Pedro Figari: las voces del desocultamiento
Marcia Collazo
16.04.2015
Parece haber en Figari un lado amable, pintoresco, plagado de evocaciones más o menos telúricas y folclóricas: danzas, rituales, escenas a las que todo el mundo llama típicas. Se trata de una sensación grata que invita, por decirlo así, a contemplar sus pinturas.
''La realidad nada nos dice sino
lo que le hacemos decir''.
P. Figari
Y sin embargo, el universo de Figari no consiste en recreaciones de liviana caracterización costumbrista, sino en una implacable intención de sacar a la luz las galerías subterráneas de la memoria y las voces del ocultamiento.
Todo está ahí, desplegado, como en un enorme juego de ajedrez cuyas reglas, de pronto, hubieran cambiado de significado. Si el espectador mira los cuadros con cierta ingenuidad distraída, es muy probable que logre ver solamente la escena de colores, el espacio por donde se mueven personajes, animales y sombras. El espectador se dice entonces que está frente a una anécdota o captura de un instante determinado, por el cual si escucha con atención- retumban todavía los ecos del candombe, los mugidos de las vacas, los relinchos de un caballo amante, el arrastrar de pies de un pericón o la procesión de un entierro. Pero si nos atrevemos, como dice Gombrich, a mirar el arte con ojos limpios, y si nos detenemos en las intenciones del pintor, en lo que ese pintor ha expresado a propósito de su visión del mundo, entonces viene la sorpresa: Figari no ha querido captar más que lo esencial. Ha querido instalar un tema y un problema; ha querido azuzar la inteligencia del intérprete, del crítico, del simple ciudadano de a pie que un buen día se detiene delante de una de sus composiciones. ¿Y si nos atreviéramos a mirar por detrás del color, del empaste de la pincelada? ¿Y si nos jugáramos a fondo en ese juego valga la redundancia- de mover de otro modo las piezas de ese ajedrez imaginario? ¿Quién dijo que la pintura es nada más que formas y color y dibujo?
''Hay que pintar para adentro, lo propio que se observa de afuera''. P. Figari
En Figari se resume una expresión de raíz filosófica, estética y humana, proyectada en múltiples manifestaciones: en la pintura, en la narrativa, en el ensayo y en la lucha social que libró durante años, como abogado y como pedagogo. Hay, en suma, una gran idea que nace en lo profundo del alma, de la emoción, del sentimiento y hasta de la disquisición lógica; que va del pensamiento a la realidad (o sea, de la idea a la cosa) y le imprime una forma y una fuerza; una idea que late por fuera de rótulos, escuelas, teorías, técnicas y academicismos; y late por primera vez que nosotros sepamos- con esa cadencia y esa fuerza, al menos en nuestro provinciano Uruguay. Dice el artista en su correspondencia con cierto aire de lamentación por el mutismo de la sociedad frente a su arte- que nunca antes se habían pintado por aquí ''pericones, media cañas, gatos, chacareras con ser tan americanos; y lo propio puede decirse de los candombes de la época colonial. Eso solo ya es un título apreciable, hasta como documento histórico, aunque no tuviese valor pictórico'' (*1) Esa América que no es pasión localista o chauvinista, sino valerosa profundización en lo propio, se traduce en Figari en sensaciones, en impresiones (que no son ''impresionismo'') y en fenómenos complejos de relación, como él mismo dice, entre lo mirado, lo pintado y lo pensado.
Según expresa José Pedro Argul, ''Figari creó su tema y la narración de ese folklore íntimo del artista interesa a todo el mundo porque se le comprende como extraído desde adentro del pintor y no como captación externa o pintoresca de las cosas reales'' (*2). Argul refiere, en cierto modo, a esa expresión universal que, emanada de lo profundo de un artista, toma formas propias, concretas o particularísimas allí donde se manifiesta. En el caso de Figari esa expresión está teñida de intención filosófica y se traduce, en último término, en un proyecto americanista. Pero cuidado: no debe entenderse aquí por americanismo esa suerte de cultivo superfluo de tipismos y costumbrismos vacíos de sentido, repetidos y estériles, que caen fatalmente en el absurdo, cuando no en la cursilería. El americanismo de Figari transita por otros canales. Es, en primer lugar, la expresión de ''un solo temperamento y de un testimonio mutuo'', como dice D. Roustan, que fluye de su pensamiento a su pintura y de allí nuevamente a su pensamiento, plasmado por otra parte en obras capitales, como Arte, estética, ideal, o en Historia Kiria o en Educación y Arte, sin mencionar su poesía y su narrativa. Ese único temperamento es, además, manantial de extraordinaria capacidad evocativa, al punto de que Figari pinta sin modelo alguno, y hasta lo hace tomando mate o conversando. Y el producto final ya se trate de pintura, de ensayo o de poesía- es un mensaje de naturaleza radical y fundante, pleno de una visión humana que explora en las vivencias más ancestrales. Así, por ejemplo, en su serie de pinturas sobre piedras, Mabel Battegazzore ha creído hallar una visión mágica y animista propia del aborigen, que también forma parte de nuestra herencia americana. Sacarla a la luz es una tarea de liberación. Lo mismo puede decirse de los negros, de los gauchos, de las escenas de patios coloniales, de los ombúes y de los cielos casi oníricos.
