Las alas del tiempo
Marcelo Marchese
10.06.2024
Agustín el pagano, como pagano amaba el teatro y los placeres, mas se convierte en Agustín el cristiano al oír estas palabras, "Toma, lee", y toma la biblia y lee una advertencia de Saulo contra los placeres, a los que condena.
Su condena, dicen, se aplica al teatro de los dioses paganos que no se asemeja al nuestro, sino a un teatro de esplendor, un teatro que no divide al actor del público.
Hablamos de un teatro próximo al origen de la vida.
En verdad, Agustín condena al teatro por ser una manifestación de la magia, ya que todo lo imaginado, todo lo representado, tiende a concretarse.
En un plano, la realidad, se abre otro plano, la ficción, pero un plano hace al otro plano y lo integra y determina.
Shakespeare, Artaud y Ionesco extraen de esta condena sabias consecuencias.
Agustín, como Borges, como Henry Miller, al que no lee Borges, se obsesiona con el tiempo y logra, por intuición, una aproximación genial, ya que el genio conoce por intuición "¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si debo explicarlo, ya no lo sé"
Agustín dice que el tiempo radica en la mente, por lo que el presente de las cosas pasadas es lo que recordamos de ellas; el presente del presente, algo que ahora ocupa nuestra mente; y el presente del futuro, lo que tememos y deseamos que suceda luego.
Pero dice algo más: Dios está por fuera del tiempo, ya que el tiempo hace a las cosas mudables y Dios no puede mudar. Dios, al crear el mundo, creó el tiempo, pero Dios vive fuera del tiempo. El tiempo nos afecta a nosotros, que nacemos, pensamos y morimos en el tiempo.
El tiempo como creación de la mente fue una idea tomada por Dostoievski, o recreada de manera autónoma por Dostoievski, pues en "Los Demonios", Kirilov dice que "El tiempo desaparecerá el día que se extinga en la mente del hombre".
Freud, que amaba a Dostoievski, y que afirma que allí donde llegó, llegó antes la poesía, lo que nos lleva a decir que el psicoanálisis emana de la poesía, piensa como Agustín, ya que en el diván se descubre que elaboramos nuestro pasado y nuestro futuro, y que quien lo elabora es el presente, el único tiempo que tiene derecho a proclamar su existencia.
Vivimos un presente eterno.
Jesucristo, o lo que los hombres quisieron que dijera Jesucristo, resolvió este asunto de esta forma: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán", lo que confirma la intuición de Agustín, y como Jesucristo es un mago, hace magia, ya que el Universo fue hecho con palabras, y la magia de Jesucristo radica en el poder de las palabras.
En el tiempo existe la razón, por lo que Dios y todo lo sagrado existe encima, antes y debajo de la razón, pero Agustín está en el tiempo, y dice, anticipándose mil años a Descartes: "Si me equivoco, existo".
Agustín afirma que sin la justicia, los reinos no son más que bandas de ladrones, y que las bandas de ladrones, no son más que pequeños reinos.
Cuando observa al rico apropiarse de aquello del pobre, cuando ve que la justicia persigue al pobre que recupera lo suyo, dice que no existe la justicia, salvo en la República que funda y gobierna Jesucristo.
Tiempo después, Marx dirá que todo derecho es injusto pues aplica un rasero igual a gente desigual.
Agustín recuerda que Alejandro (esto nunca sucedió pero el cuento es hermoso) apresa a un pirata y le pregunta por qué asola los mares, y el pirata responde que por los mismos motivos que él asola la tierra, pero como tiene un pequeño barco, es llamado ladrón, y Alejandro, que gobierna ejércitos, es llamado emperador.
Agustín, que perdura por la palabra, hace una advertencia a ciertas gentes: la guerra debe ser acabada con la palabra y la paz debe ser buscada por la paz y esto da mayor gloria que matar hombres con la espada.
Cuando los frailes se dividen según que la fe o la razón sea el camino, Agustín se harta y le dice a unos, "Cree para comprender", y a los otros, "Comprende para creer".
Agustín camina por la orilla del mar (debemos pensar en el mar del norte de África) mientras razona en El Misterio de la Santísima Trinidad, y así encuentra a un niño precioso que entra al mar, llena un cuenco y lo vacía en un hoyo en la arena, y vuelve al mar y vuelve al hoyo. Agustín le pregunta qué hace, y el niño le dice que piensa meter todo el mar en ese hoyo. "Pero es imposible". Y el niño: "Más imposible es develar El Misterio de la Santísima Trinidad".
No es casual que el inventor de este mito situara a Agustín frente al mar, imagen de lo mutable que permanece eterno. La orilla del mar es un umbral, lo que significa que es una cosa y no lo es, que es esa cosa y la otra cosa y ninguna de las dos cosas, pues no es la arena ni el mar, sino la orilla del mar, y como es un umbral, allí se inspiró, pues en el umbral habitan las musas y los espíritus.
Cierta vez en que caminaba con Beatriz por la orilla del mar de Natal, y esta palabra, "Natal", es nuestra palabra "Navidad", lo que lleva a recordar que el azar es el nombre que nuestra ignorancia da a lo que rige el Universo, cierta vez, te decía, en que caminaba con Beatriz por la orilla del mar de Natal, tuve una revelación que, por pudor, no diré, más proveeré a su manifestación.
Dice Agustín con toda sabiduría, y presta atención: "El amor es una perla preciosa que, si no se posee, de nada sirven el resto de las cosas, y si se posee, sobra todo lo demás".
Agustín enseña que el Dios que rige el Universo y la Diosa que rige el Universo, hacen la palabra Amor, que es la creadora del Todo, como es bien sencillo de entender, y por lo tanto, que es anterior al Todo, lo que significa que vive desde siempre, ya que la nada es imposible y sólo es un concepto creado por el Todo para demostrarse por el absurdo.
Escrito lo escrito, abandono el texto. El presente de tu lectura es el pasado de mi inspiración. Estoy aquí pero ya no estoy aquí, y lo que ahora escribo, es un poema a Beatriz, pero ese poema no te será revelado, ya que lo que se tiene, no se aprecia y sólo se desea aquello que no se tiene.
Marcelo Marchese
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias