TERCERA ENTREGA
Cuentos & versos en cuarentena
01.05.2020
MONTEVIDEO (Uypress) - Les presentamos los trabajos de Adriana Lissidini y Daniel Farré. Seguimos recibiendo textos en: uypress@gmail.com.
Los cuentos de este viernes son:
Miedo en Nueva York, de Adriana Lissidini
Alquimia, de Daniel Farré
Miedo en Nueva York
Adriana Lissidini
Me encontraba viviendo en Nueva York a fines de los años ochenta.
Era una época de calles repletas de inmundicia y violencia agazapada, ocultas durante el día al son de una energética multitud y del sonido de sirenas sempiternas.
La luz liminar del atardecer parecía la señal para que toda una galería de seres imaginables y no, comenzara a dejar sus guaridas y se lanzase a la conquista de algo, cualquiera que esto fuera.
Las noticias y las advertencias de conocidos y extraños, me hacían precavida. Eran nuevos miedos que se agregaban a otros tantos, que poblaban mis horas desde la infancia. Así podría nombrar los insectos nocturnos emboscados debajo de mi cama o el temor a quedar sin aire, así, de repente y otros más comunes como el miedo a cometer errores, a no ser querida, o a llamar la atención.
Si bien, Nueva York no me ahorró golpes ni sinsabores, con el tiempo nos aceptamos mutuamente. Aprendí a gestionar los miedos recién llegados como antes lo había hecho con los viejos. Existía, sin embargo, un elemento distinto e inquietante: lo imprevisto, que se multiplicaba hasta el infinito, provocándome un inevitable desasosiego.
Y tendría prueba de ello, un día oscuro y tenebroso de invierno en que permanecí hasta la noche en mi puesto de trabajo para ocuparme de un asunto de último momento.
Ocupábamos un piso treinta y siete de una moderna torre de oficinas que se vaciaba a las cinco de la tarde. Mientras me encontraba en la sala de comunicaciones, un sonido particular me puso en alerta. Provenía de mi despacho y asemejaba al que hacen los papeles al ser rasgados.
Con horror, tomé conciencia de mi anonimato, nadie sabía que estaría allí y a esa hora. Un frío gélido me empezó a circular por las venas, sentí las manos agarrotadas y la boca inmóvil. Mi mente, en cambio corría furiosamente, buscando una inexistente vía de escape.
De pronto, experimenté el primero de los desdoblamientos que tendría a lo largo de mi vida. Frente a un terror insoportable, una parte de mí se quedaba petrificada y otra salía en un estado de levedad, a enfrentar lo que fuera. Así ocurrió y mi ser leve llegó frente a ese individuo, enorme y oscuro que revisaba mis cajones. Cuando me miró, advertí en sus ojos una pizca de locura, la mía, y esas miradas reconociéndose en algo común dieron lugar a un diálogo de absurdas preguntas y respuestas, y en medio de trivialidades, lo acompañé hacia la salida, sugiriéndole que retornara en horario de oficina.
Muchas veces a lo largo de mi vida, he recordado este episodio y ensayado distintas explicaciones de mi actitud y la del intruso. Creo que fuimos simplemente, parte de esa humanidad doliente y maloliente que puebla Nueva York, que por una milésima de segundo se cruzó y decidió que cada cual tenía derecho a seguir su camino.
Alquimia
Daniel Farré
-Portate bien y dormite temprano -con un beso en la frente, Alejandra se despidió de su hija. Lucía ya estaba en la cama, tapada hasta el cuello con la sábana bien ajustada, como le gustaba que su papá la dejara para "irse a dormir soñando con los angelitos".
-Si, mami -respondió, segura que el pedido se cumpliría, porque la habían dejado al cuidado de su abuelo Lisandro y sus cuentos, que siempre lograban su cometido.
-¡Que se diviertan en el teatro! -les dijo Lisandro a Alejandra y Diego a modo de despedida-. ¿Qué van a ver?
-"El alquimista" -respondió Diego, ya entrando en el auto.
-Disfrútenlo -Lisandro cerró la puerta de entrada y se dirigió a la pieza de su nieta.
-Abu, ¿qué es un alquimista? -preguntó, atenta y curiosa, Lucía.
El abuelo se tomó su tiempo para contestar. Se sentó en un costado de la cama y alzó levemente los ojos. Lucía le siguió la mirada esperando la chispita que le aparecía justo antes de empezar la narración.
-Hace muchos años -comenzó con sabias pausas que generaban el interés de su nieta-, en el antiguo Egipto, vivían los alquimistas, magos que poseían una fórmula secreta para convertir lo común en extraordinario. Con el paso del tiempo el secreto se fue perdiendo, y de ellos sólo quedó una vaga idea. Hay quienes quisieron recobrar su sabiduría para transformar metales en oro, y otros para descubrir un elixir que los convirtiera en inmortales. -Lisandro tomó una respiración profunda. Había dejado la carnada, y cual pescador experimentado conocedor de las características de su cardumen, sabía cuándo esperar.
-¿Hoy existe algún alquimista? -la vocecita de Lucía no tardó en asomarse.
El abuelo se inclinó levemente en dirección a Lucía y bajó la voz hasta un tono confidente: -¿Podrás guardar un secreto? Yo soy uno. Desde tu edad vengo aprendiendo el arte de transformar lo ordinario en extraordinario.
-¿En serio? ¿Qué transformabas cuando tenías mi edad?
-Lo primero que logré cambiar, fueron los mandados de mi mamá. Los convertía en juegos o en desafíos. Cuando tu bisabuela me mandaba a hacer las compras, yo tomaba la bicicleta y usaba el recorrido para aprender una cosa nueva. Recuerdo que aprendí a manejar con una sola mano un sábado yendo a comprar el diario, y sin las dos una tarde en que vinieron de visita los primos de Trenque Lauquen y nos habíamos quedado sin leche para la merienda. ¡Qué contento que estaba ese día! Allí me convencí que la alquimia era milagrosa.
-¿Y ahora que ya no andás en bici?
-Ahora, cuando tu abuela me pide ir a comprar pan, te vengo a buscar a vos, y transformo una tarea, en uno de mis fantásticos paseos con mi nieta, jugando a no pisar las baldosas negras o a encontrar gorriones ocultos en las ramas de los jacarandás. ¡Ah! Ya casi me olvidaba. El domingo la panadera me mandó saludos para vos cuando le conté que no habías venido porque estabas en el cumple de Magui.
-¿Y qué otras cosas sabés transformar, abu? -preguntó Lucía.
-¡Miles! El aburrimiento de la cola del banco lo convierto en tiempo para inventar algún cuento para vos y tus primos. Peinarme a la mañana, frente al espejo, es para mí un curso de mimo. Cuando viajo en tren o subte, busco a algún bebé entre los pasajeros y mediante parpadeos, guiños y gestos inventamos un código propio en menos de tres estaciones.
-¿Y también podés viajar por el tiempo o por el espacio?
-Para eso necesito la ayuda de unos amigos especiales que tengo en la plaza. Mi ciruelo me anticipa la primavera tres semanas, cuando se llena de flores de pétalos blancos. Y las noches de luna llena... -Lisandro cambió el tono para profundizar el efecto de la magia- entrecierro los ojos para ver el ginkgo biloba que se transforma en un cuadro impresionista y me transporta al Museo d´Orsay en París.
-Abu -la voz de Lucía mostraba los primeros indicios de la calma previa al sueño-, si te pido que uses tus superpoderes conmigo, ¿en qué me convertirías?
Lisandro confirmó una vez más que los secretos siempre terminan saliendo a la luz, y no dudó en contestar: -En una alquimista, Lucía.
Daniel Farré
Bonaerense, 54 años, esposo de Susana y papá de Paula, Martín y Carolina. Entre sus pasiones, se destacan la literatura, la pintura y la docencia.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias