Perú o el resplandor secreto. Primera parte. Narrar para no morir.

Marcia Collazo

15.11.2013

¡Concédeme este ruego! Hazme vivir por tiempo indeterminado, protégeme, susténtame! Oración primera al Hacedor

De contrastes y de confusiones
Lo primero que siente el viajero que se adentra en el Perú especialmente si ese viajero proviene de la cultura rioplatense, como ha sido mi caso, aunque creo que la sensación debe ser compartida por cualquiera, sin importar su origen-, es que está pisando los umbrales de un reino tan distinto como poderoso. Su poder no le viene, además, de alguna cualidad relacionada con la economía, o con la fuerza militar, o con la vocación imperialista, o con la red social, sino de un magnetismo del cual están impregnadas las mismísimas montañas que por todos lados lo rodean; y a la vez, le viene de todo eso junto. Es que Perú tiene, además de contrastes casi increíbles, que desafían la física y de paso, también la metafísica, una especie de resplandor secreto, que está ahí para poder ser visto y olido y apreciado, y masticado junto con una buena porción de hojas de coca, sin las cuales resulta muy difícil sobrevivir, o por lo menos respirar y moverse, y hablar, o hacer a la vez las tres cosas juntas. La altura es otro de los poderes misteriosos del Perú, y los abismos ciegos, al fondo de los cuales discurre la cinta de plata de algún río del valle, son el correlato obligado de esa altura, que sorprende los ojos del viajero a cada vuelta de esos caminos polvorientos que serpentean entre los riscos. Perú tiene un resplandor secreto, y no por casualidad ha sido, durante largo tiempo, la tierra elegida por una sucesión de pueblos elegidos (después de todo, no ha de ser atributo únicamente de europeos y asiáticos arrogarse ese título). Pero, como todo en este mundo, hay resplandores y resplandores, así como hay elegidos y elegidos.

Como premisa previa de trabajo precisaremos desde ya que, aunque podamos referirnos en la mayor parte de las ocasiones a Perú, estamos hablando, en puridad y en verdad histórica y metodológica, de la cultura andina en general, de la que los peruanos actuales constituyen una parte, acaso la más característica, relevante y representativa, pero no la única.

Hay demasiadas confusiones en torno al Perú y su cultura. Casi tantas, como torrentes tienen sus montañas. Una de ellas proviene, como es obvio, de la famosa concepción eurocentrista del mundo, verdadera vara de medir de la que se suele echar mano para intentar encasillar ese mismo mundo; y no digo conocer, sino encasillar, porque cuando los seres humanos abordamos la realidad y sus entes desde una concepción cualquiera, compuesta de antemano por pre-juicios, por enunciados que describen las cosas, por afirmaciones o negaciones sobre esas mismas cosas; cuando abordamos, digo, el mundo desde esa parafernalia previa de juicios, o pre-juicios, no estamos propiamente conociendo cosa alguna, sino en todo caso, encasillándola, es decir, tomándola por los pelos y metiéndola a la fuerza en alguno de los cajones de nuestro equipo ambulante de trabajo; y si no entra, o entra a medias, o le queda afuera alguna cosa, entonces sencillamente apretamos a fondo y logramos cerrar el cajón. La epistemología, digámoslo de paso, es la ciencia que estudia estos fenómenos, o construcciones encaminadas al conocimiento. Pero ¿y las confusiones? ¿y lo que permanece incólume, con los ojos abiertos en la oscuridad de las estanterías? ¿o lo que sale de ellas, como si tal cosa, y se regresa a su mundo originario? Yo creo que el viajero siente, sabe, adivina, que en Perú y en torno de Perú subsisten demasiadas confusiones. Y siente y adivina, también, el resplandor secreto.


Modos de inmortalidad
Para la historiadora andina María Rostworowski de Diez Canseco, hija de padre polaco y madre puneña, una de las más serias dificultades que se nos plantean al estudiar la historia inca es la que se relaciona con el modo andino de recordar y transmitir los sucesos; y la otra, con el criterio de los españoles para interpretar y registrar la información que luego nos dejaron a través de las crónicas . La segunda parte de la frase sonará familiar, seguramente, a más de un oído: los españoles siempre han interpretado el mundo del modo que les ha parecido, o del modo en que creían era debido hacerlo. Lo interesante, lo novedoso, y lo verdaderamente relevante, es introducir en esa reflexión la otra variable, la del pensar y el hacer de los andinos, es decir de los indios, de los conquistados, de los eternamente ninguneados.

El punto en cuestión es que, sin esa otra variable o consideración, todo el esfuerzo por intentar aproximarnos a la historia profunda de la cultura andina cae por su base. Hay un modo andino de recordar y transmitir sucesos, como hay un modo andino de vivir, y de mirar el mundo, y de pensar el pasado, el presente y el futuro. Sabemos que los incas no poseían escritura. Según algún cronista, español o mestizo, alguna vez la habrían poseído y por alguna circunstancia relacionada a estrategias militares y salvaguarda de secretos de estado, la habrían prohibido y llegado a matar a quienes la habían conocido y practicado; pero tal relato pertenece al territorio móvil y, de algún modo mágico, de la leyenda, y no de la investigación histórica.

Parece obvio que los andinos quisieron siempre dar señal y testimonio de su paso por el mundo, o mejor dicho, por el universo. Todo en su cultura lo manifiesta: la monumentalidad de sus construcciones, la vigencia trasmitida, recreada desde la cotidianeidad, de sus costumbres, sus ideas, su arte. Los andinos quisieron demostrar a los astros y a la tierra, y a las aguas y al viento y a las altas montañas, y a sus semejantes y muy especialmente a sus dioses tutelares, que estaban en el mundo, que en él hicieron cosas, y que de esas cosas pretendieron dejar una huella marcada. Nos preguntamos, sin embargo, cuál o cuáles serían los métodos utilizados por los andinos para dar cuenta de sus hechos, en lo que a registros o crónicas o testimonios concretos se refiere, sacando los de la escritura que, como vimos, no conocían o no habían querido conocer.

Una primera respuesta está dada por la tradición oral que es, desde los primeros tiempos de la humanidad, la forma más importante de trasmitir ideas y saberes. La oralidad fue, y por supuesto sigue siendo, en forma abrumadora, la manera principal en que los pueblos andinos recuerdan, evocan, interpretan y trasmiten los hechos. Pero la oralidad no se limita al habla, sino que se despliega bajo numerosas expresiones de canto o melodía. No otra cosa hicieron, por ejemplo, los pueblos que primitivamente integraban ese conglomerado étnico que un día, con los Reyes Católicos, allá a fines del siglo XV, dio lugar al nacimiento del estado español. El Romancero español es su expresión más acabada, y sus raíces se pierden en la noche de los tiempos; y el Romancero español empezó siendo oral, cantado por juglares, y a través de los años y aún de los siglos, fue siendo recogido en pergaminos escritos. Hay, sin embargo, más de una diferencia que importa señalar, entre ese Romancero y las tradiciones orales andinas. Destacaremos por el momento sólo una, y es la que reside en las formas o modos de interpretación (primero) y de plasmación escrita (después).

El paso de lo oral a lo escrito puede terminar siendo grave e irreparablemente deformado si el traductor, intérprete o escribiente altera alguna de las piezas que constituyen el entramado vivo, el mosaico o el tapiz palpitante del verbo y del alma de la cultura en cuestión. Y esto es, lamentablemente, lo que ha sucedido con la mayor parte de las plasmaciones escritas sobre las narraciones orales andinas, desde que el primer cronista español puso un pie en América. Veremos, en próximos artículos, lo que de ello ha devenido, no solamente para la cultura andina, sino también para nosotros los latinoamericanos, ese conjunto abigarrado y, ciertamente heterogéneo, de pueblos y mentalidades.



Bibliografía:
Cieza de León, Pedro. La Crónica del Perú. Espasa Calpe. Madrid. 1941/1553.
Garcilaso de la Vega, Inca. Comentarios Reales de los Incas. Emecé Editores. Bs. As. 1943/1609.
Lumbreras, Luis. De los pueblos, las culturas y las artes del antiguo Perú. Lima. 1969.
Rostworowski, M. Historia del Tahuantinsuyu. IEP. Instituto de Estudios Peruanos.

 

Marcia Collazo
2013-11-15T18:46:00

Marcia Collazo

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