Sionismo religioso: crónica de un final anunciado
02.12.2022
MONTEVIDEO (Uypress/Miguel Ibarlucía) - Los medios de comunicación occidentales se han mostrado alarmados por el reciente triunfo en las elecciones israelíes de una coalición que cobija en su seno a un partido, el Sionismo Religioso, claramente racista, homófobo y nacionalista extremista.
Partidario de expulsar de Israel a los palestinos que no llegaron a ser expulsados en 1948, los llamados "árabe-israelíes", con el deliberado propósito de alcanzar una población judía pura, no contaminada con gentiles. Tan extremista es ese partido dento de una coalición de ultraderecha que el clásico partido de la derecha israelí, el Likud, aparece como de "izquierda", al decir de algunos comentaristas. El Likud, recordemos, es el descendiente político del Sionismo Revisionista fundado por Zeev Jabotinsky, un ruso judío filofascista, amigo de Mussolini, que proponía abiertamente la expulsión de los palestinos árabes y la construcción de un muro de separación con los países vecinos. De dicho movimiento surgieron las dos agrupaciones terroristas, el Irgún y el Lehi (la banda Stern) que dieron comienzo al terrorismo en Palestina y protagonizaron gran cantidad de atentados criminales, ya sea contra los ingleses (voladura del Hotel King David) o los palestinos (masacre de Deir Yassin). Setenta y cuatro años después de la fundación de Israel este movimiento parece moderado frente a la nueva estrella de la política israelí. Muchos se preguntan, cómo es posible que se haya llegado a este punto.
El sionismo surgió a fines del siglo XIX ente los judíos de Europa oriental y central como respuesta principalmente a las persecuciones que sufrían en Rusia y los países circundantes y también como un medio de evitar la amenaza que para muchos de ellos representaba la desaparición del judaísmo como producto de la integración de los judíos en la sociedad europea luego de la emancipación. Fue en sus inicios un movimiento claramente laico que tomó impulso con la inmigración a Palestina de muchos judíos socialistas luego del fracaso de la revolución rusa de 1905, pioneros que soñaban con una utopía igualitaria en lo que consideraban la tierra de sus antepasados. Los judíos religiosos se oponían en su inmensa mayoría porque consideraban que el regreso a la "tierra prometida" era decisión de su deidad Yahvé y no de los hombres.
Pero para lograr apoyos entre los jóvenes judíos europeos el sionismo se valió del mito de la promesa de una tierra al patriarca Abraham y la expulsión posterior: Yahvé les habría concedido la tierra de Canaán donde fundaron el Reino de David y de la que habrían sido expulsados por los romanos luego de la destrucción del segundo templo en el año 70 de la Era Común. Palestina era en realidad Eretz Israel -la tierra de Israel- y la migración a la misma un "retorno" a la tierra de los antepasados -aunque la mayoría de ellos no era descendiente de los hebreos o sólo lo era en una pequeña proporción-. Irse a vivir a Palestina era la "aliah" o elevación espiritual del judío de la diáspora.
De este modo un movimiento político laico en su origen recurrió al arma de la identidad religiosa para fundar un nacionalismo étnico típico de los nacionalismos europeos de la segunda mitad del siglo XIX con el deliberado fin de crear un Estado que reuniera a todos los judíos del mundo en un mismo territorio. El problema es que en ese territorio vivía otro pueblo, con otra lengua, otra religión, otras costumbres. Y como los sionistas no querían compartir esa tierra con sus habitantes autóctonos la única alternativa viable era su expulsión, propósito que finalmente lograron parcialmente en 1948 sembrando el terror y la muerte en las aldeas y ciudades palestinas. Es lo que el historiador israelí Ilan Pappe llama la limpieza étnica de Palestina.
Los sionistas especulaban con que los palestinos serían acogidos en los países árabes vecinos y el problema se solucionaría fácilmente, pero no sólo éstos se negaron a convalidar ese crimen sino que los expulsados no se resignaron a perder sus casas, sus granjas, sus comercios, y se plantearon el retorno a su tierra como objetivo de vida, dando inicio a la resistencia palestina ya sea por métodos pacíficos o recurriendo al terrorismo que habían aprendido de los sionistas y habían visto que les diera tan buenos resultados. Los árabes vecinos se solidarizaron inicialmente con los palestinos y el resultado fue una multitud de guerras, atentados, bombardeos, masacres, asesinatos selectivos, que han teñido de sangre el Medio Oriente desde entonces.
En 1967 el problema se agravó aún más con la conquista de Cisjordania y la posterior implantación de más de 600.000 colonos, lo que ha tornado imposible la llamada solución de dos Estados, consistente en crear en ese territorio y en Gaza un mini Estado palestino. Para los sionistas esa alternativa es inaceptable ya que es parte de la tierra prometida. Prueba de ello es que la llaman por sus nombres bíblicos de Judea y Samaria. Resignarla es como renunciar al sueño sionista. En definitiva, una traición.
Entre los sionistas había un pequeño grupo de judíos ortodoxos extremistas que sí adherían al sionismo. Para lograr su apoyo pleno, el novel Estado les concedió, entre otras cosas, una amplia financiación de sus escuelas, de modo tal que multitud de niños fueron formados por éstos y a medida que el conflicto con los palestinos se agravaba, este movimiento fue creciendo, alentando el enfrentamiento. Para este sector, ellos son los legítimos y únicos dueños de la tierra y los palestinos son invasores.
De este modo los judíos laicos que fundaron el Estado fueron perdiendo poco a poco su control -el partido laborista, el Mapai, casi ha desaparecido- y el extremismo religioso se tornó cada vez más fuerte al punto tal de que ahora se hallan en condiciones de imponer sus políticas a toda la sociedad, en alianza con los herederos de los viejos terroristas del Irgún y el Lehi.
La deriva extremista que hoy se impone en el Estado sionista no es, por lo tanto, un accidente o una desviación del camino original. Es la consecuencia lógica y esperable de haber apelado a la religión para fundar un movimiento político nacionalista que solo podía recurrir a la violencia para lograr sus objetivos. Es la consecuencia de la renuncia a los valores universalistas de otros movimientos políticos surgidos de la Ilustración europea para abrevar en las aguas del particularismo nacionalista y excluyente común a otros movimientos de la misma prosapia política que tapizaron de guerras y de muerte la propia Europa en el siglo XX, como los sionistas lo hicieron en el Medio Oriente.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias