“Ir a La Habana”
"En Cuba no salgo en televisión, ni radio, es el precio que pago por escribir como escribo”, afirma Leonardo Padura
04.03.2025
LA HABANA (Uypress)- Entrevistado por el portal Aristegui Noticias, Leonardo Padura dice que “he visto una decadencia muy acelerada en los últimos años de La Habana”, al referirse a la ciudad que protagoniza su nuevo libro Ir a La Habana, ensayo a través del cual el ganador del Premio Princesa de Asturias 2015, nos lleva en recorrido por la capital cubana que está sazonado con la presencia de capítulos de novelas suyas.
Todo en su conjunto permite trazar un mapa memorístico que vincula vida y obra de uno de los narradores más importantes en nuestro idioma, gracias a títulos como El hombre que amaba a los perros o Vientos de cuaresma.
Para empezar, creo que Ir a La Habana está escrito desde el gozo y la memoria.
Es un libro que tenía muchas ganas de escribir, tiene dosis similares de disfrute y de sufrimiento. Disfruté el rescate de una memoria que quería de alguna manera dejar fijada. Por otra parte, está la parte del sufrimiento porque a lo largo de mi vida he visto una decadencia muy acelerada en los últimos años de La Habana. Mi espacio cultural, físico, simbólico, está teniendo un tránsito que difícilmente se podrá revertir, se necesitará mucho tiempo y dinero para hacerlo. Pero bueno, todas las ciudades evolucionan y ese es un proceso que es universal. No obstante, La Habana está medio detenida en el tiempo.
¿Cómo dialoga la nostalgia con la memoria?
La nostalgia es consustancial al ejercicio que traté de realizar. Cuando uno hace su recorrido desde la niñez hasta el presente y más cuando tiene una edad bastante dilatada, voy a cumplir 70 años, se tiende a idealizar la niñez, pero ese no es mi caso. Recuerdo la infancia en mi barrio como un momento de mucha libertad, alegría y aprendizaje. En casa aprendí cosas fundamentales. Con mi padre aprendí mucho del concepto y la práctica de la fraternidad masónica; con mi madre de la calidad y la solidaridad cristiana. Hice mi primera comunión, después no fui más a la iglesia porque quería ser jugador de beisbol; por primera vez tuve la noción de que los amigos son muy importantes y además pueden ser complemento de uno, eso se aprende muy bien en los deportes colectivos porque solo no puedes ganar, necesitas del concurso de los otros y eso te da sentido de pertenencia. Pensar en todo eso genera cierta nostalgia por esa época en la que uno se contentaba y era feliz con cosas tan elementales como tener una pelota nueva. En aquella época, en los años 60, eso era casi imposible y cuando por alguna vía nos llegaba una, era una fiesta. Después uno empieza a tener otras exigencias que puede ser que sean más importantes pero que no se reciben nunca de la misma manera que en la niñez. En mi barrio aprendí lecciones que me han servido toda la vida.
¿Cómo cuáles?
Te mencionaba lo de la fraternidad. Creo que el concepto masónico de la fraternidad es uno de los más bellos que se pueden tener, la fraternidad masónica se considera una unión o congregación de hombres libres. Practican esa libertad con un código ético muy estricto que consiste en el mejoramiento del ser humano, pero siempre con la colaboración de los otros. Esa fraternidad se entiende por encima de posiciones sociales, económicas, o de pertenencias étnicas, en fin, es un sentido muy humanista. A pesar de que no soy masón toda mi vida he intentado practicarlo. Mi padre lo fue hasta su muerte, era grado 33 de la Gran Logia de Cuba, fue gran funcionario en algunos momentos y lo practicó de una manera notable, creo que las dos cosas más importantes que él tuvo en su vida fueron su familia y la masonería y eso permeó toda mi percepción del mundo.
¿Es un hombre nostálgico?
Sí y cada vez lo soy más porque cuando uno envejece se vuelve más nostálgico. Incluso mis personajes están mordidos por la nostalgia. Es muy evidente que Mario Conde tiene una relación nostálgica con el pasado. Sus amigos le dicen que es un cabrón recordador, siempre está evocando el pasado y eso lo nutre. Creo que eso está presente en todas mis novelas.
En el libro intercala su ensayo de sus novelas anteriores, creo que ahí se nota lo que menciona.
Cuando empecé a escribir el ensayo, que es un poco la columna vertebral del libro, hice un recorrido cronológico, de alguna forma histórico, pero sobre todo personal, sentimental y también literario por la ciudad. Al hacerlo me di cuenta de que muchas de las cosas de las cuales yo estaba hablando ya aparecían en mis novelas solo que con otro lenguaje y perspectiva, por eso le pedí ayuda a mí esposa y ella me propuso incluir esos fragmentos de novelas. Creo que funciona muy bien porque es un discurso que se lee sin interrupción, a pesar de que el ensayo está cortado por los fragmentos de mis novelas. Mi relación con la ciudad es personal, pero sobre todo ha sido literaria. La ciudad es el espacio fundamental de mis libros, pertenezco a un grupo de escritores que hemos trabajado en un proceso que ha sido por momentos de construcción, pero también de deconstrucción de la ciudad.
El barrio de Matillas, donde usted creció es muy distinto a Centro Habana, espacio sobre el que ha escrito Pedro Juan Gutiérrez. ¿De qué manera el barrio determina el tono de su literatura?
No solamente los espacios físicos y culturales, también lo son las perspectivas, todo eso que determina la manera en que uno mira, procesa y escribe sobre esas realidades. Pedro Juan tiene una visión que entra más en las profundidades más oscuras de esos espacios. Yo a veces entro en esas oscuridades, pero no siempre. Mi visión es un poco menos determinada o deterministas. Todas las ciudades son muchas ciudades, eso se sabe perfectamente.
Al revisar ese mosaico, ¿cuál es su Habana?
Es una Habana muy diversa. Entre mi barrio y del centro, hay no solamente diferencias arquitectónicas o históricas, sino también sociales y culturales. La zona más vieja o colonial primero fue la ciudad de la aristocracia colonial, después de la burguesía y más tarde fue abandonada hasta convertirse en un barrio proletario. Si te vas a estos barrios de la periferia como el mío, descubrirás que eran lugares donde podía haber una burguesía media muy baja, de gente normal y eso le daba un carácter. Toda esa Habana la recorro en mi libro y se nota sobre todo en las novelas de Mario Conde porque la novela policial te obliga al movimiento. Además, Mario Conde mezcla el pasado con el presente para completar ese caleidoscopio que es La Habana.
Este libro se puede leer también como un homenaje a La Habana, sin embargo sus libros casi no circulan en Cuba. ¿Qué sensación le produce esto?
Es una situación bastante lamentable y por momentos dolorosa el hecho de que hoy en cualquier librería de todos los países de la lengua española se pueda encontrar este libro menos en una librería habanera. Muchos de mis primeros libros se han impreso en Cuba, pero los últimos ya no. Hemos hecho algunas ediciones alternativas que han circulado en espacios muy limitados, me dicen que eso se debe a que hay falta de papel, y es cierto, pero creo que también ha faltado voluntad. De todas formas, los lectores hemos aprendido a buscar alternativas, para todo, incluso para leer.
¿Por qué falta de voluntad?
La política cultural que se ha seguido conmigo en los últimos años es invisibilizarme, no promoverme. Cuando gano un premio no se hace discusión en Cuba, mis libros circulan poco y mal, nunca se me hacen entrevistas. No salgo en la televisión, ni en la radio, es el precio que pago por escribir como escribo y por pensar como pienso.
Este año cumplirá 70 años, ¿cómo llega a esa edad?
Creo que estoy bastante bien para la edad que voy teniendo, aunque a veces me asusto. Trato de concentrarme en mi trabajo, tengo muchos proyectos. Estoy terminando una novela que saldrá justo para mi cumpleaños, más o menos entre septiembre y octubre.
Usted es un gran aficionado a la salsa. ¿Qué canción o cantante describe mejor a La Habana?
Creo que la música que mejor representa a La Habana es ese bolero que se estilizó y se convirtió en lo que se llamó el feeling, ese que cultivaron José Antonio Méndez y César Portillo de la Luz, y que en México se conoce perfectamente. Esa canción, con una melodía que a veces se rompe y no es tan melosa como el bolero tradicional, es a la vez más íntima, inteligente y con metáforas que a veces te sorprenden. Tuve la suerte de que en los años en que estudiaba en la universidad, con mi compañera Lucía íbamos cada vez que podíamos a un bar llamado El Pico Blanco en La Habana, que está en los altos del Hotel St. John. Ahí tuve la oportunidad de ver cantar a estos monstruos, así como a Elena Burke, Angelito Díaz y Omara Portuondo.
¿Y la salsa que mejor lo describe a usted?
Me sigue gustando la salsa brava de los setenta, Rubén, Willy, Cheo Feliciano, Héctor Lavoe y Óscar de León. Tengo una relación de amistad e incluso de colaboración con Rubén Blades. Su música merece un monumento. Ahora estoy pidiendo a FIL Guadalajara que lo lleven en calidad de poeta y ya si hay un recital pues sería una maravilla. Muchas de sus canciones me conmueven mucho, "Pedro Navaja" es como una novela en la que haya crimen y todo lo demás. El disco "Amor y control" me gusta mucho.
Foto: Infobae
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias