MICROCUENTOS
Microcuentos - Esteban Valenti
20.09.2023
MONTEVIDEO (Uypress) - Les recordamos a los lectores que podrán hacer llegar sus textos al mail uypressmicrocuentos@gmail.com. Los microcuentos que inician esta sección son de Esteban Valenti.
Doña Sofía
Primero se preguntó, luego dudó y volvió a preguntarse. Se dio cuenta que tenía muchas más preguntas que respuestas. Entonces comprendió que la filosofía no servía para nada, solo para vivir y morirse.
El Papa y el pecador
Estaban los extremos: uno, era el representante de Dios en la tierra; el otro, un encallecido pecador que ni siquiera conocía al diablo. No lo había oído ni siquiera nombrar.
Era un diálogo casi imposible. El Papa recurrió a toda su sabiduría y su paciencia, el otro simplemente escuchaba y en algún momento puso cara de atención.
Atrás del Santo Padre había un hombre del tamaño natural clavado en una cruz. El pecador cada tanto desviaba la vista y lo miraba. Le daba una profunda pena.
Interrumpió al Papa: ¿Y ése, por qué está allí?
Con la voz muy dulce le contestó: ¿Por tus pecados?
SI cambio, ¿lo sacan de allí?
No, está en la cruz hace 2000 años y seguirá allí por la eternidad.
Entonces, hay un grave error Yo tengo solo 33 años y si no hay manera de bajarlo de allí, seguiré por el mismo camino, no hay nada que hacerle.
Fueron tan revolucionarios
Era el mismo bar montevideano de hacía 50 años, se encontraron de pura casualidad y pidieron lo mismo: dos cafés.
Hacía muchos años que no se veían; habían compartido sus años de estudiantes de secundaria.
Recordaron muchos nombres de vivos y de muertos.
Recorrieron algunas anécdotas, siempre sobre el mismo tema.
En la radio sonaba una canción: A Redoblar. Hicieron memoria.
Incluso en algunos momentos se emocionaron.
Se les terminó el café, se levantaron, se volvieron a abrazar como en los viejos tiempos y se separaron sabiendo que no se verían nunca más y que la revolución había sido derrotada.
El faro
Era el más austral de todo el mundo. Funcionaba con una pila atómica. Hacía muchos años que sus destellos no le servían a nadie, ya no había naves que transitaran por ese mar, ni por ningún otro mar del planeta. Con un poco más de esa materia que contenía el reloj del faro, los hombres habían destruido la vida sobre el mundo. Al faro le quedaban todavía un millón de años de luz inútil.
El pasaporte
En el documento tenía una buena foto que lo favorecía, con su traje y corbata comprados para la ocasión. Lo miró atentamente antes de dárselo al agente de migraciones. Éste lo revisó, comparó la foto con su cara, dejó pasar unos segundos, le puso un sello grande y le dio la bienvenida.
Cruzó la barrera, levantó la valija - negra igual a cientos de otras valijas iguales -, se tomó un taxi y recién allí suspiró aliviado. Era un pasaporte falso y él nunca hubiera podido responder en español.
El arbolito
Apoyado en un aviso publicitario en medio de la peatonal, esperaba a sus clientes y ofrecía su mercancía. La más vieja de las actividades, el trueque, pero en este caso era dinero por dinero. Era un dinero azul y a cada rato tenía que entrar a "la cueva" donde contaban la plata y se hacía el cambio, y para preguntar a cuánto estaba. Era imparable, estaba por cambiar de nombre: al dólar violeta.
El príncipe
Nunca fue un príncipe, pero cuando la tormenta ruge muchos se acuerdan de él desde hace 500 años. Si hay que pactar, manipular los hilos del poder, escribir una frase inteligente y descarnada sobre la política, él está siempre presente. A pesar de todo eso, cuando se quiere insultar elegantemente también se usa su nombre, aunque el usuario nunca haya leído una página principesca.
