¡Presente!

Selva Andreoli


Los escucho y repito con ellos, año tras año… PRESENTE!

Conocí a algunos de ellos, pero todos me interpelan desde las pancartas, sus miradas parecen decir: luchamos por ustedes, pero no tuvimos suerte, no pudimos escapar al terrorismo de estado.

Y no puedo evitar recordar mi juventud, los compañeros que fueron torturados, algunos desparecidos, el miedo que nos acechaba todos los días pero no nos inmovilizaba- aquella fue una época triste, gris y dura - y  el cinismo de algunas respuestas de aquel entonces: "señora,  seguro se fue con una mujer a otro país, aquí no está" ; así le respondían a mi ex suegra - cuartel tras cuartel-, cuando preguntaba por mi cuñado, desaparecido por más de 4 meses, y por fin hallado, como una sombra de lo que fue, en el Batallón de Artillería de La Paloma.

Pero... ¿y los que nunca aparecieron?, ¿los que surgen -aún hoy- como fantasmas en el recuerdo de su familia, de sus amigos?  Durante los primeros años, tuvieron la expectativa de que quizás estaban en algún rincón, presos, aún vivos. Luego, con esa esperanza desgastada, y la necesidad de hacer el duelo con un cuerpo, aunque sea, con unos huesos, se acostumbraron a la ausencia teñida con  la  angustia de no saber, ¿dónde están?, ¿cómo fue?, ¿qué pasó para que se ensañaran tanto como para matarlos y desaparecerlos, cuando algunos eran apenas adolescentes con responsabilidad de adultos?

Porque eran - en  su gran mayoría - jóvenes, idealistas, pasionales,  siempre rebeldes frente a la dictadura, sin más pecado que ése: su convicción de que era preferible luchar que ser sumisos ante el poder militar.

Hasta ahora - al cabo de más de 40 años-, la inmensa mayoría de esos casi 200 uruguayos, permanecen ocultos en las tinieblas del silencio de sus victimarios. Y hemos hecho poco. Hay que decirlo con vergüenza. Hemos podido, y no hemos querido avanzar más. Hemos perdonado a varios, sin arrepentimientos y sin que reconocieran sus culpas. Siguen cobrando sus jubilaciones privilegiadas, en algunos casos presos en casas con piscinas, y en otros apenas señalados, pero no juzgados como corresponde.

Y ahora, que pasó tanto tiempo, algunos se preguntan: ¿por qué no dar vuelta la página?, ¿por qué no enterrarlos de una vez en el olvido? Y esa sería la mayor afrenta a esas vidas generosas. Que hoy, nos olvidáramos de ellos; por comodidad o por miedo, o por simple decisión de no mirar atrás,  y no rescatáramos su memoria.

Este 20 de mayo fue distinto, porque no hubo marcha; interminable marcha que se hace desde hace 25 años - con frío, con lluvia, o con calor -, convocando a todas las generaciones, a gente de diversos partidos que entendió que ésta es una causa nacional, a personas en silla de ruedas, a familias con sus bebés a cuestas, y con ese silencio ensordecedor, que llenaba 18 de julio. A veces, llegando a la intendencia ya comenzábamos a escuchar los nombres, a cantar el himno, porque la multitud había colmado la avenida y no podíamos avanzar hacia la plaza.

Cuando esto comenzó, hace 25 años, éramos apenas un grupo de uruguayos que dábamos la vuelta a varias manzanas en fila de a uno, silenciosos, para converger con una flor en la Plaza Libertad. Al paso de los tiempos, se convirtió en la mayor marcha popular, la más heterogénea, la más emotiva, y también la que - lejos de desunir a los uruguayos-,  los convoca a una reflexión: para que haya un NUNCA MAS, tiene que haber memoria, y  tiene que haber respuesta al reclamo justo, pero no cumplido: ¿dónde están?

A menudo me pregunto, ¿cuántos de estos asesinos han vivido todos estos años a la sombra del silencio cómplice, a todos les  hemos pagado su sueldo sus jubilaciones, han ascendido en sus carreras militares, y quizás han brillado en algunos gobiernos?; cuando no fueron más que unos cobardes, torturando, violando y matando  a gente indefensa.

Muchas veces me pregunté, ¿por qué no hablaban?, incluso cuando se les dio la oportunidad de que lo hicieran en el anonimato, y procuraran un descanso ante tanta angustia de padres, hijos, parejas, amigos, que buscaban la verdad. Ni un gesto de arrepentimiento.

¡Cuántos jóvenes, en el comienzo de sus vidas, fueron arrebatados a sus familias, a sus sueños, a sus esperanzas! Confiados de que lo que hacían serviría a todos los uruguayos para derrotar a quienes ofendían los símbolos patrios, el uniforme militar, la tradición democrática de nuestro pueblo.

Y nosotros hoy, no podemos más que honrarlos. Porque lo peor sería que los hagamos desaparecer una vez más con nuestro olvido, con cerrar la herida que no sanó,  y va a seguir supurando.

Confieso, no espero gran cosa de esos militares deshonestos, que fueron capaces de cualquier atrocidad en aquellas épocas oscuras en que se creían impunes. Pero no podemos bajar los brazos, y por un mínimos de respeto ante tanto sacrificio, ante tantos compatriotas vencidos en mala ley, claudicar y no seguir diciendo: presente! , y reclamando:  ¿dónde están?

Aquí estamos, porque sin memoria no podremos mirarnos al espejo y contarles a nuestros hijos, a nuestros nietos, que alguna vez también nos jugamos la libertad y la vida, pero tuvimos suerte. A ellos, nuestro recuerdo por siempre.

Selva Andreoli
2020-05-21T08:43:00

Lic Selva Andreoli Directora Grupo Publicitario PERFIL

 

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