Cuando las túnicas tienen el mismo color: el de la sensibilidad.

Selva Andreoli

29.08.2019

Túnicas blancas por doquier, el patio del Brocal del Hospital Maciel, colmado de médicos, enfermeros, y sobre todo niños de una escuela pública, ansiosos porque comenzaba un acto presidido por una gran reproducción del pintor Blanes : “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires” .

Una clase magistral, fuera de la escuela, dada por el infectólogo del Maciel Fabio Grill, el Dr. Juan Gil, la profesora e historiadora Ana Ribeiro, el Director del Museo Nacional de Artes Visuales, Enrique Aguerre, la Dra. Teresa Picón por el MSP, y el Dr. Gonzalo Moratorio biólogo del Instituto Pasteur. Pero sobre todo ..... por los niños, que no dejaron de intervenir, levantando la mano, y aportando lo que seguramente sus maestras habían hablado con ellos antes de ir a este acto o lo que ellos mismos habían leído.

¿Qué sentí?. Orgullo, orgullo de la escuela pública, de ser maestra -aunque no ejerza-, de nuestros niños, de este Hospital que es ya un ícono de una sociedad que pugna por desarrollarse, ser distinta, apostar a la calidad en el servicio, en las relaciones humanas, y que no duda en articular la sensibilidad por la vida con la sensibilidad por el arte.

Recuerdo a Ezequiel, un niños de 11 años, resumiendo perfectamente lo que intentaba explicar el médico: "la solución es vacunarse", a otros hablando del " pintor de la patria" , a otros contando "cómo se apilaban los cuerpos en las calles", qué pasaba en aquella época tremenda donde la fiebre amarilla casi despuebla Buenos Aires. En la crónica del Dr. López Mato, La gran epidemia, se cuenta que 115 mil habitantes abandonaron la ciudad de Buenos Aires, cuando ésta apenas tenía 190 mil. La culpa la tenían los pobres, porque ellos morían como moscas. Hasta se insinuaba que era un castigo por las guerras fratricidas. No se sabía nada de la epidemia, ni qué la producía, ni quién era el vector, ni cómo detenerla.

Y el cuento estremecedor de la profesora Ribeiro de cuando Sarmiento con su equipo de gobierno se retira de la ciudad infectada, así como lo hicieron otros gobernantes, para salvarse, dejando la muerte atrás.

En alguna provincia hubo alguno que se sentó en los sillones de la gobernación, y se hizo cargo del gobierno, ya que el poder los había abandonado ante la muerte rondando.

Pero otros muchos se quedaron, y ayudaron y como aún no se sabía que la fiebre se transmitía por el mosquito (aedes aegipty), creyeron - cuando llegaron los fríos y cedió la epidemia -, que todo se debió a los rezos.

Dos de esos héroes están retratados por Blanes en esta obra. Son los médicos Roque Pérez y Manuel Argerich, murieron en cumplimiento de su deber, junto a otros 10 médicos argentinos, 2 practicantes y 5 farmacéuticos, 30 sacerdotes y 22 integrantes de la comisión Popular creada para combatir la plaga.

Mirando el cuadro con atención se detaca el sombrero en alto del médico en señal de respeto, el niño descalzo, que quedaría a cargo del bebé que aún se incllina sobre su madre muerta -una inmigrante italiana-, la pobreza y el desamparo, retratados en un cuadro magnífico.

Fue una mañana de enseñanza para esos niños, sobre la vocación de servicio, sobre arriesgar aún la vida para ayudar al otro. Sobre el poder de la ciencia que finalmente descubrió que esa epidemia no era debida a los pobres, sino que éstos eran sus principales víctimas, y el valor de la vacuna para detenerla.

Y se fueron conscientes de que había que estar alerta, porque la fiebre amarilla no está en nuestro país, pero sí el mosquito, y aumentó considerablemente en los países vecinos. Aprendieron a conjugar el verbo prevenir, vacunar, investigar, estudiar y ayudar al prójimo.

Selva Andreoli
2019-08-29T17:59:00