Desafío a la ley

Ope Pasquet

27.09.2013

En el Uruguay hay gente que cree –vaya uno a saber por qué- que tiene derecho a llevarse el Derecho por delante.

La expresión es contradictoria, porque mal puede invocarse un derecho en particular si no se reconoce el orden jurídico general -el Derecho, con mayúscula- del que ese derecho particular forma parte. Pero la lógica es lo de menos, para quienes están convencidos de que sus convicciones los habilitan para hacer cualquier cosa, aunque sea contra la ley o el derecho de los demás.

Ayer, un grupo de doscientas o trescientas personas desfiló por las calles del centro de Montevideo para manifestar su protesta contra ciertos procedimientos policiales, así como contra el pedido de procesamiento de siete participantes de la asonada de febrero contra la Suprema Corte de Justicia ("Tocan a uno, tocan a todos", decían algunos de los carteles). Hasta ahí, todo bien;  las protestas ciudadanas son parte del funcionamiento normal de la democracia. Pero las cosas no quedaron ahí. Algunos de los manifestantes, usando capuchas o pasamontañas para ocultar sus rostros, pintarrajearon la fachada del Palacio Santos (sede del Ministerio de Relaciones Exteriores) y de algunos locales comerciales. Luego, al llegar frente al Ministerio del Interior, derribaron las vallas que se habían instalado para cerrarles el paso y lanzaron piedras e insultos contra los policías que custodiaban el lugar. Algunos periodistas quisieron fotografiar o filmar los sucesos, lo que generó roces con los manifestantes, que pretendieron impedírselo. Un automovilista se cruzó con el grupo y se llevó de recuerdo una "A" (de anarquía) grafiteada sobre el capot de su vehículo.

Hechos menores, se dirá, y es cierto; pero no se les puede considerar aisladamente. Hace unos meses, un festejo deportivo en el centro de la ciudad fue ocasión para que otros manifestantes (¿o los mismos?) destrozaran vidrieras, saquearan locales comerciales y penetraran violentamente en el llamado "Palacio de los Tribunales", situado frente a la sede de la Suprema Corte de Justicia. Y en el mes de febrero, fue el propio edificio de la Corte el que fue ocupado por quienes, en protesta por el traslado de una jueza, impidieron de hecho durante más de dos horas la realización del acto en el que iban asumir sus cargos varios magistrados; mientras los iracundos vociferaban e impedían que la Suprema Corte de Justicia ejerciera sus funciones, los ministros del órgano jerarca del Poder Judicial se encerraron en una sala del Palacio Piria, temiendo por su integridad física mientras esperaban la llegada de la Policía.

Cuando ocurrieron los hechos recién mencionados, muchos esperamos que la Justicia penal actuara de inmediato, llamando a responsabilidad a sus protagonistas. De inmediato no fue, pero finalmente la Justicia actuó y el fiscal del caso pidió el procesamiento de siete personas por el delito de atentado, según informó la prensa. 

Hace unos días, cuando esas siete personas prestaron declaración nuevamente ante la jueza actuante, el fiscal asistió a la audiencia; tanto al entrar como al salir de la sede judicial fue soezmente insultado por la "hinchada" de los imputados, que fue precisamente la que desfiló ayer por el centro de Montevideo. Y cuando un vehículo policial, que según se dijo transportaba a un detenido por otra causa, quiso ingresar al edificio de la calle Misiones (procedimiento de rutina), esa misma "hinchada" se lo impidió, festejando luego ruidosamente su triunfo sobre la "fuerza pública", por llamarla de algún modo.

Mientras tanto, se alzaron algunas voces para censurar a la represión policial, al Ministerio del Interior y al fiscal (a la jueza todavía no la insultaron, porque aún no dictó resolución; ya veremos después que lo haga...). Hay quienes creen -o fingen creer- que la invocación de una finalidad de protesta es una nueva causa de justificación, al amparo de la cual ninguna conducta es delito. Con esa manera de razonar, el dueño de una casa tiene que soportar que los "grafiteros" le enchastren una pared recién pintada, los transeúntes y automovilistas tienen que tolerar que un piquete les impida el tránsito por una calle, y la víctima de una rapiña debería pensar que, en realidad, no fue víctima de un delito sino colaborador involuntario en una operación de redistribución del ingreso...

El derecho de cada uno termina allí donde empieza el derecho de los demás, y los derechos de todos solo pueden coexistir en el marco de la ley. Cuando algunos decidieron desconocer y hollar estas verdades sencillas y fundamentales,  décadas de desgracias y sufrimientos cayeron sobre nuestra sociedad. Hoy hay quienes piensan que cuando se juntan, se encapuchan y blanden un garrote o un cascote, no sólo están por encima de la ley sino que pueden imponerle su ley a los demás.

Que piense cada uno lo que quiera, pero los actos ilícitos deben ser firmemente contenidos y, si corresponde, sancionados. Para asegurar los derechos y la tranquilidad de todos, se debe aplicar la ley.

Una respuesta oportuna y firme de las instituciones, evitará males mayores. Por el contrario, una mal entendida tolerancia podrá verse como debilidad y ambientará la reiteración y el agravamiento de las transgresiones. 

No le demos más vueltas al asunto, porque esa es la cuestión.

 

 

 

Ope Pasquet
2013-09-27T18:56:00

Ope Pasquet

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