Los poetas versus los lingüistas (los sinónimos no existen)
Marcelo Marchese
28.07.2022
Vivimos en un mundo de ilusiones, lo que incluye, primero que nada, a las palabras, ya que el mundo que vemos lo vemos en función de las palabras.
Prueba de ello, la onomatopeya de gato en portugués es "mieu mieu", cuando en castellano es "miau miau". Las palabras lo cambiaron todo, aunque las palabras vienen de otra cosa, son la imaginación o la expresión de otra cosa y el ADN está estructurado como un lenguaje, el inconsciente está estructurado como un lenguaje, y el universo está estructurado como un lenguaje como su nombre indica: "Uni Verso".
Entre las mistificaciones que ha inventado el hombre, una de las más atroces es el concepto "sinónimo", defendido por los cultores de "la arbitrariedad del signo", esos monjes franciscanos de la pobreza del lenguaje, y si muchos hombres han aceptado esta añagaza, es porque muchos hombres tienden a creer lo que se les dice en la escuela, esa institución macabra. Dos palabras diferentes no pueden, por definición, ser iguales, ya que cada palabra es un matiz de la realidad y de tal manera, que en una tribu del Amazonas hay veintidós palabras para decir "verde", y entre los esquimales, más de treinta palabras para decir "nieve".
Es posible que el concepto "sinónimo" haya sido resultado de un rechazo a la magia, pues con toda evidencia, en un conjuro mágico no se puede cambiar una palabra por un sinónimo, y no se puede invocar a un espíritu cambiando su nombre, ya que para el mago, y para el salvaje, la palabra es esencia de la cosa. Un espíritu puede tener varios nombres, pero cada nombre es un atributo del espíritu, y se lo convoca según ese nombre para una necesidad específica.
Si el concepto sinónimo fue resultado de una lucha contra la magia, el concepto sinónimo fue resultado de una lucha contra la poesía, pues la poesía deviene de la magia, y esto no lo digo como poeta, sino como historiador, sólo que no hay poeta que no sea historiador, aunque los que saben de historia no son los historiadores, sino los poetas.
Nuestro tiempo ha perdido, entre las cosas que ha perdido el progreso, la sensibilidad ante el sonido de las palabras y ante todo sonido, desde que no nos interesa escuchar a un músico en vivo, sin la intermediación de cables, y ni siquiera a los músicos no académicos les interesa la música en vivo, lo que ya es un indicio del desastre. Otra prueba elocuente de pérdida de sensibilidad, es la universal aceptación de las bocinas y de los ruidos de los celulares, que son la más perfecta emanación del infierno.
En tiempos de Shakespeare, el oído humano, amable lector, era infinitamente superior al nuestro, cosa que debo repetir: ¡infinitamente superior al nuestro! asunto sobre el que no puede caber la menor duda, al menos para aquel familiarizado con la literatura. Era otro inglés, más sintético y contundente, de tal manera que si una obra de Shakespeare hoy lleva una hora de representación, en aquel tiempo llevaba cuarenta minutos. Algo sucede con las lenguas en el tiempo, pues las lenguas romances, con respecto al latín, usan de más palabras.
El hombre del pasado tenía mejor oído y mejor ritmo, y como prueba elocuente, las sociedades que el progreso llamó "bárbaras" y que nosotros preferimos llamar "heroicas", memorizaban largos poemas como La Odisea y el Martín Fierro. La poesía era más cotidiana, y era oral, cosa que todo lo cambia. Debería pasar mucho tiempo y degradación para que la poesía fuera sustituida por la novela.
Ante la sóla idea del "sinónimo", un hombre de aquel tiempo (casi digo "un gigante de aquel tiempo", engolado lector que cree su presente como un gran triunfo del hombre) un hombre de aquel tiempo, decía, se hubiera reído con una carcajada cuya boca hubiese quedado abierta ciento ochenta grados. Las analogías entre palabras que hubiese encontrado un hombre de aquel tiempo refieren al sonido de las palabras, pues "mundo", nos lleva a "inmundo", "Victoria", nos hace pensar en el "oro", en "otra" y en "orar", la amada de Hamlet, Ofelia, nos lleva al falo, al deseo, tanto para el hombre, como para la mujer, y Shylock, el malvado Shylock que quiere arrebatar de un hombre justo una libra de carne, suena a cuchillo.
Lo supieron los antiguos: nombre es destino ¿Te preguntaste por qué nuestros padres nos han puesto dos nombres? Ya lo dije, nombre es destino y nuestros padres quisieron atenuar ese mandato, esa premonición, dándonos un refugio, así como una segunda lengua es un refugio para recuerdos y pensamientos, y así como una segunda lengua es difícil de aprender para aquellos que no quieren desvincularse de su lengua "materna".
Nuestros padres, y nosotros con nuestros hijos, elegimos sus destinos sin saber, pero sabiendo, los diversos nombres que anidan en cada nombre. "Nombre" se parece a "Hombre". No lo sabemos, pues no estamos dedicados al estudio de las letras, pobres de nosotros, pero lo sabemos, ya que nos dejamos guiar por la belleza del sonido de un nombre, y porque para nosotros, ese nombre que elegimos para un hijo, está vinculado a un ser querido, a un personaje histórico o literario, a un espíritu, en suma, un espíritu que fue determinado por su nombre, como supo Shakespeare, el mago que a la hora de maldecir, usaba del yámbico, la métrica de las maldiciones, y que a la hora de luchar contra la muerte, salió victorioso, pues Shakespeare sabía orar, sabía de esa otra, y sabía del oro de las palabras.
Marcelo Marchese
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias