Cuba en sus contrastes: cuando la literatura se subleva

Marcia Collazo

21.03.2013

La musa de la literatura es múltiple. Arturo Ardao y García Márquez, entre otros, han señalado que el ejemplo de la literatura latinoamericana debiera ser aleccionante en muchos otros campos del pensamiento humano.

Por lo pronto mi musa ya está hecha a mi modo
Fuma. Baila. Se ríe. Sabe algo de derecho,
es múltiple en la triste comunidad del lecho,
y dulce cuando grito, blasfemo o me incomodo

.
Nicolás Guillén. Elegía moderna del motivo cursi

Me refiero, ante todo, al campo de la filosofía, y también a ese otro, erizado de cardos, espinas y malezas, al que nadie le ha dado un nombre preciso, pero que podríamos llamar de la muy baja autoestima latinoamericana, o tal vez de la lamentación o de la autocompasión, palabreja de la que mucho ha usado y abusado la psicología y los manuales de autoayuda pseudo metafísica- desde hace por lo menos veinte años.

Pero es verdad: la literatura latinoamericana debiera ser aleccionante, en primer término, porque descuella, deslumbra y hace enmudecer de admiración y asombro al mundo entero. Todo el mundo occidental, desde los lejanos tiempos de Colón y sus secuaces (incluido algún alto doctor de la iglesia, como el tristemente célebre Juan Ginés de Sepúlveda) pasando por Hegel y por el propio Marx, y siguiendo por nosotros mismos, en tanto habitantes de este continente, nos hemos pasado negando, quejándonos y despotricando hasta el infinito contra este Nuevo Mundo y sus habitantes, y sobre todo nos hemos permitido negar nuestra propia existencia, dando por sentado que no somos capaces de levantar la cabeza sobre nuestras miserias para acometer dignamente ninguna empresa. Y sin embargo nadie, absolutamente nadie, se ha atrevido a negar la existencia de la literatura latinoamericana, ni entonces ni ahora. La evidente contradicción que emerge de estas dos premisas, hace que nuestra pretendida inexistencia o incapacidad no resista el menor análisis lógico, ya que si hay literatura es porque alguien escribe, y si además esa literatura es buena, es porque quien escribe tiene algo más que vacuidad en la cabeza.

Claro que no todo es tan sencillo. La buena literatura, precisamente porque se mete en el territorio de las llagas y las culpas, de los silencios y las desvergüenzas, suele ser mirada al menos con desconfianza. Todos los gobiernos autoritarios, cualquiera sea su signo, su objetivo y su intención, se han encargado de manipularla, ejerciendo a troche y moche el mecanismo de la censura y pretendiendo que el agua de la literatura corra hacia su molino; cosa que es, en el fondo, imposible, a riesgo de desvirtuar gravemente la naturaleza y la esencia misma de tal arte.

Para José Carlos Mariátegui, el hecho de que el indio ocupe el primer plano en la literatura y el arte peruanos se debe a que las fuerzas nuevas y el impulso vital de la nación tienden a reivindicarlo (*1). Pero ese impulso vital no es patrimonio exclusivo de los dirigentes políticos de la nación, sino que pertenece hondamente al sustrato cultural y sociológico que está siempre más allá y más acá de tales coyunturas.

En tal sentido, dice el reconocido escritor cubano Leonardo Padura, refiriéndose a los tiempos en que comenzó a escribir (década de los 70, a la que algunos han llamado el decenio negro )  que un escritor cubano debía ser un ser con suficiente conciencia de clase, del momento histórico siempre hemos vivido en un momento histórico- y de la responsabilidad del intelectual en la sociedad, como para escribir sólo lo que se suponía o  le hacían suponer, que debía escribir. En dos palabras: alguien capaz de manejar con tino el arte castrante de la autocensura para evitar el agravio de la censura (*2).

Pero añade Padura que, a pesar de los pesares, él eligió voluntaria y lúcidamente ser un escritor cubano que vivía y escribía en Cuba; lo cual no era una elección fácil, desde ningún punto de vista, ya que a la censura se sumaron la falta de electricidad, de comida y de transporte que se padeció en los años 90, después de la caída del muro de Berlín. Elección lúcida, sin duda, pero también valiente y ejemplarizante, ya que Padura se propuso lo único que en el fondo puede proponerse cualquier creador que se respete a sí mismo y que ponga los altos objetivos de la creación por encima de intereses particulares y circunstanciales: ser un escritor cubano que escribiera sobre Cuba con la mayor libertad y sinceridad posibles , empeñado en reflejar los conflictos de su sociedad y asumiendo los riesgos inherentes a ello.

Claro que Padura agrega y cómo no había de agregarlo- que fue la práctica de la literatura la que lo salvó de la locura y la desesperación que el medio ambiente le imponía. Razón de más para volver a suscribir las palabras de García Márquez y de Ardao en ese sentido, y para comprender la misión salvífica de la creación, no solamente para el creador en tanto ser de carne y hueso, de alma y sangre, de nervio y de pasión, sino también para todos los demás seres humanos, a los que va dirigido en última instancia el producto final de su arte.

El desencanto y el cansancio histórico que el autor menciona no aquejan solamente, por cierto, a los cubanos. Basta con hacer un somero recuento de las grandes obras literarias de Latinoamérica pensemos en Uruguay, nuestra casa- para advertir lo que ha movido a los escritores a escribir: reparemos en José María Arguedas, el peruano, y en Gabriela Mistral, la chilena, que pintan, cada cual a su modo, el contraste y la mixtura entre el mundo occidental y el indígena; en el propio Gabriel García Márquez, que recobra y recrea en el universo mágico y terrible de Macondo a la propia América Latina con sus delirios y sus búsquedas, sus pasiones y sus rencores, sus tradiciones y sus mitos; en Juan Rulfo, que expone cuadros de tristeza, melancolía y despojo del indígena; en María Luisa Bombal, cuya obra refleja las tensiones y entretelones de la sociedad chilena de su tiempo; en Juan José Morosoli y sus gigantescos personajes ínfimos, anónimos y cotidianos, tanto los del pueblo como los del campo; en Rosario Castellanos, que profundiza en la vida cotidiana, especialmente la femenina, de México; en Alejo Carpentier, magistral intérprete de la geografía humana caribeña. No puede decirse que ninguno de estos escritores realice, propiamente, una denuncia social: en realidad hacen mucho más que denunciar; ponen delante del mundo un gigantesco y poderoso espejo, tan luminoso y diáfano que es imposible dejar de verlo o de sentir sus efectos; espejo en el que se reflejan el pasado, el presente y en buena medida el futuro, tanto en lo que se muestra a la faz de la realidad, como lo escondido, secreto o sepultado. Espejo que suele reflejar el crimen de la indiferencia, el abuso, el desenfreno y la crueldad, pero también la insensata alegría, el amor desbordante y la hermandad comprometida entre los seres humanos. Son esas luces y esas sombras el verdadero y auténtico sentido de la literatura, cuando hace lo que tiene que hacer: insertarse como una cuña en el corazón del mundo, aunque provoque dolor, duda, impotencia o pura y simple rabia.

Así, por ejemplo, en el cuento Dorado mundo , el escritor cubano Francisco López Sacha toma como eje central de su relato las vicisitudes de un hombre Filiberto Blanco- a quien se le ha roto la taza del inodoro: no había modo de repararla o de conseguir otra. Pensó con amargura que las tazas americanas eran viejas y antiguas y de nada le servía ir al rastro. No había cemento blanco por ninguna parte, ni juntas de repuesto . Decide ir a ver a un funcionario el ejecutor - quien le responde: Esto está duro ahora, los controles. Si hubiera sido el mes pasado . Un vecino le dirá días más tarde: Usted me perdona, pero no hay nadie que resuelva esto. Yo no sé lo que vamos a hacer. Con esta crisis ni los búlgaros, ni los checos, ni los alemanes, nos van a mandar algo de repuesto .

O el excelente cuento de Ernesto Pérez Castillo, titulado Composición con entrada, nudo y desenlace , en el que el escritor clasifica cuántos tipos de buzos hay en Cuba (es decir, la versión local de los hurgadores uruguayos): En Cuba empezó el período especial, y entonces fue el gran momento: muchos hombres, decididos a resistir, se fueron a la mierda. A revolver la mierda, a buscarse la vida en la basura .
O el comienzo del cuento Lugar llamado Lilí , de Orlando Luis Pardo: Yo empujaba mi coche. A mano, a pie: cuando las bujías se emperran, es mejor no insistir. Hay que saltar del asiento al asfalto, y el resto ya depende de tus pulmones y de la fuerza de gravedad, según el lomerío del barrio en que te quedes botado .

Adviértase que estamos refiriéndonos a cuentos galardonados con el Premio La Gaceta de Cuba (1993 2009) (*3). Es que, como bien se apunta en el prólogo a dicha antología, la literatura se encarga de horadar la especificidad abrumadora de la vida cotidiana, especialmente a partir de los duros años noventa cubanos, así como de evidenciar la deficiente valoración crítica de ese proceso. Se relata en todas estas obras elegidas y premiadas por jurados cubanos- el caleidoscopio de los fracasos cotidianos y las angustias existenciales de individuos comunes que van siendo testigos del derrumbe del campo socialista y del caos político internacional, de la oleada migratoria a Estados Unidos ( ) y de la prostitución de cubanos con visitantes extranjeros . Se trata, en suma, de una revolución literaria en el más estricto sentido del término; de la emancipación espiritual y mental de la inteligencia, como la denomina Ardao (*4), frente a todo aquello que conspire contra el acto literario, que es para Padura vocación de fe, ejercicio casi místico . Y agrega: el escritor cubano se ha convertido en uno de los más importantes recolectores de la memoria del presente que tendrá el futuro . Ello es válido y aplicable a la América Latina toda, y por eso, tanto en Cuba como en cualquier otro país latinoamericano, la literatura hizo y sigue haciendo todo eso: se depura a sí misma, indaga, crece, pregunta y molesta, y por eso está viva, y por eso es necesaria.


NOTAS

(* 1) Mariátegui, J. C. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Amatua. 1964.

(* 2) Padura, Leonardo. Conferencia dada en la Casa de las Américas, La Habana, 27 de noviembre de 2012.

(*3) AAVV. Maneras de narrar. Cuentos del Premio La Gaceta de Cuba. 1993 2009. Ediciones Unión.

(*4) Ardao, Arturo. La inteligencia latinoamericana. Universidad de la República. Uruguay. 1996.

 

Marcia Collazo
2013-03-21T14:42:00

Marcia Collazo

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