CARTA MAIOR
Contramanual escolar: 200 años de los de abajo en Argentina
18.05.2010
ARGENTINA, 18 May (CARTA MAIOR)-En los conflictos internos y externos, negros, indios, mestizos y mulatos siempre fueron carne de cañón. Durante el período colonial y posteriormente en las guerras independentistas y en las guerras civiles. Y estos genocidios, escamoteados o banalizado en el relato oficial de la historia argentina, no terminaron con el siglo XIX, y por algunos indicios tampoco con el siglo XX.
A propósito del Bicentenario se reciclan viejas polémicas y se instalan otras, porque como advertía el gran historiador británico E.H. Carr "la historia es un diálogo sin fin entre el presente y el pasado".
Carlos Abel Suárez - SinPermiso
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Recordando a Dora Coledesky y Ángel Fanjul
"Cuando llegué a Córdoba, estaba el general San Martín en una estanzuela, a cuatro leguas de la ciudad, siempre diciéndose enfermo. Estuve a visitarlo con otras personas; nos recibió muy bien y conversó largamente sobre nuestra revolución. Entre otras dijo : ´Está revolución no parece de hombres, sino de carneros´, para probarlo, refirió que ese mismo día había venido uno de los peones de la hacienda a quejársele de que el mayordomo, que era español, le había dado unos golpes por faltas que había cometido en su servicio. Con este motivo exclamó: ¡Que les parece a ustedes; después de tres años de revolución, un maturrango se atreve a levantar la mano contra un americano! ¡Esta es –repitió— una revolución de carneros!".
Memorias del General José María Paz.
En América se están celebrando los 200 años de la Independencia de España. Para lo que hoy llamamos República Argentina se trata de la Revolución de Mayo. Exactamente el 25 de mayo de 1810 comenzó el largo y tumultuoso proceso de una organización política autónoma de la corona Española. Están programados actos, discursos, inauguraciones, notas periodísticas, ensayos y el mercadeo de numerosos productos conmemorativos.
La Argentina próspera del Centenario ya conoció estos fastos en mayo de 1910. La princesa Isabel de Borbón y sobrina de Alfonso XIII, conocida también como la "Chata", o Georges Clemenceau, entre las numerosas personalidades invitadas, desfilaron por Buenos Aires, una de las ciudades del mundo que valía la pena visitar por aquellos días de abundancia, al menos para algunos.
Pero las banderitas y el champán no fueron compartidos por todos. Los anarquistas habían convocado a una huelga general en protesta por la brutal y sistemática represión desatada un año antes, desde la manifestación del 1º de Mayo de 1909. En las vísperas del Centenario, el Congreso decretó el estado de sitio, el 13 de mayo. La medida no detuvo a las "patotas" de los señoritos ultranacionalistas que asaltaron, destruyendo e incendiando, las imprentas de La Vanguardia y La Protesta, los periódicos socialista y anarquista. Esas bandas fueron protegidas por el jefe de la Policía, el entonces coronel Dellepiane, quien, ya como general y con mayor experiencia, dirigió luego la represión en la llamada Semana Trágica de 1919. Retornando a las crónicas de los actos no previstos en el protocolo del Centenario, la policía llegaba a los locales cuando ya las llamas habían hecho su trabajo, y cuentan que al ingresar a lo que había sido el local de la Vanguardia encontraron a su director, Juan B. Justo, al que detuvieron en averiguación de antecedentes.
Aquellas "patotas", que a lo largo de la historia argentina tomaron otros nombres -Liga Patriótica, Alianza Nacionalista, CNU o Triple A, etc.- no se limitaron a atacar las imprentas socialistas y anarquistas. Al grito de "Viva la Patria, viva la policía", asaltaron e incendiaron el popular circo de Frank Brown, el payaso de la ciudad; atacando asimismo con particular saña a los judíos y a centros culturales de otros inmigrantes (que en esos días superaban el 40 por ciento de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires) y varias escuelas identificadas con el laicismo. El 27 de Mayo de 1910, como broche de oro de los festejos patrios, el Congreso votó la Ley de Defensa Social, que ampliaba y profundizaba la bestial Ley de Residencia, la 4144, por la que se podía expulsar del país a cualquier extranjero que perturbara la seguridad nacional o el orden público. Esta ley racista estuvo vigente durante gran parte del Siglo XX. Recién fue derogada por Arturo Frondizi, en julio de 1958, en parte porque ya había instrumentos represivos más eficaces, como la Conmoción Interior o Plan Conintes, que fueron aplicados masivamente.
Pero volvamos al principio. La historiografía tradicional construyó varios mitos alrededor del proceso de la independencia, necesarios por cierto, para maquillar los orígenes de las clases dominantes, que más allá de algunos pequeños baches, han mantenido su hegemonía durante estos 200 años. Clase dominante con fugaces instantes de asumir el papel de una clase dirigente. De todos modos sus fantasmas se pueden encontrar en los nombres de las calles, especialmente las de la ciudad de Buenos Aires.
A propósito del Bicentenario se reciclan viejas polémicas y se instalan otras, porque como advertía el gran historiador británico E.H. Carr "la historia es un diálogo sin fin entre el presente y el pasado". De modo que la revolución de Mayo y la Independencia pueden darnos algunas pistas para ver cómo hemos llegado hasta aquí. Porque, aun con todas las desventuras y desigualdades galopantes de las últimas décadas, lo que devino en República Argentina todavía figura en el pelotón que encabeza el índice de Desarrollo Humano que elaboran las Naciones Unidas.
Historiadores de todas las corrientes engloban, con buenos argumentos, el proceso que en el Virreinato del Río de la Plata comenzó en mayo de 1810, con el antecedente de la reconquista de las dos invasiones inglesas, en 1806 y 1807, como parte del mismo fenómeno independentista que recorrió toda la América Hispana en esos mismos años. Sin embargo, fueron las particularidades las que determinaron el rumbo definitivo de cada región y cada país, incluso de Brasil, en la geopolítica del capitalismo del siglo XIX. (Véase la entrevista a Tulio Halperín Donghi reproducida en esta misma entrega.)
Todavía quedan cenizas de los debates apasionados sobre el carácter de la revolución independentista. En la tradición de la izquierda, fueron varios los que buscaron adaptar los acontecimientos y los actores a los esquemas de un marxismo simplificado cuando no tergiversado. Había que demostrar el carácter "democrático-burgués" de la Revolución de Mayo. De tal forma se bautizó como "jacobinos" a Mariano Moreno, José Castelli y Bernardo de Monteagudo, entre otros, no por las relaciones sociales y las ideas que expresaban, sino por la necesidad de una historia acorde con ese esquema supuestamente clásico, sin importar la sincronía de los sucesos.
En el caso de Robespierre se plegaron sin recato a la falsificación histórica que lo calificó como el sanguinario de la Revolución Francesa, una suerte de terrorista de Estado (1), y en esa comparación se catalogó a Moreno y a Castelli, por no haber dudado en ejercer la violencia y los fusilamientos contra sus adversarios. En efecto, esa lectura de segunda o tercera mano de la Revolución Francesa llevó a esos autores, como hoy a sus seguidores, a quedarse con la idea de que la Revolución Francesa fue nada más que una clásica "revolución burguesa". Y aquí se dividen las opiniones entre quienes afirman el carácter "democrático-burgués" del 25 de Mayo, por lo tanto popular, buscando los sans-culottes criollos. Mientras los que rechazan esta idea sostienen que no había burguesía autóctona, capaz de asumir esas tareas. Pero las dos versiones coinciden en la ignorancia de que el odio que despertó Robespierre, la demolición y demonización de su papel y, en definitiva, por lo que perdió su cabeza en la guillotina, fue por sostener la abolición de la esclavitud en las colonias y el programa de los jacobinos que representaba a la plebe, al pueblo llano.
"De todos los derechos, el primero es el de existir. Por lo tanto, la primera ley social es aquella que garantiza a todos los miembros de la sociedad los medios para existir; todas las demás leyes están subordinadas a esta ley social" (2), es a causa de la defensa de estas ideas que Robespierre fue difamado.
Por su parte, Moreno, abogado de Martín de Álzaga, el principal traficante de esclavos del Río de la Plata, fue el autor de la "Representación de los hacendados", o sea, un militante consecuente y tenaz del libre comercio, de poner fin al monopolio comercial que ataba a Buenos Aires con el reino de España. Moreno, además, según Vicente Fidel López, era un "católico exagerado, que llevaba su devoción hasta pasar semanas enteras en ejercicios espirituales, dándose disciplinas y fuertes latigazos". Hay que forzar demasiado para encajarlo en el retrato de los jacobinos.
Sin embargo, que la generación de la Independencia –Moreno, Castelli, Belgrano, San Martín, y otros– no llegase a pronunciarse siquiera por la República, y que apuntara al libre comercio y, en consecuencia, mantuviera la brújula orientada hacia Londres, la meca de la avasalladora Revolución Industrial, no quita interés histórico y político a los acontecimientos de la Independencia y de sus protagonistas.
Fue el peruano José Carlos Mariátegui quien calificó, ya al promediar el siglo XX, como "falsa república" al Perú, que se había constituido sobre las clases dominantes, dejando a un lado a los pueblos originarios. El concepto podía ser aplicado a otras partes de la América Latina.
¿Pero en qué es igual el caso argentino? Abunda la literatura sobre las diferencias entre los territorios casi despoblados, de lo que más tarde fue el virreinato del Río de la Plata, con respecto de las civilizaciones que la colonización española encontró en el Perú y México.
Una necesidad más bien geopolítica impulsó la idea de instalar una burocracia colonial en Buenos Aires: el virreinato. No fueron los recursos naturales y la existencia de civilizaciones y ciudades con gran densidad de población, que los colonizadores se encargaron rápidamente de explotar e integrar a las corrientes comerciales del capitalismo en desarrollo. En el caso de las Provincias Unidas del Sur no es tan evidente la correspondencia de su desarrollo económico, político y social con la tesis de falsas repúblicas de Mariátegui. Hace falta bucear, explorar bajo la superficie de los sucesos y del movimiento social. Para ello es fundamental recorrer las importantes contribuciones académicas de Halperín Donghi, Sergio Bagú, Aldo Ferrer, Alberto J. Pla, José Luis Romero y otros que, sin ser académicos, dieron buenas pistas para no perderse en los jardines muertos de los viejos y nuevos posmodernos.
Los negros en el Río de la Plata
"Nadie hace duelo por una multitud, ni se libra a una llantina fúnebre ante la lápida de una abstracción". Mike Davis
El cirujano Juan Cayetano Molina, uno de los precursores del sanitarismo en el Río de la Plata, libró una de las primeras batallas entre la salud pública y los intereses privados. Martín de Álzaga, como ya señalamos hombre de poder político y económico y traficantes de esclavos, recibía en Montevideo su barco, El Joaquín, con un cargamento de negros procedentes de Mozambique. Molina, que estaba a cargo de una junta sanitaria que debía inspeccionar los navíos negreros en el puerto de Montevideo, diagnosticó un brote de viruela que había provocado numerosas muertes en El Joaquín durante la travesía, disponiendo la cuarentena de la embarcación. Entonces la viruela provocaba estragos, especialmente entre los negros que llegaban debilitados y poco autoinmunizados, por la ausencia de enfermedades en el medio ambiente natural donde fueron cazados y embarcados. Álzaga rechazó la cuarentena y maniobró judicialmente, usando su poder económico y su influencia política, para poner en duda la competencia científica de Molina. El sanitarista aprovechó la oportunidad para replicar, aunque perdido en su causa se dio el gusto de calificar como execrable el tráfico negrero, recordando además que la viruela había provocado la muerte de casi 2.000 personas (principalmente esclavos) en 1793, en Buenos Aires.
"Con los progresos de la producción capitalista durante el período manufacturero, la opinión pública de Europa perdió los últimos vestigios de pudor y de conciencia que aún le quedaban", bien dice Carlos Marx, en el capítulo XXIV (sobre la Acumulación Originaria) de El Capital.
Y agrega que: "En 1730, Liverpool dedicaba 15 barcos al comercio de esclavos; en 1751 eran ya 53; en 1760, 64; en 1770, 96, y en 1792, 132. […] A la par que implantaba en Inglaterra la esclavitud infantil, la industria algodonera servía de acicate para convertir el régimen más o menos patriarcal de esclavitud de los Estados Unidos en un sistema comercial de explotación. En general, la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, la esclavitud sans phrase en el Nuevo Mundo" (3).
Hasta 1739 la Real Compañía de Inglaterra, con casi medio centenar de súbditos británicos trabajando en la sucursal de Buenos Aires, tenía la casi exclusividad del negocio negrero en el Río de la Plata. Muestra evidente de vínculos comerciales muy consolidados con Inglaterra, aún antes de la constitución del Virreinato, en 1776.
Los miles de negros que ingresan por Buenos Aires, en su mayoría no quedan en la zona. Eran vendidos y trasladados para trabajar en la explotación minera en Perú, vía Chile. Todavía no había cómo hacer para que reprodujeran el capital en la llanura pampeana.
Si bien se calculaba que el promedio de vida útil de un esclavo era de siete años, desde que llegaba a destino (lo cual requería la fortaleza sobrehumana de soportar el cautiverio y el viaje), no todas las relaciones entre los propietarios y sus esclavos eran brutales. Las hubo también del tipo patriarcal. Por ejemplo, los curas Agustinos poseían en Mendoza una de las mayores bodegas de la zona, donde esclavos negros y algunos indios trabajaron durante mucho tiempo fabricando tinajas, con las que se transportan los vinos a otras regiones. Según testimonios, con los años se formaron en experimentados artesanos, y lograron, antes de 1810, condiciones de trabajo algo más livianas que las de una línea de montaje de una fábrica fordista. Ni hablar de las imperantes hoy en el sector informal de nuestras economías.
Los datos sobre el número de esclavos negros que ingresaron por el Río de la Plata no son precisos, para algunos investigadores, desde la llegada de los españoles hasta 1813. Sumando los registrados y los que entraron contrabandeados, habrían superado los 2 millones. Tampoco están documentados todos los hechos que determinaron la disminución de la proporción de negros existentes en los comienzos del siglo XIX, en relación con la población total, con la de cien años después.
La investigadora Marta Goldberg, precursora en el estudio del tráfico negrero en el Río de la Plata, estima que la población negra constituía el 18 por ciento del total en 1774. Pasó al 25 por ciento en 1778 y al 30 por ciento en 1807. En 1810, durante la independencia, una tercera parte de la población era esclava, y en Córdoba, durante esos años, la mitad era mulata (4). Hay datos que nos dan un indicio sobre por qué no se mantuvo esa relación en la composición de la población argentina: mientras que en 1810 había una paridad entre varones y mujeres negras, en 1822, los hombres negros adultos habían desaparecido. En el primer censo moderno de la República Argentina, en 1868, los africanos y sus descendientes sólo representaban el 9 por ciento de la población total de Buenos Aires, y luego tras la epidemia de fiebre amarilla, en el censo de 1887, apenas quedaron en el 1,8 por ciento.
La leva de la guerra de Independencia, de las guerras civiles y de la guerra contra el Paraguay, más las pestes habían hecho su trabajo.
San Martín, en Mendoza, formó toda la infantería del Ejército de los Andes con negros, pardos y mulatos, casi todos esclavos, que el Estado compró a sus propietarios, con bonos que difícilmente fueron cancelados.
En los conflictos internos y externos, negros, indios, mestizos y mulatos siempre fueron carne de cañón. Durante el período colonial y posteriormente en las guerras independentistas y en las guerras civiles. En la avanzada de esas levas donde se prometía libertad o mejores tratos estuvo el conquistador Pedro de Cevallos. Para quienes manejan ese concepto tan ambiguo de "populismo", éste sería uno de los primeros populistas de estas tierras. Ceballos desalojó en 1777 a los portugueses de la estratégica ciudad de la costa oriental del Río de la Plata, Colonia del Sacramento, con tropas formadas por esclavos negros y pardos. Les prometió la libertad tras la victoria, por supuesto. Una promesa que no cumplió. La misma metodología aplicó en la ocupación para la corona española de Santa Catarina, en Brasil. Otro experto en estas lides fue el "héroe" de la Reconquista, y luego virrey, Santiago de Liniers. Fusilado más tarde por Castelli por conspirar contra el primer gobierno patrio, Liniers, según las crónicas, era muy popular entre los negros, pese a ser uno de los comerciantes autorizados por España como traficante de esclavos.
Durante muchos años los manuales escolares argentinos enseñaron que la Asamblea del año XIII había puesto fin a la esclavitud. Más tarde supimos que, en realidad, los representantes de algunas de las provincias habían decretado la libertad de vientres y suprimido el tráfico de esclavos. Significaba que el hijo de una esclava dejaba de ser propiedad del amo sólo a la mayoría de edad, no antes.
Ciertamente, estas medidas llegaban con dos años de retraso, pues en los territorios españoles ya en abril de 1811 se había prohibido el tráfico de esclavos, es decir, no se autorizaba más la lucrativa actividad de los barcos negreros. Asimismo, las Cortes de Cádiz en mayo de 1812 establecieron "que todo esclavo era libre por el sólo hecho de pisar el territorio español".
Un criterio también adoptado aquí en Buenos Aires por la Asamblea del año XIII. Empero se siguió comprando y vendiendo seres humanos, por lo menos, hasta después de la vigencia de la Constitución de 1853. En las sucesiones y declaraciones de bienes figuraban los esclavos como parte de los derechos de propiedad. Hubo también formas refinadas de esclavitud. Por ejemplo, Rosas que tenía esclavos negros en sus estancias, trajo además agricultores gallegos, que sólo quedaban en libertad cuando habían pagado con trabajo los gastos de su traslado y manutención.
En las notas necrológicas se pueden encontrar perlitas como estas:
Félix Urioste de la Campa, nacido en Santurce, señorío de Vizcaya, España, pasó al Río de la Plata, radicándose en la ciudad de Buenos Aires; importante hacendado de los Arrecifes, miembro del directorio del banco de la Provincia y del Banco Nacional, miembro de la primera sociedad minera, delegado provincial para la negociación del célebre empréstito de la Casa Baring Brothers, falleció asesinado "desgraciadamente", el 27 de mayo de 1835, cuando sorprendió en el campo a cinco de sus esclavos carneándole una cabeza de ganado, sin autorización, el juicio se llevó a cabo ante el Juez de Paz de Arrecifes, los acusados fueron ejecutados.
De todos modos, desde la Asamblea del año XII no se registró el ingreso de nuevos contingentes de esclavos africanos. Por el contrario, el tráfico siguió siendo próspero en las colonias portuguesas. De acuerdo con algunos estudios, sólo en el mercado de Río de Janeiro, se habrían rematado un millón de esclavos negros entre 1800 y 1850.
De los que vivían aquí desde los tiempos remotos
En relación a los indios, la Asamblea, en la sesión del 12 de marzo de 1813, declaró extinguidos el tributo, la mita, las encomiendas, el yaconazgo y el servicio personal. Ya a mediados del siglo XVIII habían desaparecido en estos parajes las encomiendas, y las "misiones" terminaron con la expulsión de los jesuitas.
Cuando José Castelli llegó a Chuquisaca en 1811 difundió un bando en castellano y en quichua donde se eliminaba el mayorazgo y los tributos. Una forma de poner a los indios a favor de la Junta de Buenos Aires. Pero los españoles también usaron la misma política, instrumentando una resolución del Consejo de Regencia que beneficiaba a los indios. Palabras como siempre incumplidas.
Asimismo, la Asamblea del año XIII reconoció a los indios "como hombres perfectamente libres, en igualdad de derechos con todos los demás ciudadanos".
Entre sus actos soberanos, la Asamblea resolvió acuñar nuevas monedas de oro y plata, quitando los símbolos del antiguo régimen de las anteriores en circulación, para reemplazarlos por la pica y el gorro frigio. Según las crónicas de la época, en el acto realizado para celebrar el tercer aniversario de la revolución de Mayo, en consonancia con el ambiente republicano que campea en la Asamblea, aparecen las autoridades de la ciudad de Buenos Aires y los ciudadanos y hasta algunas mujeres, con una "una gorra colorada", en lugar de sus tradicionales sombreros. El republicanismo había llegado a la moda, pero todavía no convencía del todo a las cabezas.
Los colonizadores de estos territorios llegaron, igual que en México y el Perú, exterminando a los pueblos originarios que no pudieron someter. El grado de desarrollo económico y la geografía obraron para que los conquistadores se quedaran en las franjas litorales, hasta que descubrieron las posibilidades que les ofrecía la tierra. Pero esto aconteció algún tiempo después. Para ese tiempo, las tribus sobrevivientes ya habían aprendido la utilidad del caballo para defender sus propios territorios. Los colonizadores, que no se quedaron sólo como burócratas o comerciantes-contrabandistas, se fueron convirtiendo en estancieros. Una oligarquía criolla estaba naciendo y, para tener un lugarcito en el mundo, ya capitalista, debía abandonar una economía autosuficiente y apropiarse de las tierras en gran escala. No era suficiente recolectar los cueros, una mercancía de exportación, que de unos pocos miles que comenzaron a venderse, llegaba a un millón de piezas anuales al comenzar el siglo XIX. Y el negocio se amplía con el salado y charqueado de las carnes.
Para expandir las fronteras de sus propiedades y de sus negocios, esa naciente oligarquía tenía que eliminar a los indios y también al gaucho, a ese personaje no encasillado. Desde 1815, con toda claridad el gobierno establece que quien no lleva papeleta de conchavo, o sea, quien no tiene patrón va preso o se incorpora a la leva, por un tiempo indefinido. Se terminó aquello de andar cabalgando libre, comiendo y cuereando vacas para vivir. Los campos, las vacas, los caballos y las aguadas, tienen que tener propietarios.
La gran empresa de ampliar el dominio sobre la llanura pampeana, desalojando a los pueblos originarios, comenzó con Juan Manuel Rosas en 1833 y culminó con Julio Roca en los 80. Los procedimientos, hipocresía, grado de brutalidad y las justificaciones no difieren demasiado de los procesos de dominio territorial en América del Norte y otras partes.
Los ejércitos de ocupación se formaban con las levas forzosas. Una orden firmada por Rosas en 1831, establecía que cada partido debía enviar cada 15 días a dos elegidos entre "hombres perjudiciales por su conducta y sin ninguna ocupación". (5)
En La hidra de la revolución, el estupendo libro de Peter Linebauhg y Marcus Rediker (6), se demuestra cómo el capitalismo universalizó los métodos de sometimiento, y también encontramos un paralelo en las formas también universales de la resistencia y la rebelión.
En muy pocas décadas, la perversidad del capital exterminó a los onas o selk´nam, que habían tardado unos 12.000 años para llegar desde el estrecho de Bering hasta la Isla Grande de Tierra del Fuego, donde pensaron que habían encontrado su lugar en el mundo. En los últimos años del siglo XIX fueron exterminados planificadamente por unos recién llegados. Primero pagaban por una oreja, pero cuando los pagadores advirtieron que andaban algunos indios sin orejas, había que llevar la cabeza entera para recibir la paga.
Y estos genocidios, escamoteados o banalizado en el relato oficial de la historia argentina, no terminaron con el siglo XIX, y por algunos indicios tampoco con el siglo XX.
El 19 de julio de 1924, en la localidad chaqueña de Napalpí, tropas de la gendarmería y de la policía atacaron el campamento de El Aguará, donde casi un millar de tobas, mocovíes y campesinos blancos correntinos, resistían el acoso de los terratenientes locales. La masacre, en el entonces territorio nacional del Chaco, fue recién denunciada en 1987, en la Fundación Juan B. Justo, durante una conferencia de prensa de la que participaron el investigador José Picciuolo Valls y el historiador y periodista Emilio J. Corbiére.
Los tobas de la región, cuando advirtieron la importancia del caballo, dominaron otras etnias chaqueñas y ofrecieron resistencia a los colonizadores, hasta que fueron derrotados militarmente en la segunda mitad del siglo XIX. Las mejores tierras fueron repartidas entre la clase dominantes, los triunfadores y los indios reducidos a las "reservas". ¿Cuál fue el motivo de la matanza de 1924? Los indios comenzaron a laborar las tierras que les quedaron, en una economía de subsistencia, negándose a trabajar para los terratenientes que cercaron sus antiguos territorios. Picciulo explicó que la resistencia tomó una característica religiosa de tipo "mesiánico". Los terratenientes aseguraron que esa economía de subsistencia era un "foco" subversivo y convencieron al gobernador, Fernando Centeno, en que había que exterminarlo. Asesinaron a todos y, como trofeos de guerra, cortaron orejas, testículos y penes, que luego fueron exhibidos como muestra de patriotismo en la localidad cercana de Quitilipi.
Los métodos primitivos del gobernador Centeno (delegado del gobierno radical de Marcelo T. de Alvear) y de los terratenientes chaqueños no tenían la paciencia británica, ni la potencia de la revolución industrial atrás, para cercar los campos y para "persuadir" sobre la necesidad de trabajar. Por ejemplo, en 1785, el escritor británico William Townsend fundaba su crítica al sistema de ayuda a los pobres en los siguientes términos:
"El hambre puede amansar aún a los animales más feroces y volver decentes y morigerados, sumisos y obedientes, aun a los más perversos. Comúnmente lo único que puede inducirlos y acicatearlos al trabajo [a los pobres] es el hambre; mas… he aquí que nuestras leyes han establecido que nunca pasarán hambre. Pero hemos de admitir también que, por otra parte, las leyes dicen que se podrá obligarlos a que trabajen. Pero este recurso a la fuerza legal acarrea muchas dificultades, violencia y escándalo; origina mala voluntad y no puede nunca hacer rendir un trabajo bueno y aceptable. El hambre, por el contrario, no solo es una presión pacífica, silenciosa e implacable, sino que, siendo el más natural de los motivos que hay para ingeniarse a trabajar, consigue producir los más vigorosos rendimientos, además de que, una vez que los hambrientos se satisfacen gracias a la liberalidad ajena, queda en ellos una simiente perdurable y segura de buena voluntad y gratitud". (7)
La clase dominante argentina, sin embargo, insiste con sus métodos. Un logrado documental, estrenado en el último Festival Internacional de Buenos Aires (BAFICI 2010), Octubre Pilagá, Relatos sobre el silencio, dirigido por Valeria Mapelman , rescata otra masacre similar a la de Napalpí, ocurrida 23 años después, en pleno auge del mercado interno y de la industria sustitutiva de exportaciones.
A unos cientos de kilómetros hacia el Norte de Napalpí, en un paraje llamado Rincón Bomba, próximo a Las Lomitas, en Formosa, existen sobrevivientes y pueden contar lo ocurrido. En octubre de 1947, durante el primer gobierno de Perón, unos 2.000 pilagá se habían reunido para escuchar a un líder carismático. Antes, la comunidad había formulado una serie de reclamos a las autoridades locales. En la película los sobrevivientes cuentan los horrores vividos desde aquella tarde del 10 de octubre, en que comenzó el fusilamiento a cargo de los gendarmes, una matanza de la que no se libraron ni los viejos ni los niños, ni las mujeres se salvaron de las violaciones, que están en los manuales no escritos de los ejércitos de ocupación de todos los tiempos. Por varios días continuaron buscando y matando a los que habían escapado, con el propósito de que no quedara un solo testigo. De allí la trascendencia de este documental que pone a la luz estos hechos hasta ahora ocultos.
Por otro lado, la coincidencia en las formas religiosas en que se expresan la protesta o la rebeldía, tanto en Napalpí como en los pilagá, no es una novedad. Como lo recuerdan muy bien Linebauhg y Rediker con decenas de ejemplos de las rebeliones de todos los proscriptos de la tierra; lo que nos remite también al incomparable relato de Euclides da Cunha, en Los sertones, sobre la guerra de Canudos.
Notas: 1) Ver Joaquín Miras, 2005, en Republicanismo y Democracia, María Julia Bertomeu et ál, (Buenos Aires, Miño y Dávila); también Antoni Domènech, El eclipse de la fraternidad. Una visión republicana de la tradición socialista, (Barcelona, Crítica, 2004). 2) Citado por Daniel Raventós en Las condiciones materiales de la libertad (Barcelona, El Viejo Topo, 2007). 3) Carlos Marx, El Capital Tomo I, Cap. XXIV, (Buenos Aires Cartago, 1969). 4) Marta Goldberg, "La población negra y mulata de la ciudad de Buenos Aires, 1810-1840" (Buenos Aires, Desarrollo Económico Vol. 6 Nº 61, 1976). 5) Citado por Luis Franco, De Rosas a Mitre (Buenos Aires, Astral, 1966) 6) Peter Linebaugh y Marcus Rediker, La Hidra de la Revolución. Marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta del Atlántico, (Barcelona, Crítica, 2005). 7) Citado por Edward H. Carr, La Nueva Sociedad, (México, FCE, 1969).
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