Los ‘tecnolords’ controlan nuestras mentes. François Graña

25.10.2025

La perspectiva de Yanus Varoufakis, economista, ex ministro de Finanzas de Grecia

 

Durante la pandemia, las empresas tecnológicas -llamadas Big Tech- crecieron a una velocidad vertiginosa: Facebook, Twitter (X), Google, Alibaba y Amazon ocupan los primeros puestos. Con miles de millones de personas encerradas en casa, trabajando y comprando en línea, pegadas a pantallas y a nubes informáticas, esas compañías se volvieron omnipresentes y todopoderosas. Un solo dato lo ilustra: en Estados Unidos, entre 2020 y 2022 el tiempo en pantalla se incrementó en un 52% en la población menor de 18 años.

Armadas con cantidades colosales de datos personales, estas empresas lograron lo impensable: conocer a sus usuarios mejor que ellos mismos; ya no solo detectan patrones de conducta sino que las anticipan, las moldean y las explotan. Así, millones de personas son atrapadas  en un ciclo incesante de dependencia digital.

El capitalismo tal como lo conocimos durante más de dos siglos, ha muerto. En su lugar surge el tecnofeudalismo, un nuevo orden controlado por los tecnolords, un puñado de jugadores ultrarricos que extraen renta de los usuarios y subordinan a los viejos capitalistas. "Quien no entienda esto pronto, aceptará ser gobernado por algoritmos", sostiene Varoufakis. 

La desigualdad no ha cesado de profundizarse desde los inicios mismos del capitalismo hasta el presente. Cuanto mayor es la desigualdad, tanto más el temor de los ultrarricos a que las mayorías se rebelen contra ellos o que colapse el capital ficticio del que dependen.

La crisis de 2008 hundió prácticamente a todos los bancos de Estados Unidos y Europa. Para reflotarlos, los gobiernos y bancos centrales imprimieron unos 35.000 millones de dólares, recortaron salarios y suprimieron beneficios sociales. El resultado fue la coexistencia de una gigantesca liquidez y una baja demanda, lo cual llevó a una escasa inversión en bienes y servicios. Las únicas compañías que invirtieron parte de esos 35.000 millones fueron las Big Tech, constituyendo una nueva forma de capital: el "capital en la nube". Nueve de cada diez dólares invertidos en "la nube" provienen de los bancos centrales. Así comenzó el tecnofeudalismo.

El neoliberalismo, estrictamente, siempre fue una quimera: ni nuevo ni liberal, nunca pasó de una ideología legitimadora del proceso de globalización iniciado a principios de los '70. Ahora, bajo el tecnofeudalismo, el poder pasa de las grandes finanzas a las grandes tecnológicas. Con esta transformación, el neoliberalismo ha tocado a su fin incluso como ideología. 

La "economía de la atención" existe desde los primeros anuncios publicitarios. Pero bajo el tecnofeudalismo ocurre algo que va mucho más allá de la simple captura de nuestra atención y del robo de nuestros datos. El capital "en la nube", fuerza impulsora del tecnofeudalismo, se vale de la infinidad de datos personales de que dispone, para insertar deseos en nuestras mentes. Luego, satisface esos deseos directamente, es decir, por fuera de los mercados normales, enviándonos productos sin ninguna intermediación; con esa jugada, extrae enormes rentas. Amazon, por ejemplo, se queda con un 30% a 40% del precio final de los productos. Los mercados tradicionales han sido reemplazados por feudos digitales, y los beneficios, por rentas de la nube.

El capital siempre ha hecho que los gobiernos bailen a su ritmo. El capital "en la nube" que constituye el nuevo orden tecnofeudal, ha acrecentado este poder: apunta a controlar directamente nuestras mentes. Y aún cuando muchos gobiernos europeos quisieran poner límites a empresas como Google o Meta, estas compañías solo tienen que amenazarlos con suspender el acceso a YouTube o Instagram para disuadirlos.

Todas las tiranías empiezan con una promesa de liberación. La conversión de Internet de un bien común al reino tecnofeudal en base a una enorme concentración de capital, ocurrió por dos hechos cruciales. Primero, los usuarios nunca tuvieron la oportunidad de controlar su identidad en línea, lo que permitió a Google, a Microsoft y al sector financiero el monopolio de nuestras identidades digitales. Segundo, tras la catástrofe de 2008, los bancos privados ofrecieron a la Big Tech gran parte del dinero impreso por los bancos centrales, casi sin intereses. Ese dinero estatal fue usado para construir un gigantesco capital "en la nube".

Internet sigue siendo útil para personas y movimientos de cambio, pero ha sido colonizada por las corporaciones tecnológicas.  Los señores tecnofeudales pueden parecerse a los antiguos capitalistas monopolistas, pero en realidad son muy diferentes. Henry Ford y Thomas Edison, al igual que Jeff Bezos, Mark Zuckerberg o Peter Thiel, también poseían grandes cantidades de capital, manipulaban a los políticos y adquirían medios para controlar la opinión pública. Pero su capital era convencional: medios de producción, líneas de montaje, generadores eléctricos, etc., y con ese capital producían las mercancías que todos podían comprar. En cambio, el capital en la nube de Bezos, Zuckerberg y compañía no genera ningún producto tangible sino poder. Sus dueños extraen rentas de sus clientes, tanto de capitalistas como de asalariados. Compañías como OpenAI han violado completamente los derechos de propiedad intelectual de la humanidad toda robando literalmente las enormes masas de microdatos generados por todos nosotros. 

Esta nueva economía se basa en riquezas que se acumulan en forma de rentas: no hay beneficios reinvertidos en la producción de mercancías, tal como sucedía con el capitalismo tradicional. Además, las empresas del viejo capitalismo debían destinar a salarios el 80% de sus ingresos. En contraste, los empleados de Big Tech reciben menos del 1%: la mayoría del trabajo lo realizamos gratis los miles de millones de "siervos de la nube" que les aportamos nuestros datos personales. Pongamos por caso a Meta y Google, propietarios de Instagram y YouTube respectivamente. Su "materia prima" consiste en el contenido que los usuarios hemos subido a internet. ¿Y qué pasa si abandonamos Instagram? Perdemos el acceso a lo que otros publican y nuestros contenidos quedan invisibles para ellos. 

Una economía de esta naturaleza está destinada a morir, como sucede con un virus letal que muere cuando acaba con todos sus huéspedes, afirma Varoufakis. Las corporaciones tecnofeudales que manejan capital en la nube logran extraer cada vez más valor creado por los trabajadores de la economía capitalista tradicional; y cuantas más rentas extraen, tanto más inviable se vuelve todo el sistema.

La concentración del capital "en la nube" en solo dos polos -Estados Unidos y China- explica la nueva Guerra Fría entre estas dos potencias. En Occidente, los "tecnolords" como Peter Thiel o Elon Musk buscan maximizar sus ganancias mientras propician la erosión del Estado. El "tecnolordismo" sustituye la clásica figura del individuo liberal por un amorfo HumAI -combinación de humano con inteligencia artificial- que reemplaza la fe fundamentalista en "la mano invisible del mercado" por otra divinidad: el algoritmo, un mecanismo perfectamente centralizado para emparejar compradores y vendedores.

¿Se puede limitar el poder tecnofeudal imponiendo regulaciones a los algoritmos? Sin duda. Pero sucede que solo en China se han implementado estas medidas, porque solo allí las instituciones políticas no están completamente en manos del capital privado.

"Debemos desarrollar la capacidad de luchar tanto contra el autoritarismo que surge de la concentración del capital como contra el lado más oscuro en nuestro propio interior -la fuerza en las sombras de nuestra alma- que hace que los revolucionarios se conviertan tan fácilmente en déspotas". Concluye Varoufakis: "¿Dónde hallo esperanza? En la tendencia intrínseca de los sistemas explotadores, basados en el capital, a socavarse a sí mismos. Por supuesto, para aprovechar esa tendencia, los demócratas deben usar el capital en la nube y volverlo contra sus dueños, igual que los revolucionarios en el pasado se valieron de las imprentas para agitar y educar. No es la primera vez en la historia que, mientras el poder estaba brutalmente concentrado, los desposeídos lograron empoderarse. Como dijo el marqués de Condorcet, el secreto del poder no está en la mente o las armas de los opresores, sino en la mente de los oprimidos. En toda época y en todo sistema de explotación, nada cambia mientras los ciudadanos no se movilicen para convertirse en agentes de cambio en vez de simples juguetes de fuerzas sociales -sobre todo el capital- fuera de su control (...) Encuentro esperanza en una visión dialéctica del mundo en que vivimos. Desde esta perspectiva, la realidad nunca es armónica, sino que está construida sobre contradicciones: la coexistencia de cosas que no deberían poder existir al mismo tiempo pero, sin embargo, lo hacen. La luz, como mostró Einstein, es a la vez partículas y ondas. La humanidad podría alimentar a todos, pero vivimos en un mundo de hambre extendida. Así que cualquier realidad en la que estemos está marcada por contradicciones que acabarán resolviéndose. Todo, en otras palabras, puede ser distinto. Y como el tecnofeudalismo es quizá la mayor contradicción de todas, decido permanecer optimista".

François Graña es doctor en Ciencias Sociales.

Fuentes:

(1) Entrevista de Boris Muñoz en EL PAIS de Madrid, 5/10/2025

(2) https://www.youtube.com/watch?v=vRCgdfC_Ask&ab_channel=Br%C3%BAjulaEcon%C3%B3mica

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2025-10-25T05:03:00

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