Atrévete a pensar
En los negros, especialmente, está plasmada la intención de la ruptura, la denuncia del prejuicio, del prolijo ocultamiento de todo aquello que no debía ser mostrado, porque no cuadraba con el estereotipo mental o con el arquetipo pseudoeuropeo construido por nuestra concepción colonial. Los negros de Figari son, por eso mismo, unos de los símbolos de la emancipación mental que tanto ha caracterizado por lo menos desde los primeros reclamos de Juan Bautista Alberdi, en 1842- al pensamiento latinoamericano. Andrés Bello invocaba, también a mediados del siglo XIX, el sapere aude de Kant: ''Atrévete a pensar''. ''Esa es la primera lección que debemos aprender de Europa''.
Figari, por cierto, se atrevió a pensar; y se atrevió tanto, que pasó por loco, extravagante o simple inadaptado para muchos de sus contemporáneos. Su pintura es una de las expresiones de esa labor de construcción de la identidad americana, que debe pasar primero por la subversión o el desmantelamiento de otro orden, devenido en opresión y en fraude. Expresión radicalmente revolucionaria, por cuanto su intención estética y filosófica no pasa por lo que vulgarmente se entiende como tradicionalismo, sino por el rescate de la dimensión esencial del ser americano; y lo hace a través de la urdimbre más íntima, la de lo cotidiano, la de la vida diaria, construida momento a momento, en escenas de fiesta y jolgorio, de pena y entierro, de placidez silenciosa pautada por la elaboración de un dulce de membrillo sobre las losas de un patio colonial. Como dice Peluffo Linari, ''Figari accede al a pintura, no desde la perspectiva del pintor, sino desde la del intelectual militante, artesano de las conquistas de una ideología estética inspirada por los orígenes culturales latinoamericanos'' (*3).
Esos orígenes culturales se erigen en tema y en problema justamente porque son negados día a día. Y el ser de lo negado, ya se sabe, tiende a aflorar empecinadamente en sutiles resquicios, goteos de expresión mutilada, grietas de rebeldía. Lo negado adquiere rostros múltiples y se resiste a la aniquilación. En cualquier país latinoamericano, en donde la población indígena y mestiza representa al 99,9% de la población, abundan los carteles publicitarios en que mujeres de rasgos europeos y tez blanca recomiendan bebidas, cosméticos, ropa o automóviles. No hay exageración en sostener que para Figari la pintura era un arma eficaz ''en la obra de la evolución general y, como consecuencia, de la evolución estética'' (*4). No pintó por mero placer sino por minuciosa voluntad de divulgación de su idea, de su conciencia de que en alguna parte de esta nuestra América palpita la razón visceral del hombre nuevo, de la mujer nueva, que no necesitan otra cosa para vivir bien que el reencuentro con su esencia propia.
Carta a Martín Lasala, 1921. Citada por María Battegazzore y Nancy Carbajal, 2010:111.
Argul, José Pedro, 1966.
Peluffo Linari, G., 1999
P. Figari. Arte, estética, ideal, 1960
BIBLIOGRAFÍA:
(*1) Battegazzore, María, y Nancy Carbajal, Pedro Figari, tradición y utopía. Ministerio de Educación y Cultura. Montevideo 2010
(*2) Argul, José P. Las artes plásticas del Uruguay: desde la época indígena al momento contemporáneo. Barreiro y Ramos. Montevideo. 1966
(*3) Peluffo Linari, G. Historia de la pintura uruguaya. T. I. Montevideo. Ediciones de la Banda Oriental. 1999
(*4) Figari, Pedro. Arte, estética, ideal. Colección Clásicos Uruguayos. Montevideo. 1960.
Marcia Collazo
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias