Notas ante el fin de la guerra. Jaime Secco

06.03.2025

El giro de Estados Unidos hacia Rusia hace más evidente que la invasión a Ucrania no fue una guerra antimperialista, como algunos habían aplaudido, y para peor, desde la izquierda.

 

Uno puede estar una semana mencionando cosas malas sobre el presidente ruso Vladimir Putin. En Internet no faltarán acusaciones. No encontraríamos qué aplaudirle. Pero tampoco a Donald Trump o a Joe Biden. Que alguien sea enemigo de una mala persona no lo transforma en bueno. Y menos en un aliado nuestro.

En realidad, la guerra no es un deporte y no es imperioso tomar partido desde la otra punta del mundo. No sobre lo que no podemos incidir. En todo caso, tomar nota para lo que se nos venga.

En mayo de 2022, publiqué (https://www.uypress.net/Columnistas/Jaime-Secco-uc121380) una columna titulada No es nuestra guerra. Comparé con los sectores internacionalistas de la Segunda Internacional que se opusieron a la Primera Guerra Mundial en vez de elegir entre bandos. Cité al filósofo Loris Caruso quien señaló que la actual es una guerra sin trasfondo ideológico. Y terminé sosteniendo la necesidad de apoyar a los pueblos y de revivir el internacionalismo y de 'grandes relatos nuevos'.

Historia de Ucrania

"Occidente" quedó profundamente sorprendido cuando se dio cuenta de cuán poco entusiasmo generó en el mundo la cruzada contra Rusia promovida por "la comunidad internacional", que eran ellos.  Y esa displicencia no puede explicarse porque un grupo de trasnochados creyó estar apoyando a la Unión Soviética en una guerra de fantasmas. Antes hay que ver algunos momentos de la historia. De Ucrania u del resto del mundo.

Reviviendo a las más viejas teorías de la geopolítica, Zbigniew Brzezinski consejero presidencial de seguridad de los Estados Unidos. sostuvo en la década del 80 que para dominar al mundo había que dividir Eurasia y que Ucrania era el punto de corte clave. Desaparecida la URSS, vino el saqueo a las repúblicas ex socialistas, pero para dividirlas de Asia. había que unificar lo que quedaba al Oeste. La OTAN se encargó de ir absorbiendo el Este de Europa. No para expandir la democracia; nadie cree que Clinton, Bush u Obama fueran tan torpes como para utilizar una organización militar para tan noble fin. Faltaba Ucrania, que había rechazado una integración a la Unión Europea y se le fabricó una "revolución de colores", según los manuales publicados en Estados Unidos para realizarlas y con participación directa y pública de la UE y el Departamento de Estado. Para dejar clara la división, hubo asesinatos masivos de sindicalistas y se prohibió el idioma ruso que hablaba buena parte de Ucrania. Hubo levantamientos con guerra sangrienta y prolongada y Rusia ocupó Crimea. 

No se trataba de un simple acuerdo comercial con otros, sino de entrar en una alianza militar en cuyos documentos establece como propósito combatir a Rusia, aunque nadie se acordaba por qué. Si usted, lector, está sentado en un bar y ve que viene alguien a pegarle con un palo, no va a esperar a recibir el primer golpe para estar seguro. Con todo, el gobierno ruso tuvo bastante serenidad y ahora sabemos por declaración de sus ejecutores, que el acuerdo de Minsk fue firmado solamente para que Ucrania tuviera tiempo para armarse.

Hace pocos días leí un informe que "explicaba" por qué los rusos tienen una especie de tara psicológica que los impulsa a invadir Europa del Oeste. Si creyera que la propaganda de guerra es un problema psicológico, sería Europa Occidental el que tendría una obsesión absurda con el peligro de que Rusia los invada y comience una guerra atómica y final. Rusia tiene muchos kilómetros, pero ni la economía de un país europeo mediano ni la población de Europa. Lo que sí tiene es una muy frágil salida al mar, que pasa por aguas nacionales extranjeras en el Báltico y el Mar Negro. Si Crimea integrara una alianza militar contra ella, intentará detenerlo.

Putin será mala persona, pero cualquier gobierno de Rusia hubiera reaccionado de modo parecido. Lo vemos en otros países cuyos gobiernos han cambiado radicalmente de orientación durante esta guerra, pero no de política. 

Eso no opaca que invadir países y quitarles territorios sean acciones contra la ley internacional. Pero sí ayuda a darse cuenta de que no se trata de determinar quién es más inmoral ni quién tiró materialmente la primera bala.

Si Biden creyó que provocando esta guerra podía volver a ser la potencia única de los 90, o si Europa creyó que por fin la convocaban a la cancha grande, les salió mal. Pensaron que con algunos pesos y algún cambio de proveedor de petróleo Rusia se desbarrancaría, mientras que los muertos serían todos ucranianos. Cuando demasiado temprano se llegó a un acuerdo de paz mediado por Turquía, presionaron para que no se firmara. Europa se la buscó. Y el auge de los partidos de ultraderecha se explica, en parte, por la adopción de la socialdemocracia del "pensamiento único" neoliberal hace tres décadas, lo que dejó al "centro" sin otras alternativas. Claro que el hecho de que ganen elecciones no quiere decir que su hegemonía sea permanente, que no se revierta.

Trump parece haber cambiado de táctica, basando su política internacional en meter la pesada a todos, incluida Europa y comprometerse directamente en la menor cantidad de líos. Su búsqueda de "solución" con Irán, con mediación de Rusia, que permitiría respaldar a Israel para que continúe convirtiendo al Oriente Medio en un alboroto continuo, es un ejemplo de la intención de tercerizar las intervenciones militares. Su país ha perdido todas las guerras desde los 60.

Historia descolonial

La revista Nueva Sociedad publicó un trabajo de Monica Herz y Giancarlo Summa La extrema derecha como amenaza para la gobernanza mundial (https://nuso.org/articulo/315-la-extrema-derecha-como-amenaza-para-la-gobernanza-mundial/). Básicamente explica que la ultraderecha impulsa ideas de ultraderecha, para lo que enumera incontables episodios. Que los ultraderechistas de distintos países coordinan sus acciones (como los socialdemócratas y otros, agrego). Y que esas ideas no coinciden casi nada con los acuerdos de instituciones internacionales cuando representaban distintas corrientes. Entre las organizaciones en peligro incluyen a la ONU, pero también el Foro de Davos, los millonarios Bill Gates y George Soros, ONGs y otros actores. Esa discrepancia no sólo la describen como equivocada o lamentable, sino como una amenaza existencial. Pese a afirmar que, en teoría, los consensos internacionales se negocian, construyen y reconstruyen, la alarma se dirige a la burocracia de Naciones Unidas porque no combate los avances de la ultraderecha, cuando casi todos los directores de departamentos son puestos por un pequeño puñado de países capitalistas. Y podrían, por ejemplo, luchar contra el nacionalismo.

Una visión un tanto agitada, pero basada en la idea general de que existen una serie de "valores" (opiniones) que están bien, que son occidentales y que en realidad son y debieran seguir siendo universales. Entre ellos, repasan casi toda la agenda woke, pero en ningún momento las cuestiones económicas, de pobreza, salario y explotación, que no serían suficientemente universales ni occidentales.

Me permito dudar.

En agosto de 2023 publiqué una nota para el último número de Vadenuevo (https://new.vadenuevo.com.uy/politica/el-sentimiento-de-izquierda-y-su-programa/) en la que afirmé que "Vivimos turbulentas ondas de reflujo del colonialismo. La historia de Occidente se ha escrito casi tomando solo en cuenta lo que ocurrió en Europa y Estados Unidos... Esta visión eurocentrista incluye hasta hoy a la gran mayoría de los pensadores de izquierda de esos países, que son los que leemos. Pero en realidad no puede entenderse la historia, no la entenderemos, si en la explicación no incluimos en el panorama a los países coloniales, comprendiendo el nuestro... Solo así podremos entender la diplomacia mundial, las migraciones y la paulatina irrelevancia de Europa."

La palabra clave es "turbulentas". Europa dominó casi todo el globo hace un siglo al precio de millones de vidas. Los franceses están muy contentos de haber inventado los derechos humanos, cosa que ni siquiera es históricamente exacto. Y, pese a la muchas veces sangrienta descolonización -todavía parcial-, los "treinta gloriosos" años de crecimiento del capitalismo, del 45 al 75, se sostuvo en los precios bajos del petróleo. Y todavía hoy, la extracción de recursos minerales más o menos raros sostienen a las industrias de punta. 

El peor ejemplo y el más claro de lo que se ha comenzado a mover, es Francia y su "África francófona" que mantiene sin moneda propia, con contratos abusivos y ejércitos de intervención para sostener inventar o derribar gobiernos. Golpes de Estado en Mali, Burkina Faso y Níger, comenzaron la expulsión de las tropas estadounidenses y francesas. Hoy, los galos fueron expulsados de casi todas sus ex colonias. Y, por toda África hay una ola de independentismo. Claro, muchas partes del continente están en permanente guerra y, claro, la punta de lanza son dictaduras.

No creo que los "valores europeos" sean los que impulsan su política. 

La inevitable derrota de la OTAN en Ucrania será una muestra acelerada de la "paulatina irrelevancia" de Europa. Jan Kikke (https://www.other-news.info/ukraine-debacle-signals-the-death-of-atlanticism/) habla del fin del atlantismo. 

No se trata de lo que nos gustaría que pase, sino de entender lo que pasa, porque, como repetía Danilo Astori, "no se puede transformar lo que no se conoce". Pero confieso que no consigo que se me caiga una lágrima por el atlantismo.

Putin recargado será un desastre. Y aliado a Trump, un desastre universal. Y quizá suceda. Podemos estar entrando en un mundo sin ley, con invasiones y anexiones, con desbaratamiento del comercio internacional, que comenzó EEUU hace más de diez años, al paralizar la efectividad de la OMC. Y con menos países democráticos, cuyo número viene bajando precipitadamente. Y, más práctico, sin acuerdos sobre el clima, ni sobre impuestos universales. Uruguay debería aprender a navegar esas aguas.

Claro que puede surgir en algún lado un movimiento contrario de buena vecindad que no dependa de Occidente. Pero los BRICS, por ejemplo, no parecen poder crear un mundo nuevo en un plazo razonable, si es que lo quieren hacer.

En mayo del año pasado escribí a un amigo sobre estos temas: "Se me acaba de ocurrir pensar en un observador de la independencia de Hispanoamérica. Todo tenía que apuntar hacia un continente entero de estados fallidos durante un siglo y en temblores y crisis interminable en España y un poco por toda Europa. Y así fue. Al final vino algo que pudo llamarse 'lo nuevo'."

¿Y la ONU?

"En cuanto a la ONU, El politólogo argentino Juan Gabriel Tokatlian visitó nuestro país hace un par de años y dijo que esos organismos permanecen mientras se mantienen las correlaciones de fuerzas que los originaron: el Congreso de Viena, la Sociedad de Naciones, La ONU. Y ésta última ya hace tiempo que venció, en ese sentido. Además, todos se crearon después de las guerras, no durante ellas, ni antes." 

Dani Rodrik en La paradoja de la globalización cuenta que, durante la conferencia de Bretton Woods, en 1944, el secretario del Tesoro de los EEUU, Harry White decidió los porcentajes de votos que tendrían las principales potencias, en los organismos que se creaban (FMI, BIRF) "y encargó a un economista de su equipo que calculara durante toda la noche la fórmula que diera lugar a esos porcentajes e improvisara su justificación económica".

Así y todo, es mejor que exista la ONU, que queden acuerdos en pie y mecanismos de diálogo, de ayuda a situaciones de hambruna y otros ámbitos globales. Nadie sabe si esta es la guerra tras la cual se creará una nueva organización internacional. No parece. Y, la que sea, se ajustará a las relaciones de fuerza, no a un ideal de amor universal.

Jaime Secco
2025-03-06T05:14:00

Jaime Secco

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias