OPINIÓN
La osadía de Trump llega al límite de atacar a la prestigiosa universidad de Harvard
17.04.2025
OTHER NEWS (Editorial – Mundiario) – El Gobierno de EE UU ha congelado 2.200 millones de dólares en subvenciones a Harvard como castigo por su negativa a someterse a las presiones de Trump, que exigía a la universidad perseguir el supuesto antisemitismo en su campus y desmantelar sus políticas de diversidad e inclusión a cambio de mantener la financiación federal.
En una nueva embestida de autoritarismo populista, Donald Trump ha decidido convertir Harvard en su enemigo público número uno. Su Administración ha congelado 2.200 millones de dólares destinados a la prestigiosa universidad por negarse a ceder ante una serie de imposiciones ideológicas, cuyo objetivo no es otro que doblegar la independencia de las instituciones académicas estadounidenses. Esta ofensiva, que se presenta bajo el pretexto de combatir el antisemitismo, se inscribe en una cruzada mucho más amplia y peligrosa: la de transformar las universidades en aparatos al servicio de una agenda política reaccionaria.
Harvard, como antes Columbia, ha sido puesta contra las cuerdas por un Gobierno que no tolera la disidencia ni en las aulas. Pero a diferencia de Columbia, que cedió parcialmente ante las exigencias de la Casa Blanca, Harvard ha optado por defender sus principios, aun a riesgo de perder no sólo los 2.200 millones congelados, sino los casi 9.000 millones en subvenciones y contratos que podrían estar en el aire. El mensaje del Gobierno no puede ser más claro: obedeces o pagas.
Las demandas de Trump incluyen una batería de medidas que bordean -cuando no cruzan- la ilegalidad: reformar los criterios de admisión, imponer una «diversidad de puntos de vista» tutelada por terceros, eliminar políticas de inclusión, denunciar a estudiantes internacionales por sus opiniones políticas y limitar la autonomía del profesorado. Esta última condición no es solo un ataque a la libertad académica, es un intento deliberado de reeducación ideológica que recuerda demasiado a otras épocas y otros regímenes.
Bajo el paraguas del combate contra el antisemitismo, se oculta en realidad un plan sistemático para desmantelar la autonomía universitaria y depurar los campus de cualquier manifestación que contradiga el relato oficial del trumpismo. Es evidente que la preocupación de Trump no es la lucha contra el odio, sino la consolidación de una hegemonía conservadora en los espacios de producción del conocimiento.
El activismo propalestino, en juego
El caso de Harvard es paradigmático, pero no es aislado. Otras universidades están en la diana por permitir -o no reprimir con suficiente contundencia- las protestas estudiantiles en apoyo a Palestina. El activismo propalestino, tan incómodo para ciertos sectores de la política estadounidense, está siendo criminalizado, con detenciones de estudiantes como Mohsen Mahdawi o Mahmud Khalil, convertidos en chivos expiatorios de una política de intimidación. En ambos casos, se trata de residentes legales arrestados por ejercer derechos que la Constitución protege: libertad de expresión, de reunión, de pensamiento.
El giro autoritario de Trump busca hacer de las universidades un laboratorio de sumisión ideológica. Pero también señala una peligrosa deriva: si las instituciones que deben formar a los ciudadanos del futuro se ven obligadas a someterse a la voluntad del Ejecutivo, ¿qué queda del equilibrio de poderes? ¿Qué queda del derecho a disentir?
La carta enviada por la Casa Blanca a Harvard exige delaciones, censura y adoctrinamiento. No hay forma honesta de disfrazar eso de defensa de la democracia. Lo que está en juego no es la financiación de una universidad rica. Es la integridad de un sistema educativo que, con todos sus defectos, ha sido históricamente un bastión del pensamiento crítico y la libertad intelectual.
Ahora que la osadía de Trump llega al límite de atacar a la prestigiosa Universidad de Harvard también se comprueba que el inquilino de la Casa Blanca no está combatiendo el antisemitismo. Está utilizando un pretexto legítimo para destruir la autonomía de las universidades, silenciar voces críticas y asentar una cultura del miedo. Lo hace en nombre de una cruzada moralista que no es otra cosa que una operación de control político. Harvard ha dicho no. Y ese "no" vale más que todos los millones congelados: es una afirmación de principios en un tiempo en que cada vez son más escasos.
Imagen: Harvard University
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