¿Quién nos trajo a la dictadura?
Marcelo Marchese
18.11.2024
Los historiadores de la derecha acusan a la izquierda de traer a la dictadura, y los historiadores de la izquierda acusan a la derecha de traer a la dictadura.
En realidad, los historiadores no abundan en este País, y lo que abundan son pseudo historiadores que parten de una idea predeterminada, buscan las pruebas acordes a esa idea predeterminada, y desechan la pruebas en contra de esa idea predeterminada, y esto corre para la derecha y para la izquierda, y corre desde el día que Inglaterra y Brasil decretaron en 1828 que debíamos constituirnos en un Estado independiente de Argentina.
La derecha y la izquierda tienen toda la razón del mundo al acusar a la otra parte, y al mismo tiempo, mienten, pues decir una media verdad es la peor de las mentiras.
Habría que preguntarse si esto que se considera derecha es de verdad derecha, y si esto que se considera izquierda es de verdad izquierda, pero suspendamos, sólo por esta vez, nuestra incredulidad, para manejarnos con el lenguaje usual.
Al término de la segunda guerra mundial emergieron, como se sabe, dos imperios. En ese momento, los filosofastros podrían haber hablado de multilateralismo, ya que un imperio era marcadamente de derecha y el otro marcadamente de izquierda, y por ahí boyaba una tercera posición, pero en aquel momento, si bien la humanidad estaba bastante hundida, no estaba hundida al grado en que está hundida ahora, donde alegremente se aplaude una farsa como la del multilateralismo.
Esos dos imperios, en realidad, eran títeres del imperio único que, para gobernar, necesita pegarte ora con un garrote que tiene en la mano derecha, ora con un garrote que tiene en la mano izquierda, ya que siempre es mejor pegar con dos garrotes que pegar con uno sólo, pues cuando estás distraído con uno ¡zas! te pegan con el otro, y cuando estás distraído con el otro ¡zas! te pegan con el uno.
Si miramos los hechos como personas razonables y no como fanáticos de un cuadro de fútbol, resulta que los dos imperios operaron de tal manera, que el resultado fue la dictadura.
Primero, se nos acabó aquel mercado constituido por soldados que necesitaban carne vacuna para llevar a cabo una carnicería humana. Esto no hubiera sido fatal si hubiéramos transformado nuestra economía, pero eso no ocurrió, y lo que ocurrió fue, precisamente, lo contrario, así que se firmó un acuerdo con el FMI, y más tarde, se hundió al CIDE, que fue un proyecto para planificar nuestra economía metiendo mano, primero que nada, a nuestra estructura agraria.
Mientras se generaba este caldo de cultivo, a pocos kilómetros del imperio de derecha ocurría flor de revolución de izquierda, una revolución que, misteriosamente, nunca fue aniquilada por el imperio de derecha, y eso que con apretar un botón la borraban del mapa. Esa revolución, que llegó al poder por medio de una guerrilla fulminante, fue el semillero de futuras revoluciones, primero, por su ejemplo, y segundo, por su adoctrinamiento militar.
Para la izquierda, la cosa era bastante sencilla: simplemente había que seguir explicando pacientemente por qué motivos el País se había ido al cuerno, en tanto se organizaba a la gente para defenderlo. Sin embargo, ese asunto de apostar a las ideas no prosperó, ya que vinieron unos que pensaban reeditar la experiencia guerrillera, pero no en la selva tropical, sino en la selva de cemento.
Hay una regla en este Universo que dice que si un alfeñique quiere vencer a un gigante, no debe apelar a la fuerza, sino a la astucia, lo que traducido a lo nuestro significa que si el alfeñique pretende provocar con armas a quien tiene el monopolio de las armas, será borrado del mapa y arrojado, en caso de sobrevivir, a las mazmorras.
Al mismo tiempo, el otro imperio debía cumplir su papel, así que si un imperio entrenaba a los guerrilleros, el otro imperio entrenaba a los militares encargados de reprimir a los guerrilleros, lo que incluía muy eficientes métodos de tortura. Para eso nació la Escuela de las Américas.
Tenemos entonces a los tupamaros que salieron a jugar con sus escopetitas, cosa que, según el juego de la dialéctica hegeliana, traería al Ejército para que los deshiciera y deshiciera a todos los demás que ni por asomo se les ocurría salir a jugar el juego de las escopetitas.
La derecha, por supuesto, ayudó, ya que votó las medidas prontas de seguridad que auspiciaban al ejército, y luego, la izquierda, en febrero del 73, saludó al ejército progresista que venía a acabar con la rosca, ya que la contradicción, según la izquierda, no era dictadura versus República, sino oligarquía versus pueblo, y nadie mejor que los militares para defender al pueblo y enfrentar a la oligarquía.
Para colmo, veníamos de unas misteriosas conversaciones de los tupamaros con los militares, conversaciones por la cuales los tupamaros entregaron la información que habían recabado sobre la rosca económica y sus compinches políticos, lo que no significaba otra cosa que darle a los militares las tenazas adecuadas para tener agarrada de los testículos a la rosca económica y a sus compinches políticos.
Vino la dictadura y nos hizo pelota, por lo que marchó en el plebiscito del 80 y recibió el golpe de gracia con la caída de la tablita en el 82, así que devino un movimiento ascendente que para enero del 84 decretaba un paro nacional en el que no salió un alma de su casa. Fue un paro absoluto, radical, total. La dictadura estaba muerta, pero ojo, ese era el momento ideal para que accionaran la derecha y la izquierda que, unidas, jamás serán vencidas.
Las consignas de toda aquella marea ascendente era un abajo la dictadura, amnistía general e irrestricta y elecciones libres y sin exclusiones ¿Qué hicieron la derecha y la izquierda? Pactar con el cadáver de los militares unas elecciones con exclusiones, y en especial, con la exclusión del que la gente quería votar.
El sólo anuncio del inicio de las conversaciones fue un tsunami de agua helada sobre aquel movimiento ascendente que comenzó un descenso penoso, lo que liquidó la posibilidad de una amnistía general e irrestricta, y poco más tarde, instauró la Ley de impunidad.
¿Qué rol cumplió la dictadura? Por un lado, bajó el sueldo de los trabajadores e incrementó la concentración de capital. Por el otro, hundió a la sociedad de tal manera, que Benedetti, al volver, dijo que la dictadura había hecho a los uruguayos más egoístas y cobardes. Ahora, no sólo para eso vino la dictadura.
Hoy podemos ver otro objetivo de la dictadura: preparar el terreno para la destrucción de la soberanía nacional ¿No apelan los militantes de los derechos humanos a cualquier organismo internacional? ¿No reclaman los ambientalistas en defensa del medio ambiente a los organismos internacionales? ¿No está pidiendo el mundo entero a la ONU que intervenga para defender los derechos humanos de los palestinos y de todo árabe que ande en la vuelta?
Si el Estado tiende al terrorismo de Estado, donde tortura, viola y castra gente, ergo, el Estado es una porquería y deberíamos mandarlo al basurero de la historia. Para eso vino la dictadura: para que saquemos conclusiones estúpidas que nos conduzcan derecho a la dictadura global.
Esta es la gran contradicción: repúblicas soberanas versus dictadura global. Con el telón de fondo de esta contradicción universal, el domingo 24, el pueblo uruguayo elegirá a uno de los títeres que maneja El Titiritero para conducirnos a la dictadura global.
Marcelo Marchese
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias