació en Ciudad de México el 25 de mayo de 1925 y murió en Tel Aviv, Israel, el 7 de agosto de 1974. Fue una diplomática y escritora mexicana, una de las más importantes del siglo pasado, símbolo del feminismo latinoamericano.?
Creció en la hacienda de su familia en Comitán, en la región maya del sur de México, Altos de Chiapas. A la edad de siete años, su hermano menor murió de apendicitis. Cuando tenía veintidós años, ambos padres fallecieron, quedando en una pobre situación económica. A pesar de eso, Rosario pronto se convirtió en la primera mujer escritora de Chiapas.?
En 1950, habiendo emigrado a Ciudad de México, se graduó en filosofía en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). En esa época se vinculó con Ernesto Cardenal, Jaime Sabines y Augusto Monterroso. También obtuvo una beca para perfeccionarse en la ciudad de Madrid
Fue profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la Universidad de Wisconsin, en la Universidad Estatal de Colorado y en la Universidad de Indiana. Escribió durante años en el diario mexicano Excelsior, fue promotora del Instituto Chiapaneco de la Cultura y del Instituto Nacional Indigenista. En 1954-1955, fue becada por la Fundación Rockefeller en el Centro Mexicano de Escritores.
En 1958 se casó con el profesor de filosofía Ricardo Guerra Tejada, con quien tuvo un hijo.? Después de trece años de matrimonio, se divorció, tras sufrir depresión e infidelidades del marido. Dedicó gran parte de su obra y de sus energías a la defensa de los derechos de las mujeres.
Como promotora cultural, trabajó en el Instituto de Ciencias y Artes de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y dirigió teatro bajo el auspicio del Instituto Nacional Indigenista. En la UNAM, trabajó como titular de la Dirección General de Información y Prensa entre 1960 y 1966 y fue profesora en la Facultad de Filosofía y Letras. Fue nombrada embajadora de México en Israel en 1971, y también trabajó como catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Mientras cumplía servicios en el exterior y a los cuarenta y nueve años, falleció en Tel Aviv, el 7 de agosto de 1974, como consecuencia de la descarga eléctrica de una lámpara, al salir de bañarse cuando acudía a contestar el teléfono. Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres, en México, desde el 9 de agosto de 1974. Debido a su carácter melancólico también se llegó a pensar que su muerte fue consecuencia de suicidio. El hecho de que Castellanos firmara contratos para la traducción de sus obras a otras lenguas, solo unos días antes de su muerte, contribuyó a esta idea.
Como si avizorara el futuro, años atrás había escrito en uno de sus poemas,
"Yo no voy a morir de enfermedad
ni de vejez, de angustia o de cansancio.
Voy a morir de amor, voy a entregarme
al más hondo regazo.
Yo no tendré vergüenza de estas manos vacías
ni de esta celda hermética que se llama Rosario.
En los labios del viento he de llamarme
árbol de muchos pájaros".
Rosario Castellanos prácticamente cultivó todos los géneros literarios. Escribió tres novelas, ensayos, obras de teatro, cuentos, artículos periodísticos y once poemarios. Fue gran admiradora de Gabriela Mistral, a quien consideraba la poeta más grande de América Latina.
Recibió varios e importantes reconocimientos en su país.
En su obra, mayormente plagada de una fuerte carga política, está presente la discriminación sufrida por la mujer y también por los indios, sustentada en ambos casos por una larga tradición de sometimiento. En su amplio repertorio no dejó de lado la temática del amor o la soledad como la otra cara ineludible de los afectos, y con extrema sensibilidad vivió su condición de mujer como tema recurrente. Su forma de adjetivar, su tono melancólico e irónico y sus figuras literarias que surgen de lo cotidiano, se vuelcan en un lenguaje accesible y para nada académico por lo que su poesía no resulta jamás ni oscura ni difícil.
Hoy elegimos de Rosario Castellanos dos poemas, el primero de "El rescate del mundo" (1952) y el segundo, Lo cotidiano, de "Lívida luz" (1960).
SILENCIO CERCA DE UNA PIEDRA ANTIGUA
Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.
LO COTIDIANO
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.
Para el amor no hay tregua, amor. La noche
se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.
(*) Lilián Hirigoyen, escritora. AL RESCATE DE POEMAS, columna emitida en el programa radial LA PUERTA, por FM CIUDADELA - 88.7, el 11 de junio de 2019
Lilián Hirigoyen / Escritora