La vera historia de un guardián de la ley

Marcelo Marchese

27.07.2024

La escuela no le dio mucho, la ciudad lo hartaba y como no había límites entre el ejido de la ciudad y la pradera infinita, se fue a vivir su vida donde no existía más ley que la que brindaba un zaino, ni otros peligros que la yara, el jaguar y los perros cimarrones, en especial, si te agarraban a pie, pero en aquellos tiempos, los gauchos pescaban a caballo y a caballo sacaban agua del pozo.

Otro peligro eran los infieles y los mismos gauchos, pero aquella gente sencilla era fácilmente dominable y al protagonista de esta historia, un hombre que venía del otro mundo y con sólido respaldo familiar, no le costó mucho ponerse a la cabeza de un grupo de facinerosos.

El respaldo familiar era cosa seria, desde que el abuelo fuera fundador de la capital de la provincia y capitán encargado de la persecución de charrúas y minuanes, y el padre, alcalde, lo que significa que nuestro retobado era hijo de una familia principal.

Todo jefe de hombres peligrosos debe tener ciertas virtudes: ser valiente, no tener escrúpulos, y saber cuándo le mienten. El gaucho, al mentir, pone las manos a la espalda y mira al piso en que dibuja una cruz con el pie. Este jefe de forajidos se dedicó al robo de ganado y a la venta de ganado, aunque en rigor, ese ganado era de todos y de nadie. Crecía libremente en la pradera, como las avestruces y los gamos.

Las temibles fechorías de nuestro personaje llegaron a oídos del gobernador, y más aún, de su familia, que, sabedora de que la cosa terminaría mal, le propone que se acoja a una amnistía de criminales lanzada con el objetivo de formar un cuerpo de policía rural.

Esto no debe extrañarte, pues así nacieron los cuerpos de policía en todo el mundo, desde el oriente de Las mil y una noches, donde el principal criminal de Bagdad, La Tiña, pasa a ser el comisario del califa Harún al Raschid, hasta la Francia revolucionaria, donde el principal criminal, Eugene-Francois Vidocq, se convierte en el primer jefe de la Sureté.

De esta manera, la autoridad mataba dos pájaros de un tiro: establecía una policía que conoce el modus operandi de los malandras, y reduce el número de malandras incorporándolos al Estado. El problema es que fundaba una delicada institución sobre un pantano.

Nuestro jinete de las praderas se acoge a la amnistía y pasa a cobrar un sueldo a cambio de perseguir gauchos ladrones y agresivos infieles, ya que unos y otros secuestraban mujeres, robaban ganado e imponían su ley, por lo qué, cuando alguno de estos no negociaba con nuestro policía de la campaña, pagaba el pato o lo mandaba al cepo, y de esa manera, como él mismo confiesa en un parte a las autoridades, asesinó en una vuelta a setenta "ynfieles", lo que significa indios no acristianados, y en otra, entregó un indiecito como esclavo en una estancia, suponemos, a cambio de un favor.

En cierta ocasión fue comisionado para hacer de baqueano de un importante intelectual que venía con un plan para fortalecer la frontera, pues los brasileros, se nos venían. Se trataba de repartir lotes entre gente que se quedara en el lugar, ya que no hay mejor soldado que aquel que defiende su tierra. Terminado el loteo, nuestro astuto policía le pide al importante intelectual uno para colonizar.

-¿Pero tú construirás un rancho y te quedarás a vivir aquí?

-Por supuesto, Señor.

Y así recibió un campo que, apenas el importante intelectual diera la espalda, vendió al mejor postor para seguir de tropelías.

Quien sabe leer en las estrellas y en el ondulante pasto adivina la tormenta, no precisa leer libros que nada le traerán, y si en algún momento aprendió a escribir, por falta de uso, lo olvidó, aunque se guardó, parece, el saber firmar, así que todas sus cartas están escritas por diversas caligrafías, aunque estampaba su firma, en ocasiones, con variaciones en el nombre, hecho bastante curioso.

Una de esas cartas es una maravilla de la ficción. Un cirujano jura y perjura, que el policía tiene la espalda deshecha de tanto cabalgar bajo el sol ardiente, y sobre el pasto helado, en persecución de criminales, por lo que ruega se lo jubile con la pensión correspondiente, así puede pasar el resto de sus días en la cama.

El gobernador, conocedor de las mañas de sus subordinados, le responde que siga cabalgando, cosa que hará por cincuenta años a pesar de la espalda.

Otra hazaña fue, a la vuelta de pelear en Buenos Aires contra los ingleses, informar que el barco en que volvía, hundiose y con él, sus pertenencias, valuadas en tantos pesos, mientras salvó la vida a nado, por lo que reclama el monto perdido. El Estado hubo de atender a su demanda.

Mientras nuestro personaje perseguía y tranzaba con maleantes, en Europa, fuerzas oscuras enviaban a Napoleón a invadir la Península ibérica dando inicio a las revoluciones de independencia de las colonias, proceso que significó salir del fuego de España para caer en las brasas de Inglaterra,  pero divididas y debilitadas, pues el imperio no quería repetir la experiencia de la revolución de Norteamérica.

En mayo de 1810, la masonería porteña, que recibía órdenes de la masonería británica, inicia la guerra de independencia que se traslada a toda Iberoamérica. La policía abandona la persecución de vagos para abocarse a los traidores al rey, por lo que nuestro audaz guardián cruza el Uruguay para sofocar la rebelión en Entre Ríos, de la que sale victorioso y vuelve con prisioneros a la capital.

Sin embargo, el futuro no pintaba bien para la carrera policial en un imperio decadente, y al mismo tiempo, nuestro héroe necesitaba validar sus problemáticos títulos de tierra, cosa que obtiene, por fin, en enero de 1811, por lo que, en marzo, diez meses después de iniciada la revuelta, y cuando le tiran de las orejas por culpa de unos subordinados que se han dado al robo de sandías, cruza el río y se pone a la orden de la Junta revolucionaria argentina.

Lo que ocurrirá después es de todos conocido, si es que la palabra "conocido" fuera la palabra adecuada, mas si querés saber la verdad, tenés un camino infalible: cuando te digan blanco, vos ponele negro y si te dicen, frío, será caliente, y si te dicen alto y elevado, pensá mejor en bajo y mezquino, que de seguro, le embocarás.

Si me presento de esta forma ante la ira del fiscal, y aún más, ante la ira de la masa, te imaginarás que no tengo oscuros propósitos, sino que quiero aventar mentiras que encadenan a los hombres, así que te pido indulgencia ante el mensajero que sólo ha querido transmitir a sus hermanos lo aprendido, pues de esa manera fue educado por su padre, que le dijo, como otro padre antaño, según Shakespeare, le dijera a su propio hijo: "De otros, aprende a triunfar en la vida. De mí, aprende el coraje".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Marcelo Marchese
2024-07-27T10:45:00

Marcelo Marchese

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias