QUINTA ENTREGA

Cuentos & versos en cuarentena

22.05.2020

MONTEVIDEO (Uypress) - Les presentamos los trabajos de Adela Abu Arab y Edison Ariel Montesdeoca. Seguimos recibiendo textos en: uypress@gmail.com.  

Los textos de este viernes son:

Una historia como tantas, de Adela Abu Arab

Abrazo de abril 2020, de Edison Ariel Montesdeoca

Una historia como tantas

Adela Abu Arab

"Si te casás con el pobretón de Balossier, te desheredo", advirtió vociferante el viejo a la joven mientras su esposa moqueaba desconsolada junto a la ventana, largando aullidos de desesperación de tanto en tanto. Marie era la única hija del matrimonio, una pareja de terratenientes del sur de Francia, que había vivido su existencia entera malcriando a la niña - en aquel entonces, la heredera de facto de la inmensa fortuna de los Cazette. Sus predios se extendían afanosos más allá de donde llegaba la vista, abriéndose camino detrás del caserío para perderse ondulantes entre los verdes prados y las rocas grisáceas de los Pirineos. Balossier los conocía bien. Llevaba ya varios años pastoreando los rebaños de Cazette y contemplando tímidamente desde lo lejos, cómo la hija de sus patrones se convertía, de a poco, en una moza irresistible. "Te desheredo y le dejo todo a la iglesia", recalcó Cazette, acercándosele con paso decidido, su mano levantada y su cara hirviendo de ira y angustia. Su mujer, saliendo de su estupor, se le interpuso para proteger a la niña quien, más resuelta que nunca, aprovechó la ocasión para salir disparando lo más rápido que pudo e ir a esconderse a su cuarto.

La ceremonia fue sencilla - casi insignificante, se diría. Se realizó en la capilla del pueblo, la misma a la que Cazette supuestamente dejaría el vasto patrimonio. No resultó así, por supuesto, ya que al facilitar el templo para que se llevara a cabo la boda, el párroco se ganó el resentimiento de Monsieur Cazette, quien tomó el acto como una afrenta personal, y encima, pública. ¡Cambiarlo por un badulaque pastorcito de morondanga! Así fue como la herencia fue a parar a otra iglesia mientras que la hija fue a parar a otros lares, modestamente vestida de blanco y del brazo de su pastorcito enamorado.

Los años les fueron dando niños que Monsieur y Madame Cazette nunca llegaron a conocer. En vez de propiciar una reconciliación ante el hecho consumado, el señor se dedicó a avinagrar su propia existencia lo más que pudo, pasando su rabia y frustración a sus peones, a quienes trataba con despotismo. Su esposa, más que agarrárselas con otros, canalizó su rabia hacia ella misma y se dedicó a vivir en permanente sufrimiento por la ausencia de la hija. Como regocijándose en su pena, se encerraba horas y días en la que otrora fuera la habitación de la muchacha, sin más finalidad que promover la salida de las lágrimas, mirarse al espejo y darse todavía más lástima de sí misma.  Marie, por su lado, maduró con pragmático estoicismo, aceptando su nueva realidad. Tuvo siete hijos y, aún embarazada y con los más pequeños tirándole de las polleras, se las arreglaba para hacer el pan, ordeñar las cabras, trabajar en la quinta, lavar las ropas y preparar comidas para su prole, entretanto su marido seguía recorriendo los Pirineos con las ovejas de otros. 

Ya avanzado el siglo XIX, el hijo mayor de la pareja se acercaba a la edad de la conscripción obligatoria, práctica que se había instaurado en territorio francés durante las guerras napoleónicas ante la necesidad de reclutar gran número de soldados. Y tal como con aquéllas, las campañas para las cuales ahora se implementaba la leva, resultaban foráneas para los habitantes del sur. "Yo rompí una familia para poder formar otra. No voy ahora a entregar a mi hijo a una guerra absurda y permitir que esta familia que yo formé, se desmembre sin razón", argumentaba Marie a su marido. Balossier la escuchaba sin responder.  Si bien estaba de acuerdo con Marie, no se le ocurría solución, por lo tanto, volvía a concentrarse en su tarea y a preocuparse de ganar el sustento de hoy para los suyos, tratando de no pensar en el futuro. 

Marie, sin embargo, era no sólo una devota señora de su casa sino también una persona con astucia y audacia ya bien demostradas. Todos los días, al dirigirse al pueblo a vender y comprar hortalizas, se mantenía muy alerta del chismerío local. Así fue como escuchó que algunos varones de la zona ya habían partido hacia una tierra fértil en otro continente, en donde podían establecerse en campos propios y pastorear para ellos y no para otros y, ciertamente, donde no los reclutaban para ser matados en batallas ajenas. Le sedujo la imagen de sus hijos viviendo pacíficamente en tierras prolíficas, restableciendo la fortuna que sus padres le habían negado. Tomó la decisión y apenas hubo regresado al hogar, se dispuso a informar a su marido de la partida de su hijo mayor Jean Baptiste. El chico saldría el martes siguiente hacia Buenos Aires, donde se reuniría con otros que ya habían marchado. Viajaría de polizón en el barco, porque no tenía papeles y además no podían pagarle un pasaje, y luego aparecería en cubierta ofreciendo su trabajo a cambio de comida. 

El 9 de junio de 1874 se despidieron con dolor y, también, optimismo. Marie rehusó pensar en ese momento que, tal vez, esa emigración desmembraría a su familia de manera similar a la guerra; que, tal vez, el chico no sobreviviría el viaje o que a la llegada no encontraría sustento. No pensó que, tal vez, al muchacho no le permitirían desembarcar en Buenos Aires y tendría que ir a otros puertos a donde no había llegado nadie conocido. No, no pensó en nada de eso. No podía permitírselo. Se despidió de Jean Baptiste, un imberbe de 14 años quien, secando sus lágrimas, ahuyentaba sus miedos, endurecía su espíritu y mostraba la determinación heredada de su madre. Partía el suave Jean Baptiste; nacía el aplomado Juan Bautista, un joven con el mundo en sus manos.

 

Abrazo de abril 2020

Edison Ariel Montesdeoca 

Era como un viento que soplara de repente

Una rosa descolgada del muro

Arrancada, sin pétalos

Coronada de espinas sin quererlo

Desde su balconada que mira sorprendida

Al matorral pisoteado 

                         del despoblado paisaje de las ciudades 

A la piel huidiza

                           de la carne caliente que no nos roza

A los días grises, habitados de calles sin sombras

A los amaneceres rotos, de soles y mares divididos

A los cielos liberados, huérfanos de aviones y sueños 

A los mediodías que la memoria errabunda nos roba gota

A las luciérnagas adormecidas de teatros y cinemas

A las imágenes estériles de los informativos de ataúdes

A las cifras implacables de las luces que se apagan para siempre

A las maquinas vitales que sienten sin sentir

A las voces en la noche cantando a las humanidades desoladas

A la obstinación solidaria enmascarada de blanco amar

Solo tu perfume ajado me ha quedado envolviendo mi piel

                          mi sexo inerte, mi cerebro impaciente, mi sangre 

adormentada de distancias

seduciéndome el tallo, las hojas cual brazos sosteniendo

Todo eso, todo mi mismo

Y es como un viento soplara de repente

que me empujara nuevamente al matorral del tiempo

Al abrazo terreo y sostenido

Al abrazo

Contigo                                                                  

 

Cuentos & Versos en cuarentena
2020-05-22T10:32:00

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