Que valiente resultó ser, hablar tan claro del poder en pleno Renacimiento.
Tik Tok - Tic Toc
Su imagen barbada está nuevamente en un video. Aunque lo buscan las policías del mundo y en especial la boliviana, el sigue allí, inmutable. Le gusta la notoriedad. En su último video amenazó con hablar y que la política boliviana se vaya a la m... Tiene un tono similar al tero, aunque sus huevos son en polvo y se pesan en toneladas. Es parte del nuevo mundo, donde los que trafican con el vicio de millones de personas en todo el planeta - y en especial en los países ricos -, intervienen en la política.
Se esperan nuevos capítulos televisivos.
El sargento y el general
Vengo a comunicarle que voy a contar todo, sobre todo, dónde están los cuerpos.
¿Va a traicionar a sus camaradas, al ejército, incluso a la Patria? ¡Estábamos en guerra!
General, no me hable de guerra, si nosotros no estuvimos en ningún tiroteo, y cuando fuimos a allanar nos matamos a nosotros mismos, además de fusilar a tres pibas. No me venga con guerra.
¿Qué le vino para ahora - después de casi 40 años -traicionarnos a todos?
Me estoy por morir y no aguanto la vergüenza, yo también fui una bestia y un asesino.
Déjese de joder, a usted lo convencieron los subversivos, o lo compraron.
El sargento se levanta y sale del bar en una calle de un barrio de Montevideo, camina por una calle llena de plátanos; se cae estrepitosamente al suelo, pero no es un resbalón en las hojas caídas, es por cuatro disparos de 9 mm.
Blancanieves
Los intensos días vividos al sol, en los claros del bosque, le habían tostado su piel. Era una hermosa morena montaraz.
Un día tomó una sidra de dudosa procedencia y le cayó muy mal, le dio un terrible sueño. No había nadie para despertarla.
Un príncipe pasó por allí con un zapato de cristal, buscando a su dueña; se lo probó a Blancanieves y eran pequeños para ella, las largas jornadas de trabajo en el bosque habían agrandado sus pies.
Ya que se había tomado el trabajo de bajar de su enjaezado caballo y la vio tan linda, además dormida, le dio un largo beso. Más que largo, casi interminable.
Y ella se despertó.
Tuvieron siete hijos enanos.
Otro principito
Este comenzó su vuelo en pleno siglo XXI y desde las nubes quiso descubrir las mismas cosas que antes y le fue muy mal. Mirados incluso desde más alto, desde las alturas siderales de los nuevos misiles dirigidos al universo, casi no logró descubrir cómo los adultos sienten el amor y el odio. Simplemente se quedó revoloteando.
Plinio
El resumen de su vida es que los libros - aunque malos - siempre tienen una cosa buena. Y por ello y la obra del Lazarillo, los que salieron remando, salieron del puerto a navegar en la mar y escaparon del trueno y dieron en el relámpago.
El clérigo
Tenía muchos años, había predicado y catequizado en muchos países diversos, ante gente muy distinta, la mayoría muy sufrida, Y ahora, dudaba. Estaba buscando otra causa de esos males, que no fuera Dios. Hacía tiempo que también dudaba del origen de las cosas buenas.
Maluco
En todos lados lo llamaban loco, del otro lado de la frontera le decían maluco. Se había acostumbrado. Caminaba despacio por la vereda, con su traje gris impecable, su chaleco ajustado, su bastón con puño de plata. Saludando con un leve movimiento de cabeza o sacándose su sombrero panamá y sabiendo que dejaba atrás una estela de sonrisas sardónicas, un perfume dulzón y la burla. Él estaba tranquilo, en algún lado había leído que el que es capaz de analizar su locura es un filósofo.
La cura
La estaban sometiendo a una larga, casi interminable cura del sueño. Y dormía y dormía. Y solo cuando se despertó, sus sueños se hicieron realidad.
