CUARTA ENTREGA
Cuentos & versos en cuarentena
17.05.2020
MONTEVIDEO (Uypress) - Les presentamos los trabajos de Alfredo Fernández Vicente y Walter Banchero. Seguimos recibiendo textos en: uypress@gmail.com.
Los cuentos de este domingo son:
Invierno del 66: Yo ya no lloro, de Alfredo Fernández Vicente
Compañera de viaje, de Walter Banchero
Invierno del 66: Yo ya no lloro
Alfredo Fernández Vicente
La niebla de Montevideo es más inquietante que la londinense. Es húmeda, es agua escondida en el aire, acerca el horizonte tanto que parece entrar en nuestros ojos y mojarnos el alma.
Ahí, detrás de las rocas y del juncal se abre un abismo espantoso, sin color, sin término.
El persistente viento del este fuerza la nube informe y gris contra la piel, penetra todo el cuerpo bandeando ropas como redes tristes y caemos en un abismo de frío intenso, más horadante de huesos que la nieve, que el hielo más afilado.
Aterido por el invierno del sesenta y seis miré en mi billetera y entré al bar universitario, frente a la Facultad de Derecho y a la Biblioteca Nacional. Saludé al mozo y esta vez no iba a pedirle un cortado, quería desafiar al invierno montevideano con un cognac en copa humeante
Crucé para la explanada universitaria con mi cuaderno de apuntes bajo el brazo y con cada paso me sentía rebotar en el pavimento, caminaba sobre resortes.
Pero al llegar a la escalinata de acceso al viejo portal, con sus escalones de granito rosado, me sentí alcanzado por la ola de resaca. Ya no eran resortes sino grilletes de hierro que arrastraba, mientras se cerraba la niebla en mi entorno bajo el peso opresivo de mis párpados..
Allí fue que decidí desandar la escalinata de acceso y caminar contra el viento que me empujaba y me mojaba la cara. La vereda del Ministerio de Salud Pública me pareció empinada que no lo era y en la esquina siguiente cedí al viento este y bajé hasta la calle Jackson. Al abrigo del viento y arropado contra paredes y cornisas, fui descendiendo al sur, sin esperanza, sin destino fijo... ¡Abandona toda esperanza tu que te entregas a descender hacia el abismo gris y frío!
La sierra de Montevideo se extiende como una gran pitón hacia el poniente y por la escollera Sarandí la luz titubeante de su farito le pone puerta al puerto. En noches como esa no hay cerro ni fortaleza ni farola, el mundo termina allí, simplemente en el bajo anegado de niebla helada. Y por todo su costal izquierdo, cualquier camino que se tome lleva al mar. O al río. O al estuario. Un ambiguo engendro de río de una sola orilla, pero en noches como esta ni siquiera la orilla única se veía; el final era la niebla, gris, helada, arremolinada por el viento del este, el que viene del Atlántico Sur, un abismo de agua inconcebible, interminable.
Por el costal bajaba, arrastrando zapatos y con la mente nublada, huyendo de la clase de Derecho Procesal. Cada vez más hundido en el acuario helado, sintiendo la cara rociada por las diminutas gotas, chorros de viento mojado. Ya ni siquiera se veían las paredes, ni siquiera las más cercanas de la vereda en rampa suavemente descendente.
El viento era más fuerte y arremolinado y empecé a sentir el creciente murmullo sordo de la rompiente. La rambla costanera estaba iluminada pero las luces no alumbraban, solamente conseguían difuminar halos irisados en torno a las luminarias. Crucé la calzada desierta y alcé mi rostro, mascarón de proa contra el viento; dejé que las oleadas de niebla impulsada por el viento despertaran mis ojos y lavaran mi rostro como agua lustral. Me dejaba llevar lentamente, subiendo peldaños por la acera de granito rosado, entre la avenida surcada por aislados automotores rugientes que cruzaban sus luces de aviones entre las nubes, salpicando con el roce de sus rodados acelerados. Tan sólo acentuaban la soledad.
Yo ya no lloro, yo ya no lloro, molécula de agua flotando entre la niebla. En mi rostro mojado no son lágrimas, es mi empecinada entrega a la sudestada invernal.
Esa mancha rojiza no parece otro automóvil que se acerca. Demasiado humana para artefacto mecánico, pero inquietantemente deshumanizada para habitar este lugar. Viene de frente a mí y se va corporizando entre la nubosidad acuosa. Es ya claro que no seguiré solo. ¡Buenas noches para nada bueno!
El prójimo puede aparecérsenos como socio o como enemigo, pero es desconcertante cuando no encaja en ninguna categoría simple y binaria. No es que se sienta miedo es mucho peor, desconcierto que nos hunde en el misterio arrastrados por la fuerza gravitatoria de la curiosidad. Era un hombre viejo, la gran capa roja escondía un cuerpo endeble, pero sus ojos tenían un brillo que no guardaba mesura con esa noche, ascuas entre las aguas.
Hablamos de la soledad y del eterno retorno, del oriente que renace sin medida. No recuerdo si seguimos mi camino o si me plegué al suyo, en realidad no llevábamos destino, en todo caso el oriente estaba aún apagado y el planeta había abandonado todo giro.
Compartimos en no evitar el agua, su flujo venía desde los grandes ríos del oriente, más allá de los desiertos de arena reseca. Tampoco debíamos denigrar al viento, era el único movimiento revelador de que estábamos vivos allí y entonces. Mucho menos al frío, convocante a hibernar como osos a la espera de otro verano, de otro regreso.
Lo sentí toser, su mano estaba helada y su rostro pálido. Debería usted volver a su casa y dar por terminado este extraño paseo. Lo tomé del brazo ofreciéndome acompañarle. Rehusó, dijo que la sabiduría consiste en no resistirse al arcano porque, aún si nos lleva a abismos impensables, nos traerá de regreso, como el sol vuelve a aparecer por el oriente, sin falta.
Joven, este septuagenario que no tiene hijos ni familia; constructor de estructuras habitadas y de otras inhabitables, ya tiene su testamento otorgado y lo que dejo en préstamo queda, porque regresaré, como el sol, sin falta.
Retiró su brazo, con un estertor tembloroso y se volvió desandando su camino. Temí por él, parecía acompañado de la muerte pero con la confianza indemne de que llevaba el germen de la vida, la brasa hibernando bajo la costra de carbón y cenizas, pronta para el eterno retorno.
Al trepar afiebrado, de regreso, me asaltó un temblor incontrolable. No era la pulmonía que nos unía, era el desasosiego que sigue al despertar de un sueño inquietante, el pánico de imaginar que si hubiera concurrido a clase, donde dulcemente habría dejado caer mis párpados cargados, mi querido profesor Dr. Julio Moretti disimularía el hecho por esa vez. Si hubiera resistido a la rampa hacia la rambla habría perdido mi única oportunidad de encontrarme con el viejo sabio de la capa roja, junto al río como mar que junta en sus orillas el légamo lejano arrastrado desde el corazón de América por las arterias indianas.-
Humberto Pittamiglio nació en Italia en 1886, se recibió de Ingeniero en Uruguay y fue Ministro de Obras Públicas del Presidente Feliciano Viera entre 1915-1919. La leyenda cuenta que era un ser oculto, fanático de la ópera, de escandalosa homosexualidad para su época, que amasó una gran fortuna y construyó dos castillos esotéricos como alquimista y masón, uno de ellos en la Rambla de Montevideo. De pocos amigos, solía pasearse por las inmediaciones de su castillo en horas de la noche, bajo una gran capa roja. Murió en el mes de setiembre de 1966, soltero y sin hijos. En su testamento, se instituyó heredero de si mismo porque era un mago que no creía en la muerte sino en el eterno retorno del oriente.
Compañera de viaje
Walter Banchero
El hombre sale tarde de un compromiso donde se estuvo bebiendo bastante y no está acostumbrado. No se siente bien, pero decide correr el riesgo de volver a su hogar manejando a pesar de tener alcohol de más en su sangre.
El viaje se le hacía incómodo.
No acostumbraba a "levantar" personas en la carretera, pero esta señora parecía estar en malas condiciones. Se detiene y permite que suba al vehículo.
Se pone nuevamente en marcha. Cuando mira por el retrovisor central y ve que un camión se aproxima a alta velocidad.
Se pone en alerta para permitir que lo rebase sin inconveniente ya que, en sentido contrario, viene otro vehículo.
El camión continuaba su marcha como si él no existiera.
Pero este imbécil me va a pasar por arriba -Pensó.
Cuando el impacto se hace inminente, maniobra bruscamente sobre la banquina para evitar que el pesado rodado lo embista.
El camión pasa a su lado sin inmutarse ante la maniobra del conductor.
Con dificultad pero sin mayores problemas vuelve a la carretera maldiciendo al camión y su chofer.
La fortuita acompañante le dice lentamente y en voz baja- Es que no somos nada.
El no responde y respira profundamente.
Que sea una carretera típicamente de transporte pesado, no significa que los autos seamos nada, señora. -Rompe el silencio.
La mujer lo mira extrañada, sin entender a qué se refiere el conductor.
No entiendo lo que pasó- Dice la mujer con voz apagada.
Y... ¿A dónde va señora? ¿qué es lo que le pasó? -pregunta el conductor.
Yo venía en el ómnibus, como todos los dias, pero me sentí mal. Tenía ganas de vomitar y por eso me bajé del coche.
Algo que le cayó mal.
Supongo que sí. Estuve en una fiesta y creo que comí demasiado. Responde ella.
¿Y luego?
Me aparté de la carretera y vomité. Cuando regresé a la parada no la pude encontrar. Caminé largo tiempo y nada, la carretera parecía ser otra.
¿No será que caminó en otro rumbo y salió a otra carretera? No olvide que se sentía bastante mal.
Bueno... Eso sería una buena explicación.
¿Y luego?
Luego apareció usted. Gracias a que tuvo la amabilidad de detenerse.
Bien. ¿Entonces a dónde se dirige, señora?
La verdad es que lo olvidé. Hace tanto tiempo que estoy caminando que ya no recuerdo nada.
El hombre está realmente confundido. ¿Estará loca? Se pregunta.
Pasan un largo rato sin hablarse. El hombre tiene cierto temor de comprobar lo que sospecha.
¡A sí! Voy a mi casa. Rompe el silencio ella.
¡Perfecto! Responde el hombre. ¿Dónde vive?
Ella no responde. Luego de unos minutos ella, con vos muy queda, casi susurra como meditando. ¿Dónde vivo? ¿Vivir?, ¿Vivir...?
El hombre no entiende lo que quiere decir. Pero prefiere callar. Se encuentra incómodo con la situación.
En eso se percata que otro pesado rodado se le viene encima.
Pero ¡Qué mierda! Pierde la paciencia y hace una brusca maniobra para evitar que los arrollen.
Es que no nos ven. Aclara la mujer.
Ya bastante preocupado detiene la marcha. ¿Qué quiere decir con que no nos ven, señora?
Es que no estamos en la misma frecuencia. Contesta lentamente.
En la misma frecuencia. Repite el hombre mientras se pasa la mano por la cabeza como tratando de aclarar sus pensamientos. A ver. Acláreme eso por favor...
Al tiempo que piensa: ¡Justo dejé que subiera una loca en el auto!
Es como la Radio, vio.
Bien, ahora sí que estoy frito. Piensa
Ok. Como es eso de la Radio, señora. ¡Qué tiene que ver la Radio con esto!
Basta con mover unos milímetros el dial para estar en otra emisora. Le responde.
Entonces, nosotros estamos en otra "emisora".
No. Es peor. Si estuviéramos en otra "emisora". Estaríamos en otra realidad y con los problemas que correspondan a ella. Nosotros estamos levemente "corridos". Somo lo que podríamos llamar "ruido". ¿Me entiende?
No. ¡Claro que no! Pero ¡Mierda! Me está poniendo nervioso, señora.
Ella por primera vez lo mira a los ojos y le dice: Usted no entiende ¿Verdad?
Él siente un escalofrío que le sube por la espalda. Al mirarla a los ojos ve una persona que no parece de este mundo. Son profundamente obscuros, apagados sin vida. Cruza sus brazos en posición defensiva. Ya no está incómodo. Está asustado.
Hacen una pausa y él al fin logra articular una oración.
¿Usted me quiere decir que estamos "muertos"? Pregunta él.
No lo sé. Me parece que yo estoy más lejos que usted. Responde la mujer.
Pero estamos juntos. Dice él.
No exactamente. Usted puede ver el camino y los camiones que parecen atropellarlo. Yo ya no los veo, apenas estoy en contacto con usted. Yo estoy más lejos. Usted todavía está en contacto con este mundo, pero algo desfasado y por eso supongo que puede verme.
¿Alguna vez estuvo en un psiquiátrico? ¿Estuvo en contacto con los que llaman "locos"? Le pregunta ella.
Desgraciadamente sí. Tengo un hermano que está loco por completo. Responde él.
¿Y porqué cree que está loco?
Porque ve personas y cosas que no están ahí...
Entonces usted ahora estaría "loco".
Tiene razón. Estoy enloqueciendo.
O simplemente se desfasó un poco de su realidad. Como en la Radio, vio.
El hombre se quita los lentes se inclina hacia atrás, friega sus ojos y todo el rostro tratando de aclarar su mente. Luego fija su mirada en el techo del auto y respira profundamente.
Dígame señora. Usted me está diciendo que esto es un "tránsito" hacia la locura o la muerte.
No, no. Ninguna de las dos existe. Le llaman locura a lo que no entienden y algo parecido pasa con la muerte.
Pero la muerte sí existe, enterramos los cuerpos cuando la gente muere.
Claro. Porque cuando cambiamos de universo dejamos lo material para emigrar sólo con la esencia. ¿Entiende?
El hombre queda pensativo y luego le responde: Está bien. Digamos que estamos entre dos universos paralelos. ¿Cómo hacemos para regresar?
Usted tal vez sólo con regresar a la carretera. Yo no creo que deba acompañarlo. Responde la mujer.
¿Y por qué piensa que no debe acompañarme?
Porque, tal vez y sólo tal vez, yo lo retenga fuera de "sintonía" ya que estoy más "desfasada" que usted.
Cuando el hombre trata de asimilar lo que escucha, mira por el retrovisor buscando la carretera, no ve nada. Ya no está asustado. Está aterrado.
Mira a la mujer y le dice: Bueno tendré que bajar del auto para ver donde está la carretera, porque desde aquí no la veo.
Ella atina a tomarlo del brazo y le dice: ¡No! No lo haga podría perderse en la oscuridad. Ya me ha pasado.
El siente un escalofrío cuando ella lo toca.
Señora. ¿Qué tiene que ver que me baje del auto?
El auto no pertenece a dos mundos. Mientras esté en él, todavía está en contacto con este mundo. Responde la mujer.
Él trata de tranquilizarse. Apaga el motor y las luces externas. Sólo deja encendida la luz interior para poder observar a su "compañera" de viaje.
El hombre se echa hacia atrás, restriega sus ojos y comienza a entablar una conversación que le cambiará la vida.
Señora, la verdad es que estoy muy confundido con toda esta situación y su conversación me está poniendo cada vez más nervioso.
Tranquilícese todavía usted puede volver, para mí ya es tarde. No entiendo porqué logro tener contacto con usted, pero temo que no será por mucho tiempo. Creo que llegó el momento de que yo me baje del auto para que usted pueda volver, si es que todavía tiene la oportunidad.
Espere señora, creo que ya estamos juntos en esto nos lleve adonde nos lleve. No pienso dejarla sola en semejante situación. Dicho esto, baja del auto y ella también.
La planicie es de color gris neutro casi sin iluminación. No hay nada a diestra ni siniestra. Adelante ni atrás. ¡El auto ha desaparecido!
Entregado y con voz ronca, el hombre comenta: "Bueno tenía razón ya no tenemos el auto".
Ahora estamos en el "limbo". Susurra la mujer.
Bueno supongo que tendremos que empezar a caminar si queremos llegar a algún lado.
Pero. ¿Hacia dónde? Pregunta ella.
Lo mejor será hacerlo en espiral para cubrir todas las posibilidades e ir ampliando el territorio sin volver al mismo lugar. Total, parece que tenemos todo el tiempo del mundo.
Los dos están entregados al destino y comienzan a caminar y caminar horas y horas si es que el tiempo existe en ese lugar.
El cansancio no parece existir, la entrega sí. Es total, los dos están resignado a su futuro si es que existe.
De repente la mujer rompe el silencio: ¿Qué es aquello? Pregunta señalando un punto distante.
Parece un farol. Contesta el hombre sobresaltado.
Se miran y no hay otra cosa que hacer. Se dirigen hacia esa tenue luz en el horizonte lejano.
Horas más tarde se acercan a lo que parece ser un túnel de luz.
Se miran asustados. El hombre llega a balbucear: Es como el túnel que describen los que han vuelto a la vida luego de un trauma severo.
Casi al unísono se toman de la mano. Están aterrados pero la curiosidad y la necesidad de respuesta es mayor.
Los dos entran lentamente, pero decididos a ver que hay del otro lado.
En la carretera dos camiones están a punto de cruzarse cuando los dos conductores quedan perplejos. Hay un auto atravesado en medio del camino. No estaba allí, simplemente apareció espontáneamente.
Ninguno de los choferes da crédito a lo que ven, uno de ello carga con todas sus fuerzas sobre el freno del camión cuando su acoplado comienza a deslizarse bruscamente al centro de la carretera.
El otro conductor frena con más precaución, aunque sabe que el choque será tremendo.
En cuestión de segundos el desastre es un hecho. El auto es destrozado, aplastado por los dos enormes rodados.
Alertada la policía, por una conductora que transitaba por el lugar, se encuentra con un paisaje aterrador.
Todos parecen estar muertos.
Uno de los oficiales detecta que uno de los camioneros aún está con vida. Es el que frenó bruscamente, el otro chocó de frente con el acoplado que se deslizó, mientras aplastaban al auto que quedó entre los dos camiones.
Luego de ser revisado pueden ver que las heridas son superficiales, aunque los golpes han sido muy fuertes.
¡Le juro que se apareció de repente! El auto no estaba ahí. ¡Se lo juro oficial!
Tranquilícese ya vamos a ver que es lo que sucedió.
El otro conductor está muerto sin dudas se ve a simple vista.
Tardan horas en despejar la carretera y revisar el auto. Hay dos personas muertas, un hombre y una mujer.
A esa altura están presente varias autoridades de la policía Caminera y de la Seccional de la zona.
De repente el Comisario Russo se sorprende al ver a la mujer. El hombre fue identificado como un empresario que circula asiduamente por esa carretera, pero la mujer nadie sabe de quién se trata.
¿Qué le pasa comisario? Pregunta uno de los oficiales que se percata del asombro.
Esta mujer... ¡Conozco a esta mujer!
¿Es una conocida suya? No me diga que es un familiar.
No. No, no. Es... Es una mujer que desapareció hace como cuatro años y justamente en esta zona.
Estuvimos rastrillando el lugar durante meses. Pensamos que la habrían violado y luego de matarla podrían haberla enterado en estos campos.
¡No puedo creerlo! Expresa con vehemencia el comisario.
Mi comisario puede haber muchas razones...
No. No, no... Se tapa la boca y luego agrega:
Estudié profundamente el caso, recuerdo hasta el último detalle. Está vestida con la misma ropa, los mismos zapatos, la misma cartera, el mismo peinado y hasta con el mismo maquillaje que el día en que desapareció. Hace una pausa y declara en vos alta.
¡Hace cuatro años!
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