El error
Lo puso todo en esa parte de la balanza; le dio toda su amistad y su confianza; trabajó duro, muy duro para un proyecto común y se sentía bien, dormía tranquilo, incluso a pesar de las advertencias y los peligros. Un día lo traicionó. Sin aviso, sin preámbulo, lo dejó solo. Y entonces comprendió definitivamente una frase de su tierra: la primera vez que te traicionan es culpa del traidor, la segunda vez es toda culpa tuya.
A puro pico
La cumbre estaba lejísimo, había que subirla lentamente, con habilidad con un buen guía Gurkha, con sogas y un pico de acero. Le quedaban varios días de esperanza, de esfuerzo, de ilusión. Finalmente llegaron, plantó su orgullo, su victoria, hasta su bandera. Y allí comenzó la etapa más difícil, la única que le quedaba, bajar con la mayor dignidad posible.
Imposible
Lo peor en el amor es el dolor de compartir una parte de tu vida con alguien que nunca podrás tener.
La utopía
Ese reflejo en el horizonte que nos atrapa y que nunca alcanzaremos, ha costado decapitaciones y millones de cadáveres desconocidos y humildes, enterrados en todo el mundo; y se alimenta de nuestro corazón y se nubla con nuestra razón.
Imprevisto
Había vivido a toda máquina, más allá del límite de velocidad y de todas las reglas, era el resumen de su vida y nada se parece más fielmente a un ser humano como la forma de su muerte. Lo cazó en pleno vuelo.
Segura
No hay nada más infalible y seguro que la muerte. Es además la diferencia entre los hombres y los animales: la seguridad de nuestra propia muerte. Eso no es lo malo, lo peor es estar muerto en vida.
El bazar
Estaba cerca de la gran mezquita de los Omeyas en Damasco, salió impresionado al visitar la tumba de Juan Bautista y se sumergió en la más trivial de las actividades, comprar una alfombra en el bazar.
No hablaba una sola palabra de árabe ni de inglés. Se paró ante uno de los puestos, miró con atención una pequeña alfombra para las plegarias, era de un azul apagado, antiguo, con detalles amarillo-dorados. Pidió el precio en su idioma y con cierta vergüenza. El dueño del local le contestó rápida y precisamente, él le hizo una contra oferta y quedó asombrado de que él no entendía una palabra y su vendedor las comprendía todas. Así funciona el mundo inmemorial del comercio, el que compra puede no saber ni una palabra de otro idioma, el que vende las entiende todas.
Inexorable
Era una persona de pensamientos profundos, elaborados, que le servían en todas sus actividades. Ensayaba y se esforzaba por pensar, por razonar. Lo demostraba en cada momento de su vida.
Hasta que un día descubrió brutalmente que el amor no se piensa, se siente o no se siente.
La palabra
Uno de los grandes libros que marcaron y guiaron a millones de seres humanos estaba abierto sobre la gruesa y lustrosa mesa de madera, bajo el alto techo de la biblioteca, abierto al azar en una de sus páginas, ilustradas delicadamente.
Un viejo fraile casi ciego lo leía asistido con unos gruesos lentes primitivos. Allí estaban todas las verdades, todas las respuestas, en una frase, en una palabra, colocada exactamente en el lugar adecuado. Toda su vida la había dedicado a entender esas verdades. Absolutas, inexorables, inmodificables.
En ese preciso instante, a sus 78 años, más de 63 dedicados a su noble oficio, le surgió una duda, una sola y no encontró en ningún libro la palabra, la respuesta.
La banana
Se acercaba el fin del mundo, el asteroide tan temido; el GX 133 del tamaño de un cuarto de la Tierra se aproximaba a altísima velocidad. Lo habían bombardeado con todo lo que los seres humanos habían inventado de destructivo. Nada, seguía acelerando.
En todos los países del mundo se vendía todo, se suicidaban en masa, las religiones incorporaron millones de nuevos fieles, las bolsas de valores se caían a pedazos, se quemaban montañas de billetes y la humanidad se extinguía. A unos pocos miles de kilómetros, el GX 133 se desvió, apenas, pero lo suficiente para evitar el choque.
En la tierra no quedaba casi nada, se habían liquidado las bolsas de todos los países y por lo tanto los monos subidos a sus árboles devoraban con placer y abundancia las bananas, sin precio ni cotización en los mercados agrícolas.
Un vuelo
Su pañuelo al viento lucía mustio, aplastado, su valiente vuelo en los escenarios y en la vida había perdido su audacia. Y seguía recorriendo las calles de París, buscándolos, buscando lo imposible.
Sus dos hijos, juntos, abrazados, jóvenes y joviales, habían caído desde ese puente en ese auto desbocado a las aguas turbias del Sena. Una gran artista que padeció sus tragedias - inclusive con su muerte - y nos enseñó lo mejor de la danza, incluso descalza.
Un reflejo entre las olas
Destapó la botella llegada del mar y sólo encontró una gran soledad.
En la cima del monte
La cruz estaba vacía, no había lugar para tantos pecadores.
Lo inesperado
Lo único que lo asustaba era su propia sombra. Se había quedado solo.
Al sur
La noche se devoró al sol y lo escupió en pequeños fragmentos.
Más al sur
Era un niño cuando desde el límite de su isla, en la casa de Pirandello, un cálido verano miraba hacia al sur. Creía que eso era - junto con Lampedusa - el extremo austral del mar. Muchos años después, miraba un río gigantesco, el más ancho del mundo, también hacia el sur y sabiendo que ese era otro sur, casi un infinito hasta el hielo eterno. Tenía nostalgias de ambos sures.
Barro, mucho barro
Estaba agazapado, escondido bajo unas tablas especialmente preparadas la noche anterior en la trinchera. Cuando dieron la orden de atacar, el cabo se agazapó y se quedó inmóvil, afuera rugía la metralla, sentía el golpe sordo de los cuerpos que caían muertos en el barro. ¿Quién sería? ¿A quién le había tocado esa vez? Estuvo en su escondite, rodeado de cadáveres. Hasta que sintió un gemido muy próximo. Y tuvo la tentación de salir a socorrerlo. Pero tuvo prudencia. Era un cobarde asumido, se escondía de todos pero no de sí mismo.
Lentamente
El nudo tenía muchos años, la cuerda que envolvía aquel baúl tan antiguo enterrado y misterioso era dura como una madera, pero tenía sus hebras sueltas, rebeldes. Buscó en su bolso y no encontró nada con filo, cortante. Lo intentó con una hebilla. Inútil. Le sangraron las uñas por sus reiterados intentos de deshacer los nudos. La curiosidad lo carcomía.
No era solo curiosidad, ni tenía tiempo ni ganas de interpretarla o definirla. Quería abrir el baúl a toda costa. La emprendió con los dientes, despacito, despacito, royendo como un topo. Apenas avanzaba, pero las fibras iban cediendo lentamente. Un entusiasmo desbordante lo asaltó y siguió mordiendo las cuerdas duras casi como una madera, fibra por fibra. Durante horas. El sol de la mañana se había transformado en un disco ardiente. Y él royendo.
Finalmente, en un empuje casi rabioso se rompió un diente. No le importó, le quedaba poco. Mordió y mordió y el nudo cedió. Le temblaban las manos desatando la cuerda. Terminó su suprema obra de topo y se precipitó sobre la tapa del baúl. Cuando logró abrirla, sintió todo el dolor acumulado en la boca y en su expectativa.
Palos
Un solitario poblador caminaba donde se unen el Odel y el Tinto y los vio. Navíos varados cerca de la orilla con sus velas coloridas y cientos de hombres bañándose en el agua dulce y bebiendo con la avidez de los náufragos. Salió a dar la alarma, era agosto de 1492. Cuando la noticia llegó al puerto de Palos, se estaban ultimando los detalles para la partida de las tres carabelas del almirante. Los que pudieron empuñaron sus armas y enviaron la alarma a Huelva. Necesitaban más hombres y mejor armados.
En pocas horas una columna partió hacia el lugar indicado. Los divisaron a la distancia, no los reconocieron. Piratas árabes no eran, ellos tenían bastante experiencia. Naves cristianas mucho menos. Lo más indescifrable eran sus dibujos, sus símbolos alados y el color de su piel.
Abrieron fuego con los dos cañones y con los mosquetes, mientras los jinetes se precipitaban sobre los desprevenidos navegantes. Gritaban en una lengua totalmente desconocida. Sus armas de madera y de piedra no solo les eran desconocidas, sino inferiores a las espadas y a las hachas de acero. Fue un breve combate sin prisioneros.
Alinearon los muertos en la playa y quemaron las naves hasta las cenizas. No preguntaron, no quedó nadie. Y ni siquiera podían interpretar las pinturas en sus cuerpos. Lo único que estaba claro es que habían llegado del poniente, del oeste. ¿De dónde? Solo rescataron unas raras espigas con granos carnosos y amarillos, junto con unas plantas sobrevivientes con frutos de un rojo vibrante. Ambos salvaron a casi todo el continente de las hambrunas, durante varios siglos.
Desnuda
Su piel era tan blanca a la luz de la luna, sus formas tan perfectas se reflejaban en el estanque y hacían temblar las hojas de los árboles de lascivia.
Un deseo
No lo había ni siquiera imaginado. Ahora, parado contra un paredón, con seis soldados alineados frente a él con sus armas apoyadas en el suelo, un "tenientillo" pálido y arrogante en su uniforme recién estrenado, tenía que pensar un gesto, algo que hacer en el último momento de su vida. Había varios testigos y lo difundirían. Tenía pocos instantes, ya venía el soldado con el pañuelo negro para vendarle los ojos. Sus compañeros designados para fusilarlo no querían mirarlo de frente. Sabían perfectamente que lo habían condenado injustamente, era simplemente un escarmiento y le había tocado a él.
Rechazó el pañuelo y fijó su mirada en las personas agrupadas en la plaza. Tenía que ser un escarmiento para todos. Estaban perdiendo la batalla y la guerra.
Escuchó las órdenes del tenientillo y todavía no se le había ocurrido nada. Ni un grito, finalmente solo miró a una mujer en la multitud.
Arrepentimiento
Arrodillado frente al confesionario, con el olor a humedad de las cortinitas violetas envolviéndolo, los grandes cirios y su tenue luz y el silencio del sacerdote esperando, se arrepintió en un segundo de todos sus pecados, que eran muchos.
Un grito multicolor
Desde la puerta de alambre al fondo de un largo pasillo batían palmas con tenacidad y sin pausa. Una voz ronca invocaba un apellido: González, González. Era un acreedor que quería cobrar e insistía. Un silencio prolongado y tenaz le respondía. El cobrador, uno de esos seres con una tenacidad feroz, insistía con sus gritos. Hasta que Pedro, el loro se cansó y repitió un grito que utilizaba con mucha frecuencia: "González no está", "González no está". Adentro de la casa todos respiraron aliviados.
Tempranito
Es la hora que regresan a su casa los crápulas y los trabajadores nocturnos. Se levantan los disciplinados y los insomnes, los bebés reclaman, las putas descansan sus cansados músculos, los bolicheros cierran sus cortinas metálicas, los soldados cambian de guardia, los ladrones se esconden o lamentan los barrotes, los valientes se duchan con agua fría, los políticos ensayan sus discursos mentalmente, los periodistas tratan de darle alguna novedad a las desgracias de siempre, algunos curas se arrepienten, los poderosos duermen a pata ancha, los enfermeros comienzan o terminan su rutina, nosotros nos escabullimos. Los más afortunados hacen el amor.
La verdad
La única, la absoluta, la eterna, la perfecta, la inconmovible verdad y siempre la nuestra.
La duda
El primero la tuvo ante una mujer y una fruta. Se equivocó en la respuesta y desde ese momento vivimos rodeados de dudas. Fue un grave error, pero el más sabroso.
Un tubérculo
Viajó miles de kilómetros en un navío de madera, en una estiba maloliente que se agitaba por el mar embravecido. Era la primera y viajó acompañada de alguna de sus parientas. Al principio fueron despreciadas por su apariencia terrosa y sucia, su sabor insípido hasta que un gran cocinero francés se tuvo que alimentar durante meses en una cárcel alemana y al salir, organizó un gran festín en la corte de Versalles con todos los platos en base a papas. Muchos millones de europeos no se murieron de hambre por ese feo fruto de la tierra. Otros, cuando vino una peste de la papa tuvieron que emigrar a Estados Unidos y hacerse policías en Nueva York. Eran irlandeses.
La máquina
Era un conjunto de fierros ordenados, de ruedas dentadas y palancas, como había varias por aquellos tiempos, pero ésta era diferente, cambiaría el mundo. Tenía cientos de pequeñas piezas metálicas móviles e intercambiables que formaban palabras. Y esas palabras cambiaron el mundo.
712
Reservó esa habitación especialmente. La habitaba un fantasma. Quería conocerlo, así que fue hasta el Castillo de Cardona y antes de irse a dormir recorrió la Sala Dorada del entresuelo. La poderosa familia Cardona estaba en todos lados. Hasta en la torre de la Minyona. Ya había cenado opíparamente y tenía una buena botella de cava entre pecho y espalda así que se animó. Puso la vieja llave de hierro en la cerradura, la hizo girar con parsimonia y entró en la habitación maldita. Durmió toda la noche perfectamente. Solo tuvo una duda al despertar, la posición de las medias sobre los zapatos.
Cuentos de la selva
La vida salvaje de la selva misionera lo atrapó, aunque por el duro camino de contarla y compartirla, su esposa de 25 años se suicidó y agonizó durante ocho días. Y él mismo - varios años después -, resolvió ir a buscarla y no permitir que la muerte decidiera, se precipitó en sus brazos armado de cianuro. Escribió de tanta vida exuberante mientras la muerte merodeaba. No había dinero para su entierro. Lo despidió su amiga, Alfonsina Storni, la que caminó hacia el mar.
Arrodillarse
De tanto obedecer ciegamente, de adorar al tirano, de temblar ante cualquier duda, de tratar de anticiparse a los deseos del dictador, simplemente se volvió estúpido, incluso con su cociente intelectual de 160.
El mapa
Desplegó sobre su amplio escritorio un enorme mapamundi. Y buscó durante horas, siguiendo los meridianos, siguiendo los paralelos, cerca y lejos de todas las costas. Cuando caía el sol y ya no podía seguir buscando llegó a la conclusión de que los lugares importantes no están en ningún mapa conocido.
Sin método
Había pasado muchas horas ordenando todas sus cosas. Cuando terminó, miró la prolijidad de sus estantes, de sus mesitas, de su armario y comprendió definitivamente que el desorden era su método.
Desproporción
Allí estaba Jacinto con su sacón marinero abrochado hasta el cuello, su gorra azul encasquetada y aferrada a su cabeza, mientras el viento soplaba con vigor y a veces con furia. Él remaba, rítmicamente y se adentraba en el mar, a cada instante más encrespado. Su diminuto bote parecía detenido en medio de las olas. Una de esas olas fue más alta, más espumosa, más atrevida y de inmediato asomó un enorme cuerpo marino. Al lado del botecito, con la inmensa desproporción de su cuerpo de ballena. Y en un instante ambos comprendieron que la desproporción no era entre ellos, sino con la inmensidad del mar.
Capturando
Estaba recién inaugurado y los vecinos del pequeño pueblo lo miraban con admiración y sobre todo con curiosidad. El molino debía atrapar el viento y proporcionarles agua. Era mediodía y el calor sofocaba, una tenue brisa apenas agitaba las hojas amarillentas del único árbol en el lugar. Todos esperaban. Y esperaron, hasta que una ráfaga cruzó la llanura, se enredó en las aspas del molino y las hizo girar. El sonido de su movimiento, fue seco, atronador, desconocido y en un instante volaban los pedazos. Y era apenas una brisa animada. Todos miraron al constructor del molino. No se aprende lo necesario simplemente mirando, hay que saber capturar el viento.
El asombro
Doña Saldaña Rigoll de Andrade estaba como todas las tardes, sentada en su amplio y cómodo sillón tapizado con motivos provenzales; y desde la terraza de su villa observaba la amplitud de sus campos, sus esclavos doblados sobre los cultivos, los capataces vigilando que todo funcionara perfectamente, ordenadamente. De repente, el vaso de limonada helada se le cayó de la mano, el primero de los esclavos, el más próximo a su casa, era un blanco.
Privilegios
Lo había estudiado durante toda su carrera y podía afirmarlo con absoluta propiedad, había sentimientos que eran solo y exclusivamente humanos, estaban excluidos todos los animales. Pero le daba vergüenza enumerarlos.
Los trazos
Afiló la punta de su lápiz hasta dejarla como una aguja y comenzó su obra. Estaba ante una gran superficie algo amarillenta. A pocos metros posaba una modelo desnuda, desinhibida, libre, sin siquiera observarlo. Era una profesional, por su pose, por su belleza y sobre todo por su naturalidad. Había sido modelo de muchos pintores y de ninguna pintora.
Desbocado
La amaba con toda la pasión de su alma, de esa parte desconocida donde deberían anidar ciertos sentimientos, pero nadie lo ha probado. Tenía una duda enorme que lo asaltaba cuando la tenía entre sus brazos, acariciando sus curvas, deslumbrado por su belleza: ¿Qué era más grande, más arrollador, su amor o su deseo? Se atormentaba.
Invaluable
Había permanecido acostada en aquella bodega durante muchas décadas, en silencio, rodeada por otras miles de botellas iguales o mejor dicho parecidas a ella. Tenía acumulada una gruesa capa de polvo. Sobre esa botella en especial se habían posado muchas miradas, muchos deseos. Era única. No tenía ninguna etiqueta, o señal, pero sabían cuál era la diferente, la botella que algún día sería abierta. Y los años pasaban a la velocidad de siempre. Hasta que llegó el día tan esperado y, con extremo cuidado, sin agitarla la llevaron a su destino final. La pusieron vertical, el sacacorchos se enroscó con suma lentitud. Todos olieron el corcho y pusieron cara de éxtasis. Las mejores copas de cristal estaban alineadas sobre la mesa. Se sirvió primero la del Pater familias. Observó el color, nuevamente la paseó bajo su nariz y finalmente, en medio de un gran silencio, se tomó el primer sorbo. El único. La utilizaron para condimentar una buena ensalada.
Harto
Cuántos seres humanos sin siquiera pronuncian esa palabra y una tarde de otoño o en cualquier estación del año, toman su última decisión y además la llevan a cabo. Y nadie logra explicarlo, aunque todo esté recluido en una sola palabra.
Irreductible
Juró la Constitución de Cádiz pero se arrepintió y se fue a la guerrilla a combatir al pequeño Napoleón, a Pepe Botella y derrotó sus tropas muchas veces. Un día estaba tan convencido de sus razones que directamente se suicidó. Sus hijos, nietos y descendientes siguen usando tenazmente el título de El Empecinado.
Cuesta abajo
En una pequeña radio portátil sonaba una mujer cantando un tango. No era Cuesta Abajo, pero rebotaba en las paredes sucias del boliche, en el humor grasoso de tantos caldos, en las millones de copas que gastaron ese mostrador, en las mesas raspadas con tantas confesiones. Era una pintura perfecta y completa de una cuesta abajo.
Apalabrado
Cervantes en sus largos recorridos por la paz y por la guerra, por la observación y los libros, por caballeros y sirvientes llegó a utilizar veintiséis mil palabras y las utilizó casi todas en un libro. Nosotros, en este tiempo de prodigios, de cables e inteligencia artificial, a veces nos estancamos en 300 palabras, pero escribimos millones de mensajes muchas veces idiotas.
Reflejo
Pasó la noche en vela, atormentado por una sola preocupación, cuál sería la idea genial de esa campaña, la que convencería a las multitudes, la ganadora. Era su oficio, concentrado en unos pocos meses. La encontró casi a las cinco de la mañana, mirando su cara demacrada en el espejo del baño. Fue su único contacto con la dura realidad. Comprendió que su imagen era más ridícula que la del candidato.
Rehabilitado
Su parálisis era de nacimiento y le impedía caminar. Así anduvo los primeros 33 años de su vida arrastrándose por aquellos campos prodigiosos de la Pampa húmeda, hasta que un caballo se le cayó encima. Casi lo aplasta, estuvo dos meses en el hospital del pueblo. Desahuciado. Una mañana se levantó de la cama y caminó con toda normalidad. Todos quedaron perplejos, sobre todo el mismo Luis. Pero no lo afectó mucho porque perdió la capacidad de acordarse de todo, incluso de su nombre.
La luna
Tenía muchos años, había completado su curso de astronomía en preparatorios en su adolescencia y nunca, nunca pudo interpretar cuándo era luna creciente o menguante. Así que esa noche estaba muy tranquilo, había luna llena.
Un águila
Esa misma águila dorada, de bronce, había recorrido muchas regiones a la cabeza de una legión. Era famosa en todo el mundo romano porque nunca había sido vencida. Incluso cruzó el Rubicón y entró victoriosa en la capital del mundo.
En aquel bosque sombrío, entre miles de cadáveres y heridos estaba tirada en un charco de barro. Uno de los pocos sobrevivientes, un centurión, tuvo que aceptar que no había ni habría nada construido por los hombres que fuera invicto eternamente.
Lo justo
Llenó con sal la pequeña bolsita de cuero y la depositó sobre la rústica mesa detrás de la cual se alineaban cientos de hombres esperando la paga por su labor. Uno tras otro las fueron recogiendo. Había un murmullo opaco, parejo y ni una palabra de más. Hasta que uno de los obreros reclamó, había trabajado muy duro y esa única bolsita contenía menos de lo que le correspondía. Los dos guardias armados lo echaron a empujones. No se conformó, de sus ropas extrajo una curva sica y les cortó el cuello al pagador y a los guardianes. Comenzó una rebelión generalizada, que sigue hasta nuestros días, lo que han cambiado son los instrumentos.
Pascua
Varios niños de diferentes edades buscaban los huevos de chocolate en el parque, siguiendo las notas escritas por la abuela. El último de los infantes, Lautaro - que tenía tres años, y caminaba lento y con mucha atención -, no se apuraba. Los adultos le preguntaron ¿qué estaba haciendo allí, solito? Con voz tajante y de conspirador les contestó: busco al conejo.
Exigente
La madre le mostraba con paciencia cada uno de los zapatitos alineados en una vidriera para que la niñita eligiera. No le gustó ninguno de los zapatitos. La madre le preguntó con gran paciencia: Manuela, ¿pero no te gusta ninguno? Es que a mí me gustan los dos zapatos iguales.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias